miércoles, 1 de junio de 2016

BUENA NOTICIA PARA LOS ANALFABETOS

Si les digo que el matrimonio formado por José Velasco y Mari Cruz López forjó de la nada un emporio bibliográfico, ustedes apenas esbozarán un leve fruncimiento de comisura labial. Pero si les añado que ese negocio creció a lo largo de casi cuarenta años hasta el punto de convertirse en la única cadena de librerías andaluza, “Beta, Galería Sevillana del Libro” tal vez sientan el prurito de la curiosidad y hasta un algo de admiración. Llegó a tener once tiendas, repartidas por Sevilla, Córdoba, Algeciras, Huelva y Los Barrios. Su local de Viapol (más de 1.000 metros cuadrados) fue el de mayor extensión de España. Comenzó a vender libros a través de Internet en 2012. En 2008 —el primer año de la gran crisis— facturó cerca de ocho millones de euros, lo cual, hablando de libros vendidos, es una proeza en España. Mantuvieron el tipo, con medio millón de euros de beneficio, al tiempo que la facturación caía, como casi todo —menos el fútbol y las verbenas— en este país. Se enderezó en 2011 y saneó sus cuentas.
Y sin embargo, después… Beta fue cerrando en la avenida de La Constitución, La Gavidia, Sagasta, Imperial, San Pablo, y ahora funde en negro el “book café” en el que se refugió a unos metros del teatro-cine de la calle Sierpes. Le quedan aún cuatro tiendas en Sevilla y algunas más en otras poblaciones. Mantiene abiertas las dos emblemáticas de Los Remedios (Asunción, donde empezó la aventura en 1975, y República Argentina) más las de Nervión (Viapol y Hernando del Pulgar). ¿Hasta cuándo? La nueva empresa propietaria anuncia un “ajuste de plantilla” y reconoce que hace meses que no puede pagar a los proveedores.
Como periodista, no entiendo que las informaciones se monten a golpe de gabinetes de prensa y “voces autorizadas”. Así que me he fajado y he hablado con “las bases”, algunos empleados que, con lágrimas en los ojos —literalmente, ya que hablamos de escritura— y tras mucho insistirles, me han señalado los anaqueles medio vacíos, los escaparates y expositores sin novedades, y los pasillos desiertos: “Los clientes vienen pidiendo libros y tenemos que decirles que se nos han agotado. Pero lo peor es cuando te preguntan cuándo los recibiremos, y entonces tenemos que ponerles cara de póquer porque, de momento, no sabemos ni si vamos a volver a cobrar. Se sufre mucho. Son muchos años atendiendo lo mejor que sabemos a las personas, que eran muy fieles. Lo seguimos haciendo con educación y cortesía, pero se van a la librería más cercana.”
No me pregunten si el autor intelectual de este desaguisado es el libro electrónico —no creo, y me fundamento en el parecer de profesionales que trabajan a pie de obra— o son los movimientos de capital, que, como en tantos y tan cercanos casos han mutado con la propiedad el estilo de la casa, o la falta de hábito lector a la que han conducido las redes sociales. Ni siquiera sé si la gente no quiere o no puede gastarse su dinero en libros (esto tampoco me cuadra, a la vista del precio de las localidades, los viajes y las cuotas que genera el fútbol y sus inversiones millonarias en fichajes más o menos limpios fiscalmente). Lo único que sé es que conocí, por pura casualidad, a Mari Cruz —gran mujer y gran periodista— y a Josechu cuando Beta era un trasatlántico y ahora es una falúa a la deriva, curiosamente en manos de una productora muy vinculada a la televisión autonómica y sus programas estrella o lo que es lo mismo, con las familias del poder y la política.
Un pueblo que no lee, ya sabemos hacia dónde va: al matadero moral o al menos al cautiverio de un redil gregario en el que su voluntad es, exactamente, un cero a la izquierda, dicho sea sin ánimo de hacer juegos de palabras en un momento tan frágil para la sociedad española como el actual. Anulada la reflexión a la que obliga la lectura, se pierde no ya la costumbre sino el criterio, el órgano de pensar. Con él fenece nuestro libre albedrío, nuestra capacidad de observar, estudiar la realidad, respetar a los semejantes, tomar las mejores decisiones y asumir responsabilidades; es decir, de vivir. Damos un inmenso paso atrás en la Historia y en la evolución de las especies. Es, ni más ni menos, lo que está pasando, aunque, al igual que sucede con los animales, la mayoría no se esté dando cuenta de nada. Esta abdicación de nuestra más noble faceta, la de manejar ideas y con ellas sentimientos, es como si hubiéramos dado mil vueltas a la cerradura de la caja donde guardamos el saber y la soberanía, para arrojar seguidamente la llave por la borda. Nada vale nada ya si tiene más de veinte caracteres o cosa parecida. El dinero, al parecer, está para producir programas de televisión, a menudo tragados por la masa gracias al vacío que han dejado los libros.

En este contexto, lo de menos es que Andalucía pierda su única cadena de librerías. Lo auténticamente lamentable es que andaluces que antes buscaban un libro en ella para seguir siendo personas adultas y ciudadanos respetables, ahora vuelvan mohínos de la librería de siempre para refugiarse en las bibliotecas que formaron durante décadas en sus casas mientras contemplan cómo sus hijos retornan al imperio de los brujos.

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