Ha sido, junto a "consenso", el talismán de
nuestra historia reciente. Cada vez que alguien ha querido imponer algo en
contra de la voluntad mayoritaria no manifestada —porque no se ha preguntado,
para no poner en peligro la maniobra— ha utilizado esta palabra mágica, el
ábrete sésamo de todas las cuevas de alí babá que hemos tenido aquí de un
tiempo a esta parte. Y son como las estrellas del cielo.
Para referirme sólo a las más graves falacias que se han
instalado en la sociedad española a partir de su "normalización",
debo citar el aborto, a la cabeza de todas ellas, pero también al matrimonio
homosexual, la función social de la propiedad privada, la exclusión de la
religión del ámbito público, la inocencia de todos los menores de edad, la bondad
natural de la clase trabajadora (o sea, obrera), y la que quizás lata bajo la
piel de las mencionadas: la igualdad.
Las masas rebeladas y seguidamente domesticadas por los
poderes situados entre bastidores, que manejan los hilos del retablo de títeres
en el que el común se ve reflejado (léase televisión) han ido
"normalizando" todo eso mucho más hasta convertirlo, primero en
hechos consumados y después en dogmas de fe inquebrantable.
Voy a poner un ejemplo muy palpable: el nombre de las
calles. Recientemente, en Sevilla, se le ha quitado la suya al Presidente
Carrero Blanco. No ha sido preciso modificar mucho el nomenclátor, porque ahora
esa vía se llama "Presidente Adolfo Suárez". La mutación, que no
habían hecho los socialistas, la hicieron los comunistas escudándose en la Ley
socialista de Memoria Histórica. Fue aprobada en vísperas de las elecciones
municipales que dieron la Alcaldía al PP. Pero ni que decir tiene que durante
esos cuatro años, el nombre ha continuado su proceso de "normalización".
Lo más interesante de todo esto es que quien tenga más o menos estudiada la
lección sabe que no hubiera habido Adolfo Suárez sin Carrero Blanco, porque el
primero fue al mismo tiempo el primer demócrata y el último franquista.
Pero a lo que voy es al peligro de elevar a los altares la
"normalización" de algo que sólo interesa normalizar a unos, en
absoluto a todos. Y el asunto más candente que ya está en el horno de la
normalización a punto de cochura es el de la independencia de Cataluña. Los
secesionistas han empezado a lograr sus objetivos cuando algunos españoles de
alto copete han empezado a dar por supuesto — por "normal"— que
Cataluña va a ser independiente. Como si eso dependiera sólo de Cataluña y los
demás españoles, incluyendo a quienes caen en la celada, fuésemos convidados de
piedra. Y este lenguaje lo utilizan ya altas instancias del Estado, como el
gobernador del Banco de España. "Si Cataluña es independiente…" O no
se ha leído la Constitución —mucho menos sabe lo que es un estado-nación— o se
le ha olvidado. Cataluña no va a ser nunca independiente por la misma razón que
argumentaba el torero aquel: "porque lo que no pué sé no pué sé y además
es imposible." Y sobre todo por algo que ya sabe hasta el ministro
Morenés.
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