Bueno, la de expresión y muchas
otras, pero ocurre, aunque ya lo tengamos demasiado olvidado, que todas
empiezan por ésta. Se me dirá que hablo subjetivamente e influido por mi
condición de periodista. Sí, claro, como todo el mundo lo hace desde la atalaya
de su quehacer en la vida o, si queremos resultar más platónicos, desde su
vocación. Pero observen el verbo que empleo: hablar. El domingo es día de “habla,
pueblo, habla”. Aquella vez de la canción pegadiza encargada por la UCD para
recorrer los pueblos y las tierras de España era la primera. ¿Será ésta la
última? Porque hay muchas formas de hablar, pero si empezamos a introducir nóes
en los referenda sobre libertad de expresión que son todos los comicios, el
resultado es de Pero Grullo: “No hables, pueblo, no hables”.
El 10-N vamos en realidad a un
referéndum de autodeterminación del pueblo español, colonizado hasta ahora por
un pensamiento único dictado desde el complejo de La Moncloa y otros complejos
con el respaldo prefabricado de mayorías manipuladas por las técnicas de ese
mismo discurso oficial, cuyo troquel venía esculpido en talleres que, probablemente,
nunca conoceremos… lo suficiente. El plebiscito de estas elecciones decide si
queremos saber lo que pasa —y ojo, lo que ha pasado— o preferimos seguir
pastando en las verdes praderas del paraíso socialista en el que comer del
fruto prohibido —pensar y decir lo que se piensa— es el pecado original de una
democracia entendida como “popular”.
¿Por qué expresarse incluso
quemando fotos del Rey y banderas nacionales es libertad de expresión y
ensalzar los logros evidentes del régimen franquista es delito? Ésta es,
queridos juristas y políticos de todos los partidos salvo VOX, la pregunta del
referéndum. Y por eso las encuestas de todos los medios han coincidido por
primera vez en que Abascal ganó el debate televisivo, aunque pueda ser una
manera de alertar al voto de las izquierdas como el 28-A.
Naturalmente, la pregunta del
referéndum no va formulada así. Pero es como si lo fuera, porque en realidad
todo consiste en dar a elegir entre el seguidismo pastueño de “la verdad y la
razón están siempre en el lado de la izquierda” o “hay que dar una oportunidad
a la recuperación de valores que la izquierda ha denigrado”. Hay dos casillas,
aunque haya muchos partidos. Y de cuál se marque dependen dos cosas: que España
siga existiendo como nación libre y unida por un lado y que no tengamos que
esconder la máquina de escribir por otro.
Esto último no lo digo a humo de
pajas. El 5 de noviembre de 2006 se estrenaba en España, precisamente en el
Festival de Cine de Sevilla, “La vida de los otros”, excelente “recreación” del
calvario sufrido por los intelectuales disidentes en la RDA (República
Democrática Alemana, para amnésicos y víctimas de la Logse). Pero lo que relata
esta cinta, internacionalmente galardonada (menos en España), no ocurrió en los
años cuarenta ni cincuenta ni sesenta ni setenta. La película está ambientada
en el Berlín comunista de 1984, cinco años antes de la caída del Muro. Y he
citado lo de la máquina de escribir —no voy a destripar la obra porque espero
que a quienes no la conocen les pique la curiosidad— ya que en aquel año y en
aquel lugar, pleno corazón de Europa, ¡todas las máquinas de escribir tenían
que estar inscritas en un registro del Estado! Y si la Stasi (Policía política)
descubría que algo interpretado como subversivo había sido escrito en una de
ellas, pobre del titular. Ya sé que los socialdemócratas de antes no estaban en
aquella línea. Pero me pregunto, con Rafael Alberti y Aguaviva, ¿qué piensan muchos
de los de ahora?
En los mítines de VOX, para
caldear el ambiente, suena siempre la que tal vez sea la canción más tarareada
de Nino Bravo: “Libre”. Cuando se estrenó y comenzó el camino de su triunfo,
hasta llegar a ser un clásico, todo el mundo la asociaba a la dictadura de
Franco. Pero sólo recientemente se ha divulgado que su protagonista era,
precisamente, uno de esos jóvenes que, en la vida real, no en las películas,
dejó su piel y su vida, literalmente, entre las alambradas de espino vigiladas
por torres de militares fuertemente armados y pastores alemanes dignos de la
Gestapo, en aquella adorable RDA. Escúchenla detenidamente e interprétenla a la
“luz” de este dato fundamental. Y otro hecho: se lanzó al mercado… en 1972,
sólo cuatro después del “mayo del 68” del que tanto se enorgullecen nuestros
socialistas, comunistas y anarquistas. Si tienen estómago, busquen también
imágenes de aquella “frontera” berlinesa de la libertad. Otro día les hablaré
de otras dos películas todavía “frescas” que giran en torno a estos asuntos,
aunque desde diferentes prismas: “Las invasiones bárbaras” y “Good by, Lenin!”.
Santiago Abascal daba a conocer
la otra noche en uno de los últimos feudos irreductibles del PSOE (Dos
Hermanas, Sevilla, donde también sonó “Libre”) un par de datos cuando menos
elocuentes sobre el ya mencionado debate que para muchos españoles ha supuesto
el descubrimiento de un líder que en nada se parece a los fascistas. Por un
lado, reveló que en su atril sólo había un par de fotos, la del Kennedy sereno
en su famoso duelo ante las cámaras con un Nixon sudoroso, que le llevó a la
Casa Blanca; y la de una familia norteamericana de la época. Y dijo que cuando
se sentía tentado de hablar sólo para los demás intervinientes, miraba las
fotos para recordar que sus interlocutores eran los españoles.
Lo otro es más fuerte, y habla de los sutiles
mecanismos televisivos para el mantenimiento del negocio, sea económico o sea
político. Resulta que su famosa entrevista en “El hormiguero”, fue la
única con los candidatos de las generales en la que no hubo aplausos. ¿Y saben
por qué? No, ciertamente, porque el público se mostrase reticente, sino porque
el regidor no levantó en ningún momento el celebérrimo “panel de órdenes”. Y
sin embargo, ¿qué ocurrió? Que el pueblo “habló”. Lo hizo durante el tiempo de
la publicidad. ¿Y saben lo que gritó el graderío espontáneamente, en cuanto
pudo? “¡Presidente, Presidente, Presidente!”. Ahí queda eso, para quien, tras
ver “La vida de los otros” no se sienta indiferente por la posible vuelta de
todos los pasados.