"En el último minuto",
mi primera película con "proyección" pública, anda con vida propia.
No en vano, su tema es ése, la Vida. Se concibió como un canto a la Vida. Se ha
gestado como una aventura de vivir. Vio la luz (del proyector) hecha Vida. Y
ahora, mediante un curioso mecanismo que para mí ha sido otra sorpresa grata (y
van…), sigue dando pasitos y poniéndose trabajosamente en pie.
El sistema es relativamente
sencillo, como la historia misma que se cuenta en esos 37 minutos de
audiovisual entre dramático y documental. A través del correo de la página web
(enelultimominuto.com) o bien mediante el viejo y eterno medio de la
comunicación boca-oído, alguien que ha conocido la película se pone en contacto
conmigo y me pide una proyección pública. Las últimas, de Año Nuevo para acá,
han sido en la hermandad de Montserrat, en la parroquia de San Juan XXIII
(hermandad de La Anunciación), que por cierto cumple 50 años; en la céntrica y
culta tertulia "La Revuelta" y en el colegio Altair, todo ello en
Sevilla. Altair es un centro masculino que imparte desde 1967 enseñanza desde
las primeras fases hasta Bachillerato en una de las zonas más deprimidas de
Sevilla, entendiendo por deprimida no marginal sino esforzada por trabajadora.
Tal vez por eso, la socialista Junta de Andalucía le acosa sin tregua y le ha
retirado la subvención hasta que no dé su brazo a torcer y se haga mixto. Pero
Altair es una entidad integrada en el Opus Dei, y tal vez sea esto y no otra
cosa lo que esté detrás de la presión incesante que le hacía a un alto directivo
del colegio pedirme, tras una proyección, que rezara "porque si esto sigue
igual, las familias de este barrio se quedan sin colegio. O viene un magnate y
lo compra."
Y precisamente al término de esa
proyección tuvo lugar una vivencia de las que guardo en mi corazón porque está
claro que no son cosa meramente humana. Una mujer joven se me acercó y me dio
las gracias al tiempo que me felicitaba. Pero lo más importante es la impresión
que dejó en mis brazos con una sinceridad transparente y una sonrisa franca:
"Es una película que te mete dentro de la historia y te emociona de
principio a fin". Había una punta de humedad en sus ojos. Cuando se
marchaba, el representante del centro le despidió por su nombre: "Adiós,
Sonia". Me llené de alegría, porque yo hubiera querido saber algo sobre
esa mujer y tener alguna referencia de cara al futuro. Como le pregunté con un
gesto, él me respondió: "Es una madre del colegio, y ahí donde la ves,
tiene cinco hijos". Insisto en que Altair está en un barrio muy modesto de
Sevilla, en la periferia, casi en el extrarradio.
Si ese día les pasé la película a
los padres de Primaria que a continuación iban a recoger las notas de sus
hijos, una semana después volví al colegio para proyectar ante los padres de
Secundaria. El ambiente era distinto, más serio y quizás más tenso. Ya se sabe
que las calificaciones de esta etapa suelen ser más problemáticas. De hecho, no
pudo haber coloquio porque "están nerviosos y ansían conocer las
notas". Ese día, la vivencia-regalo de lo alto que recibí fue aún más
intensa. Me presentó un profesor del centro, también de edad mediana,
coordinador de Secundaria, a quien desde el principio noté algo inquieto.
Estuvo a mi lado durante la proyección. Al término de la misma, los padres
salieron "en tropel". Pero él se quedó conmigo y
"desembuchó" enseguida. Esta vez no era un asomo de lágrimas lo que
había en sus ojos, sino un paño que se interponía entre su mirada y la mía. No
sabía cómo contármelo. Titubeaba. Iba muy deprisa. Yo andaba recogiendo los
cables, pero veía que aquello requería atención. Más o menos, éstas fueron sus
palabras: "Es que yo me he identificado completamente con esa historia,
porque tengo una hija pequeña que cuando estaba en el vientre de su madre
presentó síntomas de acondroplasia (enanismo). Nosotros estábamos locos con la
niña. Aquello fue un palo, lo confieso. ¿Y sabes lo que nos dijeron? Pues qué
lástima que no hubieran venido ustedes un mes antes, porque podrían haber… abortado.
Mi niña es una maravilla. Y ahora la queremos mucho más que si no tuviera ese
problema. Por eso, cuando he visto la película… se me ha removido todo."
Le dije que lamentaba haberle
traído tan malos recuerdos. Al pronunciar el nombre de la enfermedad, sólo una
vez dijo el vulgar, y como metiéndolo entre dos paréntesis muy apretados. Se
detuvo cuando tenía que decir "abortar". Yo dije lo que él no era
capaz de decir: "matar". No sé si hice bien o no. Pero la vida —¡la
Vida!— se te presenta como quiere y tú respondes como puedes.
Ambas experiencias van escoltadas
por otras menores (coincidencia con un joven camarógrafo que casualmente es el
novio de una actriz de la película, y que fue llevado hasta la conciencia
pro-vida por ella, jóvenes universitarias que se prestan voluntariamente a
trabajar como actrices en proyectos futuros, la dependienta de una tienda de
juguetes y de muebles que me reconoce y felicita, una colaboradora pro-vida que
lee espontáneamente en una proyección la carta de una chica que decidió ser
madre "en el último minuto"…).
A medida que "evoluciona
adecuadamente" el recorrido de nuestra película, voy coleccionando azares
que no lo son y de los que repongo energías cuando me faltan. Ellos me animan a
pensar que esta película no morirá nunca y renuevan mi esperanza en esos 180
DVDs que están repartidos en lugares que no sospechamos y que tal vez puedan,
directamente o por carambolas, salvar vidas.
Por cierto, felicidades a las
Lolas.