El 25 de junio de este 2014 pasará a la historia personal de casi
un centenar de personas como una fecha gratamente inolvidable. A eso de las
nueve menos diez de la tarde (en Bormujos, Sevilla, y en junio, esa hora no es
de la noche todavía), unas cuatrocientas personas comenzaban a recibir en sus
retinas y en sus tímpanos los primeros fotogramas de “En el último minuto”, un
mediometraje (37 minutos y medio) en el que se han volcado los esfuerzos de
ochenta personas que, generosamente y sin recibir nada tangible a cambio, han
trabajado para que la película en cuestión sea un éxito y sobre todo para que a
través de las emociones que sea capaz de levantar en el ánimo de sus
espectadores (particularmente de sus espectadoras en edad fértil) pueda
alcanzar su gran objetivo: salvar vidas.
Como se verá, hemos apuntado alto, tanto el equipo de rodaje
(unas veinte personas) como los colaboradores, que han sido casi todos los que
han recibido la invitación a servir a una causa que era mucho más que un
cortometraje, como se planteó en un principio. Sólo una persona de ochenta ha
rehusado intervenir, en ese caso con su música cofradiera. El resto — setenta y
nueve de ochenta— parecían estar esperando esta oportunidad de entregarse a la
aventura apasionante que ha ido rodando (nunca mejor dicho) desde un lejano día
de enero de 2013 en que involucré en este barco sin subvenciones públicas o
privadas (se solicitó una a una célebre y añeja entidad pero no la concedió) al
primer voluntario.
Desde entonces, la nave ha ido tocando varios puertos clave:
guión (debidamente registrado como propiedad intelectual), búsqueda de actriz
principal, gestiones con la
Hermandad de la O
de Sevilla, que puso a nuestra disposición su templo para el primer rodaje (16
de marzo de 2013) así como para el del Viernes Santo y el Domingo de
Resurrección; rodajes en la sede de Provida, en el Parque de María Luisa de la
capital hispalense, en la barriada de Los Bermejales (irremplazable Casa Leo),
y en las dos orillas del Guadalquivir, hasta finalizar en una avenida de Triana
donde se encuentra, precisamente, el abortorio real que ha inspirado la escena
correspondiente de la película, aunque, obviamente, no aparezca en ella. Allí
nos despedimos, un caluroso 30 de junio, con una sensación agridulce: ¡Qué gran
vivencia juntos! ¡Cuántos nuevos amigos! ¡Qué alegría estar trabajando por la
vida del no nacido sin intereses económicos de por medio y haciendo, además, lo
que nos gustaba hacer: cine! Pero, ¿habríamos dado la talla? Ahora había que
revelar y visionar las tomas —muchas, en algunos casos muchísimas— con la
incertidumbre de no saber si en algún plano había fallado algo que no habíamos
percibido y que lo hacía inútil. Recuerdo que aquel día, cuando la relajación
volvió a mí y pasaba en mi cabeza la moviola de lo filmado, fuimos, para
celebrarlo, mi familia y yo a comer a una pizzería muy cercana al puente de
Triana, en el que empieza la acción de nuestra película. Aquel día estuve a
punto de matar a alguien… No, no se alarmen, no había perdido la cabeza. Fue un
acto involuntario: dejé caer un pesado cuchillo puntiagudo desde la mesa que
ocupábamos, situada en un entresuelo, junto a una barandilla sin protección
cerrada. El cuchillo cayó a unos centímetros de la camarera que atendía en la
barra. Según ella, lo peor era que ese día cogía sus vacaciones, varias veces demoradas.
Fue, por así decirlo, un motivo más para dar gracias a Dios, de los muchos que
han salpicado esta película.
Porque estamos, querido y paciente lector, ante una pequeña
obra de arte colectiva, hecha y estrenada en estado de gracia. No porque nos
confesáramos antes de cada rodaje, o porque nos consideremos santos, sino
porque en cada recodo del camino —azaroso sobre todo porque no somos
profesionales, apenas tenemos dinero para llevarla a cabo y es nuestro debut—
yo al menos nunca he dejado de recibir ayuda de lo Alto. En la página web www.enelultimominuto.com cuento una
de las “coincidencias”, seguramente la más increíble de todas, que han hecho
posible nuestra osadía. Pero hay más. Por ejemplo, otra de las escenas de
peligro rodadas sin especialistas que a punto estuvo de ser “el último minuto”
de la carrera como actriz de la farmacéutica y ex Miss Sevilla Pilar Domínguez
tuvo lugar, exactamente el día de nuestro primer ensayo, en la iglesia
parroquial de La O,
cuando se volvió bruscamente (“No corras tanto al hablar”, le había dicho yo la
primera vez que hablamos por teléfono) delante del paso de la Virgen, que tenía ya las
maniguetas montadas. Las maniguetas son esas largas y gruesas puntas de lanza
de plata que sobresalen de los respiraderos frontales en las esquinas. Estamos
hablando de piezas rígidas y afiladas en su extremo que miden unos cincuenta
centímetros. A punto estuvo Pilar de clavarse una en la cara, en ese rostro
prodigioso que era, además, el rostro de la película. Primer accidente, el
primer día de “En el último minuto”, evitado sin duda por la Divina Providencia,
que nunca nos ha abandonado.
Segunda “anécdota” a tener muy en cuenta para evaluar si el
Creador de todas las cosas y sobre todo de sus hijos no nacidos estaba o no
con el equipo de rodaje: Al fin y al cabo, "provida" y "Providencia" comparten raíz filológica. La idea de la cajetilla de tabaco con la que se abren
los títulos me la dio un “caso real”. Aguardaba yo en un paso de peatones a que
se encendiera el verde cuando observé en el centro de la calzada una cajetilla
aplastada con la imagen de un feto y la consabida advertencia legal de que
“fumar bla bla bla”. Le pasó por encima la robusta rueda de un autobús. Me pareció
una metáfora demasiado a propósito para ser también “casualidad”, y como en
esos precisos momentos andaba yo buscando un punto de arranque para mi
historia, me agaché a coger la cajetilla al cruzar el paso de cebra, como hace
la protagonista, sólo que yo me eché a andar con el semáforo en verde para los
viandantes.
Pero no acaba aquí este microrrelato dentro de la gran
narración de “En el último minuto”. Guardé celosamente la cajetilla para
utilizarla en el rodaje. Pasó el tiempo (seis meses), y cuando llegó el día de
grabar la imagen de la cajetilla en el asfalto y fui a buscarla donde estaba
convencido de que la tenía, el objeto de atrezzo
fundamental no estaba. Soy un hombre nervioso, de nacimiento y de formación.
Empecé a zozobrar. Al día siguiente estaba convocado todo el mundo. Como dice
la primera canción del filme: ¿qué hacer? Salí a una tertulia de amigos que nos
reunimos los lunes en un hotel de la Plaza
Nueva sevillana. Me acompañaba mi mujer, Susana. Mi monotema
de conversación era la pérdida de la cajetilla. Yo no fumo. No sabía si podría
encontrar una en un estanco con la misma ecografía. A escasos metros de mi
destino, Susana me agarró del brazo y me paró en seco. “¡Mira!”, dijo mientras
señalaba el suelo. Allá abajo, justamente delante de mis pies, sin que yo me
hubiera dado cuenta —ella sí—, y a punto de ser aplastada por mis suelas, había
una cajetilla idéntica a la que yo había extraviado. Suspiré. Es la que aparece
en la cinta. Meses después, cuando ya había pasado el “ciclón”, el del rodaje,
y revisando mis papeles, apareció la primera cajetilla. Desde entonces padezco
un extraño síndrome —ignoro si ha sido estudiado por los expertos—, una especie
de “Diógenes” de las cajetillas de tabaco con imágenes de niños no nacidos. Las
colecciono. La verdad es que me parece un contradiós dejarlas en el suelo para
las pisen, las méen los gatos o sean barridas e incineradas (como los restos de
los abortados, por cierto).
Hay más. Ésta la he dejado para el final porque es muy
triste. Triste pero útil. Antes de planificar las “expediciones” para rodar,
estuve buscando, como es obligado, las localizaciones de exteriores. Lo primero
era saber si podíamos trabajar en la acera del abortorio real sin que
apareciese ninguna referencia de éste. Allá me fui una tarde para observar el
“escenario”. Cuando miraba acá y allá, salió del centro una pareja. De edad
mediana, pero dentro todavía de los años para procrear, ella se desplazaba con
dificultad. Era guapa… pero estaba destrozada. Su semblante lo decía todo. A punto
de estallar en sollozos, con los párpados cargados (¿noches sin dormir?),
visiblemente dolorida, era cualquier cosa menos la estampa de una mujer
satisfecha. Su acompañante la sostenía por el codo, con la otra mano en la
espalda de la víctima. Confieso que treinta años de ejercicio de la profesión
periodística, en la que uno acaba por creer que lo ha visto todo, no me
sirvieron para mantener el equilibrio. Sentí una rabia tan profunda —o no,
mucho menos, claro está— como la pena de aquella madre que había dejado de
serlo minutos antes (para aquellos dos seres humanos —no importa el sexo— no
hubo “minuto siguiente”) por voluntad propia. O no.
Me apoyé en el tronco de un árbol. Los dejé esperando un
taxi, al borde de aquella acera que habrá visto tantas escenas iguales, que
habrá contenido tanto sufrimiento, que habrá soportado las pisadas de dos
personas entrando y sólo una (o media) saliendo con el arrepentimiento, tan
pronto y tan desgarradoramente, dibujado en sus facciones, en sus movimientos,
en su cuerpo y, sí, en su alma.
Aquel día aprendí mucho, primero como persona, como hombre y
luego como cineasta. También como periodista, como escritor, como cristiano,
como esposo, como padre, como amigo, como ciudadano... Por eso digo que siendo
terriblemente triste, fue también hondamente útil.
Cerremos este capítulo de incidencias con un respiro
humorístico. El día que rodamos en Los Bermejales, y más concretamente en la
puerta lateral de un “megachino” que se encontraba cerrada porque, además, era
domingo, y teniendo en cuenta que no había dinero para pedir una licencia
municipal de ocupación de vía pública, teníamos que disponer de un largo trecho
de acera “para nosotros” durante los 40 segundos que mediaban entre la palabra
“¡Acción!” y la palabra “¡Corten!” (que por cierto se me olvidó, y dejé a Pilar
un rato dentro del escasísimo espacio del dintel, menos mal que no está metida
en carnes). Pues bien, nuestra script
Viky Blasco —cuyo coche es el que pasa por encima de la cajetilla— llevaba una
carpeta con las anotaciones de partes de cámara, etcétera. Como todo en esta
película “Ninja” —nunca mejor dicho cuando estábamos junto a un “chino”—,
aquello se hacía a base de “sablazos”. Y a un transeúnte muy amable —como todos
los que se han cruzado en nuestro camino, aprovecho para enviarles mi
agradecimiento en nombre de todo el equipo— la secretaria le rogó que detuviera
unos instantes su paso. El buen hombre, que no se había percatado de lo que
estábamos haciendo, le contestó, educadamente: “No, ahora mismo no puedo
entretenerme”. Que es, aproximadamente, lo que contestamos todos cuando, como él,
creemos que nos van a hacer una encuesta o algo peor (pedir dinero,
naturalmente). Contuvimos la risotada como pudimos y después lo hemos revivido
en familia, siempre con una sonrisa en la boca, como todo —insisto, todo— lo
que ha rodeado la elaboración de esta película enamorada de la vida.
Cabría añadir el mal momento que pasé en la Plaza de España, cuando llevábamos horas trabajando y un patrullero de la Policía Local que vigilaba la zona haciendo el típico círculo por la gran explanada central detuvo su marcha a nuestro lado. Fueron unos segundos interminables. ¿Complicaciones? Afortunadamente, reanudó su ronda e incluso después salió en un plano que, finalmente, no incluí.
Cabría añadir el mal momento que pasé en la Plaza de España, cuando llevábamos horas trabajando y un patrullero de la Policía Local que vigilaba la zona haciendo el típico círculo por la gran explanada central detuvo su marcha a nuestro lado. Fueron unos segundos interminables. ¿Complicaciones? Afortunadamente, reanudó su ronda e incluso después salió en un plano que, finalmente, no incluí.
Y después, el verano…
Nos despedimos y cada uno afrontó su tiempo estival. El mío
fue, como cada año, en plena Costa de la
Luz, un lugar idóneo, como bien sabía Manolo Summers, para
concebir y realizar ideas audiovisuales. Yo le tenía un respeto imponente al
montaje. Vamos, que le temía como a un miúra. Un buen día de julio, dejé de
darle vueltas y largas. Me zambullí en el programa, como en el agua del
Atlántico (a la que a menudo también le tengo tirria por lo fría que está por
esos lares) y me lancé a montar como antes lo había hecho a escribir y a rodar.
Para mi sorpresa, adquirí cierta soltura con una inusitada rapidez. Y es que la
técnica digital, que tan oportunamente ha llegado a mi vida, le permite a uno
hacer cosas para las que no está preparado, incluso a los 53 años. Recuerdo muy
bien que cada día, en el agua del mar, daba gracias a Dios por el avance recién
logrado, repasando lo hecho y calculando lo restante. Hay que tener paciencia
para hacer cine, pero sobre todo para montarlo bien. El resultado, ya ven, no
es del todo malo, sobre todo teniendo en cuenta que ha salido de las manos de
un bisoño.
Tras el verano, el proceso continuó: repetición de tomas
falsas, corrección de color, efectos especiales, una sesión en casa para el
equipo, todavía sin música y con montaje provisional… Hay una escena, la de la
discusión entre María y Luismi, que hubo que repetir muchas veces, y todo ello
después de que en julio lo hubiésemos intentado también tras seis horas, seis,
de rodaje, e infructuosamente en una tarde soporífera, rodeados de ventiladores
que había que apagar cada vez que se daba el golpe de claqueta. Cuando Pilar le
cogió el tono dramático, a Álvaro se le puso la mente en blanco, y hubo que
ponerle el guión en la pared. Como la lectura era evidente, repetimos en
noviembre, pero hubo que recurrir a los cinco minutos de silencio y a la
respiración lenta una y otra vez. Cuando, finalmente, dimos con una escena
“limpia”, resulta que Pilar miraba a la cámara. El encadenado nos sacó del apuro, lo mismo que en varios momentos de
las entrevistas de María con sus interlocutoras. Aquellas actrices improvisadas
levantaban la vista y miraban al director para consultar su aprobación… cuando
todavía no habíamos cortado la cámara.
La imprescindible
música
Un lento y también agitado sendero nos quedaba todavía por
delante: el de la música. Para no cansar, ahorraré detalles. Sólo quiero
apuntar un contratiempo: cuando todo estaba previsto para grabar con medios
profesionales en Umbrete la canción final del coro de padres y niños de
Tabladilla, nos dimos cuenta de que la fecha acordada era… el sábado de Feria.
Imposible, pues. Y ahora vete a buscar otro día. Decidimos, como solución de
urgencia, grabar por nuestra cuenta. Resultado lamentable, técnicamente
hablando. Por último, la gentileza de Carlos Harto, profesional de las
grabaciones sonoras, permitió obtener una banda musical sencillamente
grandiosa. Gracias, Carlos. A él también le hemos pegado su sablazo, y fruto
del mismo es esa melodía que queda flotando en el oído del espectador y que es
como el marchamo de la película, su himno triunfal, al que servidor puso la
letra, y Alejandro Terrero (gracias, Ana Capote, por mediar), un profesor de
Primaria del colegio Tabladilla, la música rumbosa que cierra “En el último
minuto”. Meses de ensayo entusiasta han concluido en un son precioso y
ajustadísimo a las imágenes a las que pone fin. Siempre estaré en deuda con
María del Águila Bono y las veintitantas voces e instrumentistas que lo han
hecho posible.
El resto de la música ha sido obra de Rosa Ciriquián,
presidenta de Provida Sevilla y auténtica alma de la película (ella la salvó en
un momento crítico, como hace con tantos niños y madres en riesgo de
destrucción), el joven y brillante pianista Jesús Campos, que ha compuesto dos
piezas para la película y el documental “La O: Esperanza y vida”; Luis Martínez Escribano,
cantautor que ha compuesto e interpretado la primera canción (a distancia) y de
quien es la segunda, soberbiamente cantada por Natichu Noguera, y Abraham
Fernández, organista de la
Hermandad del Valle, que ha cedido la grabación, perfecta, de
su “Stabat Mater”, una partitura que parece hecha expresamente para la escena
que ilustra. A Bach y a Brahms los interpretó al cello la joven estudiante de
Ingeniería Aeroespacial Rosa García. No debo olvidar la espléndida locución de
Edith Checa (voz y ojos angelicales de los que saben mucho su esposo y la
plantilla de Radio Nacional de España). Entrañables fueron las grabaciones,
artesanales como casi todo en este filme, en la casa de Rosa Ciriquián, usando
como “estudio” un gran salón decimonónico estéticamente decorado y como
instrumento un piano legado por el abuelo de su actual propietaria y afinado
para la ocasión.
La repajolera y
bendita tecnología
Vino más tarde el gran desafío tecnológico. Ya habíamos
recorrido la fase de guión, la de rodaje (nada fácil y sólo resuelta gracias a
la entrega de Josemi González, Alberto Fuentes, Curro Gómez, Pablo Macías y
Juanjo Molina) y la de montaje, ésta última parcialmente hasta “el último
minuto”. Quedaba hacer las pruebas del
estreno, las invitaciones y enviarlas, el cartel, la página web, los programas
de mano, los murales, el trailer, el depósito legal, la rueda de prensa… Todo
un mundo para quienes nunca habíamos pasado por ahí. En este último tiempo de
la gestación hemos dado el callo la periodista María de los Ángeles Cao,
madraza ella de un genial Pablo, su hermano Manuel Ángel Cao, mi compañero de
producción desde el principio el crítico y químico Juan Jesús de Cózar, y la
gente de Megaocio, el centro comercial en el que se encuentra la sala 15 de los
cines Al Andalus, donde se desarrolló la mágica gala de estreno: Filomeno de
Aspe, Jesús Blasco, Manuel Lora (gerente), Antonio (proyeccionista), Fernando
Troncoso y todo el personal sin el que todo esto seguiría siendo un sueño sin
materializar. Mariángeles envió cuatrocientos e-mails, que se dice pronto, y
convocó la rueda de prensa. Gracias a ella conocí a Juan Pedro y José Tomás, de
Nipho Comunicación, que, como casi todo en esta aventura, se ofrecieron a
confeccionar el fabuloso cartel gratuitamente.
Fueron semanas febriles. Aprendí, como en cada tramo de esta
peregrinación, más que en una carrera. Ahora me bandeo en la grabación del dvd y el bluray, en el montaje contrarreloj de un trailer, en la locución
apresurada para el mismo, en la renderización (no me pregunten qué es), en la
edición de sonido con banda gráfica incluida, en fin, en un panorama que para
mí era arcano hace sólo un año y que ahora empieza a serme algo cotidiano. Tengo
que rendir testimonio de gratitud a mi amigo Manolo Ruiz-Garrido, de quien
aprendí metodología de rodaje y mil detalles informáticos, beneficiándonos de
su formación como ingeniero de telecomunicaciones y como licenciado en
Comunicación Audiovisual. Viky Blasco (heroína de Redmadre y del Foro Andaluz
de la Familia),
su marido Javier Martínez Escribano y Cristina Abad, periodista, han estado en
todo: desde la claqueta al making off
—fundamental en un proyecto como éste que tiene más de actividad libre y foro
de amigos que de otra cosa— pasando por el raccord
(continuidad, algo sustancial para que donde había un vaso en un plano no haya
desaparecido en el contraplano) o el orden de rodaje (ya saben, que no se
crucen los “espontáneos”). La hospitalidad de los hermanos de La O ha sido conmovedora. Incluso
tenemos en el casting a dos actores salidos de sus filas: José Luis Flores,
prioste, y Nati, la de “María, limpia esto, hija”. Comenzamos a grabar con
paraguas y acabamos chorreando sudor. Y cuando todo parecía enfilado hacia la
gala de Bormujos… el programa informático se borró. Este último susto me pudo
costar caro. Gracias a ese ángel de la guarda que es Manuel Ángel Cao, pudimos
recuperarlo, y con él, la película misma. ¡A cinco días del estreno! En esto
del cine aficionado no gana uno para disgustos.
Gracias también, a posteriori de su esfuerzo, a María Dolores,
Izaskun, Cristina, Asunta, María Belén, Sofía, Carmen, así como a la extensa familia
Portilla-Ciriquián y descendientes por su inconmensurable solidaridad con
nuestra película. Y a tantos otros que sin duda olvido y que han jalonado con
su espíritu sonriente esta incursión en el fascinante marco del cine, el gran
medio expresivo de nuestro tiempo.
Sobre el fondo de “En el último minuto” apenas hay más que
añadir a lo que algunos llevamos diciendo y escribiendo desde hace treinta y
cinco años: el aborto es un crimen execrable, como lo definió el Concilio
Vaticano II, que, para muchos, tiene más autoridad que nadie. Me gusta
despachar este “debate” con una invitación a pensar, porque creo que es la
única manera de que el abortista —y el indiferente, que es peor— se convierta,
que él mismo, a solas con su conciencia y su capacidad de raciocinio y
compasión, llegue a las únicas consecuencias que este problema universal
admite: que el nonato, el ser más indefenso y desfavorecido que existe, no
puede convertirse en víctima de algo que los adultos, los que tenemos la fuerza
y el libre albedrío, no somos capaces de resolver.
He de agradecer también a la Prensa su acogida,
especialmente al diario ABC de Sevilla (no pueden ser en vano 34 años
publicando en él), a su director Álvaro Ybarra, a su jefe de Cultura Jesús
Álvarez y a su corresponsal Esperanza Fuentes, por su buen hacer puesto al
servicio de la vida y del arte, aunque sea tan torpemente como lo hemos creado
nosotros. Como le decía a Jesús y después repetí en la gala, “los que van a
vivir os saludan”. Mi reconocimiento asimismo a la página web Archisevilla, de la Archidiócesis que
atiende monseñor Asenjo, al Foro de la Familia y a los periódicos La Razón y El Correo de Andalucía, así como a la
cadena Cope y a Paco Robles, mi amigo y compañero.
Y es que si alguna finalidad tiene este producto cultural,
más allá de ser la película que nos ha hecho felices durante unas —incontables—
horas que ya no pasarán nunca, es, por supuesto, la de salvar vidas. Las de los
niños no nacidos en peligro de ser abortados —nada de “interrumpidos”— y las de
sus madres, que siempre están a tiempo de abrir los ojos y descubrir que sus
hijos son lo mejor que les ha pasado y que les puede pasar, porque, como dice
la canción final, les harán compañía enlazando miradas y rompiendo soledades.
En la vida real es así. Me lo dijeron las mujeres de Provida, y yo les creí,
por eso hay película, para animar a las chicas, de todas las condiciones
sociales, que se encuentren tentadas, y en esta triste sociedad nuestra
coaccionadas ante el aborto como “solución” a que no lo hagan. Ellas vivirán
mejor y sus hijos, “simplemente” vivirán. Como afirma la fundadora de Provida
Sevilla, Belén de la Concha Castañeda,
en la película: “El aborto no tiene marcha atrás, bonita. La vida sí; por eso
hay que decir ¡viva la vida!”. Pues que así sea.
El gran día
En este mismo blog escribí, a pocos minutos del “último
minuto”, que ese 25 de junio de 2014 era el gran día. Ya lo creo que lo era,
pero cuando subí ese comentario tenía una mariposa en el estómago: ¿iría gente?
¡Una sala de cuatrocientas butacas con una pantalla de cien metros cuadrados! ¿Saldría todo bien? Como he dicho en la
respuesta a algunos de los cientos de correos y sms que he recibido, salió “a pedir de boca”. Todo el mundo se
comportó como si lo hubiéramos ensayado muchas veces. O quizás mejor. Sin duda
mejor, porque fue fresco, natural, espontáneo, y al mismo tiempo señero, dulce,
firme, como el ciprés de Silos en el soneto de Gerardo Diego. La presentación
de Genma Scarpa —a pesar de encontrarse aquejada de un virus agresivo— nos puso
a todos en onda. Filomeno estuvo, como siempre en estos casos, cortés y
solícito. Todos hicieron su trabajo “de dulce”. Y sobre todo, se respiró un
ambiente excelso. Como le dije al día siguiente a Viky, “había mucha santidad
allí concentrada, y era como si estuviéramos bautizando la sala”. No es fácil
describir lo que se siente cuando cuatrocientas personas aplauden tu trabajo,
cuando sube al escenario el equipo, cuando saluda la primera actriz —por
cierto, ¡bravo por el vestuario de la película, Pilar!— con su ramo de flores
en los brazos, cuando, terminado el acto, la gente quiere estrechar tu mano y
felicitarte. Como no sé manifestarlo, mejor me abstengo de intentarlo. Sólo
puedo dar las gracias a todos los que estuvieron allí y decir que un sueño de
niño se hizo realidad ante una multitud de amigos dispuestos además a que la
película que nos congregaba tuviera vida futura, como creo que la tendrá, Dios
mediante, y así os lo haré saber en este mismo blog. Sabed que tenéis un correo
electrónico a vuestra disposición para lo que se os ofrezca: info@enelultimominuto.com .
Sólo me queda añadir algo muy importante: en el capítulo de
agradecimientos he querido dejar para los postres el que debo a mi familia. A
Susana, que ha compartido conmigo la vida y los hijos, amorosamente, y que ha
sido también actriz “sobrevenida” haciendo primero de enfermera mala y luego de
amiga de María, lo mismo que nuestra hija Beatriz, cuya vocación es, curiosamente,
la de actriz, y que dobla a Pilar en la camilla del abortorio. A Marta, que nos
ayudó junto con su prima Ana durante la “velada mágica” en Bormujos, y a Pablo,
cuyos deberes estudiantiles le privaron de estar allí, pero que me ha soportado
día tras día en casa, estando yo “rayado” con la película. Y a ese hijo que no
pudimos tener con nosotros aunque viéramos su corazón latir.
A todos ellos mi eterna gratitud. A ellos y a mis padres,
que me transmitieron la vida, me enseñaron a amarla y fueron los primeros
guionistas de “En el último minuto” desde el descanso eterno que tanto
merecieron aquí en la tierra.
Que se haga la voluntad de Aquel que nos creó y que nos
aguarda.
Y que Él os bendiga a todos.
Y ahora…
Como decía más arriba, ahora tenemos por delante un nuevo
trecho por recorrer. Hemos abierto el surco —“se hace camino al andar”—, hemos
sembrado, estamos empezando a cosechar, y ahora a distribuir y poner al alcance
de todo el mundo el grano de la siega. ¿Cómo? Va a depender de los seguidores
que “En el último minuto” tenga. Vuelvo a poneros la dirección de correo a la
que podéis dirigir vuestra demanda de proyecciones en grupo o de adquisición de
la película: info@enelultimominuto.com
. Sólo os pido paciencia. La productora Pamarbea, marca registrada, soy yo en
realidad, el productor de la película. Y soy de letras aunque hiciera el
Bachillerato de Ciencias por mor de un Latín indigesto (y después me casé con
una filóloga clásica…). Quiero decir que las cosas irán lentas, pero si hay
interés, pensaremos en descargas de Internet,
en editar dvd, en las emisiones por
televisión, etcétera. Lo primero será, no obstante, probar en algún festival,
si es que hay alguno que apueste por estos valores intemporales y trascendentes, tan poco
mercantiles como políticamente incorrectos. Ya sabéis: “El cariño verdadero ni
se compra ni se vende…” Os tendré informados.
¿Qué nos depara el futuro más lejano? Yo quiero seguir
haciendo películas. Hemos demostrado que podemos hacerlo. Hay que repetir suerte, con voluntad y ánimo. Ya que he podido reunir el equipo básico para conseguir una
calidad presentable en la primera, voy a seguir utilizándolo con la ayuda de
Dios. Os pido colaboración a todos. Confío en no seguir dando “sablazos”,
aunque la gratificación siempre será escasa. Tal vez pida alguna subvención
(no, desde luego, a las instancias oficiales imperantes), y busque algún tipo
de coproducción. En este empeño de rescatar al ser humano de su ceguera todas
las sinergias son pocas. Gracias, amigo Juan, por ese ofrecimiento de tus
ahorros —dado que no eres socio de ningún club de fútbol— para saldar deudas
que, afortunadamente, no existen.
Cuento con vosotros. Y vosotros podéis contar conmigo para
seguir, perseverantes, construyendo un mundo mejor.
Un abrazo fuerte a todos.