jueves, 2 de mayo de 2024

HISPANIDAD

Hace poco más de un año, durante los días 31 de marzo, 1 y 2 de abril, nos congregamos en el Real Centro Universitario María Cristina de San Lorenzo del Escorial, a muy pocos metros del monasterio filipino que regentan los agustinos y visita medio mundo, un grupo de españoles e hispanoamericanos--algunos por vía telemática-- convocados por el filósofo y catedrático, divulgador de verdades, Agapito Maestre, junto a un selecto puñado de colaboradores. Se trataba de citarnos para conocernos mejor y reflexionar acerca de la realidad luminosa que teníamos en común. Y a fe mía que se consiguió, merced al empeño de los organizadores y la generosa aportación de los presentes. Ahora, el estreno del documental "Hispanoamérica" me da pie para rescatar aquella vivencia entrañable que Alfredo Arias, uno de los asistentes, recogió en un volumen de Ediciones Clásicas titulado con acierto "Al encuentro de Res Hispánica (algo ocurrió al lado del monasterio)". Y, efectivamente, se produjo uno de esos ensalmos que dan luz al mundo de la cultura. Aclaremos ya que Res Hispánica es un canal de YouTube y al mismo tiempo una comunidad de navegantes--término insuperable para referirse a la aventura hispanoamericana-- que celebraba en El Escorial su primera cumbre físicamente personal.

Como el edificio herrreriano mismo y la institución que alberga, aquella convivencia traspasó la fugacidad del tiempo y asentó en todos nosotros un sillar inolvidable. Y es que de allí salimos renovados en nuestro espíritu de hispanidad, algo que tiene dos orillas separadas y al mismo tiempo unidas por un océano. Nada menos. Y de fondo, el idioma, ese nexo, más fuerte que las tempestades históricas juntas porque somos lo que hablamos y con más razón lo que escribimos/leemos. O si lo prefieren, lo que Internet difunde.

Soy de la ciudad que sirvió de cabeza de puente entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Es imposible dar dos pasos en Sevilla sin toparse con alguna huella del hecho que nos transformó como civilización madre de un continente. Con sus luces y con sus sombras, somos mestizos hispanoamericanos, los de allí y los de aquí. La vocación iberoamericana --versión ampliada de lo hispano-- de Sevilla alcanza al V Centenario, pero tiene su expresión más perdurable en la configuración urbana y en los testimonios arquitectónicos de la Exposición Iberoamericana de 1929, que nos ha acompañado a los sevillanos desde niños, cuando jugábamos con las palomas de la Plaza de América y después cuando pelábamos la pava con nuestras novias en las barcas de la Plaza de España, como cantaba Perales. La Plaza de España, que proyectó Aníbal González como un abrazo abierto a los pueblos hermanos de Poniente, la tengo a diez minutos de mi casa y casi la diviso desde mi azotea.

Si uno se fija en esas alturas hacia las que casi nunca miramos y que el poeta Joaquín Romero Murube definió como "los cielos que perdimos", descubre América, que no está perdida en el naufragio de esa manía tan española consistente en borrar lo mejor de nuestro pasado simplemente porque, en apariencia, ha pasado (de moda). En lo alto de la cúpula de San Pablo, con su linterna en forma de corona --era real convento dominico, donde fue consagrado Fray Bartolomé de las Casas, el amigo de la Reina Isabel, obispo de Chiapas-- hay indios. Sí, están allí esculpidos mirando a los cuatro vientos. Y en la fachada de la casa más antigua de la calle Betis (antes "Del río"), justo enfrente del puerto y puerta de Indias, en la Triana marinera de Rodrigo el del grito gozoso --¡Tierra!-- desde la cofa, se pueden ver los mismos nativos si uno pone ojo de interpretación cubista.

Somos hispanoamericanos, aunque este Gobierno ignaro y contumaz haya terminado con la Escuela de Estudios Hispanoamericanos, donde tantos historiadores residieron y compartieron sus investigaciones desplegadas en el herreriano Archivo General de Indias, creado por Carlos III para luchar contra los holandeses y los británicos en el proceloso mar de las leyendas negras. Un edificio, por cierto, concebido como un Escorial en miniatura.

Tengo que expresar desde estas líneas mi profunda gratitud hacia Agapito Maestre y hacia todos los precursores, que lo fueron desde su aparente anonimato, que contribuyeron a relanzar en nosotros y desde nosotros, el amor a la hispanidad. Y lo hago ahora que, por fin, el cine se suma al sentido común y la justicia, con el padrinazgo de Su Majestad el Rey Don Felipe VI.

EXTINGUIR FRANQUISTAS

El deportista de la Moncloa, que se mueve casi tan varonilmente como John Wayne cuando hay cámaras delante, está entregado, entre otras muchas, a una nueva modalidad deportiva: extinguir el franquismo. Uno de los pelotas paniaguados que le rodean con cargo a cargo del erario público (nuestros impuestos, para desorientados y olvidadizos) acaba de ampliar el espectro, pasando a la solución final. Quiere extinguir --exterminar sería más apropiado-- a la Fundación Nacional Francisco Franco. No la va a ilegalizar, porque no puede. Va a liquidarla manu militari, como en los mejores tiempos del Frente Popular.

Ignoro si la sociedad española es consciente de lo que tenemos encima, pero me temo lo peor. Si lo es, la matemática parlamentaria, fruto de una pésima ley electoral que los partidos mayoritarios no han querido modificar, le tiene maniatada. Pero lo cierto es que medidas como la que refiero son pasos sólidos en la consolidación de una dictadura, y estas cosas acabamos pagándolas todos. Recibo regularmente los boletines de la FNFF. Los archivo, porque siempre me he temido que esto acabara pasando. Unos me gustan más y otros menos, pero como ciudadano atento al devenir histórico y su conocimiento, son para mí un tesoro. Y lo son no tanto por el gran caudal de información, parcial pero real, que contienen como por poner de relieve algo de rabiosa actualidad, y es el estado de censura informativa en el que nos movemos. De ahí el interés indeclinable del Gobierno y sus partidos --desde los proetarras hasta los socialistas-- por silenciar también esta voz. Por cierto, que en las comunidades donde el PP gobierna en solitario no han tocado las leyes de "memoria histórica".

Para acercarse sin prejuicios a los cuarenta años de franquismo hay un sinfín de libros desde todos los ángulos. Pero los medios de comunicación, salvo honrosas excepciones, aprovechan que los españoles leen muy poco y bombardean sin piedad a la población con lugares comunes, marchamos de identificación cómoda y una mitología sin matices sólo comparable a la propaganda postbélica en la España de los años cuarenta. Vivimos en una dictadura moral dominada por quienes padecen una obsesión patológica: borrar cuanto desde el pasado pueda obstaculizar sus intenciones de monopolizar el poder. Y casi nadie parece darse cuenta. Mucho menos aún en mi gremio, el de la "Prensa", otrora defensora y beneficiaria de la libertad de expresión y hoy apesebrada a la sombra del goteo gubernamental que mantiene sus constantes vitales, en coma próxima al punto final.

Al fondo de todo, siempre aparece la misma siniestra silueta: la mentira. Y su antónima, la verdad, también se perfila en el horizonte pero como esos cuerpos inertes de ajusticiados pendientes de la horca. Estarán contentos. Así, entre osarios de víctimas exhumadas, prohibiciones inconstitucionales de derechos fundamentales, persecución del conocimiento histórico, expulsión de comunidades monacales y memorias hemidemocráticas, la gente se olvida o sigue ignorando amnistías, independencias, malversaciones, aviones nucleares estadounidenses en Morón de la Frontera, y ese mar de corruptelas que día a día va minando la fiabilidad que aún les queda a los bailarines enzarzados en la danza de la muerte con el ayer.