Ha sido como un baño vigorizante
tras días de lluvia y plomo en el aire. Has salido a la calle, has liquidado
tus deudas con la burocracia sangrante que extiende sus tentáculos hasta el
fondo de tu intimidad, y a continuación te has sumergido en esa luz de los días
escogidos, oblicua sin ser torva, dulce como membrillo prohibido, serena, laxa,
dorada sin aquellas partículas tostadas de la primavera. Luz de pintor en
duermevela. Luz ansiada sin saberlo. Luz acariciante, poderosa en su
deslizamiento lento, felina, ilustrada, calma, sabia, como si hubiera paseado
por los jardines de los peripatéticos.
De mañana, esa luz del otoño
sevillano, ya tardío, con bocanadas de cisco picón —imaginado sí, y por ende
real— y un resto de ajonjolí en el paladar, es más alegre que la estival, mucho
más que la inminente de marzo, infinitamente superior a la del enero afilado y
pérfido. La que hallaste, o te halló, era una luz inesperada, límpida, purísima
como anunciada por angelotes a los pies de la Gran Dama del Universo. Te
sorprendió mientras caminabas. Era una luz tangible, aposentada en una
transparencia que parecía venir de otro mundo, de un cielo pleno, de ese
mediodía bendito en el que alguna vez habitamos antes de razonar y recordar.
Encontraste escenas para ti solo
que revelaban sonrisas de Dios: Un gato, negro naturalmente, que retozaba panza
arriba agitando sus piernas sobre el asfalto absorbiendo los rayos del sol
decembrino y ajeno a la civilización (o no) que le rodeaba. Tres gorriones
gordos dándose un chapuzón en un charco, como solamente lo habías visto antes
en la canícula. Guiños de esta primavera veraz que es el otoño sevillano una
mañana de cielo despejado y —robemos la metáfora a un Borges también sevillano—
tan cóncava como generosa. Había llovido copiosamente los días de la víspera y
aún la noche anterior. Las cosas tenían la piel luminosa, cubierta de azogue que
le daba ese frescor verdioliva de clorofila restallante. Tachonado de pequeñas
lagunitas brillantes, casi imperceptibles pero inagotables, el lienzo de
paisaje que asomaba al vitral de tu vista era todo él gratificante, mar
espumoso en la tierra de fuego andaluza donde viste la luz primera. Una luz que
te gustaría hubiese sido como ésta del otoño efectista, palpitante de reflejos,
magnetizado y táctil, que te ha saludado desde todos los puntos de la dicha.
Mañana ya no será igual. Los
colores habrán secado. La pintura estará en su sitio, donde la pone tu
monotonía. No donde hoy ha querido que esté la luz laureada del otoño
sevillano.
Me gusta. Es una narración llena de emociones y sensaciones que nos ayudan a percibir lo que nos rodea con mayor intensidad.
ResponderEliminarNos conocimos por mor de parte de esa maquinaria burocrática que denuncias al arranque de tu magnífico artículo, que sirve de contrapunto grisáceo a una maravillosa descripción poética de la luz otoñal sevillana. Ya pude apreciar gracias a la mano amiga de un pariente que tú sabes, la fibra literaria de tu pluma periodística, al leer una carta a una hija que me humedeció las mejillas.
ResponderEliminarEsa luz que cantas es la que más me agrada recibir de las que nos envía el dios Apolo a lo largo de nuestro periplo cósmico. El mundo bañado por esa luz es percibido de una forma gratificante. Más de una vez quise poder describir las sensaciones experimentadas cuando esa luz alumbra nuestro medio circundante y los más nimios objetos que en él se hallan, no es nada fácil. Aparte del oficio, no me adornan como a tí los dones de las musas.
Gracias, Angel, leyendo tu prosa poética en la pantalla de una tableta, me has hecho experimentar las emociones sentidas cual si me encontrase paseando por un rincón sevillano una tarde de otoño.
Me ha evocado el viejo Conceptismo que, en verdad, tenía olvidado. Un ejercicio erudito de palabras que entretejen un sabio crochet.
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