lunes, 28 de septiembre de 2015

TRAS LA ESCISIÓN (QUE NO SECESIÓN), INTENTARÁN CONSUMAR EL GOLPE

Hoy es un día para el optimismo. Ningún país del mundo se ha convertido en estado con menos de la mitad de los votos de sus ciudadanos. En realidad, ninguno ha dado el paso que casi la mitad de los catalanes con derecho a voto efectivamente ejercido deseaban, haciéndolo por cauces pacíficos, tras quinientos años de vida en común con una Nación inmensamente mayor que la pretendiente. Las independencias, históricamente, siempre han surgido de baños de sangre. Incluso al día siguiente de la proclamación, lo normal es que se hayan producido conflictos internos y hasta guerras civiles (la más divulgada es sin duda la de EEUU).
Lo que ayer nos jugábamos los españoles, y posiblemente el resto del mundo, era la erupción o no de un volcán —otro más— en el corazón de Occidente. No ha habido tal, sino un voto de continuidad que, tal como habían sido planteadas las elecciones autonómicas dándole un significado plebiscitario, es un rotundo fracaso para los separatistas. Un 48 % de votos independentistas frente al 52 % de no independentistas (lo que no quiere decir españolistas), después de la campaña asfixiante que desde las fuerzas por el sí se despliega día sí y otro también, es algo más que un premio de consolación para los amantes de la paz. Por cierto, el obispo de Solsona debería mandar que se tocara a muerto.
Dicho lo cual, es preciso poner en guardia permanente frente a un hecho de la peor especie: lo que han hecho Mas y sus secuaces es ni más ni menos que intentar un golpe de estado. Ya sé que no es una idea original; lo ha dicho Guerra, lo cual no deja de tener su gracia: que el presidente de la comisión constitucional del Congreso de los Diputados que votó a favor del Estatuto de Cataluña —eslabón clave en la cadena hacia la independencia— venga ahora con lo del golpe de estado "a cámara lenta". De eso nada, monada. Más bien al revés, ha sido una intentona y a toda velocidad, exactamente igual que hicieron los republicanos en abril de 1931: manipular unas elecciones, en aquel caso municipales, éstas regionales, para asaltar el poder a base de hechos consumados tomando la calle. Nunca sabremos quién ganó entonces, porque numerosas actas de los pueblos —mayormente monárquicos— se perdieron por el camino. Y el resultado fue la "legalidad republicana".

Los secesionistas no cejarán en su esfuerzo por saltarse la legalidad. Lo tienen en bandeja: al convertir unas elecciones parlamentarias en un referéndum de autodeterminación, no sólo arrasan el Derecho sino que intentan, nuevamente, lo que se consiguió aquel lejano 14 de abril: engañar a la comunidad internacional haciéndole creer que todo se había hecho "pacífica y limpiamente, a través de las urnas". Puede que ahora la CUP no apoye un gobierno de Mas. Pero es más lo que les une que lo que les separa con los demás rompedores de la Constitución y la convivencia entre españoles. Y en el Parlamento catalán ambos bloques suman mayoría. Escasa, pero suficiente para hacer pasar las elecciones por un plebiscito ganado. Esta batalla empieza hoy. Pero la de ayer la ganó, a pesar de todo, una España en paz y en orden.

lunes, 21 de septiembre de 2015

NORMALIZAR

Ha sido, junto a "consenso", el talismán de nuestra historia reciente. Cada vez que alguien ha querido imponer algo en contra de la voluntad mayoritaria no manifestada —porque no se ha preguntado, para no poner en peligro la maniobra— ha utilizado esta palabra mágica, el ábrete sésamo de todas las cuevas de alí babá que hemos tenido aquí de un tiempo a esta parte. Y son como las estrellas del cielo.
Para referirme sólo a las más graves falacias que se han instalado en la sociedad española a partir de su "normalización", debo citar el aborto, a la cabeza de todas ellas, pero también al matrimonio homosexual, la función social de la propiedad privada, la exclusión de la religión del ámbito público, la inocencia de todos los menores de edad, la bondad natural de la clase trabajadora (o sea, obrera), y la que quizás lata bajo la piel de las mencionadas: la igualdad.
Las masas rebeladas y seguidamente domesticadas por los poderes situados entre bastidores, que manejan los hilos del retablo de títeres en el que el común se ve reflejado (léase televisión) han ido "normalizando" todo eso mucho más hasta convertirlo, primero en hechos consumados y después en dogmas de fe inquebrantable.
Voy a poner un ejemplo muy palpable: el nombre de las calles. Recientemente, en Sevilla, se le ha quitado la suya al Presidente Carrero Blanco. No ha sido preciso modificar mucho el nomenclátor, porque ahora esa vía se llama "Presidente Adolfo Suárez". La mutación, que no habían hecho los socialistas, la hicieron los comunistas escudándose en la Ley socialista de Memoria Histórica. Fue aprobada en vísperas de las elecciones municipales que dieron la Alcaldía al PP. Pero ni que decir tiene que durante esos cuatro años, el nombre ha continuado su proceso de "normalización". Lo más interesante de todo esto es que quien tenga más o menos estudiada la lección sabe que no hubiera habido Adolfo Suárez sin Carrero Blanco, porque el primero fue al mismo tiempo el primer demócrata y el último franquista.

Pero a lo que voy es al peligro de elevar a los altares la "normalización" de algo que sólo interesa normalizar a unos, en absoluto a todos. Y el asunto más candente que ya está en el horno de la normalización a punto de cochura es el de la independencia de Cataluña. Los secesionistas han empezado a lograr sus objetivos cuando algunos españoles de alto copete han empezado a dar por supuesto — por "normal"— que Cataluña va a ser independiente. Como si eso dependiera sólo de Cataluña y los demás españoles, incluyendo a quienes caen en la celada, fuésemos convidados de piedra. Y este lenguaje lo utilizan ya altas instancias del Estado, como el gobernador del Banco de España. "Si Cataluña es independiente…" O no se ha leído la Constitución —mucho menos sabe lo que es un estado-nación— o se le ha olvidado. Cataluña no va a ser nunca independiente por la misma razón que argumentaba el torero aquel: "porque lo que no pué sé no pué sé y además es imposible." Y sobre todo por algo que ya sabe hasta el ministro Morenés.