martes, 17 de agosto de 2021

DOS SANTAS DE LA CRUZ

Cierta noche de verano de hace ahora un siglo, en una casa de campo alemana, alejada del ruido del mundo —aunque éste fuera entonces casi monacal comparado con el de hoy— una joven estudiante de Filosofía no podía dormir. Se encontraba alojada allí por un matrimonio amigo, que aquel fin de semana se había ausentado. En la soledad del lugar, la treintañera indagadora de ideas, acostumbrada a pensar sin descanso pero sistemáticamente, al modo fenomenológico, decidió combatir el insomnio de la manera más natural para una mente como la suya. Discípula aventajada de un autor de moda, feminista sin alardes, agnóstica angustiada como todos por el asedio de y a Dios, Edith —sí, Edith Stein, han supuesto bien— bajó a la biblioteca y tomó un libro al azar. Creía que la lectura le iba a proporcionar el anhelado sueño. Sin embargo, lo que encontró fue un estado de trasposición muy distinto. Tánto que no pudo dejar aquellas páginas hasta el colofón, ya amanecido el día. La obra que había elegido, o mejor la que escogió a aquella mujer, era de otra mujer única en la Historia de la Humanidad: Santa Teresa de Jesús y el libro de su vida. Al terminar aquellas líneas, dijo para sí, según escribiría años después: “Esto es la verdad”. Unos meses más tarde recibiría el bautismo, años después ingresaría (un día de la Virgen del Carmen recibió la ansiada respuesta positiva) en la Orden de Santa Teresa, y cambiaría su nombre por Teresa Benita de la Cruz. Sería superiora del convento de Colonia. Moriría, junto a una hermana suya de nacimiento, en la cámara de gas, por judía, un 9 de agosto de 1942. Juan Pablo II la canonizaría cuarenta y seis años después y la nombraría copatrona de Europa.

La detención de Santa Teresa Benedicta de la Cruz tuvo lugar el 2 de agosto de 1942, en el Carmelo de la ciudad holandesa de Echt, donde se había refugiado. Aquel día, las Hermanas de la Cruz celebraban el LXVII aniversario de la fundación del Instituto, otra mañana en que cuatro muchachas y un sacerdote con fama de santo hacían realidad en el monasterio sevillano de Santa Paula el sueño de una de ellas, santa también de estilo carmelita: Sor Ángela. De la Cruz una y de la Cruz la otra. Dos de agosto, día crucial para ambas, radiante para la santa sevillana, sórdido para la pensadora silesia que abrazara, como la primera, el Reino de Dios como el único verdadero. La andaluza, zapatera, casi analfabeta y a pesar de ello febril escritora de lo divino y lo humano juntos. Sólo su salud quebradiza le impidió hacer los votos y tomar los hábitos del escapulario. La prusiana, honda viajera de los caminos de la razón, pero desarmada por el testimonio de la castellana fundadora y andariega, igualmente profusa devota de la pluma en Gracia de Dios. Al fondo, una santa abulense que nunca encontró acomodo en Sevilla aunque dejó en ella, además de Las Moradas, la semilla de su Monte Carmelo, el jardín en el que Ángela y Edith atisbaron el Paraíso.

(Publicado por el diario digital independiente Sevillainfo el 16/8/21)

sábado, 24 de julio de 2021

MANUAL DE RESISTENCIA FRENTE A LA CENSURA ANTIFRANQUISTA

Lo primero es reforzar el ámbito privado como lo que es: el único verdadero. El estado deriva de él y por ende es algo así como una ficción. Sólo el individuo, la familia y la sociedad civil son realmente auténticos y autónomos. Viviendo según este principio, todo intento de injerencia de las autoridades deviene en autoritarismo vano. Si nos viene en gana denostar el franquismo, hagámoslo sin importarnos una higa que alguien con BOE y mando en plaza nos lo haya ordenado o no. Por la misma regla de tres, si nos cae bien la figura de Francisco Franco y nos parece egregio el personaje, por sus obras y/o sus mensajes, ancha es Castilla. Eso sí, guardémonos de utilizar medios que un fiscal ad hoc pueda considerar públicos, porque entonces nuestro bolsillo, más o menos alimentado con miles de horas de sacrificios laborales, corre el peligro de resultar esquilmado al igual que las arcas públicas por quienes no han entendido nunca que ser antifranquista no es ser estalinista, por lo cual ser franquista no es ser fascista.

Y aunque lo fuera, se trata de materias reservadas por el sentido común y ético a los historiadores, que de toda opinión y jaez los hay. Pero nos adentran en un terreno quienes hoy tienen la sartén por el mango en el que la diversidad de opiniones no existe, reemplazada por otras diversidades más aptas para la manipulación presupuestaria. Así que de sabios es adaptarse al medio y de cabales no renunciar a ninguna idea por ello. Divulguemos nuestros pareceres, franquistas o antifranquistas, pero siempre practicando el criptoderecho a la libertad de expresión en familia y entre amigos. Los curas, en general, ya aprendieron la lección hace tiempo y para encontrar una homilía comprometida con las grandes cuestiones de la disidencia en este país socialistizado hay que escarbar mucho. Sólo cuando se tocan los dineros saltan las sotanas invisibles y las cruces pectorales. Lo demás, si acaso, en algún twiter, que no hace daño (¿cuántos millones pululan cada día por nuestros móviles?).

Voy a escribir una obviedad: sigamos pensando y diciendo lo que nos plazca. Y ahora, una novedad: pero en las catacumbas de los nuevos confesionarios, a las que nos han acostumbrado los estados de alarma, preludio del estado de censura en el que entramos ahora. La libertad, queridos lectores, es un lujo que en la España de Sánchez y sus adláteres del otro lado del Telón de Acero se pagará caro, de modo que con franquismo o sin franquismo habrá que vigilar nuestra lengua según en qué ambiente nos movamos, y sobre todo si aspiramos a que algún medio de comunicación social —es decir lo que no es redes sociales— dé cobertura a nuestras opiniones. A algunos nos coge ya con demasiados años, kilos y canas, aunque con las mismas ganas de hablar y escribir que cuando la palabra adolescencia nos sonaba a acusación. Si me permiten un consejo de viejo periodista, que no de periodista viejo, no renuncien a una sola ráfaga de sus puntos de vista. Documéntense a fondo con la amplia bibliografía existente —si no la retiran— sobre el franquismo. Seleccionen bien, eso sí, guiándose por criterios de objetividad desapasionada. Ahí está gran parte de la verdad que nos quieren ocultar y hacer olvidar por decreto, so pena de multa.

Justamente antes de que los guardianes de la ortodoxia postmarxista desataran sus “progroms” ideológicos, hace ya unos cuantos años, me di cuenta de algo que hasta entonces nunca se me había revelado, y es que en los programas de Historia que me enseñaron en el colegio —años setenta— mi nación dejaba de existir tras el primer tercio del siglo XX. Es decir, faltaba el crisol donde se había fundido el troquel de mi propio contexto personal. La España de nuestros más recientes antepasados, la que había construido a mi generación, en la que habíamos crecido y que nos había modelado, la que nos había alimentado, educado, defendido, vacunado y proporcionado una esperanza en el porvenir, era para nosotros un gran espacio vacío, un paréntesis, nada. De pronto se convirtió para mí en un enigma y quise conocer cuanto antes qué había pasado en la España de mis padres, para así descubrir el secreto por el que tan celosamente se me había escondido su conocimiento. Aceleró mi búsqueda el empeño maldito de Zapatero y los suyos por resucitar la República y la Guerra Civil como arma arrojadiza para condenar a Franco. Pero claro, eso equivalía a rellenar ese vacío con un borrón que descalificaba a esa generación que me había sacado adelante. Mi experiencia con la información, también con la política que todo lo impregnaba, hizo lo demás: Comprendí que tenía poco tiempo, porque estaba ante el intento, muy bien armado, de ir hacia atrás en la Historia y romper todo aquello sobre lo que se había construido mi propia formación humana, mi propia identidad, el ayer inmediato y colectivo que me había hecho. ¿Para qué? Era, y es, elemental: por adanismo, para sembrar en la conciencia de los nuevos españoles la sensación de que ellos, y sólo ellos, los enemigos del franquismo, han forjado cuanto tenemos y cuanto somos. Para eso es fundamental no ya sólo subrayar lo malo del pasado próximo sino sobre todo y por encima de todo —en ello están— fulminar cuanto de bueno, positivo, favorable y altruista haya en esa herencia.

Así que lo dicho, a las catacumbas, donde podamos reflexionar con buenas lecturas acerca de qué oscuro instinto nos ha llevado hasta allí y cómo podemos salir de ellas a respirar de vez en cuando sin que nos corten la cabeza de pensar, que en realidad es lo que no soportan. Algún día, cuando echemos una de esas escapaditas, no habrá nadie para perseguirnos.

sábado, 26 de junio de 2021

A LOS OBISPOS DE ESPAÑA: NO HAY PAZ SIN UNIDAD

 Queridos obispos españoles:

Para un católico convencido, en general, resulta siempre difícil, incluso doloroso, escribir contra el parecer de los obispos. Pero como hasta Pedro traicionó a su Señor, creo que no sólo es lícito sino moralmente obligado levantar la voz cuando uno ve que algunos de sus sucesores están tropezando con la misma piedra. Llevan ustedes demasiado tiempo contemporizando con el poder, sea éste el nacido de una guerra civil o el contrario, a su debido tiempo. No voy a remontarme a las muchas razones que les asistían en el primer caso, tras el martirio de ocho mil religiosos, entre ellos muchos prelados, cuyos pormenores enumeró en su momento el añorado obispo Antonio Montero. Más problemático es opinar sobre el alineamiento con corrientes poco compatibles con la fe durante los años que siguieron al mayo del 68, aunque aquí también es posible la disculpa si nos atenemos a la restricción de libertades vigente. Hoy contrasta demasiado el giro producido con el Vaticano II cuando sólo unos años antes la Iglesia española ejercía, por cesión del Estado, la censura cinematográfica con más que dudosa coherencia y hasta puso al borde de la dimisión a un floreciente Félix Rodríguez de la Fuente en TVE, esto último cuando el Concilio llevaba ya muchos años clausurado.

Después llegaron los años de los curas separatistas y hasta filoterroristas, pasando por el uso de una mesa de altar como escondrijo de armamento y hasta llegar al triste episodio, nunca condenado por la jerarquía, del arcipreste de Irún, cómplice de la huida de los asesinos de varios policías nacionales en Santander cuando sus cadáveres aún no se habían enfriado. La tibieza y pusilanimidad de monseñor Setién, por ejemplo, siguen estando unidas al recuerdo de las víctimas del terrorismo etarra. Son cosas que un ser humano con sangre en las venas no puede evitar. Y un cristiano, menos.

Ahora, la tentación colaboracionista viene del primer intento serio de secesión que hemos sufrido los españoles en la etapa democrática: el empeño independentista catalán. En el 2017  sólo fueron los obispos de Cataluña, tras una carta de cuatrocientos curas y a través de una inexistente conferencia episcopal propia, quienes se pronunciaron a favor del referéndum ilegal y sus consecuencias. Pero entonces, al menos, la Conferencia Episcopal Española, que sí existe, digamos que estuvo en su sitio, que era en la defensa del valor cristiano que a lo largo de los siglos ha demostrado encarnar la unidad nacional. Una unidad que viene del reino visigodo, como refleja el mismo San Isidoro, que se interrumpe durante el dominio musulmán de Al Andalus, pero que renace con fuerza mediante la Reconquista, desde las Navas de Tolosa, batalla con un obispo al frente, hasta la toma de Granada y cierra España por unos reyes que pasaron a la Historia como católicos. Por algo sería.

Se me repondrá que de eso hace mucho tiempo, demasiado. ¿Y de Jesús de Nazaret cuánto hace? La consolidación de una entidad nacional no es sólo obra de las armas, que también. Éstas se encuentran casi siempre al principio; inmediatamente comienza un proceso de paz que no acaba nunca… a no ser que se destruya la nación misma, troceándola. Para constituir una Cataluña independiente, señores obispos, hay que destruir una España construida lenta y trabajosamente con muchas generaciones de hombres y mujeres que han dado sus vidas por ella. Gentes que han vertido su sangre, como esos policías de Santander, o que han madrugado desde niños hasta su último aliento para ganarse el pan y podérselo ofrecer a sus hijos. Pan imposible sin una palabra que se le parece mucho: paz.

Y aquí quería llegar, reverendos monseñores. Un reino de paz, es decir, evangélico, no se edifica sobre el diálogo, como dicen los obispos catalanes y secundan los demás españoles, salvo el de Oviedo, justo es reconocerlo. Cuando ya existe, desde tanto tiempo, una base sobre la que desarrollar el amor y la justicia que el Redentor predica ¿a qué desarmarla para dejar sin patria común e indivisible a sus hijos? ¿Qué sentido cristiano tiene fomentar la discordia que supone deconstruir una sociedad trabada porque dentro de ella hay quien sueña con otras más pequeñas, resultado inevitable de lo cual es la ruptura de lazos mayores y la tribalización bajo la sombra cainita del egoísmo de grupo de las comunidades humanas? Ustedes parecen olvidar que la paz es precisamente lo que el Parlamento de Cataluña dinamitó los días 6 y 7 de septiembre de 2017. Existía, mejor o peor, una paz que permitía la convivencia entre las dos cataluñas y en el resto de la Nación española. Ustedes vieron cómo un presidente del Gobierno de España decía aquello de que el concepto de nación era algo discutido y discutible. La española, claro, no la catalana. Y no abrieron la boca. Ustedes asistieron al derrumbamiento del edificio, ya muy cuarteado, de una unidad nacional que había permitido la paz hasta entonces porque, ilustres prelados, sin unidad nacional no hay paz. No puede haberla. La división introducida en Cataluña es una peligrosísima amenaza para la paz de España, y ustedes sólo hablan de diálogo con quienes día sí y otro también aseguran que volverán a hacerlo, que no se arrepienten de nada y que no cejarán hasta que Cataluña sea independiente mediante un referéndum de autodeterminación, que sólo han tenido las colonias reconocidas como tales por una potencia extranjera.

La paz hay que sembrarla. No basta con sentarse a negociar. Eso vale para pactar con el Gobierno la equis de la Renta o las exenciones fiscales. Pero con la unidad de una nación en la que ustedes han tenido siempre una intervención sobresaliente, no se puede trapichear, porque el precio es precisamente la paz, pero no de cuatro millones de personas solamente, sino de muchos más que asisten al toma y daca de un presidente por accidente rehén de aquellos que, al parecer, también han atrapado en sus celadas a los pastores del pueblo cristiano español.

miércoles, 9 de junio de 2021

PROGRESISMO Y LUCRO CESANTE

 Cada vez que el conglomerado progresista ve amenazado su tinglado de mentiras a cambio de poder y dinero, ataca. Es como una manada de lobos temerosos de morir de inanición ideológica. Agotaron ya sus reservas hace décadas, y en este momento, en todo el mundo pero con mayor frenesí en los países de tradición católica no ocupados hasta fecha reciente por dictaduras comunistas, muestran sus colmillos a quien ose acercarse a sus guaridas. Ya lo hicieron durante su anterior periodo en el poder nacional, consagrando como derecho el aborto, mucho antes de que un diputado socialista croata haya hecho lo propio con su propuesta ante el Parlamento europeo. Matic se llama el autor. Anótenlo, porque el proyecto Matic dará mucho que hablar. Supone otro paso adelante en el abismo, tras el de la eutanasia, porque no se conforma con  formular el aborto como derecho sino que lo blinda en muy diversos frentes, desde la supresión de la objeción de conciencia para los médicos hasta la introducción del tóxico moral en las escuelas. Pero lo peor es la consideración de violación de los derechos humanos, punible de oficio por tanto, que tendría cualquier actitud contraria al libre ejercicio de dicha potestad. Como en otras cuestiones esenciales, se pasa sin sentir del rechazo generalizado de una conducta a su imposición y la persecución del disidente, previa escala en el respeto debido a las minorías.

Para el progresismo rampante, el aborto ha sido siempre un  caballo de batalla con el que abrirse paso en las aulas, los periódicos y los parlamentos. Acabar con la vida de un no nacido que estorba era y es el no va más de la agenda progresista. La magia de las izquierdas, la pócima que hace caer desmayadas ante su hechizo a las poblaciones desprevenidas, es esa sicalíptica equivalencia entre progreso y cambio que permite a las mentes perezosas —legión— depositar su confianza en quien les anuncia “otra cosa” sin el enojoso esfuerzo de preguntarse por la categoría, mejor o peor, de lo nuevo. Ya Felipe González posaba para los carteles que le llevarían a la victoria bajo un lema que nos prometía “cambio”. Y lustros después, sería “la oposición” la que abrazara dicho sortilegio de nigromante como si se tratase de una scala coeli que podían robar a los socialistas aprovechando un descuido de sus detentadores. Lo mismo ocurriría con el concepto de “igualdad”, que también debe de sonarles a unos y a otros a varita mágica o piedra filosofal capaz de suscitar el embrujo de las masas.

Por eso, cada vez que las cosas se ponen de punta, el partido llamado por el destino a gobernarnos sin fin echa mano del cambio, digo del progresismo, que hace sonar en nuestros oídos una música como de lira neroniana. El país arde —precios en alza, sueldos menguantes, paro galopante, fracaso escolar y universitario desbocado, escarnio extranjero sobre nuestras fronteras, costas y calles, desafío separatista saliendo por los grifos de La Moncloa, censura en los medios vía presupuesto público, poder judicial aherrojado, deuda inflamable, espionaje de nuestras vidas digno de las peores pesadillas literarias, cultura clientelar cautiva, corrupción por todos los flancos…— pero no hay que inquietarse: gozamos de un Gobierno y un sistema establecido de progreso. ¿Y qué más progresismo que el aborto libre acorazado como derecho y con penas de cárcel a quien ofrezca una ambulancia con un ecógrafo a las mujeres que nunca han visto a sus hijos, justo antes de que entren en el lugar preparado para vender su muerte?

Recuerdo, porque sé que ha sido olvidado, que cuando una televisión nórdica grabó a escondidas al doctor Morin confesando sus fechorías y lo emitió, se encendieron todas las alarmas (antifascistas, por supuesto) en el Gobierno de Zapatero, que encomendó a Teresa Fernández de la Vega la reforma de la Ley para evitar que el mundo se echara encima de España por lo que aquí venía pasando desde que la despenalización abrió el coladero de los certificados médicos falsos. Tras Morin, vinieron las fotos de fetos deshechos en el cubo de la basura, en Madrid, así como otros escándalos que aconsejaron al presidente introducir algo hasta entonces ausente de su programa electoral. La cara amable la puso Bibiana Aído, con el apoyo de Leire Pajín, dos rostros adolescentes para suavizar las inocultables aristas de una Ley que el Partido Popular recurrió ante el Tribunal Constitucional ¡hace once años! ¿Oyen, señores magistrados? Once años sin que hayan encontrado un fallo en justicia. Sí, señora, bochornoso.

En aquella época, el doctor Poveda se la jugaba, y la perdía (la libertad), sentándose en la acera delante de los abortorios para protestar por el crimen abominable (Concilio Vaticano II dixit) que se cometía allí dentro. Acababa sistemáticamente en Comisaría, donde los policías le invitaban a café y bromeaban con él, para hacerle más llevadera la tarde. Los patronos del negocio llamaban a la Fuerza Pública advirtiéndoles que si no intervenían les denunciarían a ellos por permitir unos actos que les producían “lucro cesante”. Y aquí está el secreto del “progresismo”. Desde ahora, y dado que con las ecografías la “ambulancia por la vida” ha salvado ya mil de ellas, las alarmas han vuelto a sonar en esos circuitos que unen a los partidos “progresistas” —todos menos uno de los grandes— con las empresas del sector. Éstas han vuelto a invocar el “lucro cesante” y los políticos progresistas se han puesto de inmediato manos a la obra de legislar para proteger, dicen, el derecho al aborto y de paso el de sacar rendimiento económico a la inversión a él ligada. Naturalmente, el pretexto es el de siempre: la mujer, como si entre los órganos que van con los desperdicios de las “ives” al quemadero no se encontraran los femeninos.

viernes, 21 de mayo de 2021

PERDER EL SUR

Los hechos históricos ejercen a menudo de docentes. Todo lo que los políticos suelen ocultarnos, esas combinaciones de piezas que impulsan la política grande —la gran política es otra cosa— acaba siendo debelado por el devenir del tiempo, si se intenta interpretar lo sucedido con ecuanimidad y distancia. Esto último no es casi nunca posible sin un esfuerzo a veces titánico, pero vamos a intentarlo.

Imperceptiblemente —en parte porque las circunstancias mandan y en parte porque así está diseñado desde el poder— la situación de España en el mundo ha experimentado una metamorfosis en pocos años. José María Aznar fue el último presidente atlantista que tuvimos. Con todos sus errores y no pocas villanías, lo cierto es que entendió muy bien cuanto para nuestra Patria había significado el giro geoestratégico emprendido por el mayor líder anticomunista del mundo occidental, Francisco Franco, en cuanto atisbó, como buen estratega, la derrota del Eje y la mudanza que ello iba a suponer para el cuadro de alianzas del país que gobernaba. Efectivamente, la España que hemos disfrutado la generación del Baby Boom ha sido una combinación casi mágica de paz y prosperidad gracias a la construcción de una clase media que supo subirse, pese a todas las ridiculizaciones que Mr. Marshall ha inspirado, al tren del desarrollo en todos los campos, empezando por el educativo e intelectual, fruto de lo cual fue la sucesión de regímenes de los años setenta. Los acuerdos con Estados Unidos reorientaron la vida de los españoles hasta hoy, permitiéndoles atender al “primum vivere” y salir de una miseria de siglos. Era aquél un escenario internacional de guerra fría, bajo la continua amenaza de una contienda nuclear en la que la situación de la Península Ibérica constituía ni más ni menos que la clave de bóveda del precario, pero a la postre bendito, equilibrio entre los dos mundos en liza. Franco supo aprovecharlo magistralmente, valiéndose de los consejos de su mano derecha, el almirante Carrero Blanco. Y Aznar, que había visto caer el muro de Berlín y el bloque soviético, se dio cuenta de que las tensiones habían bajado de latitud. Por eso se entregó, desaforadamente, en brazos de Bush después del hecho histórico más decisivo tras la Guerra Mundial: el 11-S. Zaragoza y Torrejón habían dejado de jugar un papel crucial a partir de ese desplazamiento hacia el Sur, pero Rota y Morón eran si cabe más valiosas que antes. Y los dólares que entraban por ellas seguían alimentando el progreso nacional. Todo se fue al traste en otra operación logística: el 11-M. Claro que Aznar había pecado de ingenuo al pensar que todo estaba atado y bien atado cuando renunció a un tercer mandato. González había sido más listo.

Y entonces comenzó la debacle. Marruecos ya lo había intentado tomando militarmente —aunque fuera una fuerza de opereta, el gesto simbólico era fundamental— el islote de Perejil. Con la inversión de la intención de voto en 48 horas, Zapatero consiguió el poder y con él cambió la actitud de España frente a Marruecos. Pero lo más grave es que ese 14 de marzo de 2004 empezó el desmantelamiento del edificio comenzado en 1956, el alineamiento de España con Estados Unidos y sus consecuencias socioeconómicas. La hostilidad de la Unión Europea hacia Donald Trump, influida por la gigantesca deuda pública con China, ha hecho lo demás. Zapatero se ha convertido en consejero áulico del régimen de Maduro, gran enemigo de USA. En el Gobierno de España se sientan varios ministros y un vicepresidente —ahora una— que han echado los dientes entre la Venezuela socialista y el Irán de los ayatolás. Los partidos españoles con representación parlamentaria, excepto VOX —¡qué decir de la alianza gubernamental!— no han desaprovechado oportunidad de vilipendiar al presidente de los Estados Unidos, un personaje que, guste o no, encabeza a una mitad de norteamericanos y ocupa el lugar 45 en la lista de los primeros mandatarios de la superpotencia hegemónica en el mundo libre. Y que además ha sido el primero de muchos en acabar su mandato sin haber iniciado una sola guerra y habiendo conseguido acuerdos de paz entre palestinos e israelíes así como uno histórico ¡con Corea del Norte! Todo lo cual peligra, si no ha hecho ya aguas, cada día más con su sucesor. El ademán de Trump el día aquel en que señaló a Sánchez su asiento cuando éste acudió a cumplimentarle era ya harto elocuente.

La verdad es a veces cruel: A Estados Unidos le hace hoy mucha menos falta la colaboración española —incluso la europea— que hace sólo unos años. Esta realidad resulta fatal si tenemos en cuenta los desprecios de que ha sido objeto nuestro aliado tras la Guerra de Irak. Lo primero que hizo Zapatero fue ordenar la retirada de la base, hasta entonces heroica y decisiva para la población civil, en Diwaniya. Los iraquíes que antes admiraban a unos españoles que se habían batido durante horas, hasta perder la vida, en la carretera de Bagdad, les despedían cacareando. En Inglaterra, las elecciones las ganó el mismo partido que gobernaba cuando estallaron las bombas en el metro de Londres. El león británico es así, y así eran los leones españoles de las Cortes, fundidos en Sevilla con bronce de los cañones arrebatados al enemigo africano, hasta que la vida muelle del aburguesamiento conseguido merced a la leche en polvo americana —interesada, claro está— nos hizo distintos. Los estadounidenses, en general, y por encima de querellas internas, espontáneas o facturadas, suelen ser una piña en política exterior, sobre todo cuando están en juego las vidas de sus jóvenes. A veces esta unidad les cuesta cara, como en Vietnam. Pero el cementerio de Arlington lo tienen junto a la Casa Blanca. Ahora, lo que les preocupa es el avance islamista en el Magreb, por eso han firmado unos convenios con Marruecos que les permitirán construir allí la macro base que absorberá el potencial de Rota, y a cambio venden a buen precio armamento de última generación al reino alahuita. Y por eso, uno de los últimos anuncios de Trump —antes del “hasta luego”, no se olvide— fue reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara. Y por eso también, Marruecos ha reconocido por primera vez a Israel, porque EEUU le otorga estatus privilegiado incluso en la marcha de Oriente Medio y sus conflictos.

Pero de esto no se entera el soberano pueblo español, porque apenas si se hacen eco los medios, muy ocupados en Rociítos y otras yerbas. Lo peor es que tampoco parecen darse cuenta unas autoridades ancladas en el Che Guevara de aquel Polisario sovietizado y sovietizante.

El corolario de todo esto y mucho más que se queda en el tintero ya lo han visto ustedes, aunque me temo que será sólo una muestra de lo que está pasando y lo que puede ocurrir en un suelo africano español en torno al cual el tiempo, desde el 711, no ha pasado y donde, al igual que la Marcha Verde del Sáhara, las huestes del Corán avanzan en masa. Con una diferencia: Ni en 1975 ni hoy necesitan vanguardia guerrera, porque saben que ningún ejército civilizado va a abrir fuego contra una multitud desarmada. Desventajas de vivir en un mundo mejor. Claro que tengo mis dudas sobre si a este lado las cosas son muy diferentes a las de la época de Don Rodrigo y el Conde Don Julián.

jueves, 29 de abril de 2021

LA SUERTE SUPREMA

Lo saben. A decir verdad, cualquiera mínimamente avisado —lo cual en España es hoy mucho pedir— se da cuenta del altísimo valor del momento presente, de estos días que pueden cambiar nuestras vidas. Se habla mucho, y con razón, del poder transformador que la pandemia —la primera de la Historia universal— ha ejercido sobre el día a día de la Humanidad. La tensión entre libertad y omnipotencia gubernamental ha estado latente durante estos trece meses y medio de las biografías de cada cual, por ceñirnos a nuestro país. Pero amén de esta metamorfosis profunda, causada no se sabe si por un imponderable o por un agente externo con personalidad propia, asistimos hoy a otra encrucijada que, a nivel nacional, se traduce en un toma y daca para siempre.

Sí, así como suena, la llamada segunda “batalla de Madrid”, en la que como tantos otros fantasmas de nuestro peor pasado reaparecen lemas de guerra tal el “No pasarán”, es muchísimo más que una elección autonómica. Lo saben muy bien Pablo Iglesias y los suyos. Lo saben Isabel Natividad Díaz Ayuso y Rocío Monasterio San Martín. ¿Lo sabe Pablo Casado? ¿Lo sabe el común de los españoles, empezando, obviamente, por los madrileños con derecho a voto? Deben de saberlo ese 42 por ciento de votantes por correo que han incrementado el número de los que han enviado sus papeletas con respecto a los que lo hicieron con la misma antelación hace dos años. Y desde luego, lo sabe el director general del servicio estatal, íntimo de Sánchez y uno de los cargos mejor pagados del Estado.

Lo sabe, con toda seguridad, ya que en buena medida él ha instigado esta situación de tensión que tanto les conviene (Zapatero dixit a Ignacio Gabilondo) el asesor áulico Iván, gran artífice gurú de los “triunfos” (no electorales pero sí negociadores) del as del embuste. El artificiero de la artillería socialista —antes de la pepera y de otras— no siente nada, como su cliente inversor. Él es un contratista, cumple las cláusulas de su compromiso y cobra. Por ese camino del maquiavelismo digital ha llevado a PS (no confundir con Partido Socialista) hasta la Moncloa y de allí al abrazo del “sísepuede” con balcón abierto, supongo que para que saliera el hedor de la traición a los votantes (ya saben, el insomnio y todas esas píldoras para engañar a la máquina de la verdad del electorado).

Iglesias es otra cosa. Éste sí que siente. Demasiado tal vez. Y no precisamente amor a la Patria y a sus hijos. Por eso saltó como un resorte desde su escaño azul, tan acariciado, en el que nunca permanecía erecto porque se arrellanaba como perdido entre tanta abundancia de responsabilidad pública, y en un santiamén (nunca peor dicho) se plantó en la Puerta del Sol con intención de impedir que la franqueara “la ultraderecha”.

En aquella plaza señera de la Historia de España empezó todo, con aquellas tiendas de campaña, de resonancias bélicas, y aquel 15-M de indignados nadie supo nunca bien por qué. Cuentan los entendidos que cuando Bécquer arribó a Madrid, embelesado por los cantos de sirena que sobre la Villa y Corte llegaban a su Sevilla natal y de crianza, se vio metafísicamente decepcionado por una Puerta del Sol que todavía era la resultante de los derribos liberales que acabaron con las murallas de España. Pronto, aquella huella del terruño absolutista sería sustituida por el flamante (entonces mucho más que hoy) salón del kilómetro cero, presidido por el edificio donde desaparecieron las rimas del poeta, víctimas del asalto revolucionario de aquellos días de la paradójicamente conocida como “Gloriosa”, y que acabaron en la primera y triste, como la que le siguió, República Española. Los versos de Gustavo Bécquer se encontraban en un cajón del despacho de González Bravo, ministro de Isabel II y hombre sensible inclinado a ayudar a los artistas merecedores de aprecio. La turba destruyó el gabinete y con él aquel manuscrito, que el padre de la poesía contemporánea en español reconstruyó de memoria durante su exilio toledano. El último viaje de Bécquer también partiría de aquella plaza, en la cubierta de un tranvía de mulas un gélido día de invierno, años más tarde. El Libro de los Gorriones habría de esperar a que sus amigos lo dieran a la imprenta con carácter póstumo. Lamentable sino de España, cosido a esta Puerta del Sol. Tal vez las rimas originales fenecieran entre las mismas paredes donde Isabel Díaz Ayuso espera que el kilómetro cero del devenir español lleve su nombre y el de Rocío Monasterio. También los otros, los herederos de los revolucionarios que se llevaron por delante la obra del romántico inmigrante que había estudiado como huérfano en el palacio de San Telmo de Sevilla, sueñan con dar el golpe de mano que les lleve a esos mismos despachos. La Historia es cualquier cosa menos antojadiza: San Telmo, Puerta del Sol, kilómetro cero… España.

jueves, 8 de abril de 2021

LA LIBERTAD ATENAZADA

La experiencia, madre como es sabido de todas las ciencias, va convirtiéndose, enmedio de esta selva informativa en la que nos hemos ido adentrando, en la única fuente fiable para aproximarnos a lo que pasa. ¿Cuál ha sido la consecuencia final de esta aterradora avalancha de muertos y dolor? Básicamente, dos, que cambian el panorama de nuestro mundo, haciéndolo mucho más irrespirable para los amantes del aire libre. Por un lado, la economía occidental, basada de un modo u otro en el liberalismo, va colapsando poco a poco. Por otro, las nuevas tecnologías han destruido la vida privada de los individuos y los grupos, como acaba de subrayar el premier británico en el legendario salón de las asambleas plenarias de la ONU. Mientras, China, donde empezó todo esto, navega a velocidad de crucero ganando posiciones en la clasificación mundial de las economías más boyantes y padece una media oficial de doce casos diarios de coronavirus en una población de mil cuatrocientos millones de habitantes.

No olvidemos lo que ha sucedido en Estados Unidos, meca de la libertad de empresa, donde ha caído el primer presidente en agotar su mandato sin haber iniciado ni una sola guerra y habiendo firmado o auspiciado acuerdos de paz que han transformado el tablero geoestratégico del planeta, como el que ha aplacado a Corea del Norte o el suscrito por Emiratos Árabes Unidos con Israel —del que va a depender en buena medida el futuro de España. Hasta su caída, Donald Trump mantuvo un pulso feroz con China. Verde y con asas.

Alguien —estas cosas se hacen anónimas en Internet como antes las letras del cante jondo— escribió a los pocos días de la irrupción del Covid 19 en todos los confines de la Tierra que China había ganado la III Guerra Mundial sin disparar un tiro y en una semana. Guardo en la memoria ese mensaje porque a la vista de los resultados era obra de un profeta o de un sabio conocedor de lo que estaba comenzando a ocurrir.

China ha ido engañando al mundo libre a lo largo de varias décadas. Como lo que es, la heredera del comunismo soviético —ahí está Cuba para probarlo— conoce mejor que nadie las debilidades del capitalismo. Entre ellas viene estando la de endeudarse hasta mucho más allá de lo razonable si con ello se ganan elecciones. Es lo que ha hecho la socialdemocracia europea —y también la americana— a lo largo del tiempo transcurrido entre la desaparición del espíritu victorioso aliado tras la Guerra Mundial y la implantación generalizada de las ideologías de la sospecha, intensamente favorecida por la URSS. La mentalidad del buen padre de familia —no gastar más de lo que se ingresa y ahorrar parte de lo sobrante, si lo hay— dio paso a la del nuevo rico. El despilfarro sustituyó a la mesura, que a su vez había sucedido a la autarquía. Y China comprendió enseguida que ahí había un filón, el mejor plan quinquenal: la deuda pública por un lado y la manufactura barata para el Occidente rico por otro. Nuestras empresas descubrieron a su vez una válvula de escape para pagar sueldos bajos, lo cual significaría a la postre el hundimiento de la clase media que pasaría a ser mileurista después de que China mostrara el camino. Porque amén de ser la nación más superpoblada, pese a la política del hijo único, China posee, por eso mismo, la más gigantesca plantilla de paniaguados que ha conocido la Historia. Éste es el único secreto a voces de que el montaje de productos diseñados en Occidente tenga lugar allí. ¿Dónde están los convenios colectivos, los sindicatos, las huelgas en ese inmenso país que ha ido hipotecando nuestros estados?

Nuestros gobernantes intentan tranquilizarnos asegurándonos la existencia de astronómicos fondos de ayuda comunitarios para reconstruir nuestra economía tras el Covid. Pero no se nos informa sobre la procedencia de ese dinero. Una Europa ya endeudada para decenios —¡qué decir de los países meridionales, lastrados por hábitos inhibidores de la iniciativa!— ¿va a sacar de la chistera semejante cantidad de reservas de contingencia? Otro cuento chino. Será el régimen de Pekín el que vuelva a actuar de paracaídas a cambio de expandir ingredientes de su sistema en Occidente, como está haciendo en España con la “agenda 2030”, encomendada al secretario general del Partido Comunista de España con rango de Secretaría de Estado. La sabiduría milenaria china, combinada con la herencia maoísta, no comete errores. Tiene, además, el apoyo táctico de su íntima enemiga, Rusia, unidos ambos estados por el enemigo común. El intervencionismo del Kremlin en USA y en Reino Unido es proverbial.

El otro garfio que atenaza la libertad viene de dentro. Como Boris Johnson ha afirmado en la tribuna de Naciones Unidas, se trata de introducir el otro virus, el que viene de la retaguardia. “Diseñado en California, fabricado en China”, rezan las cajas de una celebérrima tableta. Es la otra pandemia, la de los algoritmos. Ambas desembocan en lo mismo: está más que justificada la enajenación del individuo, absorbido por una necesidad, se llame evitar el contagio o se llame estar globalmente comunicado.

jueves, 11 de marzo de 2021

LA FUERZA OCULTA DE LOS "DEBATES CERRADOS"

La vida —la política también— es así: cuando todo parecía obedecer a una hoja de ruta inexorable, salta lo inesperado y da lugar a ese movimiento ruidoso y caótico que se produce cuando alguien remueve las fichas de dominó para iniciar una nueva mano. Lo contrario, la sempiterna búsqueda de un centro neutro y aséptico, es muy aburrido. Esta vez, por fin, una profesional de la política —y del periodismo—con sangre en las venas, harta de trampas y emboscadas por parte de sus “aliados” ha actuado con unos reflejos dignos de mayor empresa (me refiero a la Moncloa) y ha evitado en el último minuto que se consumara, al menos por ahora, la toma del poder por la izquierda merced a la llave llamada Ciudadanos. Resulta sobremanera gratificante, una bocanada de aire puro, asistir al renacer de la vida cuando todo parecía ya encarrilado a la fase final del castrismo a la española. Quienes no dejamos de estudiar la verdad que aflora cada día sobre la II República y la Guerra Civil reconocemos los métodos seguidos por los remeros del acoso y derribo a toda derecha que pretenda gobernar como tal más allá de dos legislaturas. Y Ayuso ha sacado la artillería de las cosas claras —aprende, Casado.

Pero más allá de los acontecimientos inmediatos, es el momento de calar el melón. O el jamón, ya que hablamos de actitudes pata negra. Veamos. ¿Qué ha provocado toda esta catarata de terremotos, algo de lo que tanto saben mis queridos granadinos? Algo que llaman “el pin parental” y que casi nadie fuera de círculos educativos sabe bien lo que es. En la superficie, tal expresión se refiere a la posibilidad de vetar determinadas actividades no regladas en los centros docentes si los padres estiman que pueden lesionar la formación que desean para sus hijos. Aunque el término sea nuevo, la cuestión es tan antigua como la LODE. ¿Recuerdan? La Ley Orgánica del Derecho a la Educación o “Ley Maravall”, para entendernos. En aquellos primeros tiempos del cuplé socialista se inició la construcción del sistema educativo de nueva planta, que barría al heredado del franquismo. Para resumir, el Estado se adueñaba del desarrollo intelectual, moral y social de las nuevas generaciones. La Concapa (Confederación Católica de Padres de Alumnos) dio la batalla y la perdió. Pero quedó en los ambientes propicios la imagen latente de Carmen de Alvear movilizando a las masas en demanda de libertad, la misma palabra por cierto que corearon los diputados de la oposición —ignoro si los ciudadanitas también— tras la aprobación de la “Ley Celaá”, el último gran bastión del asalto izquierdista al porvenir de nuestros más jóvenes compatriotas.

Tengo escrito aquí que si calculamos la cronología de los políticos más destacados de Podemos, nos encontramos con que es la primera generación que ha cursado, completo, el sistema educativo socialista. Claro.

Durante todo este tiempo —casi cuarenta años ya— el espíritu de la LODE se ha ido apoderando de todo, hasta llegar al puerto que sus promotores deseaban: una mentalidad general que dé por supuesto “lo natural” de esta concepción política.

Pero por debajo del río que vemos, la Historia tiene una vida oculta muy potente, que, como Ayuso, asoma cuando menos se espera. El debate sobre el derecho de los padres —constitucional pero previo a la Constitución— a formar a sus hijos moralmente como tengan por conveniente no ha desaparecido. Ellos, los de la LODE, después LOGSE y ahora Ley Celaá, han practicado una técnica que siempre les ha dado un espléndido resultado y que es aplicación de lo antedicho: dar por cerrados los debates que les incomodan. El principal de todos siempre ha sido el del aborto, en el que ahora no me voy a detener porque además es obvio y nos lo recuerdan siempre que pueden: “Eso está superado. Es un debate cerrado.” El del derecho de los padres a decidir el tipo de educación moral que quieren para sus hijos ha estado soterrado en un segundo plano. Pero ahí sigue. Y ha sido este asunto, vital para las familias y crucial para la Patria, el que ha desatado la moción de censura de Murcia y tras ella, el efecto dominó —nuevamente el juego hispano por antonomasia— que puede cambiar nuestra Historia. Recurriendo al freudismo, tan querido por los “progresistas”, cuanto más se ha querido reprimir el debate, con mayor fuerza lo catapulta la subconsciencia. Y es que, como ocurre con la cultura, no está escrito que la facultad de cerrar (en falso) o no un tema controvertido sea monopolio de la casta de los progres.

La fuerza de los “debates (interesadamente) cerrados” está ahí, indeclinable, acechante, vigorosa y dispuesta a transformar los estados de cosas humanos, siempre mejorables aunque ello perjudique los intereses de quienes identifican justicia con falta de libertad.

Por cierto, el próximo “debate cerrado” que alguien debería reabrir mediante el ejercicio del poder democrático podría ser el derecho a la vida del no nacido, junto con su hermana gemela la natalidad, y del atribulado por pérdida de salud. Ambos son los dos ejes de nuestro futuro como nación.

martes, 9 de febrero de 2021

LA DEMOCRACIA MAQUINAL

He tenido la curiosidad de leerme entero, de pe a pa, el reportaje de TIME sobre el complot global impulsado por la izquierda estadounidense para expulsar de la Casa Blanca a Donald Trump y entronizar a Joe Biden. Me encanta ir a las fuentes, y ésta es la más valiosa hoy por hoy para saber lo que ha pasado allí durante los últimos dos años, entrebastidores, que es donde se cuecen estas cosas. Y es la mejor fuente porque se trata de un medio afín a los conspiradores y porque ha desplegado un arsenal de armas investigadoras como sólo el periodismo interesado e interesante de los Estados Unidos es capaz de hacer.

Tras deglutir el aluvión de datos que desgrana la revista —en cuya portada, por cierto, apareció en su día un tal Francisco Franco— la conclusión de bulto es, como suele suceder, descorazonadora. Y es que en aquella democracia, como en todas, los resultados de las elecciones se diseñan cuidadosamente desde los cuarteles demoscópicos de los lobis. Y no digo ya de los partidos, porque éstos son a estas alturas de la Historia títeres de otras organizaciones cuyo denominador común, lejos de ser las ideologías del siglo XX, hay que buscarlo en algo tan primigenio como el binomio poder-dinero.

Siguiendo el hilo de la exhaustiva información en la que me baso, todo parece girar en torno a la exclusión de la libertad individual como obstáculo para la manipulación de la Humanidad. Obviamente, tras ello se encuentra el poderoso caballero, pero éste no se sirve a sí mismo, como antes, sino al dominio global que hoy ejercen las fuerzas tecnológicas en muy pocas manos. Incluso el concepto de izquierda política es manejado a su antojo por esos vectores que han dejado atrás la competencia al descubrir las ventajas neoimperialistas del trust.

Nada de esto sería posible sin el cumplimiento de las peores profecías literarias y cinematográficas que supone haber traspasado la línea roja tras la cual son las máquinas las que deciden el destino del hombre. En “2001, una odisea del espacio”, Stanley Kubrick, siguiendo al novelista Arthur C. Clarke, define perfectamente esa frontera, cuando presenta al ojo que todo lo ve leyendo los labios de los cosmonautas. Ése es el preciso momento en que el bólido tecnológico, la criatura dotada de inteligencia artificial, adelanta de un acelerón al creador. Algo parecido está pasando en el gobierno de los pueblos.

Los primeros pasos, en el caso estadounidense que nos ocupa, los dio alguien preocupado por la “deriva personalista” de Trump. Lo hizo desde la cocina de su casa valiéndose de un ordenador y una red social. De ahí se pasó a las reuniones telemáticas, escogiendo cuidadosamente a los participantes. Al mismo tiempo, una insólita alianza sin precedentes entre el capital —Cámara de Comercio—y los sindicatos puso en marcha el repostaje necesario para dotar de carburante el procedimiento. El ensayo prerrevolucionario lo constituyó el Black Lives Matter, que demostró hasta qué punto estaba engrasada la maquinaria de respuesta a una muy posible reelección presidencial. Esto fue lo que asustó al capital, que era lo que se buscaba. Hay muchos otros eslabones, como la complicidad de los medios, sobre todo la televisión, moviendo hábilmente los hilos de arriba. Recomiendo la lectura del reportaje en su edición en español, cuyo enlace pongo al final.

Lo cierto es que todo esto ha respondido a una combinación de algoritmos traducida en las instrucciones seguidas para tener garantizado el estado de cosas en el que nos encontramos. Al fondo hay una serie de programas que configuran el “software” de los futuros procesos electorales. Y este “big data” goza ya de autonomía. En otras palabras, y suponiendo que aún se pueda introducir la meta a la que se quiere llegar, los medios para obtenerla vienen dados por unos ingenieros cuyas neuronas son bits interrelacionados capaces de gobernar el mundo si se lo proponen. Esto es ya una realidad, que ha cambiado al inquilino de la Casa Blanca y amenaza con hacer de él un polichinela de intereses que sólo algunos titulares de las mayores compañías Nasdaq conocen.

Hasta aquí lo acontecido en USA, según TIME. Mi pregunta es ¿no estaremos sin saberlo inmersos en la misma “nube” nosotros, los españoles que acabamos de ser desplazados por Marruecos como aliados estratégicos de primera línea de la todavía gran superpotencia, con permiso de la República Popular China y de Israel? Ustedes mismos.

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viernes, 22 de enero de 2021

DE CRUCES, HÉROES Y DEMONIOS

Confieso que, pese a que muy pocas cosas me causan ya sobrecogimientos, ver cómo un martillo hidráulico, una radial y una grúa aserraban y vertían en un volquete una gran cruz para retirarla de la vía pública ha sido una escena capaz de revolverme las entrañas. Aunque no tanto como ver esa misma cruz arrojada a un vertedero de escombros y materiales de desecho. Los demonios ibéricos andan de nuevo sueltos. Ese recóndito cajón de sastre en el que todo acaba encontrándose mediante asociaciones de ideas profundas que nos persiguen incansablemente desempolva imágenes de iglesias calcinadas y momias de monjas desenterradas y expuestas a la contemplación de admiradores de las gestas revolucionarias.

¿Qué estorbaba la cruz de Aguilar? Nada. Estaba allí, ante las Descalzas, despojada ya de simbología y resonancias conflictivas. No molestaba, sino que rebelaba. Para saber a quiénes y por qué basta con repescar alguna película de terror. La cruz siempre mueve al amor, de lo que se infiere que su enemigo es el odio. Incluso si concedemos que sólo un sector de la población comulga con cuanto significa, se podía haber depositado en un almacén, “dignamente”. Pero está claro lo que se ha querido hacer: exhibir la afrenta, en una demostración de fuerza que convierte la grandeza de la democracia en vileza de revancha sectaria. No ha sido el pueblo de Aguilar el que ha infligido ese trato denigratorio a la Cruz de Cristo, sino el utilizado como coartada para cometer el agravio. Es algo más que un intento —sólo eso— de ofender a los católicos. Es sobre todo un acto de lesa paz social, encaminado calculadamente al aplastamiento de cualquier asomo de oposición por parte de los gobernados.

¿Conseguirán su propósito? Ha llegado la hora de utilizar sus viejos argumentos de siempre. Lo que han destruido no es una Cruz —pobres diablos; son dos largueros de hormigón armado como los que estamos acostumbrados a ver en los esqueletos de casas bombardeadas. Es pura materia. Ellos, ilusos, creen que así derrotan a la fe, que ésta es algo también material que desaparece por el hecho de que un martillo hidráulico y una radial acaben con un arraigado emblema callejero. Acaso pretenden levantar en nosotros esa ira que les sirve para justificarse. No lo conseguirán. Como la sangre de los mártires, los restos de esa cruz serán —lo son ya— semilla de nuevos creyentes, no sólo en Dios, que murió en ella por la Humanidad —también por sus verdugos, por ellos quizás más— sino en la pura y simple libertad; es decir, en la Verdad.

El contraste con actitud tan nauseabunda me lo ha servido un vídeo espontáneo. La nueva Prensa audiovisual está diseminada en los móviles “inteligentes” que todos llevamos en el bolsillo. Un reportero improvisado pasaba cerca del edificio destruido por el gas justo cuando acababa de tener lugar la explosión de la calle de Toledo, que rezaría una crónica antigua. Tomó unas imágenes impagables mientras relataba sus impresiones, temblorosamente. Andaba entre cascotes avanzando hacia un inmueble que podía venirse abajo en cualquier momento, impelido por la necesidad de capturar un testimonio que era mucho más que una noticia. Tan temprana era la grabación que todavía no había llegado socorro alguno. Ni luces de emergencia, ni sirenas ni bomberos. Nada. Sólo algunos viandantes fantasmales que vagaban entre ruinas. El piso de la calle y las chapas de los coches estaban completamente cubiertos de piedras, ladrillos y trozos de construcción. Al fondo se veía la casa siniestrada o lo que quedaba de ella, con los muros reventados, un penacho de fuego en los bajos y una columna de humo que se elevaba, engrosándose, hacia el cielo nublado de Madrid. Eran segundos eternos, al cabo de los cuales se comenzó sentir, muy lejano, el sonido de un vehículo de seguridad. En ese momento, sin convocatoria alguna, obedeciendo al sentido de responsabilidad para con los demás que anima a la mayoría, esos pocos hombres que deambulaban por entre los restos de la catástrofe, comenzaron, al unísono, a levantar las piedras de mayor tamaño, lanzándolas a un lado para abrir paso a las urgencias. En un mundo donde la mentira y sus trampas cada vez arramblan más, ver a aquellas personas jóvenes poner en riesgo sus vidas para salvar las de otros me sirvió para sacarme muchas espinas. Gracias, compatriotas que demostrasteis en una situación límite la madera de que están hechos los verdaderos ciudadanos solidarios, los que no lo dudan y sin perder un instante lo entregan todo por gente a la que no conocerán nunca.

Enfrente, sobre la puerta del edificio destrozado, el rostro de la Virgen lo contemplaba todo. Era una casa de la Iglesia. Como en las de muñecas, la explosión había dejado al descubierto las albas y las casullas de los sacerdotes, colgadas en los armarios. Junto al retrato de María, se anunciaba que aquél era un hogar de acogida. No tenían agua caliente (probablemente el temporal había hecho también allí de las suyas). Cuatro personas han perdido la vida y otras padecen lesiones graves. Pero aquello sirvió también para devolverme la confianza en que por muchas cruces que derriben unos, hay otros dispuestos a lo que sea para ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. Sólo la paz del alma, que no es flaco premio.

viernes, 18 de diciembre de 2020

LA CRUZ DE LA HERMANA SAN GABRIEL

 Tal día como hoy, 18 de diciembre, de hace noventa y cinco años tenía lugar en la Capilla Real de la Catedral Hispalense un hecho luctuoso rodeado de misterio. Fue protagonista de él una hermana de la Cruz. Se trataba precisamente del año en que las hermanas habían celebrado sus Bodas de Oro, cincuenta años ya desde que la zapatera de Santa Lucía pusiera, junto a su confesor el padre Torres Padilla, en marcha una obra que la llevaría a los altares: la Compañía de Hermanas de la Cruz.

Aquel día de Nuestra Señora de la Esperanza, las monjas andaban afanándose en cumplir a conciencia su función de camareras de la Patrona de la Diócesis. Probablemente estuvieran sustituyendo la ropa celeste concepcionista por la rosa correspondiente al Domingo de Gaudete, próxima ya la Venida del Salvador. Ignoraba una de aquellas humildes siervas de Dios y de los pobres que muy pronto iba a encontrarse con la verdadera faz de la Madre de Dios, a la que vestía.

Es de imaginar a las monjas, recientes aún los festejos del cincuentenario, celebrado el 2 de agosto, mimando a la Virgen de los Reyes, la sedente imagen mariana que nos muestra al Niño Dios en su regazo cada 15 de agosto a las ocho de la mañana. (Este año hemos hecho penitencia de no verla a causa de la pandemia de la que hablarán ya siempre las crónicas.)

Pues bien, un traspié trágico marcó aquel día en el calendario de la Compañía como el último de la hermana San Gabriel, que llevaba en sus brazos el manto de la Señora y envuelta en él acabó sus días en esta tierra. Pudo ser que diera un paso en falso en la escalera que recorría. O que pisara un trozo de la sagrada prenda. O… quien sabe. Santa Teresa también cayó por una escalera y aseguraba que la empujó el demonio. Pienso que la hermana San Gabriel tuvo un final digamos más doméstico, más acorde con la sencillez anónima de las hijas de Sor Ángela, que siempre tuvo por superiora del Instituto a la Santísima Virgen.

La hermana San Gabriel falleció en el acto, amortajada como vemos con los ropajes de aquella por quien reinan los reyes, según reza el dosel que preside la magna Capilla donde también reposan los restos de San Fernando, que llevaba consigo la talla al entrar en la Sevilla recién reconquistada. Dicen que a la Virgen de los Reyes la esculpieron los ángeles en uno de los campamentos que plantó el Rey para asediar a la Sevilla musulmana. Si es así, la hermana San Gabriel debió subir “al Cielo con Ella”, como mandan los capataces de las cuadrillas de pasos de palio, izada también entre querubines portadores de un manto celestial. Así aparecen, en cabecitas de marfil, con frecuencia en los mantos, respiraderos, rompimientos de gloria y otros elementos con los que Sevilla da culto y belleza a sus devociones marianas.

Añadamos a este recuerdo con sabor a efeméride íntima que el dato me llega, justo la víspera, al repasar una nota a pie de página en la primera biografía escrita de Sor Ángela —ya Santa Ángela— de la Cruz, la que construyó, magistralmente por cierto, la hermana María del Salvador, una de sus últimas novicias. Que Dios las tenga a todas en su Gloria.

domingo, 6 de diciembre de 2020

LOS VALORES QUE MI PADRE ME INCULCÓ

Son los mismos que ahora unos pigmeos morales quieren arrancarme. Mi padre era falangista de primera hora —camisa vieja— y franquista al mismo tiempo y hasta el final. Acompañé sus lágrimas viendo el funeral por el Jefe del Estado que él veneraba y yo veía como un protector, aunque no tuve que coger el fusil como él con dieciséis años ni he tenido que andar renqueando como él toda la vida por mor de una bala rebotada en la batalla de Peñarroya. Yo tenía un año menos que él cuando se fue al frente voluntario con la Quinta Bandera ese día en que mi padre lloraba al ver partir a su capitán. No imaginaba aquel día que habría de ser testigo de lo que estoy presenciando.

Yo también quise “matar” a mi padre, por usar ese término tan caro a los progres freudianos. Me avergonzaba de ir al kiosco a comprarle El Alcázar, hasta el punto de que me llevaba una bolsa de basura para ocultarlo. Acudí, como tantos, a la manifestación del 4 de diciembre en las calles de Sevilla para reivindicar la autonomía andaluza, con gran disgusto de mi progenitor. Aquel día pude comprobar, muy pronto, que la izquierda no sentía la menor consideración por la democracia. Tras dos abucheos masivos a sendos vecinos que habían colgado banderas rojigualdas en sus balcones hasta obligarles a retirarlas azoradamente, me abrí paso como pude entre aquella multitud vociferante y abandoné el cotarro, incapaz de seguir sufriendo el crispado antiespañolismo flotante.

No. Yo no estaba de acuerdo con mi padre, a quien adoraba. Hoy, cuarenta y tantos años después, doy gracias a Dios porque se lo llevó justo a tiempo de evitarle ver cómo los socialistas volvían al poder. Pero, puestos a evocar momentos claves de mi vida, por si a alguien le pudiera interesar, yo también pensaba votar al PSOE aquel 28 de octubre de 1982. Recuerdo perfectamente cómo semanas antes de que falleciera mi padre, aquel mes de junio en el preludio de un examen de la carrera, compré El País para consultar el programa electoral. Sentado en mi pupitre de la Complutense, entre nervios y calores sin cuento, me fui al capítulo referente al aborto. Y entonces comprendí que todo lo demás sobraba. Voté en blanco. Felipe González, mi paisano, arrasó, y mi padre nos dejó para siempre.

¿Para siempre? ¡No! Hoy, la figura de mi padre, sus consejos, sus muletillas, su sentido de la responsabilidad, su ternura, su humor, su amor y su patriotismo me saludan cada mañana como si estuviera anunciando su vuelta. Rezo ante la Virgen de los Reyes y es como si volviera a escuchar su voz susurrándome: “Confía en ella. No defrauda”. Y ahora, cuando acabo de leer el manifiesto —tercero en pocos días— de unos militares de diversa graduación entre los que abundan sobre todo coroneles, capitanes y generales, parece que estoy oyendo de nuevo sus palabras: “Hacían falta reformas, pero no rupturas”.

Vivimos momentos críticos de nuestra Historia, esto no es un secreto para nadie, aunque la mayoría parezca ignorarlo, o querer ignorarlo. El paralelismo con el semestre revolucionario del Frente Popular, que todavía es más una voluntad ponzoñosa de algunos que una realidad —todavía— levanta en la boca del estómago a quienes nos hemos criado oyendo hablar del 18 de julio sin saber lo que significaba una burbuja de dolor y miedo. Lo cierto es que la memoria de mi padre, a quien quiero más cada día, como todo aquel que le trató, y a quien no admiro cada vez más porque hace tiempo que toqué techo, me hace sentirme orgulloso y enormemente feliz de haber nacido a su sombra y de haber disfrutado de un tiempo histórico que me ha permitido cubrir mi ciclo vital de crecimiento y consolidación —de infancia, juventud y formación de mi propia familia— con la alegría de la paz, la prosperidad, el agua limpia saliendo de los grifos y los ladrillos levantando los mismos hospitales a los que voy hoy y a los que, si lo precisan, irán mis hijos. Todo eso y mucho más se lo debo, me guste o no, a todos aquellos que, como mi padre, lucharon un día por mejorar una España que no les gustaba. Pudieron estar equivocados. Pudieron —sin duda lo hicieron— caer en los más horrendos pecados. ¿Quién no, en sus circunstancias? Pero de ninguna manera se merecen quedar proscritos del muro donde brillan los nombres de los mejores. Todo lo contrario. Prez y gloria a los que dieron, cayendo o sobreviviendo, su vida por España. Que su esfuerzo, ya empañado por la vileza o la torpeza de quienes viven de fantasmagorías manipuladoras, no caiga en el saco roto de nuestro inveterado cainismo.

lunes, 16 de noviembre de 2020

LO QUE NO PASARÁ

Intenté reproducir en la Prensa hace ya algún tiempo unas impresiones que nos mostró, en el seno de un club de amigos con inquietudes culturales, el catedrático de Arte de la Universidad de Sevilla Enrique Valdivieso sobre el mensaje nada oculto y sin embargo generalmente ignorado de los cuadros de Murillo que en aquel momento se exponían en el Hospital de los Venerables junto a otros de Velázquez, su paisano y contemporáneo. Siempre recordaré aquellas palabras sabias, pero ahora me vienen a la memoria con mucho mayor énfasis si cabe: El “pintor de las Inmaculadas” salió a los alrededores de una ciudad devastada por la peste de 1649 buscando motivos que llevar a sus lienzos sin móvil económico alguno, por puro desahogo artístico. Sevilla era en aquel momento un paisaje de ruinas y dolor, una prefiguración de las urbes bombardeadas del siglo XX, sólo que la destrucción no se había cebado con las cosas sino con las personas. A las afueras, durante esas expediciones de exiliado superviviente que Murillo efectuó, encontró niños. En ellos vio mucho más que un pretexto pictórico. Eran niños envejecidos por la enfermedad vista o padecida, revestidos de un muestrario de harapos mugrientos, que rebuscaban entre los escombros un resto de fruta con el que engañar al hambre mientras aprendían a burlar a los ciegos o algo de vino para no beber el agua de los pozos pestilentes.

Murillo halló en ellos la esperanza de saberse vivos en medio de la desolación más espantosa. Aquella peste mató a un tercio de la población sevillana, entonces una de las capitales más prósperas de Europa, aunque ya nunca se repondría del todo de aquel golpe sanitario infernal. Hoy, gentes del mundo entero admiran la belleza que Murillo supo captar en aquellos infantes mendigos, alegres porque no sabían estar tristes a pesar de los pesares. Pienso muchas veces en ellos, y también en cómo será nuestro mundo, mi mundo, a partir de esta pandemia. Y es entonces cuando más me refugio en la belleza de esos niños murillescos, porque hay cosas que probablemente nunca volverán a ser como antes.

Descendiendo a la arena de los destinos nacionales, que tanto se juegan en esta partida de dados en la que se ha convertido la política parlamentaria, miro los muros de la Patria mía, y me parece ver por un momento con los ojos de Murillo, los restos de una casa derrumbada por los que pululan nuestros hijos dispuestos a vivir a pesar de todo. El covid pasará, como pasó la peste de aquel año aciago en que mi hermandad de La Carretería tuvo que repetir cabildo de elecciones a los siete días de haberlo celebrado reuniendo a “los hermanos que quedaron vivos”. Pasará el coronavirus como pasaron todas las epidemias de la Historia, dejando una estela de muerte y angustia sin límites. Pero pasará. La vida volverá a ser algo prometedor por lo que merece la pena luchar. Y sin embargo, no será como antes, porque habrá cosas que no pasarán.

No pasará la experiencia de haber coincidido dos males mayores: la plaga y un Gobierno mezquino y traicionero designado por un personaje siniestro que horas antes de ganar las elecciones había dejado clara su repulsión a llevar a cabo exactamente lo que haría una vez alcanzado el poder: poner España en manos de sus enemigos declarados. Esto ya estraga nuestro sentimiento porque navegamos en la misma bodega que quienes una y otra vez han roto la convivencia no sólo pacífica sino —lo que importa más, porque da consistencia a la paz— libre.

Saldremos de la pandemia, si Dios quiere, pero habremos vivido con la sensación de ser prisioneros de una trampa colosal e irreversible. Los oportunistas sin escrúpulos habrán aprovechado el drama para convertirlo en tragedia, introduciendo una revolución deseducativa que arrase con la libertad en la escuela y con los centros para alumnos con necesidades especiales, pervirtiendo el derecho a la información con la defunción del Derecho de la Información, entregando la dirección de nuestra vida colectiva a quienes contemplan a las víctimas del terrorismo desde la orilla de enfrente, expropiando a los jueces la escasa independencia de la que disponían, disolviendo la soberanía nacional mediante el entreguismo a los golpistas convictos, acelerando la glorificación de la eutanasia una vez conquistadas las últimas plazas del abortismo, invitando a contingentes humanos incontrolados a invadir nuestras costas y condenando a cuatrocientos millones de hispanoparlantes a carecer de madre lingüística, al negarles a los ciudadanos de España su milenaria lengua vernácula.

Tal cúmulo de ataques al orden humanista no se ha dado nunca en suelo hispano. Estamos hablando de raíces culturales, de unidad (“juntos, juntos, juntos” palabra que no se cae de su boca mientras trocea arteramente la obra de los Reyes Católicos, “Unidad de Reinos”), de salir de esta peste con los únicos daños causados en nuestra salud o vivir el resto de nuestras vidas viendo no ya transformada sino deshecha a la Nación que nos legaron nuestros mayores.

Los efectos del covid pasarán, menos las muertes cuyo número también nos han escamoteado. Intentaremos normalizar (sin “novedad” alguna) nuestro día a día. Puede que lo consigamos. Puede incluso que reconstruyamos gran parte de la polis perdida. Pero la conciencia de que ha habido gente que nos ha querido robar la salud social, la identidad nacional y hasta la paz del alma, ésa no pasará. Seremos distintos, porque no sabremos si nos cruzamos por la calle con alguien —tal vez muchos— que en situaciones de emergencia súbita y calamitosa se aprovechará de nosotros para imponer su plan, más parecido a los aires pútridos del Averno que a cualquier otra cosa.

martes, 20 de octubre de 2020

POLONIA SALVA A ESPAÑA

Afirma Stanley Payne, el historiador más serio y valiente que ejerce actualmente su feraz magisterio sobre las generaciones de edad mediana— que el país europeo más semejante a España, después de Italia obviamente, es Polonia. En 1946, aquel estado, entonces en su apogeo comunista, consiguió que la ONU optara por el bloqueo a España. Muy poco tiempo después, la conversión estadounidense a instancias de los británicos, que habían visto desde el principio las orejas al lobo estalinista —como en otro tiempo se las viera Churchill, también para escepticismo de todos, a Hitler— movió, merced a ciertas repúblicas hermanas de América y a los países árabes, las fichas de dominó que rompieron dicha exclusión.

Ahora, Polonia acaba de hacer una jugada maestra, que revela el buen estado de sus reflejos diplomáticos. En cuanto ha sabido que el Gobierno social comunista español quería ampliar su presencia en el Consejo del Poder Judicial en un momento crítico de nuestra historia —en otras palabras, introducir sus propios jueces en los tribunales— ha actuado, pidiendo a Bruselas que aplique la misma moneda en todos los países de la Unión Europea. Porque Polonia lleva mucho tiempo sancionada, incluso privada de voto, por haber renovado los Juzgados dotándolos de jueces —estos sí— para la democracia y mandando a casa a cobrar su jubilación a los que habían heredado la plaza del comunismo. Es decir, por sustituir a jueces de troquel comunista por otros democráticos fue castigada una nación y por intentar relegar a los democráticos para condicionar la elección de otros bajo criterios de corte comunista ¿no pasa nada en España?

Los polacos, como digo, han estado hábiles y raudos. No están aletargados por el dictado del pensamiento único progre, que ve con buenos ojos el partido único o equivalente mientras reprende y humilla a un país todo el mundo sabe por qué: porque fomenta la natalidad y la vida, porque huye del comunismo como de la peste y porque levanta barreras a la inmigración incontrolada que cobija, como corresponde a cualquier fenómeno anárquico, la más cruel de las arbitrariedades: la terrorista. Todo lo cual conduce a la prosperidad, la esperanza y el respaldo popular; algo que las nuevas tiranías no perdonan.

La reacción polaca ha salvado a España de caer en un abismo de partido único, aunque en realidad se perpetúe el bipartidismo como detentador del control sobre el Poder Judicial. La posibilidad de que los fondos anti-covid peligrasen ha hecho que el PP descongele su actitud, ofreciendo negociar lo que hasta ahora no quiso pactar. En el acto, el PSOE ha aceptado el envite y retira por su parte la propuesta de ley que iba a consagrar la mayoría absoluta, y no los tres quintos, como frontera para aprobar la composición del Consejo. Es volver al bipartidismo más rampante, pero al menos no es monopolizar el nombramiento de jueces desde esta mayoría actual de socialistas, comunistas, separatistas y filoterroristas. Algo es algo. El PP no perdió un minuto en acusar al PSOE de pretender una reforma “a la polaca”. Lo de estas criaturas es de hacérselo ver. Así nos va a los españoles que perdemos el sueño desde que Podemos está en el Gobierno.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

NUESTROS SECRETOS DUERMEN EN EL DESIERTO

Duermen, pero no han muerto. Descansan a 6.000 kilómetros de Madrid, donde fueron engendrados. Son secretos, algunos a voces, que acompañan a grandes acontecimientos de la vida nacional más reciente. No han viajado en un maletín, aunque puede que estén grabados en un pendrive. Algunos, los principales, habrán permanecido años, documentados y custodiados, en cámaras acorazadas bajo dunas perpetuas y sobrevolados por drones bien comunicados con centros logísticos y bases operativas para hacer frente a cualquier posible contingencia. ¿Quién sabe? A lo mejor aguarden allí el regreso al futuro que tantas veces ha hecho girar la Historia de los pueblos.

¿Qué se ha llevado en su cabeza y tal vez en algún artilugio diseñado por el MI6 Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I consigo a Emiratos Árabes Unidos, donde ya permaneciera largas temporadas mal acompañado y disfrutando de poderosa hospitalidad califal? No me digan que la pregunta no es sugestiva. Vivimos tiempos álgidos para la imaginación desbocada, con la inestimable ayuda de Internet y su aluvión de verdades, mentiras y medias naranjas rodando de mano en mano. La realidad, también la social y la política, supera hoy a la ficción, si no más que nunca sí más rápidamente. El acelerador de partículas que iba a poner, por fin, al día la “partícula divina” en Ginebra permanece mudo cuando la Humanidad busca afanosa una vacuna a su mayor pandemia, contrarreloj. O al menos, nadie habla de lo que parecía iba a ser la puerta a la cuarta dimensión y más allá, siendo así que algún nexo debería de haber entre acelerar partículas y acelerar vacunas seguras.

Pero tiremos del hilo y bajemos la cometa. Entre los hechos caídos como asteroides del cielo que nos desconciertan hasta límites insólitos en nuestras vidas —independencia catalana, Gobierno social comunista, Covid-19, estado de alarma, salida del Rey emérito y para los que hemos dedicado nuestra biografía personal al ABC la caída de las Luca de Tena— hay un denominador común, amén de su carácter más o menos escatológico: todos sabemos cómo han empezado, pero no sabemos nada más.

El recorrido venidero del escándalo que ha rodeado la emigración de un Rey —parecida pero no igual a la de su abuelo— es un misterio apto para todo tipo de conjeturas y cábalas profetizoides. Y como todo cabe en esta caja de Pandora, apuntemos algunos flecos pendientes de claridad en lo que hoy hemos llegado a ser como España (o lo que va quedando de ella).

Hay mucha luz que arrojar sobre el papel de JCI en la Transición. Y si no, ahí está el libro de Pilar Urbano, por ejemplo, sobre sus relaciones, tormentosas, con Adolfo Suárez. Permanece en brumas, igualmente, su papel en la tarde-noche del 23-F. Al día siguiente del anuncio del  “exilio” regio, Antonio Tejero, único superviviente destacado de la asonada, habló y dijo cosas, que aunque parezca lo mismo no lo es. Hay tantos cabos sueltos en el 11-M que lo difícil sigue siendo cerrar los círculos oficiales. Y ahí ya, el cúmulo de libros, reportajes, declaraciones e hipótesis plausibles es apabullante. Apunto sólo dos títulos: “11-M. El atentado que cambió la Historia de España”, de Jaime Ignacio del Burgo; y “11-M. Golpe de régimen”, de Luis del Pino. Pero hay muchos más. No tengo mi biblioteca a mano, pero se me vienen a la mente dos: “Titadyn” y “Días de furia”. En este último, Alfredo Urdaci revela datos de extraordinario valor sobre la manipulación, repugnante, que ciertos políticos y periodistas triunfantes —alguno ya desaparecido— hicieron de los atentados de Atocha.

Y ya que hablamos de libros, hay otro que cobra una inusitada actualidad, al menos las páginas iniciales. “De la noche a la mañana”, de Federico Jiménez Losantos, narra sucesos, no desmentidos que yo sepa, sobre los devaneos libidinosos del Monarca del desierto y la intervención de ciertos servicios secretos que acuden a la mente del lector en una de esas emergencias en las que traumas del pasado pugnan por salir a flote como cuando alguien ha sufrido una “ahogadilla”. El símil no puede ser más a propósito.

El desierto y las simas oceánicas ocultan los mayores y más resistentes secretos. Es muy probable que el viento nunca los ponga al descubierto, pero… Abusando de las citas bibliográficas y sin ánimo de resultar petulante (no hay motivo, pues soy lector lento y torpe, objetivamente hablando), acabo con una que viene muy a cuento. “Y la biblia tenía razón”, de Werner Keller, es un tomo que retomo con frecuencia en una edición de viejo que vio la luz allá por los sesenta. Está repleto de casos arqueológicos en los que el viento (“La Tierra no es de nadie. La Tierra es del viento”, sentenció campanudamente maese Zetapé desde sus cejas maléficas y sus hombreras de Star War) puso al descubierto vestigios de ciudades y palacios, campamentos y armas, que la Biblia había referido durante miles de años pero que se consideraban legendarios. Pues eso. El aire libre hace milagros, lo cual es aplicable al Coronavirus y a los secretos de Estado.

miércoles, 19 de agosto de 2020

TANTOS MUERTOS POR ABORTOS COMO POR COVID

Desde el primer fallecimiento por Coronavirus registrado en España, el 13 de febrero último, hasta hoy han muerto en los abortorios del país tantos niños —o seguramente más— que víctimas ha causado la pandemia. Las de verdad, no las que proclama un Gobierno patológicamente embustero que utiliza a las fuerzas del orden para rastrear a los críticos de su gestión.

Casi cincuenta mil nasciturus, al menos, condenados a muerte por la inercia sin preguntas de un pueblo sedado por los telediarios, frente a cuarenta y cinco mil bajas en la población causadas por el Covid-19, según fuentes independientes (EL PAÍS, 26/7/20). Lo primero se repite año tras año. Lo segundo es, afortunadamente, excepcional. Lo primero no asombra ni interesa casi a nadie, porque los oscuros poderes que dominan el mundo, y por supuesto los medios que les obedecen, conscientemente o no, evitan abordarlo, como si no perteneciera a la realidad. Lo segundo lo tenemos hasta en la sopa. “Quédate en casa”, asustado, consume publicidad y propaganda política, o series prefabricadas en serie por Internet o mensajes inciertos y vagos en redes, que es el suero estupefaciente y estupidizante de los nuevos españoles.

Hay que recordar cómo el primer asunto que abordó el actual Gobierno ultraizquierdista fue cómo acabar más fácilmente con la vida de los mayores y enfermos hartos de vivir. La pandemia les robó el protagonismo a los impulsores de tal avance, cumplimentando ella misma la tarea, sin consentimiento de las víctimas.

Hay que recordar cómo el Gobierno socialista de Felipe González retorció hasta el extremo el Derecho Romano (y el Natural) permitiendo a la mujer destruir la vida del nasciturus que lleva en sus entrañas mediante un mero trámite sanitario-administrativo. Y que el Tribunal Constitucional lo avaló en lo sustancial, so pretexto de que la voluntad de bienestar de la madre valía tanto o más que la vida de su hijo. Otro Tribunal Constitucional lleva casi diez años —todo un récord— aguardando que se produzca el milagro del consenso acerca de si el aborto es un derecho, mientras 300 niños caen cada día y para siempre sin haber nacido, a muy pocos metros de nuestro ardor futbolístico y cervecero.

Esa sentencia que acumula ya en torno al millón de niños muertos a la espera de que los señores magistrados se pongan de acuerdo en si es algo importante y urgente a proteger, responde a un recurso presentado por el mismo partido que después permanecería siete años en el poder sin hacer apenas nada para paliar los daños del verdadero promotor del mal: José Luis Rodríguez Zapatero, el de la ceja puntiaguda (¿a quién me recuerda?).

El cosmos político, es decir mediático, permanece ajeno a todo esto. Y no sólo en España. Francia acaba de aprobar, en una Asamblea compuesta por 577 diputados pero en una sesión nocturna a la que apenas asistieron 101, una modificación legal que autoriza la muerte del niño a término, hasta el momento mismo del parto, por “angustia psicosocial”. En EEUU la candidata a vicepresidenta por el Partido Demócrata es una mujer no blanca, algo irrelevante pero en lo que se fija todo el mundo, que ha apoyado su carrera política en la defensa a ultranza del aborto.

La vida, que sólo un puñado de cristianos y algún librepensador agnóstico defienden, es la gran ausente de la política. Desde que se inició esta penosa legislatura, la vida ha estado completamente ausente de un Parlamento desequilibrado por la omnipresencia de su opuesta, la muerte, a menudo presentada como panacea y de muertos que es preciso desenterrar para sentirse mejor. Una especie de necrolegislación ocupa las obsesiones del progresismo.

Tras todo esto hay, sin duda, intereses puramente crematísticos que teledirigen a los políticos, a veces visitándoles nada más tomar asiento en las poltronas. Quien afirmó ante las cámaras que él vendía judíos (hermanos de raza) a los nazis porque veía en ello sólo un negocio es paradigma de este juego perverso. Está en marcha una cruzada por la reducción de la población mundial que libra hoy una batalla decisiva. Organizaciones que planifican a las familias evitando que nazcan nuevos miembros de ellas son, como ha puesto en imágenes la película “Unplanned”, uno de los principales tentáculos de este objetivo de las agendas gubernamentales inexplicadas a la Opinión Pública. Asistimos, pues, a un apocalíptico proceso despoblador deliberado (el mundo actual crece demasiado para ser convenientemente controlado y bien rentabilizado) en el que algunas de las mayores fortunas globales tienen mucho que ganar y están dispuestas a no dejar pasar la gran oportunidad que se abrió con los movimientos abortistas de los años sesenta en un Occidente colonizado intelectualmente por la Unión Soviética. Ésa que el coordinador de la política anti-Covid en España sigue mencionando como superviviente de la Historia. Hay lapsus que indican mucho más que largas horas de aseadas prédicas gubernamentales.

jueves, 30 de julio de 2020

EL TELEMANEJO DE LAS MASAS ENMASCARADAS


Nunca antes una mascarilla obligó al común de los mortales a reflexionar tanto sobre por qué la tenían que llevar puesta a todas partes, incluidos malecones solitarios, bosques de espesura, playas desiertas y otros parajes inofensivos. ¿Responde esta imposición a un afán de protección de los individuos o es más bien un regate a la libertad uniformando a las masas y tapando la salida expresiva así como la entrada de aire libre? Las mascarillas, por lógica, resultan efectivas en espacios cerrados, en contacto respiratorio directo con personas ajenas a nuestra intimidad y sobre todo en concentraciones humanas.
Los políticos hegemónicos viven de las masas. Si no pueden manejarlas en vivo y en directo (léase 8-M) recurren al telemanejo, que va de la mano del preciso, aunque no para siempre, teletrabajo. Durante el gran confinamiento —voces autorizadas ya aseguran que no sólo fue inútil sino perjudicial— gobernantes de uno y otro color han experimentado con todos nosotros algo que sin duda les causa cierto regusto. Han puesto a prueba el grado de nuestra obediencia igual que los ingenieros miden el límite de elasticidad de los materiales. Aquel “manual de resistencia” del inefable era en realidad aplicable a la población: ¿hasta dónde podía llegar ésta sin quebrarse para siempre? Obediencia suena muy parecido a paciencia. Y la nuestra fue, como no se cansan de repetirnos con el auxilio impagable de los mass media, ejemplar.
Ahora, superada la prueba del gran confinamiento bajo el paraguas del estado de alarma y sus prórrogas bolivarianas, nos ponen a prueba por toda la cara, cubriéndola con un trozo de tela. Es una especie de confinamiento móvil. La doctrina y el régimen disciplinario ponen lo demás. Si antes fue el BOE, ahora es cualquier otro instrumento legal de talla intermedia. Y, por supuesto, los telediarios. Cuando no había mascarillas, no estaba demostrada su validez y hasta podían resultar contraproducentes. Ahora que en Mondragón se fabrican a millones, hasta te regalan tres si eres un jubilado. Y además de multarte, el dedo acusador de tu insolidaridad anda siempre presto a señalarte.
Como este virus ha cogido a casi todo el mundo desprevenido (no a los militares ni tampoco a las grandes farmacéuticas), los políticos gobernantes también se tambalearon al verse ante la evidencia de que eran precisamente los eventos masivos —su catapulta—  los que habían esparcido el mal. Sin esas concentraciones de cuerpos humanos, los partidos de masas podían fácilmente naufragar. Pero han ideado otros recursos para mantener a las masas leales y alineadas/alienadas. Yo también creía al principio que la era Ortega tocaba a su fin, que llegaba el momento de la rebelión de las personas contra sus manipuladores, aquellos que habían aprovechado los vientos de las multitudes como impulso para dirigir las naves hacia los puertos apetecidos valiéndose de velas por cuya superficie se deslizaba el virus sofista de la palabra mendaz. Pero el teletodo y las mascarillas dan la impresión de que el espíritu del confinamiento —“quédate en casa”— continúa y que la nueva norma-lidad es, entre otras cosas, clausurar nariz y boca en las calles, plazas, paseos, veredas y costas, de modo que el aire de nuestros pulmones y aún nuestras propias palabras se queden en casa también. Como siempre desde que empezó esta pesadilla, la verdad y la mentira andan juntas. Las mascarillas pueden ser necesarias, y de paso nos mantienen disciplinados. Su importancia la corean a diario, ahora, medios y autoridades, que vienen a ser lo mismo. Nadie recuerda sus inconvenientes. El coro corea, que es lo suyo. No perdamos el norte. Como escribiría el clásico del siglo XX, arriba hay quien nos quiere así, ejemplares sin rostro de una masa producida en la cadena de montaje de las televisiones. Cada uno/a con su número de serie.

miércoles, 1 de julio de 2020

EL NUEVO RAPTO DE EUROPA


La Unión Europea ha decidido abrir sus fronteras a los chinos y marroquíes pero no a los estadounidenses ni a los rusos. Y yo me pregunto ¿qué extraña fiebre aqueja a la vieja Europa? Habrá quien me responda con datos médicos, en la línea del doctor Simón; es decir, con humo. La ecuación, que dicen ahora los cursis progres, se me antoja más sencilla. Europa lleva años distanciándose de Norteamérica, con la que casi ya sólo le une la OTAN, y acercándose al imperio comunista chino. Al fondo, claro está, se encuentra la geoestrategia económica, que también es susceptible de ser reducida a las cuentas de la vieja (Europa), y es que el modelo socialdemócrata de estado del bienestar insostenible basado en la oferta electoral a corto plazo lleva muerto tanto tiempo como las deudas llamadas soberanas —irónica paradoja cuando se trata de vender soberanía nacional— llevan creciendo desmesurada e irreprimiblemente. Unas más que otras, desde luego.
En Román paladino, Europa, al menos la comunitaria, está en manos de China, que posee buena parte de su deuda pública, a la que a su vez se fue entregando, vía bancos, la deuda privada de los ciudadanos europeos para ir pagando las sensaciones de riqueza que les colocaban los partidos y perpetuaban los gobiernos. Todo mentira. Los chinos, sean comunistas o no, se las saben todas. No voy a entrar, porque no me atrevo, en la interpretación bélica, sin armas, tiros ni armisticios, aunque sí con muchos caídos en combate, de la enfermedad masiva que nos invade. Pero lo cierto es que las grandes compañías occidentales han estado utilizando mano de obra barata (me quedo muy corto, ya lo sé) puesta a su servicio por la heredera de la URSS a cambio del acceso a la ingeniería teóricamente protegida por las patentes. Mientras, el empobrecimiento palmario que esto suponía para la renta de las poblaciones occidentales asalariadas era disimulado por los estados del bienestar con ayudas oficiales, merced al endeudamiento, cuyo capital venía de Pekín, acompañando al líder en sus giras sonrientes juntos a los mandatarios europeos.
En USA, llegó el comandante Trump y mandó parar. Con gran dificultad, pues las presidencias anteriores habían dejado un panorama de ciudades devastadas (Detroit), centros comerciales fantasmagóricos y familias arruinadas por las hipotecas subprimes en el aire. Pero Europa… oh, Europa. La vetusta Europa fue raptada por el capital comunista dado que había dejado exhaustas sus propias arcas mediante oleadas de gasto público imposible que iba tiñendo de rojo —nunca mejor dicho— las cuentas de la socialdemocracia. De izquierdas y de derechas.
Hablarle al pueblo de austeridad, de orden en la administración, de realismo, de ahorro, de previsión, de guardar para la vejez, de no regalar aprobados, de evitar el despilfarro, de resistir a los impulsos y las pasiones primarios, de autodisciplina en fin, resulta impopular, y por tanto no da réditos políticos a zancadas de cuatro años. Eso lo han estudiado hasta la saciedad los chinos, que gozan del mayor de los capitales: la paciencia, cultivada durante milenios de autodominio, seguido a menudo del abuso expansivo. Las tesorerías europeas no existen. Los verdaderos chinos no están en los bazares del barrio. Están en las cámaras acorazadas de los bancos nacionales, incluyendo el BCE. De modo que los créditos para reconstruir la economía europea van a venir, otra vez, de China, cuyo régimen descubrió hace tiempo la fórmula para vivir de las rentas proporcionadas por los despojos del capitalismo. La caída del muro les dejó el terreno expedito. Se retiraron los soviéticos de la presión —esta sí, armada con misiles— fronteriza. Europa se relajó, y fue de nuevo colonizada, sin que los europeos no diéramos cuenta. Los rusos habían dejado preparado el terreno de universidades y fábricas (las primeras proliferaban como conejos a medida que las segundas cerraban), y de pronto Europa notó que había envejecido, que llevaba cincuenta años negándose a procrear y que su sanidad no era, ni de lejos, lo que creía que era.
Lo demás es “tiempo real”: La UE abre sus fronteras a los chinos pero no a los de “Bienvenido Míster Marshall”. Bien es verdad que éstos andan diezmados por el virus. Qué casualidad…

martes, 16 de junio de 2020

LA CARTA DE SUÁREZ ILLANA, por IMPLÍCITO


El camino empedrado, con guijarros de punta, que viene siguiendo la política española desde el golpe de timón que supuso la moción de censura del “todos a una” por la toma de la Moncloa acaba de cubrir una etapa clave. Y, como siempre, la derecha moderada no se ha enterado. Quien sí ha reaccionado, admirablemente, ha sido el hijo de un político ambicioso y responsable, en cuya figura aparecen cada vez con más intensidad las luces y las sombras, y al que, en todo caso, debemos que el susodicho asalto se haya diferido durante una generación.
Si buscan la carta en la que Adolfo Suárez Illana explica —a quien todavía interesen estas cosas— por qué ha protagonizado el primer desmarque de calado que sufre el Partido Popular en la presente legislatura podrán comprender el valor que sus palabras tienen para la Historia de España. El hijo del artífice de la transición —reitero que con su inevitable carga de vicios y virtudes— a la sazón miembro de la mesa del Congreso, ha tenido la gallardía de romper la disciplina de voto al hacerlo en contra de la Proposición No de Ley presentada por socialistas, comunistas y podemitas, para retirar condecoraciones a funcionarios y autoridades franquistas, siempre —claro está— bajo criterio gubernativo. El partido de Suárez había dispuesto la abstención, pero él prefirió ser leal a su conciencia y a su padre. Es, como digo, un gesto crucial aunque las consecuencias prácticas inmediatas no lo sean, desde luego.
Insisto en la lectura de su carta, porque en ella están los ingredientes para interpretar, en toda su gravedad, la tesitura actual de la vida nacional. Si tuviera que entresacar una frase de ella, sin dudarlo sería ésta: “Una cosa es cambiar “la” Constitución y otra muy distinta pretender cambiar “de” Constitución”. Lo escribía Suárez Illana a raíz de otra frase para la historia, cual era la pronunciada por el ministro de Justicia en el pleno del Congreso al referirse a la actual “crisis constituyente”. Ahí queda eso.
Muchas veces hemos pensado que uno de los principales errores de la transición fue la autoconversión de las Cortes elegidas en junio de 1977 en Cortes Constituyentes. De ahí arranca la exagerada representación de las fuerzas centrífugas, cuyos frutos en el tiempo no dejamos de padecer desde el último y débil Gobierno de Rajoy. Aquel arco parlamentario, votado ya con plena libertad, debió convocar elecciones para otras Cortes Constituyentes, como mandan los cánones democráticos, y no erigirse en redactor de un proyecto de Carta Magna mediante unas comisiones con presencia determinante de los nacionalistas mientras fuera las metralletas etarras humeaban a diario. El pueblo español no eligió Cortes para que alumbrasen una Constitución. Puede que si se les hubiera encargado tal menester los resultados hubiesen sido distintos. En todo caso, aquellos legisladores tuvieron en su mano elaborar una Ley Electoral mejor que la vigente y no lo hicieron.
Resulta obvio que las Cortes actuales tampoco son constituyentes. Por lo tanto, hablar de crisis constituyente vuelve a sonar a autoerección de poder tal. La extrema izquierda española, junto a los separatistas y filoetarras, jamás han tenido una oportunidad como la actual composición del Parlamento para introducir una “crisis constituyente”. O sea, un cambio de régimen gradual. O como decía Alfonso Guerra del caso catalán, que subyace bajo todo esto, “un golpe de estado a cámara lenta”. Y Adolfo Suárez Illana no quiere bailar en esa danza siniestra.