lunes, 30 de junio de 2014

MISIÓN CUMPLIDA. Y AHORA...

El 25 de junio de este 2014 pasará a la historia personal de casi un centenar de personas como una fecha gratamente inolvidable. A eso de las nueve menos diez de la tarde (en Bormujos, Sevilla, y en junio, esa hora no es de la noche todavía), unas cuatrocientas personas comenzaban a recibir en sus retinas y en sus tímpanos los primeros fotogramas de “En el último minuto”, un mediometraje (37 minutos y medio) en el que se han volcado los esfuerzos de ochenta personas que, generosamente y sin recibir nada tangible a cambio, han trabajado para que la película en cuestión sea un éxito y sobre todo para que a través de las emociones que sea capaz de levantar en el ánimo de sus espectadores (particularmente de sus espectadoras en edad fértil) pueda alcanzar su gran objetivo: salvar vidas.
Como se verá, hemos apuntado alto, tanto el equipo de rodaje (unas veinte personas) como los colaboradores, que han sido casi todos los que han recibido la invitación a servir a una causa que era mucho más que un cortometraje, como se planteó en un principio. Sólo una persona de ochenta ha rehusado intervenir, en ese caso con su música cofradiera. El resto — setenta y nueve de ochenta— parecían estar esperando esta oportunidad de entregarse a la aventura apasionante que ha ido rodando (nunca mejor dicho) desde un lejano día de enero de 2013 en que involucré en este barco sin subvenciones públicas o privadas (se solicitó una a una célebre y añeja entidad pero no la concedió) al primer voluntario.
Desde entonces, la nave ha ido tocando varios puertos clave: guión (debidamente registrado como propiedad intelectual), búsqueda de actriz principal, gestiones con la Hermandad de la O de Sevilla, que puso a nuestra disposición su templo para el primer rodaje (16 de marzo de 2013) así como para el del Viernes Santo y el Domingo de Resurrección; rodajes en la sede de Provida, en el Parque de María Luisa de la capital hispalense, en la barriada de Los Bermejales (irremplazable Casa Leo), y en las dos orillas del Guadalquivir, hasta finalizar en una avenida de Triana donde se encuentra, precisamente, el abortorio real que ha inspirado la escena correspondiente de la película, aunque, obviamente, no aparezca en ella. Allí nos despedimos, un caluroso 30 de junio, con una sensación agridulce: ¡Qué gran vivencia juntos! ¡Cuántos nuevos amigos! ¡Qué alegría estar trabajando por la vida del no nacido sin intereses económicos de por medio y haciendo, además, lo que nos gustaba hacer: cine! Pero, ¿habríamos dado la talla? Ahora había que revelar y visionar las tomas —muchas, en algunos casos muchísimas— con la incertidumbre de no saber si en algún plano había fallado algo que no habíamos percibido y que lo hacía inútil. Recuerdo que aquel día, cuando la relajación volvió a mí y pasaba en mi cabeza la moviola de lo filmado, fuimos, para celebrarlo, mi familia y yo a comer a una pizzería muy cercana al puente de Triana, en el que empieza la acción de nuestra película. Aquel día estuve a punto de matar a alguien… No, no se alarmen, no había perdido la cabeza. Fue un acto involuntario: dejé caer un pesado cuchillo puntiagudo desde la mesa que ocupábamos, situada en un entresuelo, junto a una barandilla sin protección cerrada. El cuchillo cayó a unos centímetros de la camarera que atendía en la barra. Según ella, lo peor era que ese día cogía sus vacaciones, varias veces demoradas. Fue, por así decirlo, un motivo más para dar gracias a Dios, de los muchos que han salpicado esta película.
Porque estamos, querido y paciente lector, ante una pequeña obra de arte colectiva, hecha y estrenada en estado de gracia. No porque nos confesáramos antes de cada rodaje, o porque nos consideremos santos, sino porque en cada recodo del camino —azaroso sobre todo porque no somos profesionales, apenas tenemos dinero para llevarla a cabo y es nuestro debut— yo al menos nunca he dejado de recibir ayuda de lo Alto. En la página web www.enelultimominuto.com cuento una de las “coincidencias”, seguramente la más increíble de todas, que han hecho posible nuestra osadía. Pero hay más. Por ejemplo, otra de las escenas de peligro rodadas sin especialistas que a punto estuvo de ser “el último minuto” de la carrera como actriz de la farmacéutica y ex Miss Sevilla Pilar Domínguez tuvo lugar, exactamente el día de nuestro primer ensayo, en la iglesia parroquial de La O, cuando se volvió bruscamente (“No corras tanto al hablar”, le había dicho yo la primera vez que hablamos por teléfono) delante del paso de la Virgen, que tenía ya las maniguetas montadas. Las maniguetas son esas largas y gruesas puntas de lanza de plata que sobresalen de los respiraderos frontales en las esquinas. Estamos hablando de piezas rígidas y afiladas en su extremo que miden unos cincuenta centímetros. A punto estuvo Pilar de clavarse una en la cara, en ese rostro prodigioso que era, además, el rostro de la película. Primer accidente, el primer día de “En el último minuto”, evitado sin duda por la Divina Providencia, que nunca nos ha abandonado.
Segunda “anécdota” a tener muy en cuenta para evaluar si el Creador de todas las cosas y sobre todo de sus hijos no nacidos estaba o no con el equipo de rodaje: Al fin y al cabo, "provida" y "Providencia" comparten raíz filológica. La idea de la cajetilla de tabaco con la que se abren los títulos me la dio un “caso real”. Aguardaba yo en un paso de peatones a que se encendiera el verde cuando observé en el centro de la calzada una cajetilla aplastada con la imagen de un feto y la consabida advertencia legal de que “fumar bla bla bla”. Le pasó por encima la robusta rueda de un autobús. Me pareció una metáfora demasiado a propósito para ser también “casualidad”, y como en esos precisos momentos andaba yo buscando un punto de arranque para mi historia, me agaché a coger la cajetilla al cruzar el paso de cebra, como hace la protagonista, sólo que yo me eché a andar con el semáforo en verde para los viandantes.
Pero no acaba aquí este microrrelato dentro de la gran narración de “En el último minuto”. Guardé celosamente la cajetilla para utilizarla en el rodaje. Pasó el tiempo (seis meses), y cuando llegó el día de grabar la imagen de la cajetilla en el asfalto y fui a buscarla donde estaba convencido de que la tenía, el objeto de atrezzo fundamental no estaba. Soy un hombre nervioso, de nacimiento y de formación. Empecé a zozobrar. Al día siguiente estaba convocado todo el mundo. Como dice la primera canción del filme: ¿qué hacer? Salí a una tertulia de amigos que nos reunimos los lunes en un hotel de la Plaza Nueva sevillana. Me acompañaba mi mujer, Susana. Mi monotema de conversación era la pérdida de la cajetilla. Yo no fumo. No sabía si podría encontrar una en un estanco con la misma ecografía. A escasos metros de mi destino, Susana me agarró del brazo y me paró en seco. “¡Mira!”, dijo mientras señalaba el suelo. Allá abajo, justamente delante de mis pies, sin que yo me hubiera dado cuenta —ella sí—, y a punto de ser aplastada por mis suelas, había una cajetilla idéntica a la que yo había extraviado. Suspiré. Es la que aparece en la cinta. Meses después, cuando ya había pasado el “ciclón”, el del rodaje, y revisando mis papeles, apareció la primera cajetilla. Desde entonces padezco un extraño síndrome —ignoro si ha sido estudiado por los expertos—, una especie de “Diógenes” de las cajetillas de tabaco con imágenes de niños no nacidos. Las colecciono. La verdad es que me parece un contradiós dejarlas en el suelo para las pisen, las méen los gatos o sean barridas e incineradas (como los restos de los abortados, por cierto).
Hay más. Ésta la he dejado para el final porque es muy triste. Triste pero útil. Antes de planificar las “expediciones” para rodar, estuve buscando, como es obligado, las localizaciones de exteriores. Lo primero era saber si podíamos trabajar en la acera del abortorio real sin que apareciese ninguna referencia de éste. Allá me fui una tarde para observar el “escenario”. Cuando miraba acá y allá, salió del centro una pareja. De edad mediana, pero dentro todavía de los años para procrear, ella se desplazaba con dificultad. Era guapa… pero estaba destrozada. Su semblante lo decía todo. A punto de estallar en sollozos, con los párpados cargados (¿noches sin dormir?), visiblemente dolorida, era cualquier cosa menos la estampa de una mujer satisfecha. Su acompañante la sostenía por el codo, con la otra mano en la espalda de la víctima. Confieso que treinta años de ejercicio de la profesión periodística, en la que uno acaba por creer que lo ha visto todo, no me sirvieron para mantener el equilibrio. Sentí una rabia tan profunda —o no, mucho menos, claro está— como la pena de aquella madre que había dejado de serlo minutos antes (para aquellos dos seres humanos —no importa el sexo— no hubo “minuto siguiente”) por voluntad propia. O no.
Me apoyé en el tronco de un árbol. Los dejé esperando un taxi, al borde de aquella acera que habrá visto tantas escenas iguales, que habrá contenido tanto sufrimiento, que habrá soportado las pisadas de dos personas entrando y sólo una (o media) saliendo con el arrepentimiento, tan pronto y tan desgarradoramente, dibujado en sus facciones, en sus movimientos, en su cuerpo y, sí, en su alma.
Aquel día aprendí mucho, primero como persona, como hombre y luego como cineasta. También como periodista, como escritor, como cristiano, como esposo, como padre, como amigo, como ciudadano... Por eso digo que siendo terriblemente triste, fue también hondamente útil.
Cerremos este capítulo de incidencias con un respiro humorístico. El día que rodamos en Los Bermejales, y más concretamente en la puerta lateral de un “megachino” que se encontraba cerrada porque, además, era domingo, y teniendo en cuenta que no había dinero para pedir una licencia municipal de ocupación de vía pública, teníamos que disponer de un largo trecho de acera “para nosotros” durante los 40 segundos que mediaban entre la palabra “¡Acción!” y la palabra “¡Corten!” (que por cierto se me olvidó, y dejé a Pilar un rato dentro del escasísimo espacio del dintel, menos mal que no está metida en carnes). Pues bien, nuestra script Viky Blasco —cuyo coche es el que pasa por encima de la cajetilla— llevaba una carpeta con las anotaciones de partes de cámara, etcétera. Como todo en esta película “Ninja” —nunca mejor dicho cuando estábamos junto a un “chino”—, aquello se hacía a base de “sablazos”. Y a un transeúnte muy amable —como todos los que se han cruzado en nuestro camino, aprovecho para enviarles mi agradecimiento en nombre de todo el equipo— la secretaria le rogó que detuviera unos instantes su paso. El buen hombre, que no se había percatado de lo que estábamos haciendo, le contestó, educadamente: “No, ahora mismo no puedo entretenerme”. Que es, aproximadamente, lo que contestamos todos cuando, como él, creemos que nos van a hacer una encuesta o algo peor (pedir dinero, naturalmente). Contuvimos la risotada como pudimos y después lo hemos revivido en familia, siempre con una sonrisa en la boca, como todo —insisto, todo— lo que ha rodeado la elaboración de esta película enamorada de la vida.
Cabría añadir el mal momento que pasé en la Plaza de España, cuando llevábamos horas trabajando y un patrullero de la Policía Local que vigilaba la zona haciendo el típico círculo por la gran explanada central detuvo su marcha a nuestro lado. Fueron unos segundos interminables. ¿Complicaciones? Afortunadamente, reanudó su ronda e incluso después salió en un plano que, finalmente, no incluí.

Y después, el verano…

Nos despedimos y cada uno afrontó su tiempo estival. El mío fue, como cada año, en plena Costa de la Luz, un lugar idóneo, como bien sabía Manolo Summers, para concebir y realizar ideas audiovisuales. Yo le tenía un respeto imponente al montaje. Vamos, que le temía como a un miúra. Un buen día de julio, dejé de darle vueltas y largas. Me zambullí en el programa, como en el agua del Atlántico (a la que a menudo también le tengo tirria por lo fría que está por esos lares) y me lancé a montar como antes lo había hecho a escribir y a rodar. Para mi sorpresa, adquirí cierta soltura con una inusitada rapidez. Y es que la técnica digital, que tan oportunamente ha llegado a mi vida, le permite a uno hacer cosas para las que no está preparado, incluso a los 53 años. Recuerdo muy bien que cada día, en el agua del mar, daba gracias a Dios por el avance recién logrado, repasando lo hecho y calculando lo restante. Hay que tener paciencia para hacer cine, pero sobre todo para montarlo bien. El resultado, ya ven, no es del todo malo, sobre todo teniendo en cuenta que ha salido de las manos de un bisoño.
Tras el verano, el proceso continuó: repetición de tomas falsas, corrección de color, efectos especiales, una sesión en casa para el equipo, todavía sin música y con montaje provisional… Hay una escena, la de la discusión entre María y Luismi, que hubo que repetir muchas veces, y todo ello después de que en julio lo hubiésemos intentado también tras seis horas, seis, de rodaje, e infructuosamente en una tarde soporífera, rodeados de ventiladores que había que apagar cada vez que se daba el golpe de claqueta. Cuando Pilar le cogió el tono dramático, a Álvaro se le puso la mente en blanco, y hubo que ponerle el guión en la pared. Como la lectura era evidente, repetimos en noviembre, pero hubo que recurrir a los cinco minutos de silencio y a la respiración lenta una y otra vez. Cuando, finalmente, dimos con una escena “limpia”, resulta que Pilar miraba a la cámara. El encadenado nos sacó del apuro, lo mismo que en varios momentos de las entrevistas de María con sus interlocutoras. Aquellas actrices improvisadas levantaban la vista y miraban al director para consultar su aprobación… cuando todavía no habíamos cortado la cámara.

La imprescindible música

Un lento y también agitado sendero nos quedaba todavía por delante: el de la música. Para no cansar, ahorraré detalles. Sólo quiero apuntar un contratiempo: cuando todo estaba previsto para grabar con medios profesionales en Umbrete la canción final del coro de padres y niños de Tabladilla, nos dimos cuenta de que la fecha acordada era… el sábado de Feria. Imposible, pues. Y ahora vete a buscar otro día. Decidimos, como solución de urgencia, grabar por nuestra cuenta. Resultado lamentable, técnicamente hablando. Por último, la gentileza de Carlos Harto, profesional de las grabaciones sonoras, permitió obtener una banda musical sencillamente grandiosa. Gracias, Carlos. A él también le hemos pegado su sablazo, y fruto del mismo es esa melodía que queda flotando en el oído del espectador y que es como el marchamo de la película, su himno triunfal, al que servidor puso la letra, y Alejandro Terrero (gracias, Ana Capote, por mediar), un profesor de Primaria del colegio Tabladilla, la música rumbosa que cierra “En el último minuto”. Meses de ensayo entusiasta han concluido en un son precioso y ajustadísimo a las imágenes a las que pone fin. Siempre estaré en deuda con María del Águila Bono y las veintitantas voces e instrumentistas que lo han hecho posible.
El resto de la música ha sido obra de Rosa Ciriquián, presidenta de Provida Sevilla y auténtica alma de la película (ella la salvó en un momento crítico, como hace con tantos niños y madres en riesgo de destrucción), el joven y brillante pianista Jesús Campos, que ha compuesto dos piezas para la película y el documental “La O: Esperanza y vida”; Luis Martínez Escribano, cantautor que ha compuesto e interpretado la primera canción (a distancia) y de quien es la segunda, soberbiamente cantada por Natichu Noguera, y Abraham Fernández, organista de la Hermandad del Valle, que ha cedido la grabación, perfecta, de su “Stabat Mater”, una partitura que parece hecha expresamente para la escena que ilustra. A Bach y a Brahms los interpretó al cello la joven estudiante de Ingeniería Aeroespacial Rosa García. No debo olvidar la espléndida locución de Edith Checa (voz y ojos angelicales de los que saben mucho su esposo y la plantilla de Radio Nacional de España). Entrañables fueron las grabaciones, artesanales como casi todo en este filme, en la casa de Rosa Ciriquián, usando como “estudio” un gran salón decimonónico estéticamente decorado y como instrumento un piano legado por el abuelo de su actual propietaria y afinado para la ocasión.

La repajolera y bendita tecnología

Vino más tarde el gran desafío tecnológico. Ya habíamos recorrido la fase de guión, la de rodaje (nada fácil y sólo resuelta gracias a la entrega de Josemi González, Alberto Fuentes, Curro Gómez, Pablo Macías y Juanjo Molina) y la de montaje, ésta última parcialmente hasta “el último minuto”.  Quedaba hacer las pruebas del estreno, las invitaciones y enviarlas, el cartel, la página web, los programas de mano, los murales, el trailer, el depósito legal, la rueda de prensa… Todo un mundo para quienes nunca habíamos pasado por ahí. En este último tiempo de la gestación hemos dado el callo la periodista María de los Ángeles Cao, madraza ella de un genial Pablo, su hermano Manuel Ángel Cao, mi compañero de producción desde el principio el crítico y químico Juan Jesús de Cózar, y la gente de Megaocio, el centro comercial en el que se encuentra la sala 15 de los cines Al Andalus, donde se desarrolló la mágica gala de estreno: Filomeno de Aspe, Jesús Blasco, Manuel Lora (gerente), Antonio (proyeccionista), Fernando Troncoso y todo el personal sin el que todo esto seguiría siendo un sueño sin materializar. Mariángeles envió cuatrocientos e-mails, que se dice pronto, y convocó la rueda de prensa. Gracias a ella conocí a Juan Pedro y José Tomás, de Nipho Comunicación, que, como casi todo en esta aventura, se ofrecieron a confeccionar el fabuloso cartel gratuitamente.
Fueron semanas febriles. Aprendí, como en cada tramo de esta peregrinación, más que en una carrera. Ahora me bandeo en la grabación del dvd y el bluray, en el montaje contrarreloj de un trailer, en la locución apresurada para el mismo, en la renderización (no me pregunten qué es), en la edición de sonido con banda gráfica incluida, en fin, en un panorama que para mí era arcano hace sólo un año y que ahora empieza a serme algo cotidiano. Tengo que rendir testimonio de gratitud a mi amigo Manolo Ruiz-Garrido, de quien aprendí metodología de rodaje y mil detalles informáticos, beneficiándonos de su formación como ingeniero de telecomunicaciones y como licenciado en Comunicación Audiovisual. Viky Blasco (heroína de Redmadre y del Foro Andaluz de la Familia), su marido Javier Martínez Escribano y Cristina Abad, periodista, han estado en todo: desde la claqueta al making off —fundamental en un proyecto como éste que tiene más de actividad libre y foro de amigos que de otra cosa— pasando por el raccord (continuidad, algo sustancial para que donde había un vaso en un plano no haya desaparecido en el contraplano) o el orden de rodaje (ya saben, que no se crucen los “espontáneos”). La hospitalidad de los hermanos de La O ha sido conmovedora. Incluso tenemos en el casting a dos actores salidos de sus filas: José Luis Flores, prioste, y Nati, la de “María, limpia esto, hija”. Comenzamos a grabar con paraguas y acabamos chorreando sudor. Y cuando todo parecía enfilado hacia la gala de Bormujos… el programa informático se borró. Este último susto me pudo costar caro. Gracias a ese ángel de la guarda que es Manuel Ángel Cao, pudimos recuperarlo, y con él, la película misma. ¡A cinco días del estreno! En esto del cine aficionado no gana uno para disgustos.
Gracias también, a posteriori de su esfuerzo, a María Dolores, Izaskun, Cristina, Asunta, María Belén, Sofía, Carmen, así como a la extensa familia Portilla-Ciriquián y descendientes por su inconmensurable solidaridad con nuestra película. Y a tantos otros que sin duda olvido y que han jalonado con su espíritu sonriente esta incursión en el fascinante marco del cine, el gran medio expresivo de nuestro tiempo.
Sobre el fondo de “En el último minuto” apenas hay más que añadir a lo que algunos llevamos diciendo y escribiendo desde hace treinta y cinco años: el aborto es un crimen execrable, como lo definió el Concilio Vaticano II, que, para muchos, tiene más autoridad que nadie. Me gusta despachar este “debate” con una invitación a pensar, porque creo que es la única manera de que el abortista —y el indiferente, que es peor— se convierta, que él mismo, a solas con su conciencia y su capacidad de raciocinio y compasión, llegue a las únicas consecuencias que este problema universal admite: que el nonato, el ser más indefenso y desfavorecido que existe, no puede convertirse en víctima de algo que los adultos, los que tenemos la fuerza y el libre albedrío, no somos capaces de resolver.
He de agradecer también a la Prensa su acogida, especialmente al diario ABC de Sevilla (no pueden ser en vano 34 años publicando en él), a su director Álvaro Ybarra, a su jefe de Cultura Jesús Álvarez y a su corresponsal Esperanza Fuentes, por su buen hacer puesto al servicio de la vida y del arte, aunque sea tan torpemente como lo hemos creado nosotros. Como le decía a Jesús y después repetí en la gala, “los que van a vivir os saludan”. Mi reconocimiento asimismo a la página web Archisevilla, de la Archidiócesis que atiende monseñor Asenjo, al Foro de la Familia y a los periódicos La Razón y El Correo de Andalucía, así como a la cadena Cope y a Paco Robles, mi amigo y compañero.
Y es que si alguna finalidad tiene este producto cultural, más allá de ser la película que nos ha hecho felices durante unas —incontables— horas que ya no pasarán nunca, es, por supuesto, la de salvar vidas. Las de los niños no nacidos en peligro de ser abortados —nada de “interrumpidos”— y las de sus madres, que siempre están a tiempo de abrir los ojos y descubrir que sus hijos son lo mejor que les ha pasado y que les puede pasar, porque, como dice la canción final, les harán compañía enlazando miradas y rompiendo soledades. En la vida real es así. Me lo dijeron las mujeres de Provida, y yo les creí, por eso hay película, para animar a las chicas, de todas las condiciones sociales, que se encuentren tentadas, y en esta triste sociedad nuestra coaccionadas ante el aborto como “solución” a que no lo hagan. Ellas vivirán mejor y sus hijos, “simplemente” vivirán. Como afirma la fundadora de Provida Sevilla, Belén de la Concha Castañeda, en la película: “El aborto no tiene marcha atrás, bonita. La vida sí; por eso hay que decir ¡viva la vida!”. Pues que así sea.

El gran día

En este mismo blog escribí, a pocos minutos del “último minuto”, que ese 25 de junio de 2014 era el gran día. Ya lo creo que lo era, pero cuando subí ese comentario tenía una mariposa en el estómago: ¿iría gente? ¡Una sala de cuatrocientas butacas con una pantalla de cien metros cuadrados! ¿Saldría todo bien? Como he dicho en la respuesta a algunos de los cientos de correos y sms que he recibido, salió “a pedir de boca”. Todo el mundo se comportó como si lo hubiéramos ensayado muchas veces. O quizás mejor. Sin duda mejor, porque fue fresco, natural, espontáneo, y al mismo tiempo señero, dulce, firme, como el ciprés de Silos en el soneto de Gerardo Diego. La presentación de Genma Scarpa —a pesar de encontrarse aquejada de un virus agresivo— nos puso a todos en onda. Filomeno estuvo, como siempre en estos casos, cortés y solícito. Todos hicieron su trabajo “de dulce”. Y sobre todo, se respiró un ambiente excelso. Como le dije al día siguiente a Viky, “había mucha santidad allí concentrada, y era como si estuviéramos bautizando la sala”. No es fácil describir lo que se siente cuando cuatrocientas personas aplauden tu trabajo, cuando sube al escenario el equipo, cuando saluda la primera actriz —por cierto, ¡bravo por el vestuario de la película, Pilar!— con su ramo de flores en los brazos, cuando, terminado el acto, la gente quiere estrechar tu mano y felicitarte. Como no sé manifestarlo, mejor me abstengo de intentarlo. Sólo puedo dar las gracias a todos los que estuvieron allí y decir que un sueño de niño se hizo realidad ante una multitud de amigos dispuestos además a que la película que nos congregaba tuviera vida futura, como creo que la tendrá, Dios mediante, y así os lo haré saber en este mismo blog. Sabed que tenéis un correo electrónico a vuestra disposición para lo que se os ofrezca: info@enelultimominuto.com .
Sólo me queda añadir algo muy importante: en el capítulo de agradecimientos he querido dejar para los postres el que debo a mi familia. A Susana, que ha compartido conmigo la vida y los hijos, amorosamente, y que ha sido también actriz “sobrevenida” haciendo primero de enfermera mala y luego de amiga de María, lo mismo que nuestra hija Beatriz, cuya vocación es, curiosamente, la de actriz, y que dobla a Pilar en la camilla del abortorio. A Marta, que nos ayudó junto con su prima Ana durante la “velada mágica” en Bormujos, y a Pablo, cuyos deberes estudiantiles le privaron de estar allí, pero que me ha soportado día tras día en casa, estando yo “rayado” con la película. Y a ese hijo que no pudimos tener con nosotros aunque viéramos su corazón latir.
A todos ellos mi eterna gratitud. A ellos y a mis padres, que me transmitieron la vida, me enseñaron a amarla y fueron los primeros guionistas de “En el último minuto” desde el descanso eterno que tanto merecieron aquí en la tierra.
Que se haga la voluntad de Aquel que nos creó y que nos aguarda.
Y que Él os bendiga a todos.

Y ahora…

Como decía más arriba, ahora tenemos por delante un nuevo trecho por recorrer. Hemos abierto el surco —“se hace camino al andar”—, hemos sembrado, estamos empezando a cosechar, y ahora a distribuir y poner al alcance de todo el mundo el grano de la siega. ¿Cómo? Va a depender de los seguidores que “En el último minuto” tenga. Vuelvo a poneros la dirección de correo a la que podéis dirigir vuestra demanda de proyecciones en grupo o de adquisición de la película: info@enelultimominuto.com . Sólo os pido paciencia. La productora Pamarbea, marca registrada, soy yo en realidad, el productor de la película. Y soy de letras aunque hiciera el Bachillerato de Ciencias por mor de un Latín indigesto (y después me casé con una filóloga clásica…). Quiero decir que las cosas irán lentas, pero si hay interés, pensaremos en descargas de Internet, en editar dvd, en las emisiones por televisión, etcétera. Lo primero será, no obstante, probar en algún festival, si es que hay alguno que apueste por estos valores intemporales y trascendentes, tan poco mercantiles como políticamente incorrectos. Ya sabéis: “El cariño verdadero ni se compra ni se vende…” Os tendré informados.
¿Qué nos depara el futuro más lejano? Yo quiero seguir haciendo películas. Hemos demostrado que podemos hacerlo. Hay que repetir suerte, con voluntad y ánimo. Ya que he podido reunir el equipo básico para conseguir una calidad presentable en la primera, voy a seguir utilizándolo con la ayuda de Dios. Os pido colaboración a todos. Confío en no seguir dando “sablazos”, aunque la gratificación siempre será escasa. Tal vez pida alguna subvención (no, desde luego, a las instancias oficiales imperantes), y busque algún tipo de coproducción. En este empeño de rescatar al ser humano de su ceguera todas las sinergias son pocas. Gracias, amigo Juan, por ese ofrecimiento de tus ahorros —dado que no eres socio de ningún club de fútbol— para saldar deudas que, afortunadamente, no existen.
Cuento con vosotros. Y vosotros podéis contar conmigo para seguir, perseverantes, construyendo un mundo mejor.
Un abrazo fuerte a todos.