“Cuando dos elefantes luchan, la que sufre es la hierba.” La sentencia me la encontré no hace mucho en la película “Palmeras en la nieve”, de gran éxito en las pantallas patrias. La pronuncia un capataz nativo de la Guinea española refiriéndose, a modo de evasiva, a la disputa entre los partidarios de la colonia y los de la independencia. Confieso que escribir se me hace cada vez más cuesta arriba, inmerso como me hallo —quiero pensar que como muchos de ustedes— en esa enervante sensación de habitar dentro de una escafandra en un paraje donde el oxígeno escasea cada vez más. Desde el 11 de marzo de 2004 —ya ha llovido… en algunos sitios— la política española se ha visto invadida por seres extraños, como alienígenas que en todo caso hablan un idioma propio de especies animales —esto ya no es ningún insulto, sino todo lo contrario— ajenas a nuestra configuración intelectual. Difícil, casi inviable, entenderse con ellos. Luego están los de siempre, los agrupados bajo las grandes siglas del pasado, que curiosamente es remoto en el caso de quienes pactan con los anteriores. Y finalmente, tenemos a los “alternativos”, que hoy por hoy son los que antaño se llamaban conservadores. Para entendernos, los que se congregan bajo las siglas del PP y de VOX.
Muchos españoles percibimos en la
boca del estómago que estos últimos, los “alternativos” de hoy, son los únicos
que pueden librar a la comunidad nacional de una hecatombe que gana terreno
cada día. Pero ambos elefantes —obviamente, de momento, uno mayor que otro— no
encuentran espacio para trabajar juntos. Creo, honradamente, que las distancias
se agrandan porque uno de ellos, el indudablemente mayoritario, tiene un
problema de identidad. Ante la desfiguración del entorno, presa de un
pandemónium en el que se entrecruzan los pactos con filoterroristas, la
disculpa interesada de los golpistas, la liberación de los violadores y la
degradación del ser humano a la categoría de “homicida de ratones” como
antesala de la invitación a la zoofilia, sin olvidar la disolución de los sexos
y la invitación a la pedofilia, el líder del PP “empitona” una y otra vez al
partido que tiene a su lado, no enfrente. Ha señalado el señor Feijoo que el
PSOE está sufriendo un colapso. Mejor no hablar de colapsos, señor mío, porque
el auténtico fallo general irreversible lo sufren los embriones humanos en el
vientre de sus madres cuando, con todas las bendiciones legales, la mano de un
hombre maduro y fuerte entra a saco para destruirle. Ése es el auténtico
colapso que sufre nuestra política y sus profesionales, militen en el partido
que militen si no están dispuestos a evitarlo. Lo demás son coyunturas más o
menos dificultosas de las que la izquierda sabe salir mucho más airosa que sus
¿contrincantes?
Podríamos hablar de los otros
colapsos, los de las víctimas del terrorismo, o las mujeres violadas que
asisten a las rebajas penales de sus agresores, o los niños abusados en la
misma situación, o los transexuales arrepentidos que se dan cuenta de haber
sido manipulados demasiado tarde. Pero todo eso y mucho más, señor Feijoo,
tiene un origen, y el principio se llama aborto. No en vano, fue, junto a la
ocupación de la Justicia, lo primero que el Partido Socialista llevaba en su agenda
cuando arrasó en el 82 y vuelve a ser lo primero que ha puesto sobre la mesa
ahora, tras reconquistar el Tribunal Constitucional, tras trece años sin que
los magistrados nombrados a propuesta de ustedes hayan hecho nada por
desbloquear una sentencia que el catedrático Andrés Ollero Tassara había
elaborado como ponente en términos contrarios a los que ahora han triunfado.
Dice el señor Feijoo que el
aborto es un derecho de la mujer embarazada, y precisa, para desmarcarse de la
izquierda, que no es un derecho fundamental. Nada de eso se apuntaba siquiera
en las resoluciones del último congreso popular, año 2017. Guste o no, lo
cierto es que en el actual panorama de la vida pública española (y no sólo,
desde luego) el aborto sigue siendo la piedra de toque. No todo es economía,
aunque también ésta dependa de los valores morales: la democracia es casi lo
mismo que la demografía. Nacer es el primer derecho, y si el principal partido
de la oposición no entiende esto, tiene un problema de futuro: saber dónde está
de pie. Pelear contra los afines por algo que debería ser el mayor nexo entre
ellos —la defensa de la vida humana— es, además de suicida, pisotear la hierba.
Y ésta, como la gestación “interrumpida”, no vuelve a crecer donde lo hacía.
(Publicado en EL DEBATE el 11 de
marzo de 2023)