Tal día como hoy, 18 de diciembre, de hace noventa y cinco años tenía lugar en la Capilla Real de la Catedral Hispalense un hecho luctuoso rodeado de misterio. Fue protagonista de él una hermana de la Cruz. Se trataba precisamente del año en que las hermanas habían celebrado sus Bodas de Oro, cincuenta años ya desde que la zapatera de Santa Lucía pusiera, junto a su confesor el padre Torres Padilla, en marcha una obra que la llevaría a los altares: la Compañía de Hermanas de la Cruz.
Aquel día de Nuestra Señora de la
Esperanza, las monjas andaban afanándose en cumplir a conciencia su función de
camareras de la Patrona de la Diócesis. Probablemente estuvieran sustituyendo
la ropa celeste concepcionista por la rosa correspondiente al Domingo de Gaudete,
próxima ya la Venida del Salvador. Ignoraba una de aquellas humildes siervas de
Dios y de los pobres que muy pronto iba a encontrarse con la verdadera faz de
la Madre de Dios, a la que vestía.
Es de imaginar a las monjas,
recientes aún los festejos del cincuentenario, celebrado el 2 de agosto, mimando
a la Virgen de los Reyes, la sedente imagen mariana que nos muestra al Niño
Dios en su regazo cada 15 de agosto a las ocho de la mañana. (Este año hemos
hecho penitencia de no verla a causa de la pandemia de la que hablarán ya
siempre las crónicas.)
Pues bien, un traspié trágico
marcó aquel día en el calendario de la Compañía como el último de la hermana
San Gabriel, que llevaba en sus brazos el manto de la Señora y envuelta en él
acabó sus días en esta tierra. Pudo ser que diera un paso en falso en la
escalera que recorría. O que pisara un trozo de la sagrada prenda. O… quien
sabe. Santa Teresa también cayó por una escalera y aseguraba que la empujó el
demonio. Pienso que la hermana San Gabriel tuvo un final digamos más doméstico,
más acorde con la sencillez anónima de las hijas de Sor Ángela, que siempre
tuvo por superiora del Instituto a la Santísima Virgen.
La hermana San Gabriel falleció
en el acto, amortajada como vemos con los ropajes de aquella por quien reinan
los reyes, según reza el dosel que preside la magna Capilla donde también
reposan los restos de San Fernando, que llevaba consigo la talla al entrar en
la Sevilla recién reconquistada. Dicen que a la Virgen de los Reyes la
esculpieron los ángeles en uno de los campamentos que plantó el Rey para
asediar a la Sevilla musulmana. Si es así, la hermana San Gabriel debió subir “al
Cielo con Ella”, como mandan los capataces de las cuadrillas de pasos de palio,
izada también entre querubines portadores de un manto celestial. Así aparecen,
en cabecitas de marfil, con frecuencia en los mantos, respiraderos, rompimientos
de gloria y otros elementos con los que Sevilla da culto y belleza a sus
devociones marianas.
Añadamos a este recuerdo con
sabor a efeméride íntima que el dato me llega, justo la víspera, al repasar una
nota a pie de página en la primera biografía escrita de Sor Ángela —ya Santa
Ángela— de la Cruz, la que construyó, magistralmente por cierto, la hermana
María del Salvador, una de sus últimas novicias. Que Dios las tenga a todas en
su Gloria.