Me confieso permanentemente impresionado por la escena de “2001, una odisea del espacio” en la que un robot malintencionado lee los labios de los dos astronautas refugiados en una cápsula supuestamente segura de una nave espacial futurista. Los tripulantes traman un plan para eludir la opresión a la que está sometiéndoles el autómata, cuya inteligencia artificial ha superado a la de sus autores humanos. Pero olvidan que ese cubículo tiene una puerta provista de un “ojo de buey” de vidrio por el que se pueden ver sus rostros, es decir sus bocas. El robot aborta así las argucias que proyectan sus víctimas.
En Estados Unidos —todavía metrópoli
del imperio tecnológico mundial, aunque cada vez más menoscabada por los chinos—
acaban de aflorar unas estadísticas, eclipsadas por las referidas a la
inseguridad padecida por la capital federal (igualmente dignas de un serial
apocalíptico), que señalan cómo los jóvenes yanquis mejor formados padecen ya un
índice de paro superior al general. Se trata de un hecho histórico sin
precedentes en condiciones ordinarias. Particularmente llamativo es el desempleo
que amenaza a los titulados en tecnologías, y sobre todo los informáticos. La
era de los programadores como campeones del mercado de trabajo se tambalea.
Claro que aún son los estudios de Antropología los que registran más
infratrabajos. Pero el cambio de tendencia está ya ahí. ¿Culpables? Varios,
como siempre, pero todo apunta a que es la Inteligencia Artificial “Generativa”
(reconozco mi ignorancia al respecto) la que está detrás del fenómeno. La
tecnología diseña ya tecnología hasta el punto de que no nos necesita. El
género humano sobra en el mundo de los microchips. Y sobra ya. Son datos de la
Reserva Federal de Nueva York, muy fresquitos (primeros de mes). En España los
ha publicado elEconomista. Me lo pasa mi hijo, graduado en Administración y
Dirección de Empresas, que por edad anda inmerso más de lleno que yo en la “polemática”.
Las cifras nos pueden llevar por
mil caminos, ninguno especialmente venturoso. Yo ando anclado en la película de
Kubrick, que ya tiene sus buenos 57 años, igual que la novela homónima de
Clarke, aunque los orígenes se remontan nada menos que a 1948, cuando aparece
el cuento inicial de la saga. Es, pues, un tema más histórico y filosófico que
estrictamente tecnológico. Y es que el trasfondo de todo esto no es otro que la
libertad del hombre. Ello es lo que anda en entredicho con la IA y otras
zarandajas.
No obstante, la noticia de los
jóvenes useños y su drama profesional-laboral nos sitúa en un punto de
inflexión: el de reflexionar sobre si ha llegado el momento (algunos lo hemos
asumido ya) de relegar la tecnología para que la tecnología no nos devore del
todo. No pretendo esbozar un ensayo de calado que me sobrepasa. Pero creo que
todos y cada uno estamos ante el reto, vital, de poner coto al consumo
desaforado de una tecnología que, salvo casos de vida o muerte, no necesitamos
y que resulta ya demasiado inhumana. Todo esto en la esfera de las decisiones
personales. En el ámbito social, los políticos sabrán si quieren seguir suicidando
a la Humanidad o coger por los cuernos el toro de una evidencia: que nuestras
vidas han perdido calidad a raudales desde que para todo necesitamos un
mediador tecnológico. Si los humanos no somos necesarios, mandarán sin duda las
máquinas. Leyéndonos los labios que hoy son nuestros mensajes de wasap.
Sagaz e inteligente reflexión como todas las que haces
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