Y eso es lo peor. Lo mejor es que
en buena medida han tocado techo, porque han agotado el último cartucho: el de
la violencia. En la hoja de ruta que Pujol y sus compinches adoptaron hace ya
muchos años, cuando establecieron en 2010 el de la independencia, la pieza
clave era la no violencia. No porque sientan un fervor gandhiano irrefrenable,
sino por puro maquillaje ante el exterior, que es, a la postre, el que decide
estos procesos de autodeterminación. Pues bien, han consumido y consumado ese
camino pacifista que, como cada vez sabe más gente, es falso. Si quieres la
paz, no la dejes en manos de pacifistas, lo mismo que si quieres la protección
de la Naturaleza no la dejes en manos de ecologistas. Ambos movimientos, en sus
inicios tal vez puros y bienintencionados, precisamente por eso, una vez que
seducen a las masas pasan a convertirse en negocios, hábilmente rentabilizados
por otros distintos de los fundadores, sobre todo por los políticos.
A los separatistas catalanes,
pues, se les ha acabado la munición. Esa losa arrancada de una terraza del
octavo piso para ser arrojada sobre las cabezas de los policías nacionales, que
ha puesto entre la vida y la muerte a un joven padre de dos hijos, ha sido como
la primera piedra de la derrota ante el mundo. Los mansos y humildes
soberanistas (¿han caído en que ya nadie usa este término eufemístico en los
medios?), que perdieron un ojo el 1-O, han dado paso a los revolucionarios que ya
habían preludiado el decorado de barricadas ardiendo aquel 20 de septiembre de
patrulleros de la Benemérita destrozados y no incendiados por razones obvias, al
estar rodeados por un ejército de “los suyos”. Ahora han debutado con fuego, y
el “proces” ha mutado en revolución. Al menos en grado de tentativa gracias a
que los policías se han jugado la vida por el mantenimiento del orden, a menudo
sin conseguirlo.
No sé si la ciudadanía en general
es consciente del “cambio” experimentado por el monstruo en su laberinto. Ni
del auténtico riesgo de todo esto, consistente en la extensión del ¿movimiento?
revolucionario al resto de España. Los disolventes, que los hay en todas
partes, ya se han puesto de acuerdo y en marcha. Lo de menos, pensarán, es la
independencia de Cataluña. El objetivo es levantar al pueblo contra el régimen
y darle la vuelta al Estado. Y Barcelona es un diamante para lograrlo. Ya lo
intentó uno que ustedes saben con la “alerta antifascista” contra las urnas,
que arrasó el centro de Cádiz (tienda de Spagnolo y contenedores incluidos) y
otros lugares de España donde hubo hasta un anciano atropellado. Pero aquello
pinchó. Después de Barcelona, el mismo muñidor de la revolución lo tiene mucho
más fácil: se ha demostrado que lo de menos es la terminología inofensiva del
Derecho —“ensoñación”, “rebelión”, “sedición”. El hondón unamuniano del asunto
está en la revolución. Rescaten si no esa grabación que circula por Internet —¡ay,
las nuevas tecnologías, nuevas hemerotecas!— donde el mismo de la alerta antifascista
alecciona a los universitarios que le escuchan (y que ahora, por cierto, secuestran
edificios donde sus compañeros quieren entrar) sobre lo que nos espera si la
revolución catalana consigue su propósito de “invadir” España. Basta con
teclear en YouTube el nombre del sujeto en cuestión y “masculinidad cocteles
molotov y caza de fachas”. La mirada y el oído de la memoria histórica
verdadera, como el Jano bifronte, abarcan los 360 grados.