Debía de ser todavía un joven aprendiz de político, a la
sombra benefactora de su mentor el profesor Herrero Tejedor. Lo cierto es que
un todavía desconocido Adolfo Suárez González, futuro director de TVE y
presidente del Gobierno para la Historia, pasó un año, o tal vez un curso,
viviendo y estudiando en una de las torres de la Plaza de España sevillana.
Alguien pensará que había cierta premonición en el nombre del lugar, sobre el
que hoy flamea la bandera a la que se entregó uno de los políticos más
sobresalientes de la Nación.
La "anécdota" la relata Mauricio Domínguez
Domínguez-Adame en su libro sobre el protocolo, que él mismo dirigió en el
Gobierno Civil de Sevilla primero y en la Corporación Local hasta su
jubilación. Y es que Suárez saludaba con sumo afecto cada vez que volvía a
Sevilla siendo ya presidente a un ujier al que se dirigía con una confianza muy
personal. Porque él le abría y cerraba las dependencias del Gobierno —curiosa
también esta imagen— durante esos meses que Adolfo Suárez dedicó a empollar el
temario de unas oposiciones. ¿Por qué Sevilla para este retiro intelectual y
académico? Lo ignoramos, pero con toda seguridad perduró ya siempre en la
memoria de este hombre que la fue perdiendo tras dos golpes mortales de
sufrimiento familiar. Llegaría a lo alto, y desde allí, acosado por una
oposición inmisericorde y por unos adláteres poco de fiar, volvería al hogar y
a los buenos recuerdos, destrozados más tarde por el infortunio revestido de
cáncer que se llevó a su querida esposa y a su amada hija.
Ahora conforta saber que Sevilla fue parte de su juventud
prometedora, cuando el futuro le sonreía y luchaba por alcanzar su gran sueño:
regir los destinos de su Patria en orden a garantizar la convivencia cuando el
"jefe" faltara.
Lo consiguió, aunque después una nube de olvido le fuera
quitando el aire que respiraba. El mismo que durante un curso, más o menos, le
saludaba cada mañana en la Plaza de España sevillana (por cierto, donde José
Luis Perales compuso algunas de sus señeras canciones, que forman también parte
de aquellos años que acariciamos ahora con la memoria selectiva del pasado).