El 17 de marzo del año 1517, el
escribano público de Sevilla Pedro Farfán estampaba su firma en un documento
que otorgaba censo y tributo perpetuo al hospital y cofradía de San Andrés y
San Antón sobre unas casas en el Arenal. A día de hoy, éste es el papel más
antiguo que da fe inequívoca de la existencia de la hermandad de La Carretería.
Es decir, que estamos en puertas de conmemorar —si de aquí a entonces no
aparece otro vestigio anterior— los quinientos años de existencia de esta
cofradía. Como se puede suponer, en tan dilatado lapso ha pasado por avatares
sin cuento, por ejemplo el que la situó, durante 174 años, en un punto tan
distante como la collación de San Miguel, cerca ya de la Alameda de Hércules.
La Carretería ha vivido momentos
que parecían terminales, como cuando la Junta Revolucionaria de La Gloriosa
(1868) se incautó de su capilla para convertirla en club republicano, o cuando,
ya entrado el siglo XX, un mayordomo tomó en prenda las bambalinas del palio.
La hermandad ha renacido de todos sus baches en el último minuto. No en vano,
la Resurrección del Señor es uno de sus títulos, estaba representada en un paso
alegórico y luce en la pintura que corona el altar de la capilla.
Hasta que tuve la fortuna de
hallar el citado documento, la más antigua certificación de la existencia de la
cofradía era otro similar, puesto en duda, de 1543, aunque la constancia más firme fuera
la derivada del expediente de reducción del hospital en 1586, así como el
reconocimiento oficial de la hermandad de penitencia por parte de la Iglesia en
bula pontificia de 1591. Hay testimonios que hablan de 1550, pero son de oídas
porque hacen referencia a papeles que ardieron en dos incendios, el más reciente
de 1610. También los hay, siempre orales y de memoria, que sitúan los orígenes antes
aún del Descubrimiento. Lo cierto es que hoy sabemos con seguridad que al menos
ese 17 de marzo de 1517 ya había en Sevilla una cofradía que daría lugar con el
paso del tiempo a la de la Luz y Tres Necesidades, actual de La Carretería.
El dato figura, junto con una
reproducción facsímil de la relación en la que se constata dicha escritura
(procedente del Archivo de la Diputación), en mi libro “Dios, hombres, ciudad.
Historia y vida de la Hermandad de La Carretería (Sevilla)”, que viera la luz
en 2013 editado por la Universidad de Sevilla y que daba continuidad a la
benemérita tesis universitaria de Fuensanta García de la Torre publicada en 1979
y agotada desde hace demasiado tiempo.
No es ninguna trivialidad saber
que contamos con una Hermandad señera que puede presumir, por lo menos, de
medio milenio de vida. Sobre todo si tenemos en cuenta que era el único enclave
de culto existente en el camino que unía la ciudad con el puerto de Indias, el
Real de la Carretería. Entre las paredes de aquel templo, sin duda diminuto y
pobre, junto al hospital gremial con sus tres camas y su cofradía, se debieron
escribir páginas íntimas de oración trascendente, tanto a la ida como a la
vuelta de un destino que lo mismo podía suponer la riqueza que la muerte. O el
retorno más paupérrimos todavía que cuando embarcaron. Sólo pensarlo da
escalofríos. Todo el Viejo Mundo que dirigió sus pasos a la aventura americana
hasta que en 1586 el hospital es reducido por el cardenal Rodrigo de Castro,
pasó por allí. Los que tuvieron suerte, dieron allí gracias inmediatamente de
traspasada la pasarela del navío. Y los menos gozosos también se hincaron ante
el crucifijo de los toneleros al tiempo que se pellizcaban de incredulidad.
Hay un pasaje, fabulosamente
recreado por el escritor Stefan Zweig en su libro “Magallanes”, que bien
pudiera haberse constituido en el más señero de los casos de cuanto referimos.
El 7 de septiembre de 1522, dieciocho hombres, de los doscientos sesenta y
cinco que habían zarpado dos años antes de junto al convento carmelita de Los
Remedios, arribaban al puerto de Indias sevillano. Al frente iba un marino vasco
que asociaría su nombre a la primera vuelta al mundo: Juan Sebastián Elcano. El
cronista Gonzalo Fernández de Oviedo (apellido éste muy presente en los
archivos de la corporación) relata que la multitud se arremolinaba en las
riberas “para contemplar este último barco famoso; la expedición en que tomó
parte representaba la cosa más prodigiosa y el acontecimiento más grande que se
haya visto desde que Dios creó al primer hombre y el mundo”. ¿Qué fue lo
primero que aquellos andrajosos y desnutridos supervivientes se dispusieron a
hacer tras desembarcar del fantasmagórico “Victoria”?: rezar. Marcharon
derechos a la Virgen de la Antigua de la Catedral. Bajaron por el camino Real
de La Carretería, para entrar por la puerta del Arenal y la calle de la Mar.
Pasaron ante la capilla de los toneleros. La pregunta es inquietante: ¿Se
detuvieron allí, aunque sólo fuera un instante? Porque hoy sabemos que para
entonces ya existía y dónde estaba.
Este año, los hermanos de La
Carretería, y los sevillanos en general, estamos de enhorabuena. No todos los años se celebra el V Centenario
de algo así.
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