domingo, 17 de febrero de 2019

Y AHORA, ¿QUÉ?


Una vez más, España parece haber conseguido lo más difícil, la hazaña consistente en hacer brillar en el último instante la luz justa y necesaria para que las vergüenzas queden iluminadas ante todo el mundo. Unas semanas más de Sánchez y su cohorte evacuando asuntos en consejos de ministros y el daño hubiera sido irremediable para toda una generación de españoles. Abierta la vía eslovena con la admisión a las conversaciones de un “relator” — figura prevista por las Naciones Unidas para mediar con carácter vinculante en conflictos armados o en riesgo de serlo— ya todo podía ocurrir, como de hecho han intentado los sedicentes, colando la autodeterminación no como cosa nueva sino como parte de lo ya pactado. Un relator no es, como la ministra del “dixi y pixi” ha querido hacer creer —jamás renunciar al engaño— alguien que hace un relato. Eso es un cuentista, un narrador, un cronista o un secretario de actas. A los efectos que nos ocupan, un relator es alguien que un ente externo a las negociaciones a emprender —nunca a otras en curso— elige y nombra, con la aquiescencia previa de las partes, para poner a estas en relación, que se miren a la cara, que se comprometan ante él a respetar acuerdos tras seguir unas pautas de trabajo ordenadas y equitativas. Pero lo primero que ha de haber para que actúe un relator es el reconocimiento mutuo de la igualdad de estatus; se tienen que reunir dos interlocutores iguales en todo. ¿Es el Gobierno autonómico de Cataluña igual en todo —equiparable y equiparado— al de España?
Hemos conjurado, pues, el mayor peligro en el que se ha visto nuestra Patria desde la Guerra Civil. Y todo por el apego enfermizo al poder de unos políticos que nadie ha elegido más allá de la militancia de un partido que cuenta, todavía, con 84 diputados de 350. Dar gracias a Dios, sobre todo los que tenemos hijos, se queda muy corto. Debemos conservar la memoria fresca de cuanto han supuesto estos ocho meses, al igual que la tenemos muy reciente de lo que significó el felipismo y su extremismo zapaterista antes de que el durmiente registrador aterrizara en la Presidencia para envidia de los insectos palos.
Los navegantes avezados saben que tras las tempestades nunca hay tiempo que perder. Tirarse al palo es un suicidio. Los tres partidos a los que cabe el honor de haber sido insultados, y quizás algo más, por la todavía ministra de Justicia se encuentran en un serio aprieto: O hacen algo más, mucho más que campaña electoral o el giro histórico que acabamos de conseguir gracias a su manifestación conjunta de Colón puede quedarse en el mayor fiasco de nuestro futuro. O espabilan preparando unos programas creíbles, razonables, ambiciosos y generosos, verdaderamente apolíticos en el mejor sentido del término, o todo habrá sido para nada.
Lo digo y lo escribo porque observo cierta dejadez, acompañada de reincidencia partidista, en las actitudes de sus líderes, que o bien miran más a la galería de los votos fáciles que al compromiso con los ciudadanos o bien tiran por elevación con riesgo de que los proyectiles les caigan en la cabeza. La unidad de acción, bien que coyuntural y pragmática, es, hoy por hoy, una prioridad para quienes en la Plaza de Colón, a la sombra de la bandera y el himno, han proclamado el fin de un abuso de poder gigantesco que ya había naufragado en Andalucía. Tienen una obligación moral con toda esa gente que lleva votándolos siempre o que no les ha votado nunca. Da igual, es gente noble, de cualquier posición social o cualquier punto de nuestra geografía. Es gente que merece una respuesta ágil, contundente, tan cohesionada como la del domingo que cambió el signo de nuestros días como empresa colectiva en camino hacia mejores horizontes que los ya hollados.
Por lealtad, respeto y consideración hacia esos corazones esperanzados que aguardan el 28-A con un nudo en la garganta mientras ven corretear a sus vástagos —muchos ya nietos— por las calles y plazas de una España que le quieren legar unida como la recibieron, los políticos del triunvirato —sí, señora ministra, del latín tres varones— revuelto contra la dictadura de la izquierda y los separatismos han de guardarse sus lugares comunes, los escudos con los que se hacen la guerra entre sí, los rancios cordones sanitarios mientras se toman un cafelito con los castristas, y volver la mirada, por una vez —no va a haber otra— hacia la vida común de los españoles, que son los que importan.

lunes, 4 de febrero de 2019

UN RAYO DE LUZ EN LOS GOYA

https://www.youtube.com/watch?v=gLwqrJEe270
Como cada edición, y van treinta y tres, la gala de los Premios Goya del cine español se han convertido en mirador desde el que vocear las fobias de la izquierda española. Algo que debería ser aséptica plataforma de encomio y estímulo para el séptimo arte nacional deriva siempre, porque así se concibe desde sus responsables, en caldera de altas temperaturas donde se cuece el alimento de lo políticamente correcto —es decir, del pensamiento único inspirado por el ataque a todo lo tradicional, sea bueno, malo o mediocre—. No merece la pena seguir criticando algo que no admite análisis sino aceptación incondicional o de lo contrario pagar el precio del desprecio más absoluto que implica la totalitaria condena al ostracismo, como ha ocurrido con Vox.
Es el momento de encumbrar una voz categóricamente positiva y que supone una vía de agua definitiva para el monopolio de la dictadura pseudointelectual que ha primado hasta hoy en los ambientes cinematográficos españoles, es decir en la estrategia comercial de una producción obligada a pasar por el aro de las subvenciones si quería sobrevivir. Y esa voz es la del mejor actor revelación, que sedujo con su autenticidad a todo aquel no empeñado en seguir los dictados del prejuicio imperante. Porque esta persona, que tan magistralmente encarnó a su personaje, dedicó su “discurso”, también colosal, a una gratitud desinteresada, al contrario que quienes han apoyado su “éxito” en cruzadas opíparamente regadas por los fondos del Poder. Las palabras de Jesús Vidal, que dejaron en suspenso la respiración de la España viva por unos instantes, para tomar aliento con ellas de cara al futuro, estuvieron dedicadas a sus compañeros de equipo creativo, pero sobre todo y hasta el final, grandioso final, a su familia. Fue ante todo y para siempre, un canto a la familia muy por encima de programas políticos y a años luz de compromisos de índole crematística, con olvido total de los lazos familiares, a los que otros “goyas” nos tienen acostumbrados.
Es de justicia agradecer, huyendo de cualquier tentación partidista, a este inmenso actor, que preparó el terreno para que “Campeones” se alzara con el gran premio de los Goya, el de mejor película (verdadero final feliz de la gran alfombra roja), su franqueza, transparencia, fidelidad y libertad a la hora de resumir el éxito de su vida en algo tan familiar como haber nacido hijo de sus padres, hermano de sus hermanos, primo de sus primos… Escuchemos muchas veces las palabras de Jesús, porque en ellas está la España que late con fuerza en hogares, trabajos, aulas y calles, Y retengamos para reiterarla cada día a los cuatro vientos de nuestra Nación, su última y rotunda frase: “Queridos padres, a mí sí me gustaría tener un hijo como yo, porque tengo unos padres como vosotros.”

https://youtu.be/qJ0a0ojYAcA