No es preciso aclarar que “esto” era todo lo malo. Y para los asaltantes del poder lo sigue siendo. En mi opinión, esta aparatosa caída de máscaras a la que, tristemente, estamos asistiendo confirma que Franco es para ellos, los detentadores de las riendas, una maniobra preventiva de distracción. Durante los últimos años, del caso Begoña para acá, han descubierto su error: no son impunes. Y si lo han sido, se trata de una condición pasajera. Todo, absolutamente todo lo que vienen haciendo en cascada, obedece a una única finalidad: intentar, a la desesperada, cubrirse las espaldas transformado el estado de derecho en un búnker para el blindaje de su suerte. Esa extraña mutación entre moral y psicológica que les hacía sentirse por encima de todo (de la Ley, de la Justicia, y por supuesto de los diques éticos) ha quedado fuera de la Historia. El sentido común, implacable, ha invadido la farsa y la humana comedia ha pasado a divina tragedia para los cómicos.
Al modo de las cortinillas
cinematográficas, esta debelación de la pantomima bucanera traerá consigo otra
mutación, la social, que nos hará respirar merced al oxígeno del gran logro que
nos acarreó el progreso: la información. Sí, porque lo que se abre paso en un
campo de batalla devastado por los enemigos de la libertad es la bandera de la
transparencia, del conocimiento, llave de la soberanía humana. El homo sapiens es una criatura frágil y
poderosa a un tiempo. La inteligencia, que como los antropólogos y los
filósofos saben bien es un arma de doble filo, ata y desata. Nos ha tenido
atados durante décadas porque nos negábamos a caer en las dos grandes
perdiciones del homo erectus: la violencia y el odio. Ni siquiera ahora, que las
últimas revelaciones auditivas nos muestran a las claras cómo vivimos
colectivamente en el alambre, nos sale del alma quemar contenedores. Eso es
oficio de otros, que han estado gobernando hasta hoy. (Ilustración para
olvidadizos: el anciano atropellado por uno de esos contenedores que empujaban
salvajemente los bárbaros en las calles de Cádiz.) No. La paciencia es el don
de la gente de fe, en todos los terrenos. Y en España, pese al exhibicionismo de
la locura que nos ataca un día sí y otro también, hay una inmensa masa social
de sensatez y respeto hacia la dignidad humana, propia y ajena. Que arriba,
salvo el Rey, no les suene eso de nada sólo quiere decir que no son tan listos
como se creían y nos ha podido parecer. Son un atajo de desalmados, que durante
demasiado tiempo han controlado nuestras mentes y nuestros corazones, o al
menos lo han intentado incansablemente. Hasta que han topado con la Benemérita,
así llamada no por casualidad. Un puñado de hombres buenos, tanto espiritual
como técnicamente, que sólo se deben, por este orden, a la Patria, a la Ley y
a la Justicia que la administra, han hecho saltar por los aires la gran
pantomima. Los que siguen atribuyendo a Franco todos los males que aquejan a
España lo hacen porque nadie mejor que ellos saben que los mayores culpables de
esas lacras son ellos mismos y su falta patológica de escrúpulos. Una vez más,
luz y taquígrafos es lo único que puede salvar nuestro futuro. Y que cada palo
aguante su vela.