Son ya muchos años teniendo que soportar la presión de los intelectualoides alimentadores del odio al barrio sevillano de Los Remedios, donde existe una de las más altas tasas de integración social de la ciudad, motivo de ese resentimiento que ha teñido de rojo en todos los sentidos la Historia. En Los Remedios hay de todo, como cualquier mente sana, de las que parecen abundar cada vez menos, puede suponer. Pero predomina la población que se siente a gusto conviviendo con otras personas que le respetan, aunque el exceso desbordante de perros deje por doquier una huella hedionda que ciertamente desdice de nuestro civismo. Esa mentalidad armónica y apacible, que ha hecho posible la formación de estilos hacendosos de vida y la elevación de la renta per cápita por encima de la media local ha situado a Los Remedios al mismo nivel que otros dos sectores de la ciudad: el Centro y Nervión.
Y no por casualidad, la lucha de
clases, que no descansa, se ha fijado en esos tres barrios como los blancos de
su diana destructora. Ayer mismo, la noche satánica importada que ha conseguido
desplazar a la víspera gozosa de Todos los Santos, se convirtió en una
pesadilla para los adolescentes de Los Remedios, porque otros menores
procedentes de la barriada de La Esquina del Gato en San Juan de Aznalfarache,
de Mairena del Aljarafe y del Polígono Norte, se organizaron para sembrar el
pánico —puro terrorismo de la peor especie— en sus calles. Resultado: 18 detenidos
y 11 heridos, amén de un número indeterminado de jóvenes aterrorizados ante sus
mismas casas. Eso en una ciudad invadida por el turismo que, al concentrarse en
espacios monumentales y típicos, ni se enteró. La Policía tuvo trabajo:
machetes de gran tamaño, navajas, cuchillos de cocina, bates de béisbol y cuantas armas
pudieran servir para agredir al prójimo fueron intervenidos o abandonados en la
huida de estas bandas de niñatos uniformados de negro y equipados con
pasamontañas para ocultar sus rostros, al más puro corte de la guerrilla urbana
vasconavarra o catalana. Un chaval de 14 años tuvo que ser operado de fractura
de nariz.
No estamos hablando de Harlem,
sino de una de las capitales más universales de la cultura europea, hoy
nuevamente tomada por el hampa, esta vez compuesta por alumnos de colegios e
institutos costeados con el dinero de todos, sobre todo de los que más pagan,
como los ciudadanos de Los Remedios. La única línea del Metro sevillano sirve
para canalizar los desembarcos de estas huestes que otros fines de semana
actúan a cara descubierta bloqueando las calles con sus bolsas de bebidas
alcohólicas de alta graduación. No hace mucho, otra vía del barrio fue
escenario de una “botellona” masiva en la que un habitante acabó también en el
hospital al recibir el impacto de una bolsa cargada de vidrios en la cara por
afear a los gamberros que dejaran la entrada a su garaje perdida de orines y
vómitos.
Ésta es la realidad actual del
otrora barrio más refinado y caro de Sevilla, donde vivía y predicaba el primer
presidente de la Junta de Andalucía (socialista, naturalmente), en el que han
morado escritores como Manuel Ferrand o Julio Manuel de la Rosa, músicos como
Manuel Castillo y toreros como Curro Romero o Paquirri. Por las mismas calles
donde ahora campan borrachos y terroristas, entonces huertas del convento
carmelita que da nombre al barrio, paseó San Juan de la Cruz. Hoy, las hordas
de salvajes animados por la fiesta satánica importada acuden ávidas de
sufrimiento ajeno a romper la paz de generaciones que, al menos desde que la
droga también hiciera presa en sus filas juveniles allá por los años ochenta,
había reinado, trabajosamente, en este núcleo urbano delimitado por el solar de
la Feria de Abril —recinto escogido preferentemente por los atacantes para
reventar la cita de la juventud del barrio—, el cauce histórico del
Guadalquivir y el arrabal trianero, hoy destino masivo de aluviones de visitantes
atraídos por una leyenda más o menos fiable.
Mi barrio, donde me crié, a
medias con el centro de la ciudad, donde vivían mis abuelos y donde me eduqué
con los “padres blancos” de los Sagrados Corazones, está hoy sometido al azote
de la barbarie foránea. Una muchachada de feroces criaturas aleccionadas por
unos padres igualmente incapacitados para ejercer como tales y por unas redes
sociales cada día más nocivas —la televisión, no menos odiosa, ya cuenta poco— ha
decidido declararle la guerra. Cromagnon vuelve a la carga. No tolera que nadie
sea feliz.