El 6 de abril de 2014 tuvo lugar en el Parlamento europeo
una votación aparentemente menor pero que encierra un significado muy alto en
los tiempos que corren, al menos en España. Se proponía que los representantes
de los ciudadanos comunitarios allí presentes decidieran, en vista de la
situación económica por la que nos arrastramos desde hace demasiados años,
viajar en clase turista en lugar de bussines.
La cuestión no era en absoluto baladí, incluso materialmente, porque en primera
el billete de cada diputado, ida y vuelta con Iberia de Barcelona a Bruselas
nos cuesta 1.297 euros mientras que con Vueling clase turista nos sale por 150.
Y recalco el pronombre por razones obvias. Mucho más si tenemos en cuenta que
el importe del asiento en "bussines class" es equivalente al sueldo
de un maestro durante veinte días. Bruselas sigue estando muy lejos.
De los cuarenta y tres diputados españoles en la bien
nutrida Cámara votaron a favor los siguientes: Ramón Tremosa y Balcells (CiU),
Rosa Estarás Ferragut (PP), Oriol Junqueras Vies (ERC) y Raúl Romeva i Rueda
(Iniciativa). Curiosamente, los cuatro catalanes. Nadie del PSOE ni de IU ni
del PNV ni de UPyD. Subrayo particularmente la valentía de la señora Estarás,
que se desmarcó de la disciplina férrea de su partido, también en esto aprendiz
del PSOE.
Estos resultados electorales deberían mover a reflexión a
los votantes, ahora que se acerca la segunda cita con las urnas en lo que va de
año y que nos disponemos a asistir de nuevo a la letanía pedigüeña de votos que
ya resulta tan patética como el incumplimiento sistemático de las promesas.
Quien suscribe, que no pertenece a otro planeta ni a otra nación ni a otra
especie que los que me leen, le da vueltas y vueltas a la salida de esta
espiral que el alejamiento entre la ciudadanía y los políticos va creando a
velocidad exponencial. Y casos como el de esos cuatro diputados —un 9 por
ciento del total— ofrecen ciertos retazos de esperanza. No debió de ser casual
que la mencionada votación se celebrase en vísperas de las elecciones europeas,
es de suponer que para dejar todo "atado y bien atado". Después entró
Podemos, pero las mayorías no han aceptado nuevos debates sobre un tema tan
deleznable.
La manipulación que los partidos hacen de la sociedad, al
menos en nuestro inmaduro país, sólo tiene un escape: la rebelión interior. Da
igual que sean pocos. Un puñado de ellos ha dado testimonio de coherencia y
decencia en el Congreso de los Diputados desmarcándose de la pantomima popular
en torno al aborto solicitado por menores. Creo que hasta el día en que los
mismos cargos públicos de los partidos —ya sé que todo se lo deben a los
dirigentes internos— antepongan su conciencia a la conveniencia. Ese día, que
llegará, estoy seguro que llegará, la regeneración democrática será una
realidad y la confianza del pueblo volverá a las instituciones, hoy por hoy
ajadas y decaídas en un sopor de autosuficiencia y endogamia del que no salen porque
saben que tienen a la sociedad en la ratonera del "o nosotros o la
dictadura".
Sólo desde dentro tiene arreglo un problema creado desde
dentro. Aún me queda algo del adolescente ingenuo que vivió la transición y fue
testigo de sus luces y sus sombras. Ese mozalbete que nunca odió a Franco y
siempre amó un futuro mejor, en concordia, justicia y participación pública,
sería feliz, igual que sus hijos, si en los partidos hundidos en lodazales a
los que hemos llegado surgieran voces y actuaciones que nos devolvieran la
ilusión de votar. Ésa que el próximo día 24 volverá a estar ausente de nuestras
vidas.
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