miércoles, 2 de noviembre de 2022

MI BARRIO, TOMADO POR LA CANALLA

 Son ya muchos años teniendo que soportar la presión de los intelectualoides alimentadores del odio al barrio sevillano de Los Remedios, donde existe una de las más altas tasas de integración social de la ciudad, motivo de ese resentimiento que ha teñido de rojo en todos los sentidos la Historia. En Los Remedios hay de todo, como cualquier mente sana, de las que parecen abundar cada vez menos, puede suponer. Pero predomina la población que se siente a gusto conviviendo con otras personas que le respetan, aunque el exceso desbordante de perros deje por doquier una huella hedionda que ciertamente desdice de nuestro civismo. Esa mentalidad armónica y apacible, que ha hecho posible la formación de estilos hacendosos de vida y la elevación de la renta per cápita por encima de la media local ha situado a Los Remedios al mismo nivel que otros dos sectores de la ciudad: el Centro y Nervión.

Y no por casualidad, la lucha de clases, que no descansa, se ha fijado en esos tres barrios como los blancos de su diana destructora. Ayer mismo, la noche satánica importada que ha conseguido desplazar a la víspera gozosa de Todos los Santos, se convirtió en una pesadilla para los adolescentes de Los Remedios, porque otros menores procedentes de la barriada de La Esquina del Gato en San Juan de Aznalfarache, de Mairena del Aljarafe y del Polígono Norte, se organizaron para sembrar el pánico —puro terrorismo de la peor especie— en sus calles. Resultado: 18 detenidos y 11 heridos, amén de un número indeterminado de jóvenes aterrorizados ante sus mismas casas. Eso en una ciudad invadida por el turismo que, al concentrarse en espacios monumentales y típicos, ni se enteró. La Policía tuvo trabajo: machetes de gran tamaño, navajas, cuchillos de cocina, bates de béisbol y cuantas armas pudieran servir para agredir al prójimo fueron intervenidos o abandonados en la huida de estas bandas de niñatos uniformados de negro y equipados con pasamontañas para ocultar sus rostros, al más puro corte de la guerrilla urbana vasconavarra o catalana. Un chaval de 14 años tuvo que ser operado de fractura de nariz.

No estamos hablando de Harlem, sino de una de las capitales más universales de la cultura europea, hoy nuevamente tomada por el hampa, esta vez compuesta por alumnos de colegios e institutos costeados con el dinero de todos, sobre todo de los que más pagan, como los ciudadanos de Los Remedios. La única línea del Metro sevillano sirve para canalizar los desembarcos de estas huestes que otros fines de semana actúan a cara descubierta bloqueando las calles con sus bolsas de bebidas alcohólicas de alta graduación. No hace mucho, otra vía del barrio fue escenario de una “botellona” masiva en la que un habitante acabó también en el hospital al recibir el impacto de una bolsa cargada de vidrios en la cara por afear a los gamberros que dejaran la entrada a su garaje perdida de orines y vómitos.

Ésta es la realidad actual del otrora barrio más refinado y caro de Sevilla, donde vivía y predicaba el primer presidente de la Junta de Andalucía (socialista, naturalmente), en el que han morado escritores como Manuel Ferrand o Julio Manuel de la Rosa, músicos como Manuel Castillo y toreros como Curro Romero o Paquirri. Por las mismas calles donde ahora campan borrachos y terroristas, entonces huertas del convento carmelita que da nombre al barrio, paseó San Juan de la Cruz. Hoy, las hordas de salvajes animados por la fiesta satánica importada acuden ávidas de sufrimiento ajeno a romper la paz de generaciones que, al menos desde que la droga también hiciera presa en sus filas juveniles allá por los años ochenta, había reinado, trabajosamente, en este núcleo urbano delimitado por el solar de la Feria de Abril —recinto escogido preferentemente por los atacantes para reventar la cita de la juventud del barrio—, el cauce histórico del Guadalquivir y el arrabal trianero, hoy destino masivo de aluviones de visitantes atraídos por una leyenda más o menos fiable.

Mi barrio, donde me crié, a medias con el centro de la ciudad, donde vivían mis abuelos y donde me eduqué con los “padres blancos” de los Sagrados Corazones, está hoy sometido al azote de la barbarie foránea. Una muchachada de feroces criaturas aleccionadas por unos padres igualmente incapacitados para ejercer como tales y por unas redes sociales cada día más nocivas —la televisión, no menos odiosa, ya cuenta poco— ha decidido declararle la guerra. Cromagnon vuelve a la carga. No tolera que nadie sea feliz.