lunes, 18 de mayo de 2020

EL PRECEDENTE DEL PRESIDENTE


El susurro de Óscar en el oído de Pedro, que se antoja como el de un pecador a su confesor o viceversa, ha ido marcando las horas en el ya viejísimo reloj de una pesadilla que nos intentamos sacudir a la misma velocidad con la que el virus de la muerte invadió los desolados campos de nuestra sorpresa. Han pasado tantas cosas desde aquellos adversos Idus de Marzo… Nuestra capacidad de asimilación ha estallado en nuestras cabezas. Vivíamos en un palacio en el que todos estábamos desnudos pero nadie lo reconocía. Hasta que una mala corriente de aire nos ha devuelto a los escalofríos de nuestra infinitésima condición. Y mientras esto sucedía en los entresijos de nuestras neuronas, allá en el complejo de La Moncloa, dotado de búnker antinuclear pero no de barrera anticontagio a prueba de 8-M, un experto en consultoría, lo mismo para el PP que para el PSOE, dictaba, cual Cisneros en el tímpano de la Reina Católica, la pragmática sanción que ordenaría durante un tiempo indefinido cuanto cuarenta y siete millones de hijos, naturales y adoptivos, de la Patria podrían o no hacer con sus vidas y haciendas. Curioso túnel del tiempo. Esta circunstancia no se había dado jamás en la piel de toro, por lo que no sabemos si el plan de Óscar nos ha llevado a un futuro orwelliano o simplemente ha sentado un precedente de cara a él.
Pedro es, por encima de otras muchas cosas, un oportunista. Pero no uno cualquiera. Es un oportunista de libro (de manual de resistencia, para más señas), que encontró en la pantalla de su móvil un mensaje proveniente de la tribuna de invitados del Congreso en el que se hallaba la llave de una moción de censura que le abriría las puertas de ese mismo complejo hiperseguro pero no tanto, que mandara construir Adolfo Suárez. “Ahora o nunca”, debió leerse en ese billete digital.
Viene aprovechando oportunidades, por surrealistas que sean, desde siempre. Ésta de ahora es definitiva. ¿Quién iba a negarle plenísimos poderes con el tétrico panorama que teníamos encima? El consultor-confesor despejó cualquier duda: por el momento, se trataba de establecer las excepciones obligadas en los derechos fundamentales para controlar la mayor crisis de salud pública de nuestra historia reciente. Pero además… se sentaba un precedente, y es que, si la autoridad “competente” así lo estima, y tras oír a los expertos que ella misma determine (por ejemplo, el secretario general del Partido Comunista), todos los poderes del Estado y en general la soberanía popular vuelven a sus manos por decreto, y quedan en suspenso los derechos de expresión, circulación, manifestación, reunión y cualesquiera otros que la autoridad única crea convenientes. Esta vez ha habido pretexto para debutar —era indispensable de cara a la opinión pública— pero en adelante lo único que habrá será un precedente. Había leyes suficientes para combatir el virus sin decretar el estado de alarma. Pero no se recurrió a ellas en tiempo y forma. Se podría haber limitado el estado de alarma a los quince días iniciales, una vez que la sociedad se hallaba suficientemente mentalizada y los dispositivos oficiales actuaban a pleno rendimiento. Pero vamos ya por la etapa que evidencia cómo dicho instrumento ha sido utilizado de forma oportunista y con fines partidistas: sólo apoyan la prórroga de un mes los mismos que auparon a Sánchez a la Presidencia, los de la moción de censura.
¿Y qué intención última subyace bajo este precedente? No aventuro nada, pues ya es un secreto a voces. Se trata de testear al pueblo español, de intoxicarle con la sensación, debidamente inyectada a impulsos del miedo a la epidemia, de que lo mejor es delegar en el Estado nuestros derechos, porque él nunca se equivoca y nosotros somos, por naturaleza, ciudadanos irresponsables y egoístas, a quienes no se puede dejar solos. Esto tiene un nombre en los tratados de Política. Los aliados de Sánchez lo conocen bien, porque en la Facultad de la Complutense donde ellos han campado tradicionalmente se ha practicado a porfía. Y la necesidad de aprovechar la ocasión propicia, brindada siempre por el destino tarde o temprano, para ensayar ese nuevo ecosistema, también. Con una particularidad: una vez que se experimenta con éxito, es como las vacunas. La enfermedad —libertad— queda neutralizada.                                                                                        
                                                                                            IMPLÍCITO

martes, 12 de mayo de 2020

LOS ARTÍCULOS DE "IMPLÍCITO"


Rompo la cuarentena de silencio que me autoimpuse tras el arrebato de verdad que nos transmitieron desde Moncloa, pero sólo en parte. Un grupo de colegas y amigos, cuyos nombres bullen en mi cabeza pero, obviamente, no voy a revelar, han decidido desafiar a la censura, creando una especie de “club de opinión” bajo el seudónimo de “Implícito”. Resulta evidente —al menos para quienes no andan perdidos en la nube de tontuna que ha invadido el medio ambiente social— su juego semántico. Implícito es como Tácito, o al menos se le parece mucho. Me ahorro aclaraciones porque, insisto, confío en el nivel cultural de mis/sus lectores acerca de una época histórica que cada vez se asemeja más a la actual, pero al revés. Ustedes me entienden.
Los componentes de “Implícito” van a “colonizar” mi blog y mi correo electrónico. De momento, sólo requieren mi permiso, que les doy gustoso. Al fin y al cabo, es lo que me queda de mi patrimonio inmaterial comunicativo. Eso, y las hemerotecas, que no es poca cosa. A partir de ahora, “los otros” tendrán que monitorizar a un fantasma. Es lo que tiene obstinarse en la libertad, agarrarse a ella como última tabla de salvación. No podrán acusar a Ángel Pérez Guerra porque A.P.G. no está en “Implícito”. O si lo está, es implícitamente, lo cual pone las cosas mucho más difíciles a quien quiera rastrear a alguien utilizando pretextos. El salvaje Oeste ya es otra cosa, pero se trata, precisamente, de evitarlo.
De modo que saludo a “Implícito”, que utilizará mi “A carta cabal” pero no tendrá nunca personalidad física ni jurídica, sólo periodística. Además, el tratarse de un “colectivo” le proporciona cierta inmunidad frente a la izquierda, para la que tan querido es el concepto. Habría que volver al Cuartel General de Burgos para llegar al castigo de sus redactores. Y ni por esas. No obstante, “Implícito”, como “Tácito” su sinónimo, será —no podía ser de otra manera— elegante, respetuoso, hábil, agudo y libre. Todo eso en una coctelera da como resultado el más sabroso néctar, la ambrosía de los seres soberanos de sí, que es de lo que se trata. Al menos eso me ha prometido. Y yo confío en él/ellos.
Lo que no será —doy fe porque los conozco bien— es nada alarmista. Ya saben.