jueves, 31 de julio de 2014

LOS EMOTICONES SONRIENTES

La política de unos cada vez se parece más a la de los otros. Y los rostros también. Como por ensalmo, nos hemos encontrado con dos líderes ideológicamente enfrentados que pasean la misma fisonomía. El rasgo básico es la sonrisa. No es nueva desde luego esta apariencia. Suárez sonreía más que Arias Navarro. Carrero apenas sonreía. Felipe era ya todo sonrisas. Incluso el ácido de Guerra consiguió que el gato que llevaba en la barriga mutara su aullido por un gesto complaciente…, al menos cuando hablaba de Machado (don Antonio, naturalmente). Aznar quizás fuera el presidente que más visible dificultad experimentara a la hora de sonreir. Y cuando lo hacía, era una mueca casi clandestina, que se le escapaba de lado, con media boca abierta y la otra media cerrada. Se ve que medio él quería y el otro no. Es curiosa esta escisión del bigote del presidente castellanoleonés, que refleja tantas cosas de su personalidad como gobernante.
Pero el que batió todos los récords de uso torticero de la sonrisa con fines electoralistas fue Zapatero. Nuestro inefable ZP, a quien pronto veremos recibir honores de los sectores socialdemócratas del PP, sonreía hasta durmiendo, como buen bambi. He conocido a ciertos personajes que de no saber sonreír sonríen siempre. Él era uno de ellos. Su sonrisa era tan forzada que se le veían sonreír hasta los colmillos, con todo su retorcimiento salomónico.
Y Rajoy… Rajoy tiene sonrisa barbuda, que nos retrotrae a aquellos políticos decimonónicos cuyas expresiones siguen siendo, a través de los daguerrotipos, un arcano. Ahora parece que va teniendo más razones para sonreír, pero un gallego nunca sonríe del todo, por si acaso. O no. Franco tenía sonrisa cuartelera, de pase de revista. Los republicanos, por el contrario, nunca sonríen. Los comunistas, por ejemplo, sólo le sonríen a los camaradas, y los masones administran sus sonrisas con cuentagotas, porque al fin y al cabo, ¿sonreiría Voltaire?
Como decía, ahora han brotado en nuestro maltrecho jardín dos jóvenes valores que no sólo apuestan por la sonrisa, sino por la sonrisa permanente, que, al modo de ZP, es la más falsa de las sonrisas. Uno es el nuevo secretario general del Psoe. El otro, su contrincante en Andalucía. Si se fijan, parecen gemelos. Los dos venden lo mismo: simpatía. Creo que si en España cambiáramos las elecciones políticas por las de Míster y Miss Simpatía, nos ajustaríamos más a la realidad. Bueno, tal vez lo vengamos haciendo desde la noche de los tiempos democráticos.
Estos dos joviales personajes son como emoticones, esas cabecitas redondas con distintos gestos que rulan por la Red y los móviles. En esta sociedad tan plana, los estados de ánimo que buscan los adolescentes de cualquier edad son también planos: o se está triste o eufórico. Pues bien, el jefe de los socialistas españoles (todos menos los catalanes) goza de una euforia permanente. Y el de los ex conservadores, también. Hasta Rajoy está enseñando algún que otro diente, aunque todavía no sabemos cómo tiene los colmillos.
Compiten ferozmente estos dos emoticones, y el que muestre una sonrisa más franca (¡uy, lo que he dicho!) ése se llevará la voluntad rendida del pueblo soberano. Lo que vaya a hacer o no si gana es lo de menos. Lo importante es que el futuro emoticón de La Moncloa o de San Telmo cumpla bien su obligación, que es la de sonreír.

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