viernes, 27 de mayo de 2016

A OCHENTA PASOS DEL GOBIERNO

Algunos no logramos reponernos del impacto que nos causan hechos de los que son víctimas personas con las que es fácil identificarse porque su destino podría haber sido el nuestro o —peor— el de nuestros seres queridos. Acostumbrados al relumbrón televisivo, se nos olvida la suerte de otros como nosotros, tan abandonados por unos Poderes Públicos que cada día más parecen dedicados exclusivamente a devorar nuestro trabajo vía impuestos o multas. Si ustedes utilizan el medidor de distancias de Google, podrán comprobar que entre la Subdelegación del Gobierno en Andalucía, sita en la torre norte de la Plaza de España sevillana, y la glorieta de Bécquer hay, en línea recta, ochenta metros. Son los pasos que median entre la institución de la que depende la Policía Nacional y el lugar aproximado donde apareció violada salvajemente y asesinada una mujer de 31 años el pasado 24 de febrero. Estos son los hechos. Los detalles están pendientes de la investigación que en un principio parecía avanzar pero después se ha visto envuelta en cierta nebulosa.
Fue gracias a “Carmen la del Pincho” como la Policía Científica pudo localizar, mediante el ADN, al presunto culpable del crimen. Carmen es una empleada municipal que limpia de papeles el suelo del Parque de María Luisa y que la mañana del macabro hallazgo tuvo la habilidad de guardar aparte, en un contenedor y aislado en una bolsa de plástico, un pañuelo ensangrentado y unos calzoncillos. A ochenta metros de la Subdelegación del Gobierno y a doscientos cincuenta y siete de la Delegación del Gobierno en Andalucía, ubicada en la torre sur.
El espantoso delito ha puesto a la luz la degradación letal en la que se encuentra no sólo el más antiguo parque de Sevilla, donde tantas generaciones han jugado de niño y tantas parejas se han besado por primera vez, sino una parte de la sociedad en general, que se vale de Internet para convertir estos pulmones en lupanares donde todo vicio —especialmente los más nefandos— tiene su asiento. Hechos como éste, acontecido a ochenta metros de la sede donde radica la autoridad democrática, me recuerdan la última frase pública del ex ministro Ruiz Gallardón. Participaba el chivo expiatorio de los fracasos gubernamentales del PP —el mismo que gobierna en las torres de la Plaza de España— en una mesa redonda organizada por el CEU y alguien le preguntó si su cese era consecuencia de un calculado análisis electoralista promovido por el célebre gurú del partido. Su única respuesta fue pronunciar dos palabras: “¡Qué asco!”.

Había pagado el ministro con su cartera y su carrera política la tímida apuesta por la vida que pretendía mitigar la muerte diaria de trescientas personas a manos de otras en el vientre de sus madres y con todas las bendiciones legales. Las muertes violentas son todas iguales. Y cuando la indiferencia se adueña de las mentes, masivamente teledirigidas, los horrores más atroces pueden suceder a ochenta pasos del Poder.
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