La Unión Europea ha decidido
abrir sus fronteras a los chinos y marroquíes pero no a los estadounidenses ni
a los rusos. Y yo me pregunto ¿qué extraña fiebre aqueja a la vieja Europa?
Habrá quien me responda con datos médicos, en la línea del doctor Simón; es
decir, con humo. La ecuación, que dicen ahora los cursis progres, se me antoja
más sencilla. Europa lleva años distanciándose de Norteamérica, con la que casi
ya sólo le une la OTAN, y acercándose al imperio comunista chino. Al fondo,
claro está, se encuentra la geoestrategia económica, que también es susceptible
de ser reducida a las cuentas de la vieja (Europa), y es que el modelo
socialdemócrata de estado del bienestar insostenible basado en la oferta
electoral a corto plazo lleva muerto tanto tiempo como las deudas llamadas
soberanas —irónica paradoja cuando se trata de vender soberanía nacional— llevan
creciendo desmesurada e irreprimiblemente. Unas más que otras, desde luego.
En Román paladino, Europa, al
menos la comunitaria, está en manos de China, que posee buena parte de su deuda
pública, a la que a su vez se fue entregando, vía bancos, la deuda privada de
los ciudadanos europeos para ir pagando las sensaciones de riqueza que les
colocaban los partidos y perpetuaban los gobiernos. Todo mentira. Los chinos,
sean comunistas o no, se las saben todas. No voy a entrar, porque no me atrevo,
en la interpretación bélica, sin armas, tiros ni armisticios, aunque sí con
muchos caídos en combate, de la enfermedad masiva que nos invade. Pero lo
cierto es que las grandes compañías occidentales han estado utilizando mano de
obra barata (me quedo muy corto, ya lo sé) puesta a su servicio por la heredera
de la URSS a cambio del acceso a la ingeniería teóricamente protegida por las
patentes. Mientras, el empobrecimiento palmario que esto suponía para la renta
de las poblaciones occidentales asalariadas era disimulado por los estados del
bienestar con ayudas oficiales, merced al endeudamiento, cuyo capital venía de
Pekín, acompañando al líder en sus giras sonrientes juntos a los mandatarios
europeos.
En USA, llegó el comandante Trump
y mandó parar. Con gran dificultad, pues las presidencias anteriores habían
dejado un panorama de ciudades devastadas (Detroit), centros comerciales
fantasmagóricos y familias arruinadas por las hipotecas subprimes en el aire. Pero
Europa… oh, Europa. La vetusta Europa fue raptada por el capital comunista dado
que había dejado exhaustas sus propias arcas mediante oleadas de gasto público imposible
que iba tiñendo de rojo —nunca mejor dicho— las cuentas de la socialdemocracia.
De izquierdas y de derechas.
Hablarle al pueblo de austeridad,
de orden en la administración, de realismo, de ahorro, de previsión, de guardar
para la vejez, de no regalar aprobados, de evitar el despilfarro, de resistir a
los impulsos y las pasiones primarios, de autodisciplina en fin, resulta
impopular, y por tanto no da réditos políticos a zancadas de cuatro años. Eso
lo han estudiado hasta la saciedad los chinos, que gozan del mayor de los
capitales: la paciencia, cultivada durante milenios de autodominio, seguido a
menudo del abuso expansivo. Las tesorerías europeas no existen. Los verdaderos
chinos no están en los bazares del barrio. Están en las cámaras acorazadas de
los bancos nacionales, incluyendo el BCE. De modo que los créditos para
reconstruir la economía europea van a venir, otra vez, de China, cuyo régimen
descubrió hace tiempo la fórmula para vivir de las rentas proporcionadas por
los despojos del capitalismo. La caída del muro les dejó el terreno expedito.
Se retiraron los soviéticos de la presión —esta sí, armada con misiles— fronteriza.
Europa se relajó, y fue de nuevo colonizada, sin que los europeos no diéramos
cuenta. Los rusos habían dejado preparado el terreno de universidades y fábricas
(las primeras proliferaban como conejos a medida que las segundas cerraban), y
de pronto Europa notó que había envejecido, que llevaba cincuenta años
negándose a procrear y que su sanidad no era, ni de lejos, lo que creía que
era.
Lo demás es “tiempo real”: La UE
abre sus fronteras a los chinos pero no a los de “Bienvenido Míster Marshall”.
Bien es verdad que éstos andan diezmados por el virus. Qué casualidad…
Me gusta la reflexión, que encaja perfectamente con la realidad política que nos envuelve hoy. Enhorabuena
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