Para resetear España, única salida al callejón en el que nos ha metido la izquierda (con el apoyo involuntario de la gran derecha) hacen falta, como mínimo, dos generaciones. En realidad, es un problema generalizado en todo Occidente, aunque el nuestro sea en esto vanguardia. Sólo quedan algunos islotes de resistencia: Hungría, Polonia, Chequia (el frente antipopular, por razones históricas obvias), la Italia de Meloni y los Estados Unidos de Trump, que, pese a todo, sigue existiendo.
Personalmente, conservaba cierta
esperanza, cada vez más difusa, en el triunfo electoral de un Partido Popular
modulado por VOX. Ya no. Debemos grabarnos, para muchos años, dos fechas:
11-3-04 y 23-7-23. El comienzo y el final de la destitución de España. Lo
ocurrido el pasado día 23 de julio es la confirmación de los peores temores que
podíamos albergar: Ni nuestro sistema es democrático ni un amplio sector del
pueblo español sabe lo que se trae entre manos cuando vota. Nos podemos quedar
en el tacticismo, y entonces creer en los milagros de la aritmética, que
haberlos haylos, confiando en una carambola de última hora. Pero este tipo de
magias es, también, patrimonio de la izquierda, cuyo sumo sacerdote es el mayor
prestidigitador —tramposo— que hayamos padecido nunca. España está abocada al
cautiverio, aherrojada por los nuevos bucaneros de la política y atrapada en
sus dos grandes debilidades: la educación y la comunicación.
Desde la misma Ley General de
Educación del año setenta, el virus de la dictadura intelectual de corte marxista
anda por sus fueros en las aulas de nuestra patria, consolidándose paso a paso,
año a año, curso a curso y en todas las etapas. Nacido de la Universidad, donde
la URSS sembró dicho virus metódica y pacientemente —ahí y en el mundo del
trabajo— fue invadiéndolo todo hasta llegar a los jardines de la infancia (hoy
“escuelas de educación infantil”). Y de ahí, obviamente y por capilaridad, al
conjunto de la sociedad. Recuerdo cómo el profesor Rodríguez Adrados, gran
filólogo clásico, ponía en guardia desde las Terceras de aquel ABC contra el
absolutismo socialista que todo lo ocupaba.
Tras pasar de la universidad a
todo el sistema educativo mediante el apesebramiento de cualquier descontento
docente y el empoderamiento de los padres-votantes, la tiranía del pensamiento
único socialista pasó, como digo, a las mentalidades colectivas, y para que el
proceso no tuviera marcha atrás, entró en bucle a través de los medios de
comunicación. La “reeducación” de los periodistas también nació en las
facultades de Comunicación. Por poner un botón de muestra, el profesor melenudo
que en vísperas de las elecciones del 28-M le volvía la cara a la candidata de
VOX en un debate televisivo es uno de los que “forman” a los futuros
comunicadores en la capital hispalense.
El silencio profundo que ha acompañado
a las concentraciones contra la amnistía ante los ayuntamientos españoles —por
otra parte, un gesto tan digno como inútil— nos indica hasta qué punto la
sociedad española está incomunicada consigo misma, primer paso para la insania.
El poder político lo domina y controla todo, desde las redes sociales mediante
las empresas afines contratadas para ello, hasta el fútbol, gran negocio como
bien saben los más potentes empresarios de la comunicación. Solapada o
abiertamente, los periodistas, salvo muy escasas y parciales excepciones, se
pliegan más y más cada día a este designio piramidal, cuyos últimos hilos se
pierden en la bruma de las alturas.
Claman los elefantes, al borde
del lago de su declinación, por el “espíritu de la transición”. Pero fueron
ellos los que idearon el modelo educativo del que han surgido sus detractores.
La respuesta de la portavoz del gobierno a las críticas de Felipe González lo
dice todo. ¿Su único argumento? “Son otra generación.” Vengo escuchando esta
vacuidad desde que la mía peleaba por hacerse un sitio, aunque a decir verdad
nunca supe muy bien en qué consistía la solvencia de tal descalificación. Que a
estas alturas, sólo el calendario sirva para defender o menoscabar unas ideas
sí nos aporta algo importante. Gobierne quien gobierne ahora, resulta más bien
irrelevante, porque el problema, efectivamente, es de generaciones. Tras las
últimas elecciones generales, una cosa está clara: España necesita un reseteo,
que pasa por la vuelta a una educación auténtica y por la regeneración del
mundo mediático. Y eso es labor de generaciones. Lo primero sería adoptar la
resolución de acometer la obra. Después, tener la constancia de mantenerla viva
y la generosidad de saber que no la veremos coronada. En definitiva, fe, esperanza
y caridad. ¡Ahí es nada!