Si esta sociedad nuestra sintiera algún respeto por sí misma
dejaría ya de gimotear lamentándose de haber extraviado en el camino el estado
del bienestar y empezaría a trabajar para deberse a sí misma su manutención. La
mendicidad vergonzante ha sido la estación término de ese camino imposible que
exportaron los países nórdicos allá por los años sesenta y que se fue
extendiendo como una mancha de aceite por la parte occidental del continente
europeo. Porque no olvidemos, amigos, que Rusia también es Europa, y por lo
tanto cuando desde los medios se nos dice que los ucranianos quieren ser
europeos y no depender de Rusia estamos asistiendo a la enésima manipulación de
ese imperio de mentes alienadas en el que se ha convertido la comunicación
social en nuestro entorno.
Lo que realmente está en descomposición no es, pues,
"la vieja Europa", sino la Europa occidental y vieja. Unos hablarán
de anticapitalismo como panacea, otros se aferrarán a la Nato y al atlantismo
proyanqui para justificar el colonialismo en el que ha devenido aquel
europeísmo de los comienzos, tan alentador, limpio y cristiano. De la
reconstrucción europea tras la segunda parte de la Gran Guerra, cuyos ecos
prometedores nos llegaban en los libros de texto utilizados por mi generación
para aprender Historia, hemos arribado a este mago decrépito que ya no
tiene—tras la socialdemocracia— ningún conejo que sacarse de la chistera.
La única alternativa que se le ocurre a muchos es ninguna,
seguir como estamos, rascar unos centavos de la caridad cristiana que
sobrevive, residual, en la puerta de las iglesias o en las cáritas parroquiales.
Pero esto también está ajado, porque a la mayoría de los pedigüeños habituales
ya se les ha visto el plumero; son profesionales, como los políticos, que
viven del sudor ajeno muchas veces, que no muestran el menor interés por hacer
algo útil por los demás, al menos como compensación. Y mira que hay cosas que
hacer…
Esta mentalidad de la mano extendida en petición de ayuda,
tan disculpable al comienzo de la crisis, se nos revela hoy como la causa de la
crisis. Por respeto a sí mismo, quien se ve obligado a solicitar auxilio no
hace de eso un sistema establecido. Por eso España sigue estando al borde del
precipicio. Y Europa (occidental), la vieja Europa de viejos y perros que en
cualquier momento puede dar lugar al cumplimiento de la realidad retratada por
la película británico-mejicana "Hijos de los hombres" (un mundo sin
nuevos niños que persigue implacablemente un alumbramiento clandestino),
también.