Desde el primer fallecimiento por Coronavirus registrado en España, el 13 de febrero último, hasta hoy han muerto en los abortorios del país tantos niños —o seguramente más— que víctimas ha causado la pandemia. Las de verdad, no las que proclama un Gobierno patológicamente embustero que utiliza a las fuerzas del orden para rastrear a los críticos de su gestión.
Casi cincuenta mil nasciturus, al
menos, condenados a muerte por la inercia sin preguntas de un pueblo sedado por
los telediarios, frente a cuarenta y cinco mil bajas en la población causadas por
el Covid-19, según fuentes independientes (EL PAÍS, 26/7/20). Lo primero se
repite año tras año. Lo segundo es, afortunadamente, excepcional. Lo primero no
asombra ni interesa casi a nadie, porque los oscuros poderes que dominan el
mundo, y por supuesto los medios que les obedecen, conscientemente o no, evitan
abordarlo, como si no perteneciera a la realidad. Lo segundo lo tenemos hasta
en la sopa. “Quédate en casa”, asustado, consume publicidad y propaganda
política, o series prefabricadas en serie por Internet o mensajes inciertos y
vagos en redes, que es el suero estupefaciente y estupidizante de los nuevos
españoles.
Hay que recordar cómo el primer
asunto que abordó el actual Gobierno ultraizquierdista fue cómo acabar más
fácilmente con la vida de los mayores y enfermos hartos de vivir. La pandemia
les robó el protagonismo a los impulsores de tal avance, cumplimentando ella
misma la tarea, sin consentimiento de las víctimas.
Hay que recordar cómo el Gobierno
socialista de Felipe González retorció hasta el extremo el Derecho Romano (y el
Natural) permitiendo a la mujer destruir la vida del nasciturus que lleva en
sus entrañas mediante un mero trámite sanitario-administrativo. Y que el
Tribunal Constitucional lo avaló en lo sustancial, so pretexto de que la
voluntad de bienestar de la madre valía tanto o más que la vida de su hijo.
Otro Tribunal Constitucional lleva casi diez años —todo un récord— aguardando
que se produzca el milagro del consenso acerca de si el aborto es un derecho, mientras
300 niños caen cada día y para siempre sin haber nacido, a muy pocos metros de
nuestro ardor futbolístico y cervecero.
Esa sentencia que acumula ya en
torno al millón de niños muertos a la espera de que los señores magistrados se
pongan de acuerdo en si es algo importante y urgente a proteger, responde a un
recurso presentado por el mismo partido que después permanecería siete años en
el poder sin hacer apenas nada para paliar los daños del verdadero promotor del
mal: José Luis Rodríguez Zapatero, el de la ceja puntiaguda (¿a quién me
recuerda?).
El cosmos político, es decir
mediático, permanece ajeno a todo esto. Y no sólo en España. Francia acaba de
aprobar, en una Asamblea compuesta por 577 diputados pero en una sesión nocturna
a la que apenas asistieron 101, una modificación legal que autoriza la muerte
del niño a término, hasta el momento mismo del parto, por “angustia
psicosocial”. En EEUU la candidata a vicepresidenta por el Partido Demócrata es
una mujer no blanca, algo irrelevante pero en lo que se fija todo el mundo, que
ha apoyado su carrera política en la defensa a ultranza del aborto.
La vida, que sólo un puñado de
cristianos y algún librepensador agnóstico defienden, es la gran ausente de la
política. Desde que se inició esta penosa legislatura, la vida ha estado
completamente ausente de un Parlamento desequilibrado por la omnipresencia de
su opuesta, la muerte, a menudo presentada como panacea y de muertos que es
preciso desenterrar para sentirse mejor. Una especie de necrolegislación ocupa
las obsesiones del progresismo.
Tras todo esto hay, sin duda,
intereses puramente crematísticos que teledirigen a los políticos, a veces
visitándoles nada más tomar asiento en las poltronas. Quien afirmó ante las
cámaras que él vendía judíos (hermanos de raza) a los nazis porque veía en ello
sólo un negocio es paradigma de este juego perverso. Está en marcha una cruzada
por la reducción de la población mundial que libra hoy una batalla decisiva.
Organizaciones que planifican a las familias evitando que nazcan nuevos
miembros de ellas son, como ha puesto en imágenes la película “Unplanned”, uno
de los principales tentáculos de este objetivo de las agendas gubernamentales
inexplicadas a la Opinión Pública. Asistimos, pues, a un apocalíptico proceso despoblador
deliberado (el mundo actual crece demasiado para ser convenientemente
controlado y bien rentabilizado) en el que algunas de las mayores fortunas
globales tienen mucho que ganar y están dispuestas a no dejar pasar la gran
oportunidad que se abrió con los movimientos abortistas de los años sesenta en
un Occidente colonizado intelectualmente por la Unión Soviética. Ésa que el coordinador
de la política anti-Covid en España sigue mencionando como superviviente de la
Historia. Hay lapsus que indican mucho más que largas horas de aseadas prédicas
gubernamentales.
Muy buen post, cargado de razón y de razones. Lo que está sucediendo es una auténtica barbaridad que cuenta con el silencio cómplice de los medios y de una sociedad adoctrinada que puede acabar perdiendo el norte.
ResponderEliminarExcelente artículo... muchas gracias por la ayuda para que se conozca la verdad!!!
ResponderEliminarQue gran artículo Ángel, vivimos en una sociedad anestesiada donde impera el relativismo moral y triunfa la mentira. El aborto es el mayor genocidio de nuestra historia y para que se siga consolidando, solo es necesario que los que pensamos diferente no hagamos nada. Gracias por no ponerte de perfil como tantos y mirar de frente a esta lacra consentida....me guardo el artículo!
ResponderEliminarLo del aborto es demencial, otro holocausto. Homo homini lupus, "el hombre es un lobo para el hombre". Para los plutócratas sobra gente y contra "esas tinieblas" tenemos que luchar. La verdad nos hará libres.
ResponderEliminarMagnífico artículo, Ángel.
ResponderEliminarDecir que el País es fuente independiente...
ResponderEliminar