miércoles, 31 de mayo de 2017

LOS EXTRAÑOS RUIDOS DE LA MADRUGÁ

La lectura del informe elaborado por la Hermandad del Gran Poder —que tienen ustedes a su disposición en Internet— y cuanto ha trascendido de los que las demás cofradías de la Madrugada sevillana han puesto en manos del Consejo General dejan en pie todas las dudas y en muy mal lugar a las autoridades sobre lo sucedido entre las 4 y las 6,30 del pasado Viernes Santo en la ciudad conocida en el mundo entero precisamente por cómo vive y celebra la Semana Santa. El pertinaz intento de convencer a la opinión pública, para tranquilizarla, de que todo se debió al efecto dominó de una pelea en un bar de la calle Arfe resulta, a la luz de dichos informes,  inverosímil. Quedó atrás, imperceptiblemente, la relación entre las detenciones inmediatas y los incidentes, vínculo que se ha revelado inexistente. Tres delincuentes habituales, en consecuencia fichados, fueron detenidos en la calle Marqués de Paradas minutos después de las “carreritas” por protagonizar desórdenes públicos, al tiempo que era arrestado un inmigrante por gritar “Alá es grande” en la calle Reyes Católicos al paso de la Hermandad de la Esperanza. Rápidamente, se estableció desde instancias oficiales una conexión entre dichas alteraciones de la normalidad y los tumultos que perturbaron, masivamente, la paz en todo el centro durante más de dos horas. Después, sin embargo, nada de eso se ha repetido. Es decir, que no eran ciertos esos toros.
La información proporcionada por el Gran Poder y otras corporaciones deja muy claro que a la misma hora y en puntos distantes por más de un kilómetro, con el centro de la ciudad densamente ocupado por el público y una vez que el anillo (la famosa “pescadilla”) estaba bien trabado en torno a la carrera oficial, alguien dio lugar —imposible que fuera una sola persona ni un único foco— a unos hechos presididos por el pánico colectivo y que tuvieron como desenlace numerosos heridos así como el deslucimiento y el caos en las filas de nazarenos y costaleros.
Les recomiendo vivamente la lectura pausada del informe del Gran Poder, confeccionado con los datos proporcionados por los diputados de tramo y otros responsables de la estación de penitencia como las cofradías sevillanas saben hacer la cosas: por su orden, en tiempo y forma, con un rigor que podemos calificar de científico, incontestable y sin atisbo de interés espurio (por ejemplo, político), sino velando exclusivamente por el mejor desenvolvimiento de su culto central, que es el atacado por… ¿quién?
Dejando de lado que la cruz del guía del Gran Poder —¡nada menos!—, la que abría paso a un cortejo de 2.280 hermanos escoltando a su Señor y a su Virgen, fue sin dotación policial durante todo el camino de vuelta (precisamente el que ha resultado dañado, igual que en otras semanas santas desde el año 2000), lo cual representa una negligencia gubernamental de tamaño colosal, la Hermandad reitera varias veces en el documento que era sencillamente inimaginable el consabido efecto dominó con origen en un punto de la calle Arfe distante sólo unos metros de donde se registran las “carreritas”, sólo que antes éstas recorrieron un extensísimo periplo por el lado contrario: es decir, que en vez de caer las fichas del dominó de Arfe a Castelar (donde estaba la cruz de guía), caen hacia la parte más difícil, el Postigo, Almirantazgo, Fray Ceferino, Plaza del Triunfo, Plaza de la Virgen de los Reyes, Placentines, Alemanes, García de Vinuesa y esquina con Castelar. La lógica física queda aquí seriamente comprometida y la tesis oficial decae de suyo.
Y si en vez de la coordenada espacial observamos la temporal, vemos que son muy pocos los minutos que separan el principio del fin de tan luengo camino. Aquí también, algo falla en la idea de que todo fue una reyerta y sus correspondientes detenidos. Por otra parte, riñas siempre hubo en la Semana Santa sevillana, pero “carreritas” no. Y por si fuera poco, tras los empujones y caídas derivados de la pendencia, los mismos celadores y el público en general restablecieron la compostura, mientras que la onda de huidas destrozaba el resto de la procesión.
Si cotejamos lo ocurrido en el Gran Poder con lo que han recopilado las otras hermandades, reloj en mano, la idea de que todo fue fruto de la psicosis producida por los atentados europeos se esfuma ipso facto. Además, todos los días de la Semana Santa hay cofradías en la calle de madrugada y no hay este tipo de colapsos sino en la del Viernes Santo. Sospechoso.
La Hermandad decidió acelerar el paso, entrando un cuarto de hora antes de lo previsto. Los monaguillos fueron situados tras la Virgen. Treinta y cuatro nazarenos se marcharon de sus filas. Dos de ellos fueron evacuados a hospitales. Y el Gran Poder hace dos críticas, amén de la ya referida sobre la ausencia de “operativos policiales” en la Cruz de Guía, que convendría no arrojar en saco roto: la insuficiencia de efectivos de la Cruz Roja en la Catedral y sus alrededores, y sobre todo que “la presencia de vallas se reveló más como un riesgo que como una ayuda”. También habla de las sillitas “chinas” como elementos distorsionador y añade algo que afecta de lleno a la devoción universal que el Gran Poder suscita: se rompió la tradición, tal vez centenaria, de arriar los pasos en los cruces de calles para que los Titulares puedan ser venerados y admirados por más personas. Incluso se interrumpió en dichas encrucijadas el cortejo de nazarenos como medida de seguridad.
En un artículo anterior proponía el uso de un satélite para escudriñar lo que sucede a cada hora en cada lugar del centro sevillano durante un tiempo del año tan singular que identifica a la ciudad y sus esencias. Hoy lanzo otra idea poco convencional (los hechos tampoco lo son). Estudiando el archicitado informe del Gran Poder y las impresiones que circulan de otros testigos (yo mismo fui, como dejé aquí escrito, uno de ellos la primera vez que hubo “carreritas”, el año 2000 y con el Gran Poder también) hay un denominador común que tal vez haya pasado inadvertido para los encargados de preservar la seguridad ciudadana: el ruido. Todo el mundo lo señala, en realidad, como el culpable. El sonido es el caballo de Troya de muchos males, como es también el portador de muchos beneficios para la mente y el espíritu. La sociedad contemporánea no parece valorar la fuerza del ruido (el cardenal prefecto de la Congregación para el Culto Divino, el guineano Robert Sarah, ha publicado un ya muy leído libro titulado “La fuerza del silencio”). Obligados, probablemente, por la impotencia, ya que estamos ante un elemento sutil y volátil, no aprehensible ni fácilmente controlable, los poderes públicos se revelan incapaces de perseguir eficazmente los tubos de escape libre, los coches tuneados a toda potencia, y hasta los insultos o —si se lo propusieran— las blasfemias. Muchos crímenes o conflictos luctuosos empiezan por una palabra de más o un televisor más alto de la cuenta. Por ejemplo, la pelea de marras de la calle Arfe se produjo a raíz de un comentario sobre la novia de uno de los contendientes: voces, palabras, gritos, rumores… y reacciones físicas comunes, ancladas en el instinto de supervivencia que a todos nos arrastra.
¿Qué ruido describen los que se vieron envueltos en las “carreritas” de la Madrugá? Un rugido sordo y subterráneo. ¿Un “surround” cinematográfico? Algo así. Unas ondas de aire que hacen vibrar el suelo bajo nuestros pies. Una resonancia hipergrave que nos acongoja como los tambores de los ejércitos en las batallas antiguas. La palabra clave es miedo, y éste entra en nuestro cuerpo y en nuestras emociones por el oído más que por la imagen.
Puede que la Policía y los políticos no lo sepan, pero las nuevas técnicas de sonido, al alcance ya de cualquiera que pueda gastarse un puñado de euros, permiten sacar a la calle, y meter en una mochila, por ejemplo, un pequeño equipo electrónico compacto, capaz de reproducir los sonidos que antes había que ir a buscar a una sala de cine. Dotados de bien equipadas baterías y con un simple móvil conectado por bluetooth inalámbrico que se activa en la mano, estos dispositivos tienen una potencia real de muchos vatios, que adelantan a los cuerpos sólidos y alcanzan enormes distancias. Los subwoofer portátiles ocasionan un efecto parecido a los coches tuneados. Y lo más importante: no se ven, ni es posible determinar de qué punto procede el ruido, porque el sonido, de frecuencia desconocida para la voz humana e inidentificable por su oído, es tan envolvente que se convierte en una atmósfera casi táctil. Es un timbre insólito, inclasificable, poderoso, y por ello de cariz misteriosamente abracadabrante si se cuenta con una fuente grabada que lo origine. Eso era lo que pretendía el “surround” de los cines, como recurso para lograr un atractivo que ningún televisor podía facilitar, sobre todo con películas de catástrofes. Los equipos de cine en casa ya lo consiguen, pero al no estar pensados para espacios abiertos no poseen la capacidad de reverberación con la que sí cuentan los otros, muy extendidos entre cierta juventud, que busca espacios retirados para montarse sus discotecas al aire libre.
No estoy hablando de ciencia ficción. Con tres o cuatro dispositivos, que es posible activar a distancia, el pánico sonoro está servido. Usted y yo también correríamos. Y una vez puesta en marcha la bola de nieve, sólo Dios sabe cuándo y cómo cesa. Darle a un botón y esperar. Todo viene solo, tratándose de multitudes ajenas a lo que sucede. Es el “arte” perverso de la intimidación, tal vez el arma de mayor potencial desbaratador de la Semana Santa (prodigio de armonía en sonido e imagen) que pueda haber.

Naturalmente, todo lo que antecede es una hipótesis; hoy por hoy, ningún indicio cierto la avala. Pero creo que, como dicen los entendidos, es compatible con los síntomas. Nadie ve lo que ocurre, pero todo el mundo lo percibe. ¿Es lo que ocurrió el pasado Viernes Santo en Sevilla, y otros anteriores? Esta tecnología se ha desarrollado exponencialmente durante los últimos diez o quince años. Y se ha vulgarizado su consumo. Lo que no pertenece al terreno de lo opinable es que el Gran Poder y la versión oficial no coinciden prácticamente en nada. Y que el tiempo pasa, ya queda menos para que la primera esté de nuevo en la Campana, y la amenaza sigue en pie.

miércoles, 24 de mayo de 2017

lunes, 22 de mayo de 2017

EL FINAL DE UN RÉGIMEN

Alguien dijo una vez aquello de que el periodismo es estar en el lugar adecuado en el momento apropiado. Pocas veces en mi vida el azar ha salido a mi encuentro limpiamente, como si quisiera identificarse ante mí y deslumbrarme. Voy a ser muy descriptivo, para que nadie pueda acusarme lícitamente de oportunista ni exagerado. Paseaba yo, como cada tarde, por las calles anejas al río, o sea a la dársena del Guadalquivir, disfrutando de la brisa prenocturna de los últimos días de mayo cuando ese azar —que a veces se confunde con el azahar— me saludó en el quiebro de una esquina por la que no pensaba yo desviarme de la calle Betis. Pero es que la invasión de turistas desnortados y paisanos aferrados al vaso y al preservativo me suelen desconcertar tanto que a menudo son ellos los que deciden mi camino. Torrijos se llamaba la calle que tomé. Por ella apenas cabe una persona y un coche sin que el espejo retrovisor de éste destroce la mano del viandante con su ángulo muerto. Opté por seguir la calle Pureza, pero a la mitad me asaltó una idea que, a buen seguro, me venía marcada por el sino. Me dirigí a la plaza de Santa Ana, que encontré mutada en un espacio silencioso y casi monacal. De ordinario, aquello es un hervidero de veladores, gritos y carreras infantiles, con camareros que la surcan llevando cervezas heladas, palomas en salsa o caracoles si es temporada. Pero hace un rato, cuando pasé por allí, los dos bares que dan a la plaza estaban cerrados, supongo que por ser domingo y estar su personal en la playa o por vaya usted a saber qué.
En una esquina de la plaza hay un “establecimiento” muy particular: la agrupación trianera del PSOE, la que tiene en nómina a Susana Díaz, que a su vez tiene en nómina a un sinfín de socialistas, como es bien sabido y mucho mejor ignorado. El lugar es, pues, como la mesilla de noche de la candidata que hace sólo unas horas partía como favorita en las elecciones primarias del todavía primer partido de la oposición. Cuando llegué al centro de la plaza percibí la misma sensación que al pisarla, pero redoblada: el silencio era tan extraño en dicho lugar que hasta imponía un respeto. Son esas impresiones inconscientes que te hacen temer la tempestad tras la calma chicha. Nunca había atravesado esa plaza, que frecuento, sin que se escuchase ni un mero crujido. Mucho menos era de esperar tal ausencia de ruido precisamente el día de las primarias socialistas. Cuando me acercaba a la sede del partido me sonó el móvil. Era un amigo que me informaba de la gran noticia del día. Confieso que la política interna de los partidos nunca me ha suscitado un especial interés. Ayer, además, parecía todo el pescado vendido: Pedro Sánchez tenía poco que hacer. Hace meses que vaticiné un progresivo ascenso de Díaz, que había desbrozado su futuro desde la base local. Después, cuando todo el mundo la daba por vencedora, me acordé de un mapa: el electoral de los últimos comicios nacionales. Era un mapa que quedó fuertemente grabado en mi cabeza por lo insólito, es más, por lo histórico. Por primera vez, más de media Andalucía aparecía en azul, no en rojo. Sólo Sevilla, Huelva y Jaén se mantuvieron fieles al PSOE. Si aquello significaba algo, lo acabamos de ver con este sorprendente resultado en el que sólo Andalucía y —por muy poco— Aragón han dado su apoyo mayoritario a la tardonera.
Pero, ¿qué encontré además de silencio en la agrupación de Triana-Los Remedios del Partido Socialista? Encontré a ocho personas —¡ocho!— haciendo guardia enfrascados en sus teléfonos o ante la pantalla de un televisor que sintonizaba La Sexta. Hernando acababa de dimitir como portavoz parlamentario. De esas ocho personas, sólo cuatro estaban en el interior del amplio y muy iluminado local, cuyos ventanales estaban abiertos de par en par, por aquello de la transparencia y por el calor. Las sillas de la presidencia estaban vacías. En el suelo, ante la mesa, una gran caja repleta de botellas de agua que nadie bebería. Los otros cuatro militantes estaban en la calle, desperdigados, como incrédulos, y con un semblante que pocas veces he visto entre los socialistas (nunca jamás entre los socialistas andaluces). No era preocupación, ni siquiera tristeza; se parecía más a un pánico luctuoso. Asómbrense: allí solamente había una cámara. Era además, muy modesta y discreta. Obviamente, tenía el foco apagado. Junto a ella velaba una chica muy joven, con los brazos cruzados, en cuya actitud se vislumbraba una mezcla de hartazgo y estupor, como preguntándose qué hacía ella allí. Y ojo: el trípode descansaba en el pavimento de la plaza, a unos cuantos metros de la casa del pueblo.
Durante los ocho o diez minutos que permanecí allí, sólo se oyó el run run informativo del televisor. Nadie habló con nadie. Abandoné el lugar por la calle Cisne (aquello parecía un canto suyo), donde luce un azulejo que recuerda el nacimiento allí del “múo” de Triana, sacristán de la parroquia que acaba de cumplir 750 años desde que la fundara el rey Sabio. El lema de la efemérides ha sido “Radix ubérrima”, en referencia a la madre de la Virgen.
Mientras volvía a mi casa, las emociones se me agolpaban en el cerebro. Porque para colmo de casualidades, tuve que pasar ante la que fue mi humilde morada durante años, justamente cuando el PSOE se proclamó vencedor, por primera vez en solitario, para gobernar España, el 28 de octubre de 1982. Recuerdo muy bien aquellos días. El partido de Felipe González barrió, e inauguró un ciclo histórico que ahora se venía abajo. Sí, porque 40-50 es como prolongar la agonía del PSOE, pero sobre todo porque aquella primera victoria, a la que siguieron otras no menos vistosas y arrolladoras, simplemente no hubieran existido sin la creación de un régimen en Andalucía. Un régimen de anulación de la autonomía de las gentes, que han visto, día a día, cómo se perpetuaba la conciencia de pobres para así consolidar la gratitud a los gestores de esa pobreza. Andalucía sigue siendo, treinta y cinco años después del subidón socialista y treinta y dos después de que la autonomía consagrara el carácter socialista de la comunidad, la región con más paro de Europa. ¿Redentores? Más bien creadores de voto cautivo, sobre todo en el campo; o sea, detractores de la libertad.
Susana Díaz timonea todavía el barco de esta Andalucía oscura, que diría un dramaturgo bien amamantado por las subvenciones. Pero no olvidemos que está ahí porque la apadrinó un presidente incurso en un proceso judicial, que a su vez había sido auspiciado por otro en idénticas circunstancias. No olvidemos que tardó diez años en aprobar las últimas asignaturas de su carrera universitaria, justo a tiempo de presentarse para candidata a ocupar el despacho del Duque de Montpensier. Ayer, su voz se quebró al empezar a hablar. Estaba casi tan descompuesta como sus compañeros y compañeras de la Plaza de Santa Ana. Ayer terminaba una época, la que empezó el 28 de octubre de 1982, la que ha troquelado a la España contemporánea, la única que mi generación ha conocido como hegemónica, al menos en esta Andalucía de ocho millones de habitantes que ayer sostuvo en alto los jirones de la única bandera que ha conocido la Andalucía democrática: la socialista.

¿Qué pasará ahora? Ha quedado meridianamente claro que Susana Díaz defendió siempre el stablishment de las regiones gobernadas por el PSOE. Es decir, la aprobación de los presupuestos, sin los cuales no hay autonomía que valga. Por eso abogó por la abstención, que hiciera viable la formación de Gobierno. De esos presupuestos cuelga mucha gente. El 63 por ciento de los militantes andaluces votó ayer a Díaz. Como en “Novecento”, el Sur ha sido siempre el semillero del socialismo que, una vez asentado en el poder, se olvida de la revolución. Ayer había banderas republicanas en Ferraz. Sánchez ha descubierto algo que ocurrió hace casi un siglo y le gusta. La clave, desde luego, está en que no tiene nada que defender por la sencilla razón de que no tiene nada. Así, los presupuestos le importan un bledo. Él quiere ganar, gobernar y administrar… como Largo Caballero. Eso, que Dios nos coja confesados.

jueves, 18 de mayo de 2017

NIÑOS BUENOS

Algo muy gordo tiene que estar pasando sin que en la superficie se vean más que fumarolas insistentes con un fuerte olor a azufre. Ya, ya sé que son “casos aislados”, no representativos de un estado general de cosas. Pero son. Cuando el ser humano pierde perspectiva solidaria y sólo piensa en su ombligo —personal o familiar— ha dejado de ser tan humano. Si no somos capaces de ponernos en el lugar de las víctimas del terrorismo puede que alguna vez caigamos en ese estadio, como actualmente caen muchos, y donde menos se lo espera uno. Ocurre algo parecido a la gran paradoja de nuestro tiempo: doscientas mil personas votan a los que piensan (?) que los animales son sujeto de derecho; y apenas unas decenas de miles al único partido democrático que aboga por los no nacidos. No a la tauromaquia (¿no será a la “fiesta nacional”?) y sí al aborto de la especie humana. Muchos lucen la pancarta que pide la aproximación de terroristas presos a sus hogares y casi nadie se acuerda de los trescientos semejantes que nunca podrán volver a ningún sitio sin que la Justicia haya aclarado sus asesinatos.
Esta suerte de suicidio cultural escribe páginas luctuosas y/o indignantes, como la que ha tenido lugar en Molina de Segura, donde un hombre honrado y pacífico que aguardaba en la sala de espera de un hospital a que su esposa saliera de la zona quirúrgica en la que se encontraba el hijo de ambos para ser operado de una fractura, tuvo la infeliz ocurrencia de intentar evitar un crimen, llevándose la puñalada mortal correspondiente. Les evito detalles, que por otra parte tienen a su disposición en cualquier buscador de Internet. Sí reparo en uno del que se ha pasado por alto y que es muy revelador del grado de aterradora degradación al que hemos llegado. Conducido a los Juzgados el autor de la muerte —un joven harto conocido de la Policía— se congregó ante el edificio una multitud de parientes y amigos con la intención de liberarlo. Las fuerzas del orden tuvieron que montar un dispositivo especial. Y, por supuesto, el abogado defensor se apresuró a hablar de su cliente como de un individuo bueno, carente de responsabilidad, que se conducía adonde le llevaba el viento de la sociedad.
Es posible, pero si sólo somos plumas levadizas sin conciencia, la civilización nos ha devuelto a las cavernas. Por las mismas fechas en que ese trabajador que velaba por la salud de su hijo y que defendió a una adolescente atacada en un lugar público caía abatido por la mano homicida, en Sevilla era juzgado un energúmeno a quien todo el mundo ha visto y puede ver propinarle un salvaje puñetazo en la cabeza a un ciudadano respetable que disfrutaba plácidamente de su consumición en la terraza de un establecimiento bilbaíno. El sujeto en cuestión acumula ya numerosos antecedentes penales, incluido el de homicidio (¿qué hace en la calle?). Su perfil no tiene desperdicio: carne de gimnasio, tatuajes hasta en la lengua, hincha de un club de fútbol con comportamiento de fuerza de choque, su madre lo presentaba ante el Palacio de Justicia como “un niño mu bueno”. ¿Qué está pasando?, me preguntaba al principio. Puede que tenga que ver con ese fusil AK-47 simulado que sirve de pie a una cachimba y que se vende impunemente en un estanco (para más inri, una concesión del Estado), al alcance de cualquiera, niños incluidos, desde un amplio escaparate hace ya muchos meses.

Las formas del terror, como las de la vesania, son inagotables. Y las posibilidades de utilizar las circunstancias sociales para diluir las culpas también. Pero las balas que mataron a cientos de personas no hace mucho en París salieron de Kalashnikoff como los que reproducen las cachimbas que se exponen en los escaparates a nuestro lado. Y las heridas que acabaron con la vida de un padre de familia por mediar en una discusión con amenazas de muerte no aguardarán a que la Sociología, la Psicología o la Demagogia expliquen por qué niños tan buenos hacen cosas tan malas.