viernes, 28 de febrero de 2025

CAMBIO DE PARADIGMA

Escojo a propósito una palabra muy de moda hace pocos años en ámbitos autodenominados “progresistas”, aunque hoy esos mismos círculos preferirán emplear el adjetivo “reaccionario” para describir lo mismo. Serviría también aquello de “políticamente correcto” si consideramos tal cosa lo que nos impuso la dictadura del neomarxismo y sus derivados, ahora en trance de darse la vuelta como un calcetín. Pongo un ejemplo harto ilustrativo: el diario más “avanzado” y por ende proabortista del mundo, el New York Times, acaba de publicar un reportaje en el que denuncia prácticas corruptas por parte de la mayor red de negocio de “ives” conocida: Planned Parenthood. Ello implica un giro de 180 grados en la tendencia de esta trinchera por el derecho de las mujeres a acabar con la vida de sus hijos. Sigue, pues, la racha iniciada por Meta (Facebook e Instagram), tras X (Twitter) y luego nada menos que Disney, a la espera de lo que haga pronto Apple e incluso la muy vanguardista Microsoft. Todo esto, limitándonos al foco de esta reversión de inclinaciones, que está en los Estados Unidos.

Por supuesto, los cambios de orientación cultural de firmas punteras en tecnología e industria no son más que indicadores de algo mucho más profundo, de índole cultural, que es el paradigma. O el modelo, para entendernos en román paladino. La libertad como medio ambiente de cualquier clima políticamente respirable ha ganado la batalla a las corrientes “woke”, ésas que buscan ser continuación de las viejas luchas venidas del Este en tiempos de guerra fría y soterrada expansión comunista. Un pequeño esfuerzo de elevación sobre la pseudodialéctica de la España actual —que es en realidad una momia de Lenin— nos puede permitir divisar un futuro distinto, más abierto y luminoso en el que incluso sea admisible soportar sin rasgarnos las vestiduras los ridículos de un presidente. Ello sólo es posible si perforamos la costra de miopía a la que nos han acostumbrado los que viven del sistema establecido (no hablo de leyes sino de intenciones) y profundizamos un poco. ¿Tanto cuesta reconocer que el histriónico míster Trump fue el primer líder de la Casa Blanca en muchos años que no inició guerra alguna, que fue capaz de cruzar a pie la tierra de nadie coreana para encontrarse cara a cara con la encarnación de la amenaza nuclear del norte y que ha hecho posible la tregua y el canje de prisioneros y rehenes en Oriente Próximo, antes incluso de tomar posesión?

Por supuesto, los dirigentes del socialismo institucionalizado que padecemos en España y en buena parte de Europa están desplegando la artillería pesada para que sigamos sin enterarnos de eso y de otras muchas cosas, como que Rusia también tenía sus razones, todo lo criticables que se quiera, para intentar reanexionarse una parte de Ucrania. Criticables, pero no censurables. Y lo cierto es que hubo una rueda de prensa multitudinaria, bien vendida por los sucesores del KGB (del coronel Putin) de la que circuló un vídeo que —¡oh, misterio!— desapareció de la red, y en la que el poco democrático premier ruso anunció sus planes basándose en el incumplimiento de los acuerdos de Minsk. Como se esfumó otro, ligeramente anterior, en el que arengaba a sus tropas recordando lo que tan bien sabía: cómo los servicios secretos de la URSS habían minado durante décadas los principios morales de Occidente, que estaba ya en sazón para ser atacada. La USA de Biden no hizo sino favorecer la guerra proporcionando armamento y adiestramiento a una Ucrania en la que no hay elecciones libres ¿desde cuándo? Busquen, por favor, el discurso de despedida del presidente Eisenhower —uno de los generales más activos contra el III Reich— en el que pone claramente en guardia contra el “estado profundo” (deep state), alimentado por una tan tenebrosa como potente alianza entre el capital de la industria militar y ciertos burócratas de la Administración. Ahí puede estar una de las claves de la guerra de Ucrania, que tanto sufrimiento ha generado.

Los escuadrones de la dictadura inmaterial se han puesto en marcha con métodos tan viejos que datan del siglo XVIII. Bajo el manto de las garantías frente a los bulos y la “desinformación”, han desempolvado todos los mecanismos de persecución de la libertad de expresión, cercenándola desde arriba: desde la titularidad de los medios de comunicación. Han comprobado que los procedimientos solapados ya no funcionan como antes, cuando lo “políticamente correcto” lo dominaba todo. Y están pisando el acelerador, porque saben que se lo juegan todo, es decir el éxito histórico de un imperio cultural que colonizaba las conciencias desde preescolar hasta la eutanasia.

domingo, 2 de febrero de 2025

EL LADO LUMINOSO DEL XVII SEVILLANO (homenaje a don Enrique Valdivieso y su esposa)

 El profesor Enrique Valdivieso, seguramente el mayor experto vivo sobre Murillo, dio hace algunos meses, cuando los fastos apenas se esbozaban, una lección magistral de carácter casi íntimo a un grupo de gente inquieta de la ciudad en la que el pintor vino a nacer que perdura en la memoria de quienes a ella asistimos. Aquella tarde, en plena sobremesa y ante un auditorio encandilado que parecía escuchar sus palabras como si de la estantigua de San Telmo se tratase (trocada la dureza pétrea en sensibilidad a flor de piel), este talento sevillano de Valladolid pronunció un discurso a los postres, salteado de preguntas emocionadas. El maestro nos tomó de la mano e hizo que nos sintiéramos espías de Murillo. Dejó a un lado las latas de membrillo y el aburrido lenguaje de las tesis. Pero no la imaginación. Nos situó en una puerta de la Sevilla alucinada, torturada, lacerada por la epidemia de 1649. Y desde allí, fuimos siguiendo al artista por los suburbios dolientes de una población diezmada.

Valdivieso logró transportarnos, meta sempiterna de todos los contadores de historias. Se reveló como un excelente prosista improvisado, como un bardo ciego —¡él, con su mirada de vista rápida!— que concentrara mil iconos en una palabra para derrochar el verbo del arte sin clasificar. Y nos explicó el por qué de Murillo. En otras palabras sin duda, vino a decirnos: “Los sevillanos necesitaban, en ese momento histórico, alguien que los sacara de la peor pesadilla que vieron los siglos. Y encontraron a Murillo deambulando por sus calles, en busca de niños harapientos, roñosos y muertos de hambre, pero bellos como sus Inmaculadas. La pintura profana de Murillo, y también la religiosa a su manera, fueron como una operación humanitaria de rescate estético y ético. Un respiro. Él vio en aquellos hijos de Dios ávidos de misericordia, huérfanos, perdidos, andrajosos y sin más futuro que un hilo de esperanza biológica, el lado luminoso de la vida, la luz, y decidió llevarlos a los lienzos como un consuelo para tanto sufrimiento humano que le salía al encuentro. La ciudad estaba laminada, psicológicamente triturada, llorando a sus muertos noche y día. Sólo le quedaba el pincel de Murillo. Y lo aprovechó. Vaya si lo aprovechó.”
Nos quedamos boquiabiertos. Murillo, apóstol de la vida en una Sevilla atribulada, donde el olor a cadáver se mezclaba con el eco de las rogativas. Quienes llevamos media vida buceando en la historia fidedigna de la “muy noble” sabemos bien que el significado de aquella alocución breve y acerada, como una punzada de los millones que se embalsaron en la Sevilla de aquellos años, respondía sin la menor traición a lo sucedido entonces. Traigo a colación una “anécdota” (no puede ser más luctuosa pero rica para la historiografía) que hallé en un libro de actas de la hermandad de la Carretería correspondiente a aquellas fechas. Un domingo, los toneleros se reúnen, convocados por el muñidor, para elegir oficiales. En aquel ajado papel me salieron al camino un puñado de nombres anónimos. A continuación, el acta recogía los esfuerzos, sobre todo económicos, para llevar a cabo la estación de penitencia y la procesión de la Pascua de Resurrección (dos salidas en cuestión de pocos días). Pasé las páginas. Reconozco que me asaltó un temblor sordo, a solas como estaba con aquella memoria histórica que empezaba así: “En Sevilla, a 17 de abril de 1649, se juntaron los hermanos que quedaron bibos”. Sí, una semana más tarde, aquel domingo cuaresmal o tal vez de Ramos, había que volver a elegir junta de gobierno, porque la mayoría había sucumbido víctima de la bubónica. En aquel momento decidí que dicha frase encabezaría mi libro “Dios, hombres, ciudad” bajo la dedicatoria “A mis hermanos de la Carretería. Los que se fueron y los que viven”.

Ahora que se despliegan a toda prisa las velas del cuarto centenario, y que don Enrique Valdivieso habita en el relativo olvido —cruel como la peste— de su morada a dos pasos de la eterna que acoge los restos de aquellas retinas universales, es buen momento para reflexionar sobre el lado luminoso del siglo XVII sevillano, el que permitió que la ciudad se sobrepusiera a su apocalipsis, gracias, en buena medida, al mensaje que dejó en ella la pincelada del genio.

(Publicado en ABC de Sevilla el 18 de enero de 2018)