miércoles, 28 de febrero de 2018

TIEMPOS POSTMODERNOS


              Al incorregible curioso, amén de experto archivero, Manuel Romero Tallafigo

El genio de Chaplin nos sirvió imágenes que explican la reticencia del cine mudo a incorporar el sonido, como aquellas de las cadenas de montaje para fabricación en serie donde la vida se reducía a una imitación de Sísifo apretando indefectiblemente, durante ocho horas diarias, la misma tuerca que siempre era una distinta. El actor tragicómico empleaba sus músculos —sobre todo faciales— para indicarnos con las piruetas y su propia reacción autoperpleja que la vida era ya suficientemente compleja y contradictoria pero que el hombre había sido capaz de darle la vuelta millones y millones de veces a la tuerca de hacerla, además de inexplicable, socialmente absurda.
Me lleva a concluir tan enrevesada idea, que expongo venciendo el rubor que siento por saberla muy poco original, la experiencia de tratar —es un decir, porque son intratables— con las compañías telefónicas para intentar una huida imposible de los laberintos en los que nos sumergen sus políticas comerciales insaciables. Y si en vez de acudir a ellas por cualquier vía intento informarme acerca de los intríngulis que rigen dichas estrategias, es peor, porque entonces la locura sube de grado y todo se hace demencialmente incomprensible. No es ningún secreto que, bajo esa capa de competencia, plagada de ofertas, subyace lo que en artículo reciente denominaba “loca carrera del mercado”. Olvidé consignar que el modelo alternativo, el socialista, es infinitamente peor, si es que en estos entresijos es lícito hablar de proporciones sin fin; sería más respetuoso con la verdad hacerlo de proyectos inacabados.
Para hacernos más consuetudinarios, podemos bajar de escala, e intentar recorrer el camino que nos ha llevado hasta una ratonera como la de las actuales tarifas “telefónicas”, en las que lo de menos es hablar a distancia, hecho que ha quedado barrido o atropellado por la velocidad de la luz que se mueve dentro de la fibra óptica. Pero hagamos un esfuerzo por volver a poner los pies en la tierra, como hacían las hermanas de Santa Teresa a petición suya agarrándole del hábito cada vez que se les escapaba levitando en el coro. Lo que está pasando en el momento de redactar no ya estas líneas sino esta línea en el panorama de las telecomunicaciones patrias es ni más ni menos que la manipulación política de nuestros más íntimos sentimientos, esos que ya vuelan a lomos del “wasap”, en mi caso entre padres e hijos a decenas de miles de kilómetros de distancia. O más aún, viéndonos y oyéndonos por “skype” y otras firmas que en su momento hicieron posible el sueño futurista de nuestra juventud periclitada. Dije en ese artículo ya citado que la vieja táctica capitalista de primero crear una necesidad y después explotarla estaba a punto de consumarse de una forma que nunca vieron los tiempos con el fin de la “neutralidad” (gratuidad) de Internet en su propia casa cuna (USA). Pero a una altura más modesta e inmediata, lo que tenemos encima en España es… chatatachán, tachán… la publicidad de RTVE. Sí, verán, los que tenemos memoria selectiva archivamos algunos datos que intuimos serán valiosos en el futuro para que no nos la den con queso. Es lo que me pasó cuando Zapatero —¡Oh, el inefable diosecillo tridentino (de tridente, claro) Zetapé!— eliminó la publicidad de la cadena pública nacional. A los cinéfilos nos hizo un favor, últimamente amortizado por el PP que ha intercalado “bocados” e incluso cortes de autopropaganda en las películas. Pero ¿lo hizo para beneficiar al telespectador, suprimiendo los incómodos paquetes de spots? Eso no estaba al alcance de la mente, más o menos perversa, del diosecillo. Lo hizo, como algunos, pocos, advirtieron enseguida, para beneficiar a los dos grandes grupos televisivos privados.  ¿Y cómo compensó las pérdidas? Cargando a las compañías telefónicas un canon por el uso de frecuencias del espacio radioeléctrico para la red móvil.
No acabó ahí la maniobra. No contento con ceder a las televisiones “libres” la parte de la tarta que hasta entonces había aliviado ligeramente las finanzas de la televisión y la radio gubernamentales, les otorgó nuevos canales para que se sirvieran de sus franquicias y duplicaran las marcas. ¿Era para apoyar a las empresas de televisión? No exactamente. Era el plan encaminado a copar todas las vías de adoctrinamiento del “estado”.
El tinglado ha aguantado, a duras penas, hasta que las grandes telecos han decidido —al unísono— subir las cuotas unilateralmente y revistiéndolas de aumento de servicios no solicitados, como la televisión por plataformas de Internet y de pago. Que es lo que sin duda le ha sucedido a usted y también a mí. Es inútil que trate de frenar el exceso. Hay que pagar el monopolio ideológico del Gobierno —sea del color que sea— y no lo va a costear él, obviamente.
Retorno al planeta de los filósofos, que, como sabían los clásicos, es el verdadero: Nos han creado una necesidad, incluso afectiva, y ahora nos pasan una factura angustiosa para cualquier economía modesta. ¿Quién renuncia ya a hablar con sus hijos, viéndolos, o a ponerles un telegrama “gratuito” a cualquier hora y a cualquier lugar del mundo? Las personas normales estábamos contentas con esa facultad. ¡Y no queríamos más! Ni películas o series producidas por empresas en expansión ni leches fritas, que diría un castizo. Pero en este mundo postmoderno lo que importa no es lo que convenga a las personas normales, sino a los gobiernos, que precisan de las empresas mediáticas porque necesitan los votos que éstas mueven.
Algo parecido previó Henry Ford cuando se le ocurrió diseñar el automóvil que podían comprar sus empleados, sus propios charlots robotizados que, a cambio de atornillar eternamente la misma pieza podían reunir el dinero suficiente, después de comer y dar estudios a sus hijos, para disponer de un utilitario, el legendario T. Que también —cada día soy menos integrista— ha contribuido a hacernos la vida más agradable, todo sea dicho.

lunes, 19 de febrero de 2018

UNA PATRIA CON VOZ DE MUJER


No está todo perdido. Eso, que nos rindamos, es lo que quieren los partidarios de lo corrosivo, pero ni hemos extraviado nuestro patrimonio espiritual ni España está tan deprimida como algunos pretenden. Frente al derribismo ruin de los que sólo venden carroña pestilente, se alza una España orgullosa de todo lo bueno que hay en su interior y en su pasado. Coser ese ayer con el presente haciendo las paces con nuestros padres en lugar de matarlos es una actitud que se va abriendo paso a través de hitos como el que este fin de semana ha protagonizado Marta Sánchez en el Teatro de la Zarzuela, adonde acudía, según ella misma ha declarado, con Alfredo Kraus a empaparse de buena música.
Los sones del himno nacional sonaron en su garganta con la voz de los valores eternos. Dio, nada menos, que gracias a Dios por haber nacido aquí. Tras la primera frase, el teatro, lleno, prorrumpió en una emocionante ovación que se repitió varias veces a lo largo de su interpretación, según ha captado con su móvil  un espectador que ha convertido su dispositivo en la ventana a la que se han asomado millares de miradas en pocas horas. Entre otras las del presidente del Gobierno y el jefe de la formación que tal vez pronto le arrebate el poder. Ambos, Rajoy y Rivera, junto a Andrea Levy, Juan Carlos Girauta o Rosa Díez, han mostrado enseguida su solidaridad con la autora de una letra que sin duda va a pasar a nuestra mejor historia por el hondo acierto que encierra. Por fin, podremos cantar el himno de España, como hacen los franceses o lo norteamericanos a partir de sus respectivas revoluciones nacionales.
En una interpretación clamorosa, revestida de rojo y rubio, éstas son las palabras cantadas por Marta para vibración de todos los españoles de bien:
"Vuelvo a casa, a mi amada tierra, la que vio nacer mi corazón aquí. Hoy te canto para decirte cuanto orgullo hay en mí, por eso resistí. Crece mi amor cada vez que me voy, pero no olvides que sin ti no sé vivir. Rojo, amarillo, colores que brillan en mi corazón y no pido perdón. Grande España, a Dios le doy las gracias por nacer aquí, honrarte hasta el fin. Como tu hija llevaré ese honor, llenar cada rincón con tus rayos de sol. Y si algún día no puedo volver, guárdame un sitio para descansar al fin."
Confieso que la cantante me ha arrancado alguna lágrima. En una España de la que todavía abjuran algunos, que una mujer como ésta, curtida en las tablas de muchos años ante el público, haya tenido la valentía y la coherencia de rescatar el patriotismo en el escenario es un baño de esperanza. Hermoso gesto de una bella dama capaz de levantar la moral de un pueblo cabizbajo con su inspiración artística y su sonrisa estimulante. En Sevilla hay una glorieta en la que campea un Rodrigo Díaz arremetedor y pinturero. El original lo esculpió la esposa del mecenas estadounidense Archer Milton Huntington, el fundador de la Hispanic Society de Nueva York , y lo puso en su película “Ciudadano Kane” Orson Wells, otro enamorado de España. En esa misma rotonda, hoy muy transitada, se erige desde la Exposición Iberoamericana de 1929 —mucho antes que el Cid— un triple arco triunfal en cuyas hornacinas siguen luciendo tres estatuas femeninas del escultor Pérez Comendador: la de la izquierda simboliza el trabajo (la “industria”) que aporta la prosperidad; la de la derecha, que muestra una Inmaculada de bulto redondo en una mano, encarna las artes. Y la del centro es la Hispanidad, con su escudo de leones, castillos, barras, granadas, cadenas y un “Nodo” con el que Sevilla se ha colado en las armas patrias. No cabe duda de que estamos ante una gran mujer, coronada y domeñando un león a sus pies. El poderío de la Hispanidad, que permanece ahí y renace, cuando uno menos se lo espera, en la letra, la voz y el coraje de Marta Sánchez, mujer de bandera.

lunes, 12 de febrero de 2018

LA VOZ A JULIO DEBIDA


El escritor y maestro de periodistas Julio Manuel de la Rosa falleció en Sevilla, su ciudad, el 7 de febrero de 2018, a los 82 años de edad.


De pronto, varias veces por clase, extendía un brazo sosteniendo en la punta un cigarrrillo a medio consumir y es que le había venido a la mente una idea refulgente. Entonces se podía fumar en estos ámbitos. Incluso, viendo cómo lo hacía Julio, se diría que el tabaco era imprescindible para mantener abiertos los ojos del intelectual. Aprendí a redactar escuchando a Julio Manuel de la Rosa. A mi lado estaban entonces —los veo y los oigo ahora— Tomás Balbontín, José María Aguilar, Ignacio Camacho, Eva Martín Consuegra, y, en fin, un puñado de plumas de primera fila que despertaban también cada día a rebato de la prosa improvisada o no de nuestro tutor. Algunos conocimos por él a otros Proust, Flaubert, Joyce, Gabriel y Galán, Faulkner, Vintila Horia, Alfonso Grosso, Luis Berenguer, Aquilino Duque, Virginia Wolf… Pero sobre todo a Luis Cernuda. Descubrimos Ocnos, es decir, la mejor Sevilla, de su mano. Cierro los ojos y los sonidos interiores me devuelven la voz de Julio como si fuera una más de las estampas que componen la Biblia del buen sevillano. Y siento una gran gratitud.
Recuerdo que una mañana nos contó, dejándonos en suspenso, cómo el hambre golpeaba fuerte todavía cuando él era niño en la Sanlúcar aljarafeña de sus veraneos, hasta el extremo de que un camión accidentado que transportaba bidones de aceite de los olivos cercanos provocó la afluencia agitada de gentes que, armadas de bollos de pan, migaban en los adoquines.
Decir Julio de la Rosa es decir infinidad de artículos —era un primer espada en el género— guardados en la hemeroteca de esta Casa. Muchos sobre boxeo, una de sus principales pasiones. Me viene a la memoria cómo y dónde escribía. Lo segundo lo ha glosado bien recientemente en estas páginas Eva Díaz. Era un cuchitril atestado de torres de libros sobre el suelo. Entraba la luz potente de Virgen de Luján. Y me llamaron mucho la atención dos costumbres (tal vez manías) que me confió cuando ya terminábamos una larga entrevista sobre Sevilla. Escribía con lápiz, y después, por imposición del editor, lo transcribía a ordenador. Y lo hacía siempre de mañana, nunca de noche. En Nuevas Profesiones, un cigarrillo humeante que me sugiere un correlato de moscas machadianas; en el escritorio, un lápiz matinal. Y en medio, una vida.
Recibí por mi último cumpleaños, de manos de mi esposa, el regalo del libro en homenaje suyo. Le veía últimamente curando ausencias de mujer en el bar Emilio, en compañía de un pequeño haz de amigos y como esperando su hora, cálido, cordial, elegante, preocupado por el afán creativo de los otros. Así era Julio, y mucho más. Un trozo enorme de la mejor Sevilla literaria se nos ha ido dejándonos un puñado de libros que llevan su nombre. Una de las últimas veces que nos vimos —compartimos mesa junto al común amigo y narrador también Paco Núñez Roldán— me abroncó paternalmente porque no escribía novelas. Él tenía fe en sus discípulos, así transcurriesen décadas. Ahora estará probando la madalena proustiana que no se consume nunca, por encima del tiempo y del espacio que su lápiz manejó con el trazo firme de un gran artista. Adiós, Julio. Nos vemos en Etruria.

(Publicado en ABC de Sevilla el 11 de febrero de 2018)

Necrológica ANTONIO BELTRÁN RISQUETE


El nombre de Antonio Beltrán no aparece en los buscadores, al menos no el Antonio Beltrán al que me refiero, pero estará siempre en el corazón de quienes le conocimos. Por supuesto, su memoria permanecerá bien arraigada en su familia, que compartió con él las idas y venidas de la suerte y del infortunio. De todo ello son conscientes las hermanas de la Cruz, muy vinculadas con ellos. Pero el efecto de su calidad humana nos acompañará hasta el último aliento a quienes tuvimos el honor y el privilegio de echar con él buenas y sustanciosas charlas. Era un hombre modesto, mucho más que cualquiera de sus interlocutores. Sabía escuchar y tenía mucho que decir. Su vida era trabajar y servir a los demás con la esperanza puesta en no defraudarles nunca. Eso es muy difícil de encontrar, y más en el mundo actual. Sin estudios, sus recuerdos eran de jugar al toro en la Alameda. De hecho, quiso ser torero, y un hermano suyo llegó a debutar en la Maestranza. Pero su ocupación en la vida fue, sobre todo, de camarero. De alguna manera, llevar la servilleta como los profesionales de antes guardaba cierta lejana y abstracta semejanza con el uso de la muleta. Hablaba de los ambientes taurinos con los ojos perdidos, trasladándose en cuerpo y alma a su niñez, antes de sufrir mucho y de perder las fuerzas, día a día, de la barra a las mesas del Vía Véneto o del restaurante del hotel Fernando III, donde le sorprendió otra muerte cruenta y traicionera.
Fue Antonio también paracaidista, durante aquellos servicios militares de tres años, y presumía de ello ante las fotos en sepia (naturales, sin photoshop). Aunque cuando realmente voló a lo alto, hasta rozar esas nubes sobre las que ya habita, fue en su queridísima Hermandad de La Carretería, a la que se entregó con la fidelidad de los capilleres antiguos y el espíritu de un zagal. Velaba por sus Titulares con la veneración de un ermitaño. Y si tocaba volver a los quehaceres de la hostelería, allí estaba Antonio, en el bar atendiendo a “la parroquia” con una sonrisa leve en su semblante, y esos ojillos inquietos husmeando siempre en los rincones, presto a cambiar un botellín o limpiar una mesa. Nunca faltó de nada en el frigorífico, y estoy por pensar que alguna vez se le escapó un milagro al multiplicar las botellas y encontrar espacio donde no lo había. Mimaba los enseres, con predilección por el imponente paso que hace viable lo imposible en Varflora cada Viernes Santo. El Cristo de la Salud y María Santísima en sus advocaciones de la Luz y Mayor Dolor en su Soledad, que eran para él la cima de la felicidad, sabrán premiarle lo que sin duda sus hermanos no alcanzamos a ofrecerle. Sus restos reposarán en la cripta de la capilla tonelera, uno de cuyos últimos miembros gremiales fue pariente suyo. Descanse en paz, Antonio, con quien compartí tantos ratos de ese lazo que une a las personas más que ningún otro: la animada conversación.
                                                  


Antonio Beltrán Risquete nació en Sevilla el 25 de enero de 1934. Ha muerto tres días antes de su 84 cumpleaños también en Sevilla. Fue capiller de la Hermandad de La Carretería.

(Publicado en ABC de Sevilla)

sábado, 3 de febrero de 2018

ARRIMADAS Y SUÁREZ: EL PODER POLÍTICO DE LA SEDUCCIÓN


Contaba el periodista Luis Herrero con motivo del fallecimiento de Adolfo Suárez una “anécdota” de esas que marcan la historia y que él conoció de primera mano. Hijo de un personaje clave en la recta final del franquismo (Fernando Herrero Tejedor), oyó referir en casa a menudo cómo fueron los primeros pasos en política del que llegaría a ser el presidente de la transición. Como siempre que los hechos domésticos determinan el destino de las colectividades, hubo una mujer de por medio, la esposa del entonces gobernador civil de Ávila. Imagínense los secretos oficiales que una persona así debía de intuir si no conocer. La conseja es la siguiente: Un día, al salir de misa, el matrimonio Herrero-Algar se encontró con un joven y apuesto muchacho a quien el futuro fiscal del Supremo apenas conocía. Se saludaron, y tras ello, Joaquina Algar, señora de Herrero, comentó a su marido (es de suponer que asiéndole con firmeza femenina del brazo y al oído): “Fernando, este chico te conviene. Es educado y va a misa. Además, es guapo”. Adolfo Suárez González, hasta entonces un oscuro estudiante de Derecho, falangista y cercano a la Acción Católica (después al Opus Dei), es nombrado secretario personal del gobernador, y a partir de ahí, su sombra hasta que llega, a instancias de su jefe, a la Vicesecretaría General del Movimiento. Antes, ocuparía el Gobierno Civil de Segovia y la Dirección General de Radiodifusión y Televisión entre mayo del 69 y junio del 73. Ahí tuvo un papel decisivo en el “acercamiento” de los Príncipes al pueblo español. Y finalmente, se convertiría en ministro secretario general del Movimiento hasta el 6 de julio de 1976, bajo la presidencia de Arias Navarro. De allí pasó a la Presidencia del Gobierno.
¿Y a qué viene este largo compendio cronológico en torno a un encuentro dominical en aquella España provincial y provinciana? Pues al poder político de la seducción, que sigue hoy tan flamante como hace medio siglo. Y si no, examinemos por encima el fenómeno “Arrimadas”. Porque los sesudos analistas de la situación suelen quedarse en la cáscara, que es la correlación de fuerzas y las encuestas sobre siglas y partidos. Inés Arrimadas, que es la gran vencedora del estado de opinión actual, reúne, en mujer, todos los atributos (ignoro si va a misa) que doña Joaquina Algar descubrió en tiempo real al vislumbrar la figura de un ambicioso conquistador de voluntades cuyo abundante y bien peinado pelo negro convenció a los españoles de que él era el mejor piloto para los tiempos que se avecinaban.
Esta jerezana —y a mucha honra— de Cataluña y sobre todo, mujer de bandera para España, es, en el mejor de los sentidos, como lo era Suárez, una gran seductora. Su poder de encandilamiento ha desplazado al de su superior —ojito, Inés—, que, por supuesto, también desempeña un papel de orden moderno, de corrección de toda la vida, proyectada al porvenir y no al pasado. Exactamente lo mismo que proclamaba Suárez con su presencia y con su acento de vocalista de los coros rusos con el punto justo de afonía que demandaba el pueblo.
Observen la indumentaria, el peinado, la expresión facial, el tono de las frases, hasta esa voz ligeramente cascada pero incombustible que los días 6 y 7 de septiembre, y los que les han seguido, ha puesto en el Flandes traidor del Parlament la pica de las ideas claras y de la aún más diáfana vocación de españolidad de quien ha resultado representar a la mayoría de los catalanes.
Sí, Arrimadas es la sucesora de Suárez. Mejor dicho, de ese mix que forman en el imaginario común de los españoles Adolfo Suárez y Felipe González. No se ha derribado el sistema. Se ha venido abajo el bipartidismo, y las arenas movedizas que nos tenían atrapados por las pantorrillas en la mediocridad más cobarde. Ha sido salir Arrimadas a la palestra colapsada por Independilandia y comprobar con inmensa esperanza que no estaba todo perdido, que el futuro es posible y está aquí. Esa sensación, netamente sentimental, es la que ha dado el gran vuelco al arco parlamentario nacional en los últimos sondeos. Y ésta sí que es la nueva transición, no la de los comunistas —llámense como se llamen— que, nuevamente, como en la transición anterior, son más temidos que apoyados (ellos se lo buscan).
Adolfo Suárez infundió en los españoles confianza. E Inés Arrimadas igual. Sería una magnífica presidenta del Gobierno de España, ya que no lo va a ser de Cataluña.

(Publicado en las nueve cabeceras del Grupo Joly el 3 de febrero de 2018)