Había escrito un artículo
titulado “Un paso atrás”, glosando la respuesta del presidente del Gobierno
español al ser preguntado sobre el rechazo del Senado argentino a la propuesta
de consagrar el “derecho” a matar al hijo no nacido, como hiciera aquí el troquel
del presidente actual, auxiliado por dos jovencitas que de los ministerios
españoles pasaron a ser crasas asalariadas de las cruzadas abortistas de la ONU
en los países americanos que todavía se resistían a “normalizar” la barbarie
(“es lo mismo que hacían los nazis, pero con guante blanco”, ha dicho,
clarividentemente, el argentino Papa Francisco en fecha reciente).
Pero hoy he preferido condenar
dicho artículo a la papelera, y quedarme con la parte positiva. Lo que acaba de
suceder en Argentina es un gran paso adelante, doblemente fértil porque es la
primera vez que las cruzadas abortistas en países reacios a ella descarrila.
Cierto que por pocos votos, pero los suficientes para invertir el sentido de
esta historia macabra. En España, fue el primer Gobierno de izquierdas el que
despenalizó el aborto, dejando un sistema de supuestos que nunca se cumplió,
porque estaba hecho para que no se cumpliera. Y ahora, otro Gobierno de
izquierdas (hecho de retales de movimientos ideológicos del pasado, incluyendo
la guerra civil) se estrena con otra iniciativa para “normalizar” la muerte
deliberada. A lo primero empezaron llamándole despenalización y han acabado
calificándole, mucho más ajustadamente a sus propósitos, “derecho”. A lo
segundo le llaman “eutanasia”. Pero es lo mismo, el desprecio del más elemental
fenómeno de la Creación: la vida, sustituido por el artificio del “derecho a
elegir”.
Por eso, la alegría de los grupos
provida, siempre minoritarios y siempre activos, es creciente y se va tiñendo
de celeste a medida que el acontecimiento argentino gana, pese al silencio
aplastante de los medios habituales, engordados por oscuros y orondos magnates,
peso en las conciencias de gentes de todos los países. Es el valor añadido que
da el conocimiento. Hasta que no asumimos una noticia, ésta no existe para
nosotros. La apuesta por el derecho a nacer ha surgido de la Tierra del Fuego,
y desde allí prende, lenta, paciente y perseverantemente, por todo el Planeta.
No son sólo las estaciones lo que navega contracorriente en la Argentina, sino
—ay, la gran herencia religiosa y cultural hispano-italiana— la fidelidad a
unos principios que constituyen una sonora bofetada a esta vetusta y senil Europa
bastante miserable que ha antepuesto el confort y el egoísmo a cualquier noción
que implique generosidad, un mínimo ánimo de sacrificio y reconocimiento del
derecho del más débil, ése que no podrá levantar nunca una pancarta y salir en
los telediarios.
¡Bien hecho, argentinos de buena
voluntad, bien! Recordemos, por último, que allí, no como aquí, el partido
gobernante ha dado libertad de voto a sus senadores, y es esa libertad la que
ha hecho posible que el aborto en Argentina siga fuera de la legalidad. La
misma libertad que aquí nadie respeta, y que allí tampoco lo hace ese extraño
partido único, entre reaccionario y colectivista, que sigue creyéndose, como
aquí, amo del país y titular único del progreso.