¿Qué hay en el fondo de la tumba
de Franco que tanto preocupa al Gobierno de Sánchez y su partido? Desde luego,
no sólo los restos del que fuera Jefe del Estado así reconocido por la
generalidad de países de diversos regímenes, incluidas —claro está— las democracias
occidentales. En el fondo de esa cámara de pocos metros cúbicos situada en el
presbiterio de la basílica del Valle de los Caídos, entre el coro de los
benedictinos y la mesa de altar, lo que hay son los restos de un recuerdo. Pero
no de un ayer inocuo, no. Sino de una memoria subterránea que posee toda la
resistencia de un cimiento. Es, pues, la basa de la columna cuyo capitel resulta ser la
España de hoy.
Esto es lo que quieren remover
quienes ocupan las instituciones nacionales sometidas a procesos electorales
cada vez más inquietantes. Saben que el tiempo apremia; que si no logran llevar
la malhadada Ley de Memoria Histórica de Zapatero, principio del fin de la
libertad de expresión tan trabajosamente ganada, hasta sus últimas
consecuencias y hasta el fondo de esa tumba, los españoles podemos investigar y
aún debatir sobre el franquismo sin prejuicios, sin censuras, abiertos a lo que
el recuerdo nos traiga a colación, sea de la índole moral que sea.
Abierta la caja de los truenos,
el PSOE, como ya ha advertido Santiago Abascal en el segundo Vistalegre, se
puede encontrar ante un espejo que haga sobresaltarse a los mismos socialistas.
Al menos a los más jóvenes. Y al mismo tiempo, si no consigue dar pleno
cumplimiento a la Ley que, junto a la del odio, ha blindado el pensamiento
único contra cualquier tipo de disidencia, es muy posible que la aparición en
escena de las luces que todo periodo dilatado de la Historia (¡cuarenta años!)
arrastra —incluso el soviético— ponga luz y taquígrafos no sólo sobre las
vergüenzas históricas de una izquierda reiteradamente dantesca sino sobre el
agotamiento absoluto de ofertas electorales que aqueja a los partidos de la
moción de censura (¡qué bien le viene el nombre!).
Sánchez, en su inmarcesible
ignorancia, no ha contado durante su carrera política con casi ningún elemento
histórico de fuelle a la hora de tomar decisiones. Incapaz de formar un
Gobierno salido de las urnas, su gran paso en falso, que es doble, está a punto
de pasarle factura. Porque fue él quien dio alas a ese independentismo que ya ha
entrado en las estribaciones del terrorismo y ojalá que no en las de la contienda civil.
Y ahora, con media Cataluña en pie de guerra y otra media en silencio, no sabe
qué hacer por ese flanco. Al mismo tiempo, la experiencia de haber ganado unas
elecciones que no le han servido para ser investido está generando en el pueblo
español una reacción, lenta pero segura, muy estudiada por los analistas
serios: la frustración que da paso al castigo de la inoperancia. La
responsabilidad de salir presidente de las urnas es siempre del que consigue
más votos. Si no llega a coronar su esfuerzo electoral, el votante se siente
impotente por delegación, y huye de repetir el intento. Esto está a punto de
sucederle a este doctor bajo sospecha que se refugia en la tumba de Franco para
ganar tiempo, aunque lo único que consigue es mover un ataúd, tal vez para
hacerle sitio al suyo como político.
Colosal!
ResponderEliminarmuy muy bueno , como siempre.
ResponderEliminarAquilino me pone difícil encontrar el calificativo. No sólo crece el dominio de una prosa literaria preñada de fuerza, sino la inteligencia y el valor moral. Es un deleite leer un artículo como este, pese a la gravedad del asunto que trata. Gracias.
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