La política de unos cada vez se parece más a la de los
otros. Y los rostros también. Como por ensalmo, nos hemos encontrado con dos
líderes ideológicamente enfrentados que pasean la misma fisonomía. El rasgo
básico es la sonrisa. No es nueva desde luego esta apariencia. Suárez sonreía
más que Arias Navarro. Carrero apenas sonreía. Felipe era ya todo sonrisas.
Incluso el ácido de Guerra consiguió que el gato que llevaba en la barriga
mutara su aullido por un gesto complaciente…, al menos cuando hablaba de
Machado (don Antonio, naturalmente). Aznar quizás fuera el presidente que más
visible dificultad experimentara a la hora de sonreir. Y cuando lo hacía, era
una mueca casi clandestina, que se le escapaba de lado, con media boca abierta
y la otra media cerrada. Se ve que medio él quería y el otro no. Es curiosa
esta escisión del bigote del presidente castellanoleonés, que refleja tantas
cosas de su personalidad como gobernante.
Pero el que batió todos los récords de uso torticero de la
sonrisa con fines electoralistas fue Zapatero. Nuestro inefable ZP, a quien
pronto veremos recibir honores de los sectores socialdemócratas del PP, sonreía
hasta durmiendo, como buen bambi. He conocido a ciertos personajes que de no
saber sonreír sonríen siempre. Él era uno de ellos. Su sonrisa era tan forzada
que se le veían sonreír hasta los colmillos, con todo su retorcimiento
salomónico.
Y Rajoy… Rajoy tiene sonrisa barbuda, que nos retrotrae a
aquellos políticos decimonónicos cuyas expresiones siguen siendo, a través de
los daguerrotipos, un arcano. Ahora parece que va teniendo más razones para
sonreír, pero un gallego nunca sonríe del todo, por si acaso. O no. Franco
tenía sonrisa cuartelera, de pase de revista. Los republicanos, por el
contrario, nunca sonríen. Los comunistas, por ejemplo, sólo le sonríen a los
camaradas, y los masones administran sus sonrisas con cuentagotas, porque al
fin y al cabo, ¿sonreiría Voltaire?
Como decía, ahora han brotado en nuestro maltrecho jardín
dos jóvenes valores que no sólo apuestan por la sonrisa, sino por la sonrisa
permanente, que, al modo de ZP, es la más falsa de las sonrisas. Uno es el
nuevo secretario general del Psoe. El otro, su contrincante en Andalucía. Si se
fijan, parecen gemelos. Los dos venden lo mismo: simpatía. Creo que si en
España cambiáramos las elecciones políticas por las de Míster y Miss Simpatía,
nos ajustaríamos más a la realidad. Bueno, tal vez lo vengamos haciendo desde
la noche de los tiempos democráticos.
Estos dos joviales personajes son como emoticones, esas
cabecitas redondas con distintos gestos que rulan por la Red y los móviles. En
esta sociedad tan plana, los estados de ánimo que buscan los adolescentes de
cualquier edad son también planos: o se está triste o eufórico. Pues bien, el
jefe de los socialistas españoles (todos menos los catalanes) goza de una
euforia permanente. Y el de los ex conservadores, también. Hasta Rajoy está
enseñando algún que otro diente, aunque todavía no sabemos cómo tiene los
colmillos.
Compiten ferozmente estos dos emoticones, y el que muestre
una sonrisa más franca (¡uy, lo que he dicho!) ése se llevará la voluntad
rendida del pueblo soberano. Lo que vaya a hacer o no si gana es lo de menos.
Lo importante es que el futuro emoticón de La Moncloa o de San Telmo cumpla
bien su obligación, que es la de sonreír.
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