sábado, 28 de mayo de 2022

LA VERDAD, ESA VISITANTE INOPORTUNA

“Todo empezó un once de marzo… O tal vez mucho antes. ¿Un 20 de diciembre? ¿2004 ó 1973? ¿Quién andaba detrás de todo? ¿A quién beneficiaba cada uno de aquellos infiernos? Sabemos de cierto quiénes cayeron. Al principio, un presidente del Gobierno que había creado los servicios secretos para tiempo de paz. Mucho más tarde, casi doscientos inocentes y muchos otros mutilados, de los cuales la mayoría no había nacido aún cuando el magnicidio. Todos ellos fueron víctimas, selectivas las antiguas, colaterales las nuevas, de turbios manejos que hoy, toda una vida después, continúan.”

Se preguntarán de qué novela histórica o audiovisual documental está extraído este fragmento. Les dejo con la duda. Sólo diré que asistimos a un resurgimiento, y no precisamente de la socioeconomía, aunque sí de un personaje mitológico, el amenazador Ave Fénix que todavía campea victorioso intimidando a los viandantes en lo alto de los edificios que fueron de la compañía de seguros así llamada. Lo asegurado en nuestro caso podría ser la verdad, ésa que los interesados en que nunca aflore siguen negando, gran coartada que les ha permitido, hasta hoy, chapotear en el naufragio de la decencia.

Hasta hoy. Porque el paredón de la mentira muestra evidentes signos de ruina. Todo apuntaba a que estábamos frente a un búnker, blindado por la desvergüenza y ese vasto ecosistema de encubrimientos mutuos que el exagerado corporativismo nacional ha ido forjando durante décadas. Empero, según dicen los arquitectos que saben, hasta el hormigón armado acaba presentando grietas. Quienes hemos cargado con la cruz de ser tachados de “conspiranoicos” desde la primera sílaba de la primera pregunta sobre el 11-M (¿por qué se desguazaron los trenes en tiempo récord?) no podemos ni queremos sustraernos a la curiosidad que nos asalta cada vez que aquella mañana trágica se hace presente a través de alguno de los cabos sueltos que dejaron las “investigaciones”. No soy ninguna autoridad en la materia, pero he leído bastante, cuidando de evitar las interpretaciones precipitadas o los prejuicios. Y cada vez siento mayor inquietud. Circulan ahora por Internet los papeles de Villarejo. Algunos. Ocho gigas, nada menos. Esas transcripciones de los audios grabados por el “singular” ex comisario se van convirtiendo en la gran hendidura en el muro de silencio impuesto sobre aquel principio de todo, el once de marzo de 2004, cuando en cuarenta horas, y declaración de Rubalcaba por medio alentando al primer gran escrache antidemocrático de sus huestes ante Génova y otras trescientas sedes del PP, se dio un vuelco de media vuelta a la voluntad popular expresada en las urnas. Si nos fijamos, después de aquello no ha habido Gobierno de izquierdas fruto de unas elecciones libres, porque las primeras que ganó Sánchez no le dieron mayoría suficiente y se celebraron bajo la sombra de la manipulación que había seguido a una moción de censura espúrea (traída por los pelos de una alusión marginal dentro de una sentencia irrelevante y obra de un ponente alineado claramente con el PSOE); y la segunda elección fue, como se encarga de recordarle una y otra vez en sede parlamentaria Abascal, un puro fraude, la maquinación de un embustero que hizo exactamente lo contrario de lo que prometió para ganar, y en horas veinticuatro.

Ahora, el “espíritu” Zapatero se empieza a encontrar con su propio fantasma. Perdidas entre la montaña de conversaciones más o menos caóticas que Alvise Pérez —a quien nunca agradeceremos lo suficiente su ingente labor indagadora, con grave riesgo personal y en medio de la nada, es decir, con absoluta independencia— ha “desclasificado”, hay alusiones recurrentes al 11-M. Tirar de la manta ha sido siempre costumbre impertinente que se ha solido pagar cara cuando hay tantos y tan ambiciosos intereses en juego. Los servicios secretos de todos los estados no fallidos (¿el nuestro?) han procurado siempre situarse en el centro de ese tira y afloja, sirviendo… ¿a quién? Estos días vemos que a varios señores. Y cuando se destapan tales maquinaciones, los resultados son imprevisibles.

Tengo escrito aquí que los secretos de estado del Reino de España bien podían estar a buen recaudo del desierto, a muchos kilómetros de aquí, dirección sur/sureste. Su Majestad el Rey Don Juan Carlos (comunicado oficial de la Casa del Rey de hace unos días) ha estado en la Zarzuela unas pocas horas para varias cosas. Ha almorzado con su hijo, ha “aclarado” ciertos extremos con la Reina Sofía y ha recogido unos “papeles” que se había dejado en su casa cuando se exilió a los Emiratos. Bueno, me parece que no debe tratarse de sudokus. En todo caso, supongo que pronto sabremos algo más, o tal vez mucho más.

miércoles, 11 de mayo de 2022

LA CHARADA DE SÁNCHEZ

Pensaba titular este artículo “Democracia sin patria”, porque tal me parece el ideal de gobierno de este presidente, capaz de todo con tal de seguir siéndolo… o pareciéndolo. Y cobrando, claro. Pero me pareció demasiado pretencioso para el articulista y para el articulado, personaje éste que merecería un tratado si no fuera por lo chusco de su calaña. Entonces empecé a darle vueltas al pretexto que ha utilizado esta vez para vender de nuevo a la Patria por parcelas, que es su método de mando. En una cabriola de las suyas —hay que reconocer que se supera— le ha devuelto la pelota a sus socios del desgobierno, los golpistas catalanes, revelando in extremis y con un año de retraso su condición de espiado por Pegasus. A Sánchez le encanta la mitología. Ello sería muy saludable si supiera algo de ella, pero como Pegaso es anterior a 1812 y además suena a marca de autobuses del franquismo, ha decidido presentarse, junto a la antigua secretaria de estado de Interior de Felipe González (¿coetánea de Pegaso?) como víctima de complot. Ser espiado en la aldea global es lo más natural del mundo. A la hija de un archiconocido fabricante de móviles chino la metieron en la cárcel estando en Canadá por ello. Por cierto, que nunca más se supo del asunto, siendo China la clave para la esperemos que eternamente literaria III Guerra Mundial.

Y cavilando, di con el título, que exactamente no es mío, porque viene de una película punto menos que genial en la que la magia de aquella pareja “brutalmente” (como se dice ahora) encantadora que eran (ay, el tiempo verbal) Audrey Hepburn y Cary Grant construía un entramado de espionajes de lo más laberíntico, a lo muñecas rusas, en el que a uno le daba igual perderse si era con aquella cara de ángel cerca. “Charada” era como un bello contrapunto de “Pegasus” en el universo noble de las historias épicas que han dado sentido a la vida de los artistas. En realidad, se trataba de sociedad de la información, de nuevas y viejísimas tecnologías —por ejemplo, la seducción—, de secretos que encierran humo aunque el rango dinámico deje entrever allá al fondo un maletín tentador. En fin, una historia de amor que resulta ser de espías que resultan ser un cazador cazado y una ingenua enamorada que sufre horrores con cada decepción y sobre todo cuando su galán introduce la mano en la boca del ídolo solar. Escena ésta que fue una broma improvisada por Grant.

El Pegasus monclovita es como una charada de chánchez, que diría un cachondo como Santiago Segura. La boca del ídolo es lo malo, porque ésta sí muerde. Y es que, como en el otro título que barajé, con tal de salvar el pacto con los separatistas durante este año largo larguísimo que queda de legislatura pura y dura, no duda en revelar secretos de estado y en invitar a los proetarras a la comisión que controla a los servicios encargados de ellos. Incluso se expone al mundo como pringao en una operación que tuvo lugar en medio de la mayor crisis de seguridad que hemos tenido por el flanco Sur desde la Marcha Verde, aquel chantaje con escudos humanos que inventó el anterior sultán. Ahora es cuando Pegasus ha alcanzado sus últimos objetivos: desarmar a los servicios secretos españoles en el Parlamento ante los herederos de ETA; desnudar a la Presidencia del Gobierno y al Ministerio de la Defensa y vaciar de contenido al Centro Nacional de Inteligencia al desproteger a su directora del rango de “secretaria de estado” y destituirla acto seguido en una de las mayores bajadas de pantalones de la democracia española.