Ando enfrascado en la recta final de mi primer proyecto
cinematográfico, un corto o medio metraje que cuenta la historia de una chica
embarazada que no llega a abortar porque apuesta por la vida "en el último
minuto" (que así se titula la "cinta"). Es, como se puede
suponer, un viejísimo pájaro de juventud esto de hacer cine. Con quince años
quería ser director de cine. Pero vivir de eso en aquella Andalucía del año 75…
Hay utopías menos frustrantes. Así que decidí ser realizador de televisión.
Pero en aquella España del año 75… o te metías en Televisión Española ("la
mejor televisión de España") o seguías soñando en tu terruño y lamiéndote
las heridas. Alguien me dijo, cuando ya tenía un pie en el Talgo, que podría
hacer en Sevilla aquellos estudios, que eran los de Imagen y Sonido en la
Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense. Fue una de las
primeras mentiras que hirieron mi buena fe. Cuando llegó septiembre, aquella
"tutoría delegada" reveló que mis esperanzas eran vanas, y tuve que
matricularme en Periodismo. Siempre me gustó el periodismo, pero no tanto como
el cine. De todas formas, la Prensa ha sido el modus vivendi de mi existencia.
Recuerdo una anécdota protagonizada por un afamadísimo
articulista sevillano que fue mi jefe muchos años. Un buen día, ya en vísperas
de su abrupta retirada del periódico en el que ambos trabajábamos, se detuvo
ante mi mesa y me espetó: “Ángel, ¿tú que te crees, que yo hago esto por amor
al arte? No, hombre, no. Este es mi modus vivendi y nada más." Aquello me
impresionó, porque, aunque yo sabía sobradamente que "aquello"
(escribir sus artículos) era su modus vivendi (y que le daba para muy buena
vivendi) todavía conservaba cierta ilusión adolescente en que escribir en un
periódico —y tan bien como él lo hacía— era, sobre todo, un honor.
Ese periódico acaba de romper amarras conmigo, después de
treinta y tres años y medio de ligazón mutua. Alguien me comentó cuando lo supo
que esa había sido la vida del Salvador. Ciertamente. Es decir, toda una vida,
de la misma duración que tuvo la de Jesucristo en la Tierra, dedicado a ejercer
la profesión periodística. Y se acabó, como cantaba María Jiménez, "porque
tú me lo pediste".
Pero ahora, "mi vida es otra". Es la vida del que
ha conseguido reunir el dinero suficiente para, además de mantener, si fuera
necesario yo solo, a una familia de cinco personas, entregarme a mi asignatura
pendiente. Gracias a Dios y a la colaboración espontánea y generosa de un
equipo formado por una quincena de componentes de todas las edades y ambos
sexos, puedo decir que "En el último minuto" se acerca al momento de
dar a luz (nunca mejor dicho, por el doble sentido de la palabra luz). Pero,
¿qué hace un periodista creyente y conservador emprendiendo a sus 53 años una
aventura cinematográfica sin un duro de presupuesto y con la sola (y gran)
inversión que ha puesto un puñado de amigos como si se tratara de una
cooperativa de lo intangible?
Esto me ha llevado a reflexionar brevemente (única suerte de
reflexión que domina un periodista) en el contexto que hoy me rodea como
director —y productor, naturalmente— de películas. Digámoslo abiertamente:
Desde que murió Franco, en España, y sobre todo en Andalucía, para hacer cine
tienes que disponer el carné de izquierdas. Entonces todas las puertas se te
abren y empiezas a ser alguien en la sociedad aficionada al séptimo arte. Ya
puedes poner en juego las más depuradas aptitudes, el talento más rico, el
tesón de una araña tejiendo su red, que si no perteneces al club del
pensamiento único, ya puedes esperar sentado para que alguien te haga caso.
La financiación de nuestro cine se llama subvenciones. Y ya
sabemos quién las concede y con qué criterio. Exactamente lo mismo sucede con
los jurados que otorgan los premios en los certámenes. Y da igual que detrás
esté un partido u otro. Ambos saben que la política es calculadora, y prefieren
aferrarse al sistema establecido que intentar cambiar nada.
Por eso, yo he conseguido lo que nunca confié en lograr:
llegar hasta el último minuto de una película que prescinde de subvenciones. Sé
que no me aguarda reconocimiento alguno. Tampoco lo necesito. Pero tal vez
igual que se ha producido el milagro de hacer realidad esta película, la
Providencia tenga a bien transformar algunas sensibilidades de modo que el cine
que estamos haciendo los que preferimos los valores ahora llamados
"tradicionales" a lo que ahora llaman "progreso" también
tenga su sitio en la mente y el alma de mucha más gente de la que nos parece
ahora.
No va a ser nada fácil, sobre todo aquí en Andalucía, donde
todo está copado por la hegemónica izquierda. Pero revoluciones mayores se han
visto, cuando nadie las esperaba. Me consta que no estamos solos, aunque de
momento seamos islotes a la espera de que algún empresario con ganas de
arriesgar por lo diferente nos agrupe y ayude. De momento, vamos a hacer
nuestro trabajo con las ganas con las que lo hemos empezado. Con la ayuda de
Dios —como los presidentes de Estados Unidos—llegaremos al último minuto
sabiendo que nuestras vidas no han sido en balde.