martes, 31 de julio de 2018

¿DÓNDE SE HA METIDO EL ESTADO?


Comprendo, porque lo comparto, que todos necesitamos respiros, y que subrayar los desastres sólo sirve para agrandarlos. ¿Sólo? Probablemente no. Aparte de ser una necesidad comunicativa universal hablar de la verdad aunque duela, saber que alguien se rebela contra el mal es en sí ya un bien. Durante las últimas semanas, los acontecimientos parecen describir, al menos en España, la rúbrica de ese mal encarnado en la figura de lo demoníaco. El odio se va enseñoreando de nuestras calles imperceptiblemente, aflorando en purulentas erupciones que hoy se pueden “visualizar” por Internet. Va a hacer un año que la televisión catalana sirvió el primer gran trucaje manipulador de conciencias que ponía en marcha el “proces”. Consistía en un viejo recurso tramposo: el zoom. Al término de la sesión que abría la ruptura con España, llegado el momento de la votación, los diputados de Ciudadanos y del PP se ausentaron para no tomar parte en la fechoría. Dejaron los escaños vacíos y banderas de España y de Cataluña en su lugar. En ese momento, y para ocultar el mundo entero lo que estaba pasando, TV3 dejó de enfocar a los parlamentarios y cerró el plano en los límites justos de la presidenta cuando ésta pedía que se emitiera el voto. Fue un interminable y antitelevisivo busto parlante que escamoteó la realidad gráfica para la que tuvimos que aguardar a que algún fotógrafo escapado del “pool” inmortalizara el hecho de que la moción se había aprobado con los representantes de media Cataluña fuera de la sala. Ahí empezó la disolución del estado, el desafío a la Ley y el hundimiento de la soberanía nacional, ya para entonces muy tocada.
Las teorías que aprendimos los periodistas en las facultades, empero, se van demostrando inservibles por momentos. La nueva televisión la hacemos nosotros mismos (el receptor es el medio) con nuestros móviles. Unos graban, otros transmiten y cada uno se monta las imágenes y el sonido que creé le presenta más cabalmente los hechos, en función de la credibilidad que le merezcan. Así, nadie puede aspirar como hasta ahora a engañar impunemente siempre. Ha sucedido durante las últimas semanas con varios episodios significativos de que el pistoletazo de salida de la independencia republicana de Cataluña fue mucho más que eso. Me refiero a los brutales comportamientos de taxistas, agresores de fronteras y saboteadores de periódicos que hemos visto y oído en acción. Son tres evidencias de que el estado de derecho se pulveriza en frentes fundamentales. Un energúmeno esparciendo por el asfalto mazos de diarios que no eran suyos, aprovechando que se le paga por repartirlos, y amenazando a quien le filma; una ristra de bandidos invadiendo el territorio nacional y festejando que han derrotado a la Guardia Civil, y los miembros de una mafia volcando un coche en un garaje porque les molesta son ilustraciones de la barbarie que campa por sus respetos en un país que vive su descomposición incivil.
Si uno profundiza y va a los datos —es decir, a la lectura— es mucho peor: cuatrocientos menores indocumentados se fugan de una residencia improvisada de la Junta de Andalucía, cincuenta mil africanos han cambiado Libia por Marruecos como puente hacia Europa tras el “efecto llamada” de Sánchez, cien coches destrozados (alguno con impacto de bala), miles de agresiones en la huelga que colapsa las ciudades españolas, quiosqueros extorsionados... Desde luego, uno piensa que, por higiene mental, no debe seguir leyendo.
Pero para un informador estar informado es algo más que un deber; es un vicio. Todavía no sé si merece la pena, como un drogadicto no sabe si la merece cabalgar a lomos de la heroína. Lo que sí sé es que algo muy grave está pasando ahí fuera y que alguien tiene que contarlo para que otros puedan intentar interpretarlo, que, como todos sabemos, es el primer paso para curarse.
Confieso que todo esto (por ejemplo, ver y oír cómo una horda de bestias inmoviliza un coche en el que viaja una familia y lo golpea sin piedad mientras el conductor les grita que dentro hay una niña, para después emprenderla contra el padre de la criatura que sale a defenderla) me ha producido, por primera vez en mi vida, una desazón nueva que debe de ser parecida a la que siente un trapecista al descubrir desgarros enormes en la red. Incluso en algún momento, haber sido testigo telemático de estas escenas de caos en una gran ciudad (política es actividad de la polis) sin ley ha cambiado mi conducta. Desde luego, ha agriado el resto de confianza que me quedaba en que vivo en una nación fiable, segura y moderna donde todos somos iguales ante la Ley y ésta protege a la gente de bien, que sigue siendo mucha. De ahí mi indignación, simétrica a la del 15-M de la Puerta del Sol. Ojalá los indignados de la otra orilla también encontremos a unos políticos que transformen este sentimiento en amor a la justicia, al bien, a la belleza de ese mundo comprendido entre Platón y Jesucristo.

jueves, 26 de julio de 2018

PRIMEROS CRISTIANOS DE HISPANIA


El cerro de Mértola está coronado por un castillo en el que tuvo su sede la Orden de Santiago durante un siglo. Fue puesto de avanzada a orillas del Guadiana en la campaña para arrebatar al Islam tierras que fueron antaño cristianas. Y de ello da fe, sobre otra elevación del terreno, uno de los enclaves más emotivos para un seguidor de Jesús y hasta para cualquier persona medianamente culta y sensible que salpican aquellas latitudes ibéricas —portuguesa una orilla y española la otra.
La iglesia paleocristiana de Mértola (ignoramos su advocación, si es que la tuvo), fue también necrópolis del siglo V al VIII, y allí reposaron igualmente, mirando a la Meca, los restos de numerosos mahometanos. Es, sin duda, un lugar santo, en el que después se alzó una escuela y hoy, felizmente recuperado para la ciencia arqueológica, pueden visitarse sus ruinas bajo un moderno y funcional edificio. Sobre el pavimento exterior se ha marcado el perímetro de la basílica, de unas proporciones que delatan las que debió tener el pueblo cristiano de Myrtilis a lo largo de aquel tiempo indefinido que se cerró temporalmente en el 711 y que heredó la cultura grecorromana junto a los despojos del Imperio latino.
El trozo de superficie excavada y mostrada al visitante constituye una especie de poblado de los muertos, oquedades apretadas en las que varias generaciones de santos anónimos quisieron que sus huesos aguardasen la Parusía. Los expertos que han extraído vestigios de aquellas últimas voluntades han colocado, valiéndose de técnicas museísticas impecables, multitud de lápidas sobre un costado del local. Están traducidas al portugués y al inglés. El idioma hermano permite a cualquier español seguirlas sin la menor dificultad. Y en esta galería encontramos los ecos de voces que parecen hablarnos desde ultratumba a través de mil quinientos años de resonancias evangélicas. Merecería la pena que la Iglesia actualizase esas manifestaciones de fe y las lanzase al siglo XXI como lo que son: antorchas encendidas en un paisaje religiosamente lunar donde hacen mucha falta.
Casi una hora estuvimos deambulando, mi mujer y yo, por aquel espacio sagrado en el que hermanos de todas las edades, condiciones y ambos sexos nos hablaban desde la epigrafía volcada en la eternidad de unos sepulcros unidos por la esperanza escatológica y el consuelo de la misericordia eterna. Había poca ornamentación, ciertamente, tan sólo unos pájaros, unas flores y cruces ornadas del Alfa y el Omega. En una de las piezas, se podía ver claramente un arco de herradura, lo cual provocaría ríos de tinta en los eruditos de los años treinta. Todo estaba fechado, en algunos casos con mención hasta de los días que aquel fiel había vivido. El silencio ayudaba a identificarnos con aquellas ánimas que quisieron morir en la paz de Cristo y dejar que la tierra de un templo acogiera sus cuerpos donde cuatrocientos años de oración, cultos, cánticos y sacramentos habían dejado una huella litúrgica trascendente.
Nadie más se acercó por allí en ese rato. Mejor. Por ahora, Mértola presume de su pasado musulmán —tiene un festival bianual y un museo dedicados a dicho dominio, omnipresente en la propaganda turística. Obviamente, el calibre del descubrimiento desentrañado en el yacimiento visigodo está ahí, de modo que no es posible borrar su presencia que los siglos han preservado. Y es que si la media luna ondeó en Mértola durante casi cinco siglos, otros tantos habían doblado las campanas como símbolo de los cristianos que fueron siendo pasto de la muerte y dejado constancia de su paso por el mundo arracimados en torno al altar donde se partía el pan de la Última Cena predicado por los apóstoles. Ellos no sabían que quinientos años después, Mértola volvería a ser cristiana y las inscripciones funerarias con sus nombres serían leídas con unción de condiscípulos y con la misma confianza de creyentes que ellos pusieron al redactarlas… milenio y medio más tarde.

CINCO MIL AÑOS NOS CONTEMPLAN


Al atardecer, las jaras del Alentejo se mecen agostadas ya por el aire caliente del Sur, que las acaricia como un varón fuerte presto para la batalla del invierno. Sobre un montículo descaradamente artificial, se levantan dos hitos en paralelo. Dos personajes mitológicos desnudos y erectos. Dos atlantes inesculpidos, bloques pétreos emparejados por un instinto más que ancestral, cósmico. Desviarse desde la carretera general es internarse en la soledad de un campo galáctico. Se oye la grava presionada por los neumáticos, música perfecta para un avance sideral y rústico, carraspera telúrica con cierta similitud en las bandas sonoras de las cintas de celuloide muy gastadas por sesiones de sueños compartidos.
Se pasa de soslayo por un pueblo fantasma. Todo parece indicar que sus habitantes duermen o mueren, que es lo mismo. Con certeza dormitan, mezcla sin mancha de soberbia. El coche cae en un socavón de socavones y su balanceo violento acongoja como presagiando una catástrofe que, por supuesto, no sucede. Todo tiene la inquietud azorada de la ida, sin saber dónde ni cuándo nos encontraremos cara a cara con el misterio. La última señal que denota “monumentos megalíticos” nos sitúa ante un escenario entre bélico y carcomido por un tiempo corto y vil: un cartelón destrozado en la cuneta habla de una adjudicación gubernamental con detalle monetario. Informa de un proyecto de “puesta en valor”. O en uso, no recuerdo. Lo cierto es que recuerda los palimpsestos de civilizaciones perdidas, aunque sólo tiene una antigüedad de algunos lustros (pocos). Allá en lo alto hay dos monolitos hincados señalando el cielo desde hace cinco mil años. Y siguen erguidos, clavados en el suelo que hirieron entonces, metafísicamente verticales, haciendo guardia bajo sol y estrellas ¿cuántos turnos ya? No parecen cansados, sí desgastados en su piel calcolítica que ha devuelto a la tierra lo que es tierra en forma de polvo. Han estado aislados en medio del horizonte 4.990 años, aproximadamente; tal vez más. Y entonces, una tribu humana dotada de presupuestos y burocracia ha actuado allí, para colocar un tablero efímero que le dice a nadie lo que a nadie le importa.
El hombre, cinco mil años después de que aquellos remotos antepasados suyos pensaran, tallaran y colocaran aquellos menhires, los rodeó de una vallas metálicas, puso un pestillo en la puerta, abrió unas ventanitas sobre las que colgó unas pequeñas tablas que reproducían, como en las cavernas, una representación icónica, la de una cámara fotográfica. Y construyó un sendero señalizado con pequeños postecillos a ambos lados para conducir hasta allí desde un pequeño espacio de aparcamiento que completó con un entramado de barras de acero para sostener un sombrajo que si alguna vez existió no ha dejado huella de sí. Finalmente, levantó una escalera de madera, de unos cuantos peldaños, con barandilla, por la que hoy es muy peligroso subir: todo está medio suelto, esperando un peso inesperado que lo hunda.
La eternidad es despiadada. Digo la eternidad y no sé lo que digo, pues algún día, quizás dentro de otros cinco mil años, esos testimonios de las pasiones humanas inalterables caerán también desmoronados por el único dios que rivaliza —o eso parece— con el Dios verdadero, el Eterno: el tiempo. Pero por ahora, el combate y su victoria es de lo antiguo, es decir de lo intemporal. Llegar a los menhires de Lavajo es como comprobar que no somos nadie, algo que alguien muy parecido a nosotros descubrió y dejó señalado para los siglos en un promontorio perdido a orillas del Guadiana, que entonces tampoco existiría.
Cinco mil años nos contemplaban cuando llegamos allí, y tras seguir obedientes la trocha delimitada por los postecillos, se alzaron ante nuestros ojos aquellas figuras idolátricas extraídas de la entraña del pasado para dispararse hacia el firmamento. “Arriba, arriba”, parecían decirnos en voz baja, rodeados como estábamos por un silencio espectral. Allá arriba está todo, entonces como ahora. Lo dicen dos piedras venidas de abajo. Éramos dos personas firmes en torno a dos índices de granito. ¿Quién estaba más vivo, los cuerpos duros e inanes o los de carne y hueso, que contenían la respiración para escuchar el mensaje desprendido por sus interlocutores, seres que bien podrían ser de otros planetas e incluso haber albergado alguna suerte de inteligencia que todavía parecía hallarse en ellos?
Salimos de allí impactados por el abismo interior e infinito que aquel doble venero de preguntas nos había lanzado. Buscamos sin éxito el segundo núcleo, que se mencionaba en unos de los paneles instalados cuando “la puesto en valor”. En realidad, parecía que se lo había vuelto a tragar la tierra. Temimos extraviarnos y volvimos sobre nuestros pasos. Después, en Internet, he hallado nuevas citas, pero ni una sola fotografía, ni un plano, nada que dé fe de su existencia. ¿Qué fue de Lavajo II? ¿Lo expoliaron, lo destruyó un rayo celoso, fue trasladado a un museo, no existió nunca más que en la imaginación febril de un arqueólogo enloquecido por ese torrente de interrogantes con el que los menhires torpedean al visitante?

sábado, 21 de julio de 2018

EL PP RECUPERA LA MEMORIA

Había pensado escribir artículos con títulos como “Carta apócrifa de un ciudadano perdido” o “Son la LMH y la ideología de género la nueva Constitución española? Pero ya no recordaba que hoy el Partido Popular elegía entre más de lo mismo o reencontrarse consigo mismo. El móvil —me rindo, es el nuevo periódico— me ha traído la esperanza. Con ese sabor refrescante, incluso redentor, que da lo inesperado a las buenas noticias. Sinceramente, creo que a los españoles de buena voluntad nos ha tocado la lotería.
Pablo Casado va seguido a menudo de Adolfo Suárez Illana. Y no es por casualidad. El heredero de aquel presidente que sembró la ilusión y la confianza en los españoles convencidos de que sin Franco no podía haber franquismo, el que quiso ser torero y ya sabe, por tanto, desde joven de fracasos no sólo taurinos —tal vez de ahí le venga el pelo precozmente blanco en el hijo de quien conquistó España bajo un macizo azabache impolutamente peinado y fijado— sigue al nuevo presidente de la derecha española como un suplente. Quien no estaba ayer, ni se le esperaba, era Arenas, el gran perdedor de elecciones, ahora como padrino, que también peina canas desde hace tiempo y calza, como yo, barriguita cervecera. Y es que el templete de la Cruz del Campo sevillana marca, sobre todo como estación del vía crucis que dio lugar a la Semana Santa.
Yo pensaba escribir, precisamente, de la obsesión socialista por desenterrar muertos de camino que se entierran puestos de trabajo. Quería advertir de la amenaza cierta del totalitarismo sovietizante, que está a la vuelta de la esquina de la calle San Luis, donde mismo ardieron en una noche tres iglesias, al costado de la tumba de Queipo de Llano. La Macarena no fue pasto de las llamas porque la habían escondido en un cajón y después en un sótano de una calle muy lejana. El cajón se puede ver, junto a unas espeluznantes fotografías, en el museo de la Hermandad. Y quería hablar también de la torpeza de quien intenta exhumar restos sin permiso de sus familiares ni de los custodios de ellos, basándose en un pleito ganado por unos familiares que lograron sacar a cuatro de los 33.872 sepultados bajo la cruz de Cuelgamuros.
Pero no merece la pena. El futuro está en los valores, algo que algunos no podrán comprender nunca, dada su inmadurez perpetua y su alto grado de dependencia del resentimiento. Y los valores, desde hace unas horas, vuelven a estar en el partido que ganó las últimas elecciones. No hay más que ver el gran titular del periódico de la progresía socialista para darse cuenta de que algo muy gordo ha cambiado en el Partido Popular desde que Rajoy fue defenestrado por los amigos de esa media España que no existe sino en sus contusionadas imaginaciones. No hay medias Españas. Hay una sola, que ayer recuperó el pulso, la sístole y la diástole de un debate abierto de ideas claramente postuladas. De la anemia ideológica se ha pasado al programa concreto, certero, identificable, distinto: Libertad, Familia, Vida, Distensión Fiscal, Unidad nacional. Y lo demás, que sean racimos que nazcan de esta parra.
Era exactamente lo que España necesitaba en este momento, además de un líder que transmitiera vivencia de todos ellos; es decir, de una familia, él, ella y dos niños, que supongan para quienes les contemplan un porvenir envidiable para el mar de votantes en potencia que, con estos mimbres, sin duda se aproxima.
El curriculum político de Casado se ajusta perfectamente a los requerimientos de un PP regenerado. Lo tiene todo. Y quienes quisieron crucificarlo con los papeles del “master” lo que han conseguido es ahondar en la tremenda crisis de solvencia de la Universidad española, manipulada hasta extremos impensables hace decenios por los caciques de cada feudo. A Cifuentes se la llevaron por delante dos tarros de crema, no su expediente académico. Baste recordar que, según la presidenta del tribunal, eso de estampar firmas de ausentes era práctica común. Por cierto, ¿lo sigue siendo? El asunto está sub iudice, aunque la manoseada opinión pública ya emitió su dictamen al dictado en cuestión de minutos.
Pablo Casado ingresó en el PP con 22 años, siendo estudiante de Derecho. Fue presidente de Nuevas Generaciones, diputado en la Asamblea de Madrid, jefe de Gabinete de un Aznar declinante y ya fuera de la Moncloa desde hacía cinco años, vicesecretario de Comunicación de Rajoy para lidiar con la Prensa en los primeros momentos de la ola de corrupción (“¡Estamos hasta las narices!”, exclamó en una rueda de prensa). Tiene 37 años. Esperanza Aguirre le puso como condición para que fuera diputado acabar la carrera (licenciatura de cinco años). Después, cursó el master que, dicho sea de paso, es una inutilidad en esta Universidad nuestra. Ha vencido a Soraya Sáenz de Santamaría limpiamente, partiendo de una posición sumamente competitiva, cual es no haber metido la pata ni abdicar de ningún valor sustancial. Porque ha visto lo que ha pasado: que el PP ha perdido el Gobierno sin perder las elecciones y con un nivel de corrupción muy inferior al de otros partidos porque cuando tuvo mayoría absoluta se olvidó de esos ideales que ahora Pablo Casado rescata, dándoles nuevos bríos juveniles. Le queda recuperar los tres millones de votos que la amnesia ideológica se dejó perdidos por el camino. Suerte, vista… y al toro.

viernes, 13 de julio de 2018

¿TOCA LA PARTITOCRACIA A SU FIN?


Alguno exclamará irónicamente “¡Ojalá!”. No creo, empero, que el titular sea un alarde de optimismo. El día que la partitocracia desaparezca del primer plano nacional, la democracia se estrenará. Sostengo, modestamente, que la verdadera libertad del pueblo español desapareció el día en que los partidos secuestraron el sistema, a golpe de listas cerradas, cúpulas endogámicas, subvenciones a los medios, oenegés, sindicatos y otros “agentes sociales”; condonaciones de créditos y manipulación de instintos más o menos confesables de los que todos somos portadores.
El mecanismo de perversión de las reglas es muy sencillo. Se trata de un círculo vicioso, cuya correa de transmisión es la mentira. El político miente, el periodista repite la mentira, el ciudadano se la cree si le halaga los oídos, y vota al político, que vuelve a comenzar el ciclo de la cadena ecológica que configura el medio ambiente partitocrático. Puede incluso que todo ello sea inconsciente o semiconsciente, como el estado en el que algunos terminan las despedidas de soltero. Sólo una catarsis o el reseteado del eslabón básico por causas muchas veces fortuitas puede romper la manía de Sísifo.
Conservo muy fresco el recuerdo de una historia que viví siendo un jovencísimo reportero y que constituyó tal vez la primera experiencia ante la que no tuve más remedio que abrir los ojos y reconocer la ya bastante miserable realidad de la política española. Para mí constituyó un escándalo en aquel contexto primaveral de la transición. Un joven concejal intentó abusar de mi inocencia profesional y de mi bisoñez dictándome por teléfono una intervención pública que según él había pronunciado aquella mañana, y que apenas coincidía con los apuntes que yo había tomado. Sellé mi futuro, probablemente, al ignorar su versión y publicar la que yo había escuchado. Desde entonces apenas ha cruzado una palabra conmigo, y ha llegado muy alto (hasta hoy).
Los temblores telúricos acaecidos desde el 11-M para acá, con la gran traca que ha llevado al poder a todos los que no han ganado ni en las urnas ni en las encuestas, no pueden dejar las cosas como estaban antes de aquella terrible mañana cuyos efectos perduran hoy como entonces. Desde aquel aciago día, España se ha precipitado por una pendiente ruinosa que empieza y espero que termine en un líder socialista. El primero no ganaba ninguna encuesta antes de que detonaran las bombas; el segundo quedaba cuarto en los sondeos hasta que se puso de acuerdo con la marginalidad para arrebatar la Moncloa al anterior ganador y las elecciones a Ciudadanos (además de vetarle a Vox la entrada en el Parlamento).
Los grandes partidos de siempre viven su agonía. La del PP es visible. Sólo el joven Casado podría remontar, muy relativamente. La otra, la del candidato triunfante que no es diputado ni ha ganado nunca unas elecciones más allá de los recintos de su partido, está cantada para quien intente observar desapasionadamente cómo el engaño sigue siendo el gran ariete socialista. Nada o casi nada de cuanto ha anunciado el PSOE será viable. Todo o casi todo se irá hundiendo —lo está haciendo ya— en el mar de lodo en el que la demagogia embustera de la izquierda española suele sumergir a la política. Su final será mucho más rápido de lo que se esperaba, porque los chacales de la agitación callejera ya se están devorando unos a otros, y sin ellos los enjuagues institucionales no funcionan.
Es verdad que el mundo mediático sigue siendo suyo y que los resortes pseudoinformativos están aún bajo su férula. No en vano, durante más de treinta años han ido construyendo, unos y otros, un entramado de gabinetes de prensa y propaganda que sirve de cortafuegos a cualquier difusión masiva de las vergüenzas más incómodas. Pero resulta que además de “medios” de comunicación hay tribunales de Justicia. De momento, nada menos que 750 jueces han elevado al Consejo Consultivo de Jueces Europeos (éste sí un órgano neutral) una denuncia por el “linchamiento” que ha supuesto el espectáculo político, mediático y urbano (es un decir, por aquello de la urbanidad) en el caso de “la manada”. Han puesto el dedo en la llaga del ex ministro Catalá. Pero en realidad, lo que les acucia es la invasión por parte del Ejecutivo y el Legislativo, vía “medios”, del Judicial. Una “colonización” que viene prácticamente desde el principio de nuestra democracia y que la ha contaminado hasta el punto de que Europa se ha creído el cuento chino de los separatistas.
Así las cosas, esto no da para más. La avalancha de detenciones, imputaciones y operaciones judiciales contra cargos de la izquierda, principalmente en Valencia, donde surgió la “Gürtel”, apenas ha conquistado en las televisiones un uno por ciento de lo que sí ha acaparado, por ejemplo, la propuesta de Podemos de multar los piropos. Así estamos. Pero los jueces son pacientes, y hacen, por lo general, muy a conciencia su trabajo. No como los políticos instalados en el poder, bien sea por la puerta formal o por la falsa.
“Roma” caerá por sí sola, y entonces, como ya sucediera antes, la verdad se irá imponiendo sobre los escombros de un imperio que la debilidad humana y sobre todo la falacia dejaron derrumbarse. Lo resultante, que como siempre no estará exento de barbarie, ha de ser, con todo, prometedor, un paisaje en el que, por fin, podamos respirar un aire más puro, con diésel o sin diésel, cada mañana al salir de nuestro portal.

martes, 3 de julio de 2018

CAMBIAR ESPAÑA POR UN 3 %


Las extrañísimas circunstancias históricas gracias a las cuales ha llegado al poder el sucesor de Rajoy y de Zapatero introducen al país en un escenario digno de Ionesco. Un partido que no ha ganado las últimas elecciones dirige la política nacional mediante un líder hasta fecha reciente ninguneado por los suyos, que no es representante de la soberanía nacional pues carece de escaño y que para llegar a su meta —o a su línea de salida— ha precisado de un plantel de apoyos antisistema o antiespañoles. Realmente, la capacidad de encaje del espectador ante una obra como ésta debe estar fabricada a prueba de los mayores sinsentidos.
Pero entre todos los rasgos grotescos que rodean un episodio ciertamente contrahecho de nuestro acontecer colectivo, hay uno que destaca y que nos devuelve al concepto errático y últimamente en desuso de “cambio” y de “transformación social”. Es el modelo que propugna cada uno de esos ingredientes de la coctelera que ha hecho posible un Gobierno socialista sin urnas de por medio. Debemos estar alerta, porque esta palabra, “modelo”, va a estar omnipresente en los debates de los próximos meses. Es la famosa factura que los dalinianos socios de Sánchez le van a pasar ya mismo, sobre todo tras el jardín en el que el presidente se ha metido, él solito, con el espinoso asunto de los inmigrantes, un drama humanitario mundial que desembarca ya masivamente en nuestras costas del sur de Europa sin que se atisbe en el horizonte solución estable alguna.
¿Cómo será el nuevo modelo de sociedad que los manteadores de Sánchez van a exigirle? ¿Es a esto a lo que se referían los de Podemos cuando coreaban, para celebrar en sede parlamentaria la proclamación del presidente que desbancaba al que sí había ganado los comicios, aquello de “¡Sí se puede!”? Porque la ingenuidad en política democrática se paga muy cara, y todos sabemos —aunque muchos finjan ignorarlo— que el “modelo” que daba entonces un paso de gigante no era el de la socialdemocracia, implantada en España incluso antes de Felipe González a través del Estado del Bienestar, sino algo mucho más ambicioso y radical, gestado por las bases de esos grupos marginales consolidados en las instituciones tras acosarlas y que por supuesto no se van a conformar con ver a Rajoy en Santa Pola y a Pedro Sánchez en el banco azul.
Se avecinan, creo, tiempos duros porque los cambios de modelo no vienen sin dolores de parto. Nadie sabe si, como en Cataluña, las triquiñuelas electo-administrativas nos llevarán a que una escasa diferencia, si acaso, de población establezca el dominio de los que quieren “cambiar el modelo” sobre la totalidad. Porque si echamos números, Sánchez es presidente por un escaso 3 por ciento del Congreso. Ésta es la mayoría que hizo exclamar, a golpe de palmas, a los ocupantes de 67 escaños (de 350) “¡Sí se puede!”. Cambiar España con un 3 por ciento de ventaja en una votación coyuntural en la que se dirimía una censura más que una investidura sería, cuando menos, un peligroso atrevimiento.
Los tiempos canónicos marcan un plazo muy ajustado para que el rival de Susana Díaz en las primarias lleve a cabo mutación alguna, al menos del relieve que le van a formular sus sostenedores. Con un margen del 3 por ciento, ningún gobernante en su sano juicio se lanza, por ejemplo, a promover la reforma de la Constitución. Entre otras cosas por la razón que siempre echa para atrás cuando se aborda dicho punto: metidos en faena de reformas constitucionales, la tentación de echar por la borda la Constitución misma está a la vuelta de la esquina. No hace falta ser historiador para comprender el alto voltaje de los cables que se manejarían entonces y que, salvo chispazos pasajeros, nos han dado luz hasta hoy.
Tienen prisa. Los del 3 por ciento saben que el resquicio que ha permitido echar a Rajoy —llámese Gurtel o como se llame— va a estar abierto año y medio. Sánchez quiere predisponer al pueblo español para que le vote, pero los otros no quieren eso, sino algo inmensamente más grave e irreversible, como se ha demostrado en Cataluña y se ve cada día en los intentos de toma de la Justicia por “la calle”. La responsabilidad del PSOE en todo esto (y me refiero a sus militantes, que eligieron a Sánchez) se puede calificar de trascendental. ¿Romperá este partido los consensos de la transición con tal de mantener ese 3 por ciento de rédito parlamentario? Veremos.

     (Publicado en los diarios del Grupo Joly el 3 de julio de 2018)