lunes, 27 de junio de 2022

ALELUYA

 Acabo de llevarme tres cuartos de hora contemplando una de las visiones más completas de la bóveda estrellada que se puedan hallar en la Península Ibérica, en plena Sierra Norte de Sevilla, acá donde la Morena levanta sus primeras estribaciones meridionales. Estos días de junio, en torno a San Juan, Andalucía es un Paraíso, el aire toma ese candor que te acaricia la piel con manos de presencia tibia, amorosa y agradecida; es decir, grata. En lugares como éste, además, la noche te regala la coronación del día, ese cielo tachonado de puntos albos intensos por los que se cuelan, como luminarias, sonrisas de Dios que te repone las fuerzas perdidas durante la jornada. Es como una suerte de acupuntura visual y postrera que reequilibra las corrientes vitales extrayendo del tiempo vivido la sustancia de lo más reconfortante, el néctar del Altísimo.

Y hoy era un día germinal, porque ayer recomenzó la Historia. Desde mis 22 años ando luchando, modestamente, por despertar a quien quiera oírme, leerme o ver mi película “En el último minuto” con una idea fija: Es necesario respetar la vida humana desde el instante en que comienza hasta el final natural. No voy a volver a las razones, que siguen pareciéndome tan obvias como el viejo dicho de “no desees para otro lo que no quieres para ti”. Hoy, lo único que sé es que el día del Sagrado Corazón de Jesús de 2022, el día de San Juan Bautista de 2022, candentes aún los ecos del solsticio de verano de 2022, quedará ya para siempre registrado en los libros de Historia como la fecha en que sonó el despertador de la conciencia universal que reconoce la vida humana como un bien sagrado, máxime si es la más indefensa de todas, la que se gesta en el seno materno.

Ha sido en el día del Sagrado Corazón, y sólo esto ya debe llenarnos de estupor, que se agranda si lo asociamos con el misterio cristiano de la Visitación, ese momento crucial en que una Virgen adolescente, Madre de Dios para más señas, se encuentra con su prima, de quien el ángel anunciador había revelado su embarazo en los umbrales de la vejez. En el instante en que ambos vientres se acercaron para besarse, las criaturas, anunciador y Anunciado, se saludaron también. Ocurrió lo mismo que treinta años después tendría lugar en el Jordán. En ambas ocasiones, el Precursor y el Redentor se reconocieron, se estremecieron y el Espíritu Santo señaló al Mesías con su mano silenciosa pero altísimamente indicativa.

Escribo estas líneas bajo una fuerte impresión, que se va ahondando conforme me llegan fotografías y noticias de Estados Unidos, como esa ristra de gobernadores firmando leyes y decretos pro vida, rodeados de familiares y compañeros visiblemente dichosos, o ese comunicado de los obispos católicos de aquel país, que merecería lucir en todas las sacristías de España como ejemplo a seguir aquí.

Me acuerdo, además, de tantos años y tantas personas que he conocido en la lucha pro vida. No voy a dar nombres. Ellos —y sobre todo, ellas— saben  quiénes son. Para mí constituyen modelos de comportamiento ético heroico, algunos hasta poner en jaque sus vidas en este país tomado por los nerones. Desde ayer, todos los días serán el día más hermoso para ellos como lo serán para mí, porque tras mucho tiempo de esa penosa sensación que consiste en percibir cómo el mundo no cambia —Neruda dixit— de pronto, todo ha mutado. Sí, es sin duda un milagro. Llevamos una racha dura de acontecimientos apocalípticos en el peor sentido: esto mismo del aborto, que no cesaba de agravarse, la pandemia del fin del mundo, una guerra que amenazaba y lo sigue haciendo con ser nuclear y terminal, la mayor crisis económica de todos los tiempos… Sólo la esperanza cristiana, cada día más escatológica, nos sostenía. Sólo la oración nos mantenía a flote, cuando en cuestión de horas, pero a causa de un trabajo de muchos años de constante apuesta por la vida —y todo hay que decirlo, gracias a la herencia judicial del presidente Trump— un grupo de seis jueces ha devuelto la razón a una nación desquiciada. Ha sido una sentencia fría, de casi trescientos folios, argumentada exclusivamente por criterios jurídicos que se asientan en la Constitución. No defiende la vida, sólo la libertad. Pero la libertad es el principio de la vida. Simplemente asegura que el aborto no puede ser un derecho obligatorio. Y es que no es ningún derecho, sino el mayor de los males que ha visto la Humanidad. Sesenta y dos millones de norteamericanos no han podido nacer a lo largo de estos casi cincuenta años a causa de una regulación inconstitucional apoyada además en una falsedad reconocida por la propia denunciante. Mayor falta de fundamento, imposible.

Ahora, cada estado, democráticamente, decidirá si autoriza o prohibe el aborto. Éste seguirá siendo una monstruosidad, como tantas aunque ninguna de su calibre que habitan estos “tiempos modernos” tomados en buena medida por la vesania. Pero el primer paso, el fundamental, sacudirse el dogal que impedía reabrir el gran debate del Occidente contemporáneo, está dado. Deo gratia. Es el momento de entonar, lentamente, largamente, rejuvenecidos, conscientes de estar viviendo los momentos aurorales de una nueva era, un “aleluya” digno de David o de Salomón. Pues a ello, hermanos.

sábado, 18 de junio de 2022

REFLEXIONES PARA UNA JORNADA PREELECTORAL

Cuando este artículo vea la luz de Internet, estará a punto de celebrarse en la Catedral de Sevilla la solemne ceremonia de beatificación de veintisiete mártires dominicos, asesinados durante los primeros meses de la Guerra Civil por el grave delito de ser cristianos y manifestarlo. Entre ellos los había de muy diversas edades, unos eran frailes sacerdotes, otros hermanos cooperadores, así como estudiantes, un laico periodista y una monja. Ahorro a los lectores los macabros detalles de algunas de esas muertes cometidas por hordas de milicianos, la mayoría, para más inri, pertenecientes al “Ateneo Libertario” de Almagro, localidad donde tuvieron lugar casi todos los crímenes, aunque también los hubo en Almería y en Huéscar. Para quien sienta curiosidad o por mejor decir interés en conocer las historias con más información, les sugiero que consulten la página web dominicos.org/beatificaciones-2022. En ella encontrarán, amén del testimonio heroico de este puñado de religiosos escogidos por el destino para encontrarse de bruces con el odio a la fe, una buena lección de Historia de España. Ésta sí entra en la cronología capitidisminuida que la ley Celáa autoriza a conocer a nuestros escolares, pero dudo mucho que alguien vaya a enseñar un capítulo así, al menos antes de que caigan los mitos que asocian en el inconsciente colectivo democracia con izquierda.

La beatificación fue aprobada por el Papa en diciembre de 2019, aunque la pandemia ha impedido que se lleve a cabo el acto litúrgico hasta ahora. Asistirán jerarquías eclesiásticas de máximo nivel (prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, arzobispo de Sevilla y maestro general de la Orden de Predicadores). Es la coronación del proceso que declara beatos a unos creyentes cuya sangre derramada sigue dando frutos. Sus nombres se sumarán a los de otros trescientos beatos que acumula la Orden de Predicadores a lo largo de sus ochocientos años de existencia. Estos nuevos tallos de santidad recibirán culto en la iglesia de Santo Tomás de Sevilla, en pleno centro de la ciudad y junto al actual convento de dominicos. Se da una circunstancia ciertamente llamativa y dramática, si se pueden añadir notas de lamento a tan crueles ataques. El convento de la Asunción de Almagro, del cual eran frailes veinte de los mártires, contenía el archivo del histórico convento desamortizado de San Pablo de Sevilla, actual iglesia parroquial de la Magdalena. Dicho archivo poseía documentos desde la misma fundación del principal cenobio dominicano de Sevilla; es decir, desde el siglo XIII. Todo ello se perdió por decisión del “Ateneo Libertario” de Almagro una aciaga noche del verano de 1936, quedando reducidos a cenizas, entre otros muchos vestigios, numerosos expedientes de la Inquisición, que residió en dicho convento hispalense de San Pablo y que ya nunca podrán ser investigados. Por supuesto que al lado de una sola vida sacrificada los papeles son poca cosa. Son lo que cada uno conceda de valor a la cultura.

Todo esto es memoria histórica, como lo es el grueso tomo “Historia de la persecución religiosa en España”, del que fuera arzobispo de Mérida-Badajoz Antonio Montero Moreno, fallecido hace dos días, tras noventa y tres años de fecundísima dedicación pastoral e intelectual. Fue un gran periodista y una persona de trato entrañable, que dedicó al tema que nos ocupa su tesis doctoral. La Biblioteca de Autores Cristianos la editó cinco veces y ya van ¡más de treinta mil ejemplares vendidos! Antonio Montero fue durante once años obispo auxiliar del Cardenal Bueno Monreal en Sevilla. Sin duda, habría asistido gustoso a la beatificación de los mártires dominicos, que engrosan la nómina de ocho mil religiosos asesinados en días ya lejanos pero no tanto como para que se borre el recuerdo y la veneración a sus almas y a su ejemplo. Aunque algunos quieran resucitar sólo nuestros demonios familiares, el santoral vence al tiempo y da fe del poder infinito que destila la Resurrección. Todo ello conforma un buen cóctel para reflexionar en una jornada como la de este 18 de junio de 2022.