"Sólo se puede destruir una gran nación cuando ella
misma se ha destruido interiormente."
La frase que antecede pone el colofón a
la película "La caída del Imperio romano", gran superproducción de
Samuel Bronston dirigida en 1964 por Anthony Mann y protagonizada por Sofía
Loren, Alec Guinnes y James Mason entre otros grandes actores. La cinta, de
tres horas de duración, es un culebrón histórico y en ella se invirtieron más
de dieciocho millones y medio de dólares de la época, aunque supuso un fracaso
de taquilla, donde no se llegaron a recuperar ni cinco millones. Rodada en
espacios naturales de la sierra de Madrid y de Valencia, Dimitri Tiomkin le
puso una música tan colosal como los decorados de esta gran película "de
romanos" que la crítica ha ido recuperando posteriormente. La obra dio
lugar a una novela, de suerte igualmente incierta.
Y esto, el azar, ha querido que ante mis
ojos desfilen por primera vez —creo— estos fotogramas de legiones en
formaciones implacables, entreveradas con miradas del arrasador rostro de la
Loren precisamente la víspera del día en que los españoles se manifestarían por
la unidad de España y contra la amnistía o la autodeterminación como
herramientas de su autodestrucción.
No recuerdo nada desde la Transición que haya derramado tantos ríos de tinta. Casi todo lo que llega a mis ojos por estos días tiene el mismo sentido: es la hora final de España “si no se reacciona”. Pero, ¿cómo? El sistema, que tal vez en su concepción era efectivamente democrático pero que, como todos los nuevos había que desarrollar, se ha ido convirtiendo en una cárcel. Son las minorías “territoriales” las que tienen secuestrada a la voluntad general. Así de claro. Y ello ha sido posible gracias a las guerras intestinas de unos partidos al servicio de intereses personales y de grupo cuya gran olvidada ha sido la madre de todos: la Patria. Todo ello aparece fielmente en la película con la que abría estas líneas, por otra parte un alegato bastante demagógico en favor del pacifismo y la alianza de civilizaciones que se pretende asociar con el reinado de Marco Aurelio, el emperador filósofo.
El día que Felipe VI recordaba en público a su hija y heredera cuáles serán las responsabilidades que contraía al jurar bandera, el presidente del Gobierno en funciones se quitaba de enmedio y se iba a Granada a recibir allí un baño de besuqueos jubilados bien controlados a puerta cerrada. Realmente, nos encontramos en un escenario grotesco que revive el carácter profético con el que a veces se reviste el cine. La escena final de "La caída del Imperio Romano" es la de una subasta. El jefe del ejército, que es el que pone y quita emperadores, recibe las ofertas de los senadores venales que aprovechan el vacío de poder para pujar por el Trono. Es entonces cuando una voz en off señala "Así empezó la caída del Imperio Romano". Y añade la frase con la que abríamos este artículo. Tal vez por eso no tuvo éxito en taquilla.
Certero y triste análisis de la situación política de la nación. Agudas las alusiones a la célebre “película de romanos” y, sobre todo llena de triste verdad la metáfora de la subasta.
ResponderEliminarEnhorabuena Ángel.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarDas en la llaga de la realidad
ResponderEliminarCertero, preocupante y triste augurio. También, magistral.
ResponderEliminar