A lo largo de la historia, son
muchos los casos de procesos “abrelatas”. Situaciones que parecían definitivas
e irreversibles, como por ejemplo el mundo que Fukuyama definió como “final de
la historia”, resultan ser el principio de otra. Colectivos que se las
prometían muy felices por considerar —¿desear?— arrumbados a los adversarios
quedan repentinamente defraudados al descubrir que éstos gozaban de una salud
mejor que la suya. Es lo que está ocurriendo con la era Trump. Ya asistimos a
algo parecido con la era Reagan, y de un modo quizás paradigmático con el
pontificado de Juan Pablo II. Muebles que parecían apolillados muestran su
lozanía al ser retiradas las fundas que los ocultaban. Ideas que han movido a
la Humanidad desde el neolítico y que un nuevo sistema establecido condenaba a
la fosa reaparecen de nuevo luciendo su flamante utilidad.
Como es obvio —o debería serlo— ello
no quiere decir que el seguimiento de la cabeza visible en dichos procesos sea
ciego. Ni mucho menos. Este servilismo rastrero es más propio de movimientos “innovadores”,
como el nacional-socialismo o el comunismo. Éste último pervive todavía en
algunos paraísos de economía real como el caribeño, con todas las bendiciones
de quienes alardean de huir del caudillismo. Trump es lo que es: un hombre, con
sus oropeles a cuestas y con sus incoherencias, ésas que al final acaban con
todo hombre público. Pero es también un valiente, y esta raza escasea en
nuestros días, al menos en Occidente. Ha desafiado a “la última palabra” en
política, la que la izquierda viene dictando desde Marcuse y el mayo francés.
Muy pocos días después de su toma de posesión, ha enviado nada menos que a su
vicepresidente y a su jefa de campaña a dar ánimos a los provida en la marcha
que anualmente clama por defender a los no nacidos. El hecho no tiene
precedentes, y su valor informativo queda de relieve por el eco nulo que ha
tenido en los “medios” que forman el decorado de la obra representada hasta
ahora por los políticos occidentales. Simplemente, lo han ignorado, sabedores
tal vez de que negar la verdad es la única manera eficaz de combatirla. Y en el
saco meto, desde luego, a los medios que se supone luchan por extender el
Evangelio.
Mientras que esto sucedía en Estados
Unidos, aquí el ministro de Hacienda mostraba su preocupación por los pocos
impuestos que pagan las grandes empresas, abogando por subírselos con el
pretexto de garantizar “la paz social”. En otras palabras, para seguir cediendo
al chantaje de la izquierda. He de mencionar en este punto el testimonio,
también valiente aunque muy minoritario, de los ex diputados y senadores que
han dado el paso de presentar mociones al próximo congreso del PP para que éste
recupere su identidad perdida en materia de familia y vida. Son los mismos que
fueron expulsados de las listas electorales por haberse negado a secundar la
pantomima de reforma de la Ley zapaterista del Aborto. Esto también puede ser
un “abrelatas”.
Porque lo que ha demostrado el
pasado es que las catacumbas nunca son definitivas. La verdad aflora, a menudo
donde y como menos se esperaba. La “trumpsición” es ya un gran paso en este
sentido. No es —insisto— la opción partidista o personal lo que va a liberar a
Occidente de su aparente agonía, sino la puerta que queda abierta tras el paso
por ella de un líder incómodo hasta extremos paroxísticos para los dictadores
de nuestro tiempo, aquellos que constituían la nueva clase dominante, da igual
que fueran de derechas pseudoconservadoras o de izquierdas
pseudorrevolucionarias. Ellos mandaban, los demás obedecíamos. Esto se ha acabado,
y lo saben, por eso trinan. En España se hizo la transición. Parecía que el
paisaje estaba cerrado. O tirábamos por el camino que se nos ordenaba o dábamos
paso a algo peor. Pero en la gran potencia que rige nuestros destinos desde que
se levantó el telón de acero se ha producido un proceso rápido, un vuelco, que
marca otro tipo de transición. Y hay que aprovecharla. Tal vez sea la última
oportunidad de sacudirnos la costra paralizante administrada por los “medios”.
Extraordinario y muy acertado. Lo de los procesos "abrelatas" es un hallazgo.
ResponderEliminarMuy buen artículo. Comparto casi todo, sin perjuicio de que siga pensando que Trump es persona de pocas luces y sin experiencia para el cargo, lo que puede causar problemas. Pero no es peor que otros que le han precedido y desde luego, por lo menos, dice cosas que se entienden y conectan con los problemas de la gente de verdad y no con la "opinión pública de papel". Probablemente por eso ha ganado.
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