Ahora sí que ladran, luego cabalgamos. La declaración parlamentaria del ministro de Educación y Cultura merece ser grabada en placas de bronce, sobre todo para que no se olvide de ella. Porque el otro ministro, el de Economía y Competencia, que usó el otro día el símil del bronce para desmentir las previsiones —seguro que interesadas— del FMI, éste suele tener mala memoria y debería aplicarse el cuento. Todavía recuerdo, y cada vez más, aquella rueda de prensa de junio que tanto nos tranquilizó en vano, asegurando que los célebres y etéreos 100.000 millones de Europa para nuestros bancos estarían en cuestión de semanas (ahora se habla de noviembre), que se habían conseguido unas condiciones extremadamente positivas (que se siguen negociando) y que no computaría como deuda soberana, y por lo tanto no agravaría el déficit. Como decía mi abuela: quien no te conozca que te compre.
Pero el otro ministro, el que ha recuperado las reválidas y ha metido en cintura el FEN de los socialistas, ése no tiene pelos en la lengua (absténganse los grasiosos) y acaba de dar nuevamente en la tecla que más les duele a los separatistas: “Hay que españolizar Cataluña”. Algo que sólo se puede hacer, con paciencia y sin cálculos electorales, desde la escuela. Algo que si se hubiera hecho hace treinta años nos habría evitado muchos disgustos, entre otros el de ver cómo un gobierno regional convoca un referéndum de independencia.
Hasta que no se desarrolle legalmente el funesto concepto de “nacionalidades”, en España lo único que hay son autonomías, de modo que los cómicos argumentos de la consejera de Educación de Cataluña sobre el incumplimiento de la Constitución (¿Ah, pero todavía se acuerdan de ella?) carecen del más elemental fundamento jurídico. Dice la buena señora que lo de Wert es “preconstitucional”. Y tanto, como que viene desde los Reyes Católicos como mínimo. O puede que de San Fernando, que mandó grabar en su mausoleo sevillano sus títulos reales sobre España —literalmente— en tres lenguas universales, una de las cuales constituye nada menos que un derecho fundamental de todos los españoles desde 1978. Y es que al ministro sólo le ha faltado un prefijo a su fórmula. Debería haber dicho “re-españolizar Cataluña”, porque la desintegración de la identidad española en aquella tierra es empeño bien reciente y muy probablemente, efímero.
Aprovecho la ocasión para dejar en el aire una propuesta que a los separatistas les parecerá también “preconstitucional” o “prehistórica”. Hace ya tiempo que no miro las etiquetas, sobre todo si es tiempo de rebajas. ¿Por qué no españolizar España? Este —y recalco lo de éste— Estado de las autonomías ha concluido en dislates como el de llamar en los colegios Lengua Castellana a la Lengua Española. Se me dirá que las otras también son españolas. Sí, pero no son “la” española, como muy bien sabe cualquier lingüista. El vascuence y el catalán son lenguas de España y nada más. ¿Por qué entonces hemos tenido que soportar tanto tiempo que nuestros hijos estudien en unos libros de texto y sean evaluados en unas asignaturas denominados “Lengua castellana”? ¿Vergüenza tal vez? ¿Estudian “Lengua Castellana” en Méjico o en Argentina? ¿Vienen de todo el mundo a estudiar aquí los “erasmus” “Lengua Castellana”? ¿Se llama la Real Academia de la Lengua “Castellana”? Ya va siendo hora de que las autonomías —sobre todo las más responsables, que son las históricamente socialistas— vayan corrigiendo este repliegue basado en el miedo ante los nacionalistas fragmentarios. Y si nos llaman de todo, eso va en el DNI.
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