viernes, 22 de junio de 2018

EL PSOE Y LOS TIEMPOS


“En política hay un factor fundamental que es el tiempo. Nadie puede hacer política y tener éxito si no tiene un cierto sentido del tiempo.”
(José Luis Rodríguez Zapatero dixit)

En este mismo blog puede encontrar el amable lector una crónica de aquella noche de recuento de votos en que Susana Díaz perdió, contra todo pronóstico, las primeras elecciones primarias del PSOE ante un Pedro Sánchez —hoy “misecretariogeneralpedro”— inopinadamente redivivo cual ave Fénix capaz, además, de hacer resurgir de las cenizas a su partido. Aquel artículo, fruto de la mejor casualidad intuitiva del periodismo puramente vocacional, era como una retransmisión en directo, desde la Plaza de Santa Ana de Triana (Sevilla), pero a través de ese sombrío prisma, lo que se transparentaba era un acontecimiento histórico, aunque no planetario.
Hay en los últimos y lóbregos sucesos de la vida política nacional —bastante mortecina, por cierto— algo parecido a un espejismo. Como en el “Ciudadano Kane” de Wells (por cierto, que el título original en inglés lleva marca de reloj, “Citizen”), uno mira atrás, sólo unas semanas, y se encuentra inmerso en un juego de espejos deformantes cuyo único denominador común es el paso [imposible] del tiempo. Ya sabemos, al menos desde Heráclito hasta Einstein o al revés, que el tiempo es relativo, pero al menos creíamos que era lineal. Nada más lejos de la realidad. El tiempo, como en Borges, o mejor aún como en Kafka, es una superposición de mundos ajenos entre sí y colocados caprichosamente, o no, en sucesión cronológica más o menos objetiva, según al menos lo que marca el tic tac de aquellas máquinas antaño mecánicas hogaño digitales de medir lo inconmensurable.
Esta fanfarria pseudofilosófica viene a cuento de las cosas que han pasado en España —y no sólo en España— durante las fechas que, según ese otro artefacto de tasar el tiempo que es el calendario, nos preceden hoy. Porque reconozcamos nuestra impotencia ante las carambolas que dan con la blanca en el agujero de la mesa. El desierto político llamado Mariano Rajoy Brey (me refiero a su etapa como primer ministro del Rey de España) nos había acostumbrado, sin sentir, a que aquí nunca pasaba nada. La economía iba bien (lo que iba mejor era la inversión de los especuladores en deuda pública), ETA había puesto fin a su barbarie (falso, como se ha demostrado en Alsasua, porque los bárbaros dejan una huella milenaria), el 155 sentaba un precedente que hacía de candado a la unidad de España (ya, como se encargaban de recordar cada día Torra, Puigdemont y Torrent, ¿no?) y sobre todo, la aritmética parlamentaria impedía, junto con una 6ª sembradora de miedos, que España “se perdiera” como se perdió Cuba.
Pues anda que el registrador iba orientado… Que estaba fuera de tiempo lo sabía el maestro de los tiempos, el que aprovechó sus ocho años en el poder para dejarlo todo atado y bien atado, de manera que la derecha vergonzante fuera incapaz de desarmarlo, como si se tratara de un niño tembloroso ante un mecano que le inspira terror por no tener ni idea de cómo se desmonta. El maestro de los tiempos enseñó muy bien al pequeño saltamontes que ha ido de fracaso en fracaso hasta la victoria provisional, que a buen seguro intentará sea definitiva, y a lo peor lo consigue. No en vano, ambos son de León e hicieron carrera socialista de la mano. “Misecretariogeneralpedro” ha recuperado el rodriguezzapaterismo como si el tiempo no hubiera pasado. Ha dado un salto hacia atrás hasta conectar con el momento —2011— en que la crisis había obligado a congelar la obra del gran líder que iba a cambiar España. Y que la cambió de arriba abajo. El túnel del tiempo es la gran aportación ideológica de los socialistas españoles. Ahora nos sitúan en noviembre de 1975, en la explanada del Valle de Los Caídos, y le dan la vuelta al féretro de Franco. Seguidamente, nos llevarán a la posguerra, cuando defender ideas estaba penado con cárcel. Y, como tierra prometida del zapaterismo, llegaremos a la II República, un poco antes del Frente Popular (que es donde anacrónicamente estamos) y de la Ceda. Arribaremos al azañismo. Decía Aznar, ése que hablaba catalán (con Pujol) en la intimidad, que leía las memorias de Azaña con fruición todas las noches. De hecho, las presentó en una gala con ribetes republicanos. Tal vez ignorase, y aún ignore, que el presidente tuvo que salir huyendo de su adorada República cuando le comunicaron en un cine de la Gran Vía que “los suyos” habían asesinado, acribillándolo a tiros, a José Antonio Primo de Rivera en un oscuro patio de la prisión alicantina.
En fin, el manejo inimitable de los tiempos es lo que permitió a un tal “Isidoro” según la ficha policial cruzar España sin ser molestado para salir siendo secretario general del PSOE en un Suresnes donde Rodolfo Llopis todavía soñaba con tumbar a Franco y volver al 36. Después, las fuerzas vivas lo fueron aupando para redondear la transición pacífica que evitase el puerto al que su antecesor quería llevarnos. Alguien maneja mi barca, que cantaría la de voz disonante. Los tiempos son la clave, como muy bien sabía ZP y ha aprendido su pupilo. Ante el incuestionable agotamiento de ideas, el PSOE de Sánchez ha decidido dar marcha atrás. Es la única posición de la palanca del cambio que les queda. Entraña un gran peligro, como le ha recordado su rival y subordinada: “Hay que ir hacia delante”, ha dicho o venido a decir. Aunque sea mirando de vez en cuando al retrovisor. Rajoy dejó las cosas en punto muerto. Él sabrá por qué. Ahora, el discípulo de aquel estadista de la cita inicial retoma, con su peculiar “decíamos ayer” todo lo que el otro dejó iniciado e inconcluso. Pero el otro no es imbécil. Sabía que las ideas se habían acabado. Le dejó al de los congelados hieráticos de corte gallego un país en ruinas pero con memoria histórica, para que en lo sucesivo diera marcha atrás a la historia sin él ensuciarse las manos.
¿Han observado que ya nadie habla de “cambio”? Como por arte de birlibirloque, desde la proclamación de la República Independiente de Cataluña, todo el mundo parece haber mandado el “cambio” al trastero. Por algo será. El dominio de los tiempos nos lleva ahora, como primera estación, al Valle de los Caídos. Los buenos magos hacen juegos de manos y no ves nunca lo que ha pasado, porque no te da tiempo.

jueves, 7 de junio de 2018

UNA CALLE SEVILLANA PARA EL BISABUELO DEL REY


Ahora que Su Majestad el Rey se ha erigido por méritos propios en el verdadero defensor del orden constitucional con todas sus consecuencias, es de esperar una ofensiva del frentismo demoledor contra la institución que encarna. El republicanismo, cubierto siempre de un barniz romántico a lo Delacroix que oculta sus lúgubres balances en la historia nacional, es esa asignatura pendiente para muchos que hoy ocupan sus asientos en el hemiciclo en tantos sentidos ya irreconocible como Congreso de los Diputados. Recuerdo que el día que se anunció la abdicación de Don Juan Carlos recorrió la Plaza Nueva de Sevilla una marcha muy nutrida de agitadores que portaban, entre un mar de banderas tricolores, una de dimensiones gigantescas sobre sus cabezas, sin duda guardada para “la ocasión definitiva”. Si se presenta ésta —Dios no lo quiera— será, como en las dos anteriores, por la fuerza. Y en este momento, a sus avalistas es lo que parece sobrarles.
Para quienes duden de mi palabra, les voy a indicar bibliografía. En cuanto a la primera República española, como hija de la revolución autodenominada “Gloriosa” que destronó a Isabel II, recomiendo las páginas finales de la “Historia de los heterodoxos españoles”, de Marcelino Menéndez Pelayo, el gran polígrafo de nuestras letras. Y sobre la II República —no sobre la frentepopulista y prebélica, sino sobre la germinal y virgen—, la ilustración documental que ofrezco es intelectualmente más modesta, pero vitalmente más loable. Procede de un libro que ha aparecido en algunas —poquísimas— tiendas recientemente, aunque data de muy antiguo, pues lo escribió una de las últimas novicias de aquella fundadora que tuvo calle antes de ser enterrada gracias a la unanimidad de los grupos municipales republicanos. Se titula, con humildad propia de la Compañía, “Bosquejo biográfico de Sor Ángela de la Cruz”. En dos ocasiones, este testigo presencial relata cómo la quema de conventos que tuvo lugar tan sólo un mes después de la proclamación callejera del nuevo régimen descargó tal mazazo en Santa Ángela, quien ya había padecido, al poco de comenzar su obra, la angustia de conocer los desastres de la primera edición republicana, que no se repuso, y tras caer enferma sufrió un calvario de nueve meses antes de expirar en loor y olor de santidad.
Especial impacto tuvo en Sor Ángela la persecución religiosa en Málaga, donde era obispo su amigo y protector el ya también santo Manuel González. En el libro que comento hay una descripción casi periodística en primera persona de las hermanas que se refugiaron, junto al prelado, en los sótanos anejos al saqueado palacio episcopal, esperando el martirio. Ángela de la Cruz Guerrero había creado una red de conventos en los que vivían ya numerosas mujeres, amenazadas por la “libertad republicana”, y se sentía responsable de ellas, sin poder hacer por salvarlas nada más —y nada menos— que rezar.
Quiero terminar con una propuesta al Ayuntamiento de Sevilla, en la confianza de que su alcalde conserva sensibilidad para la búsqueda constante de la superación de nuestros lastres históricos. Sevilla tenía un puente dedicado a Alfonso XIII. Hoy yace, casi desguazado, a orillas del canal que atravesó desde que el crucero Buenos Aires lo inaugurase —era movedizo— para servir a la Exposición Iberoamericana de 1929, por cierto también declarada abierta por el Monarca. Ese puente lo hemos cruzado generaciones de sevillanos, algunos varias veces al día. Se desmontó, sustituido por el de Las Delicias, y con él desapareció la “calle” de Alfonso XIII. Tienen vías, al menos oficialmente, Isabel II (otro puente), Alfonso XII, Juan Carlos I, Canalejas, Sagasta, Eduardo Dato, Diego Martínez Barrio, Pablo Iglesias (primero), y hasta Carlos Marx. ¿Por qué se ha condenado nuevamente al exilio del callejero sevillano al bisabuelo del actual Rey de España? Ahí queda la idea. Se va a incorporar a los espacios públicos de la ciudad la orilla del Guadalquivir más próxima al actual puente de Los Remedios. No sería mala idea, digo yo, que esos jardines, tan cercanos al emplazamiento del “de hierro” y a la Plaza de España, lleven el nombre de Alfonso XIII. Y tampoco lo sería que ahora, precisamente ahora, se rotulase una avenida de la Sevilla moderna con el nombre de Don Felipe VI.

Publicado en ABC de Sevilla el 7 de junio de 2018