A los nuevos ciudadanos, antes, los educaban los padres. Ahora los deforma el Estado y los cuidan los abuelos. Salvo numerosas y muy honrosas excepciones, claro está. No tiene nada de extraño, pues, que un Gobierno truhán al que le llevan los diablos de la avidez no ya recaudatoria sino incautatoria, voracidad ésta tan peligrosa como arraigada en nuestra trayectoria nacional, haya enseñado a la sociedad que le paga y obedece a devorar los bienes ajenos apenas encuentre ocasión propicia para ello. Se trata del viejo mecanismo de imitación o emulación de la autoridad, engranaje paralelo al del maltrato familiar.
El año 2020, que cada vez se nos
aparece más como una visión febril pero del que todo el mundo conservará
siempre memoria, fue, de alguna manera, el Año del Murciélago. De todos es
conocida la milenaria costumbre china de nombrar los años, últimamente
asimilada por Occidente aunque despojada de su halo mistérico. Ya sé que aquel
año —antier, como quien dice — no era según los chinos el del Murciélago, pero
dado que tan simpática criatura pudo ser (sólo pudo) el origen de la pandemia,
bien podríamos titularlo así. Me gustaría saber si los wamaneses siguen
consumiendo sopa de murciélago, y sobre todo a cuánto está el plato, sobre todo
por compararlo con su precio anterior a que el virus se convirtiera en nuestro
odioso animal de compañía.
En todo caso, del Año del
Murciélago hemos pasado al del Buitre. Por el camino del Covid 19 o el de la
guerra de Ucrania o el que sea, lo cierto es que la inflación se ha convertido
en nuestra tragedia permanente, por supuesto que agravada hasta el extremo por
la impericia sectaria de este Gobierno socialcomunista capaz de llevarnos a la
más absoluta ruina con tal de no bajar los impuestos; es más, obsesionado por
crear otros nuevos lo mismo que se dedica a inventar supuestos neoderechos.
Y lo malo es que los súbditos
aprenden deprisa de todo lo malo. Tres ejemplos en primera persona: artículo
básico, el pan, subida del 30 por ciento en tres meses; artículo semibásico, el
jamón cocido (o de york, que es como lo sigo pidiendo en el supermercado y como
me enseñaron a llamarlo), subida del 20 por ciento en dos meses; artículo
alimenticio de semilujo, la caña de lomo ibérica, subida del 40 por ciento en
un mes.
Se me contestará que hay que
recuperar el tiempo perdido, como Proust, que son productos que han estado
mucho tiempo “congelados”. Y yo, que no entiendo casi nada de la economía no
casera, respondo que la inflación cero ha sido para todos igual a lo largo de
ese tiempo, periodo en el que, por cierto, el dinero se ha ido devaluando
gracias al Banco Central Europeo (otra vez los estados y los gobiernos), que ha
regalado a los bancos los intereses, borrando así del mapa la remuneración del
ahorro desde hace, al menos, seis años. Con la aquiescencia, por cierto, de
todos los partidos, a izquierda y a derecha.
O sea, alguien —alguiénes— se
está poniendo las botas, después de los bancos, a costa del clima de pánico que
se apodera de nuestras generaciones. Al igual que todo en economía y en la vida
misma, tras ello está la ética. O la falta de ella. Si el IPC sube un 10 por
ciento o poco más —que es una barbaridad—, ¿cómo es que elementos esenciales o
tradicionales de nuestra dieta lo hacen entre un 20 y un 40? Eso, elementos que
van del Año del Murciélago al del Buitre (carroñero).
Certera opinión sobre el desastre económico propiciado durante este desgobierno.
ResponderEliminarMagnífico ejemplo de narrativa y comentario de la actualidad de un país cansado y derrotado por la desidia de algunos y la ineptitud de otros. Gracias, Maestro, genial como siempre.
ResponderEliminarSí, excelente narrativa y comentario con buen humor, para explicarnos interrogativamente los desafueros de una economía descontrolada, que un gobierno incapaz e incompetente, cual aprendiz de brujo, no sólo no acierta con la fórmula adecuada para encauzarla, sino que sus medidas de trilero la agravan.
ResponderEliminarMágnifico artículo .
ResponderEliminarBuitres y murciélagos...Yo creo que es peor, Es el mal radical, del que hablan los filósofos de bien, Un abrazo. P
ResponderEliminarComo decía mi madre: lleva más razón que un santo...
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