lunes, 17 de febrero de 2020

¿PROGRE O NECRO?


Casi imperceptiblemente pero de una manera implacable, nuestro país va sumergiéndose en una piscina de arenas movedizas que nos traga hacia una vida vacía. Es lo que sucede con la eutanasia, aunque la raíz está en el aborto (tres millones largos ya). Lo normal es que el final de la vida vaya en consonancia con lo que ese tiempo anterior ha sido. Si nos obligan a vivir sin sentido, la hora de la muerte es un páramo seco y por el retrovisor sólo divisamos escoria. Si quitar la vida al más vulnerable se presenta como una conquista, el progreso resulta ser un detritus.
Decía Juan de Miranda, allá por los albores del constitucionalismo, que “la mayor peste que aqueja a la república” venía dada por “la polilla de charlatanes y bucaneros” que poblaban el solar patrio. O tal vez fuera un poco antes, en plena Ilustración. Mi generación ha vivido en la confianza de que ya no sería así nuevamente. Pero…
La obsesión del Gobierno “de izquierdas” por derribar a un personaje histórico que nunca pudieron vencer en vida corre parejas con la de acelerar el final de otras vidas. Hay una coincidencia de fondo entre la persecución de un cadáver y la siembra de una mentalidad, vía poder coactivo de la Ley, que cifra la libertad humana en dos muertes: la del no nacido y la del que toca a su fin. Esta izquierda largocaballerista —¿qué fue del socialismo llamado despectivamente por los marxistas “utópico”?— no entiende de reformas positivas, que añadan vida a la vida. Sólo concibe la vida como lo que queda entre dos muertes, con lo cual el relleno conserva también ese sabor acre inequívocamente procedente de culturas en descomposición o, algo peor, un cierto tufillo a azufre.
Antifranquismo impuesto, aborto y eutanasia conforman el frente doctrinal de la izquierda española, que no viaja sola —no nos engañemos—, porque esta peste demoledora que sabe, como digo, a escombros vitales es desde hace tiempo una pandemia, un coronavirus que nos va llevando a la desfiguración de la personalidad con la ayuda inestimable de ideologías como la de género. Sumen la cruzada separatista (pulverización de nuestra imagen internacional, como se acaba de ver con el malogrado congreso de móviles de Barcelona) y tendrán el cóctel de la infelicidad popular en su punto. Todo roto, todo derribado, todo distorsionado. Es digna continuación de un presidente siniestro y sus gobiernos, nacidos de una convulsión mortal —más de doscientos fallecidos— y moral sobre la que hoy gravitan aún demasiadas sombras. Para estos partidos, la muerte es vida, la educación es distorsión de mentes y afectos, el estado debe fagocitar a las familias, la sospecha inquisitorial recae sobre media Humanidad, todos los ideales que conformaban un paisaje de fe, esperanza y caridad, de justicia, fortaleza, templanza y prudencia, han ido quedando diluidos en la fuerza ambiental de la filosofía líquida que hoy es y mañana pasa a la morgue con una etiqueta en el dedo del pie que dice “CADUCADA”.