Sin necesidad de acelerar nada, con el ritmo y compás del
Universo por ella creado, la Partícula Divina ha bajado del Cielo, concebida en
el seno de una adolescente nazarena y he aquí que los astros apuntan a ella como
el centro del Cosmos. Es un acontecimiento acosado por la increencia. Muchos
querrían anularla, reducirla a fantasía inanimada, producto de fingimientos
históricos y mentiras en suma que sólo pretenderían disfrazar el sufrimiento
humano para sublimarlo. Bueno, dejemos que los acosadores se estrellen solos
ante sus propios espejismos. Nosotros, los que hemos creído y por eso nos
sentimos dichosos como los pastores distinguidos por el ángel con la primicia
informativa en torno a la que gira desde entonces la actualidad del mundo (aunque
éste no lo sepa) nos inclinamos jubilosos ante el Misterio. Sólo el Misterio de
recomenzar el cultivo anual de la fe en una simple partícula sobre la que se ha
posado la Gracia de Dios.
Andan los investigadores buscando el camino de la partícula
divina, el “bosón de Higgs” que demuestre, al fin, cómo cuanto es se autogeneró
en una explosión espontánea desde la nada más absoluta. Interesante, pero mucho
más lo es descubrir esa ruta en las mismas raíces de la vida. Cuanto más avanza
la ciencia más campo se abre a la fe. Lo inmensamente grande se revela en lo
diminuto. Dios mismo eligió ser un cigoto, apenas dos células, para
incardinarse de lleno en la Humanidad y compartir con ella sus expectativas.
También la de la partícula divina. Debe, no obstante, de sonreír como un padre
ante la penúltima travesura de sus chiquillos, cuando contempla a sus criaturas
jugar con lo infinito mediante fórmulas cuánticas. Jugar no es malo, aunque
otros científicos hayan puesto ya en guardia acerca de los riesgos que comporta
crear agujeros en las leyes físicas.
Quienes nos hemos acercado al portal de Belén para adorar al
Niño Dios nos alegramos porque el hombre siga buscando la partícula divina. Es
lo que hemos hecho nosotros, los pastores y los sabios/magos de Oriente. Todos
ansiamos encontrarla, pero hemos de contentarnos con hallar la senda y
postrarnos ante un Niño, apenas una partícula, en la confianza de que Él es el
Mesías. Sólo tenemos las palabras de un ángel y una estrella sobre nuestras
cabezas. La luz y el Verbo que hoy, festividad de la Natividad del Señor, hemos
oído abrir el Evangelio de San Juan con resonancias del big bang —“En el
principio…”. La partícula divina, ésa que resumió todo en el vientre cálido de
una mujer a quien todas las generaciones llaman desde entonces bienaventurada,
está con nosotros. Aleluya.
Día de Navidad de 2015