sábado, 13 de agosto de 2016

"Mi hijo Lobo"

Dos tendencias, amén de muchas otras, marcan rumbo en esta hora de España: la de lucir ufanamente hijos de familias monoparentales y la de poner a los niños nombres de animales. Ambas dicen mucho de hacia dónde nos encaminamos, o mejor dicho, de dónde nos encontramos ya. Obsérvese que, sobre todo las mujeres, cuando viven solas con sus hijos, se refieren a éstos sólo como “mi hijo”. Al parecer, la generación espontánea se ha extendido ya por los hogares nacionales como una vitola de progreso. Son hijos sin padre —en algunos casos sin madre— a los que inevitablemente faltará la referencia del otro sexo, con las consecuencias de todos conocidas. Revela además un sentido patrimonialista de los niños que debería hacer recapacitar a los tratadistas de la antropología moderna acerca de cómo la época histórica de mayor sensibilidad hacia la explotación infantil o los abusos que tratan a los menores como mercancía es también la de mayor cosificación de los más jóvenes.
Cada vez se oye más la expresión “mi hijo” y por lo tanto menos “nuestro hijo”, y en línea con esa cierta propensión al “hijo objeto” está la costumbre, cada vez menos llamativa, de poner a los vástagos nombres de animales, como si fueran mascotas. Este verano ha sido serpiente en algunos medios de comunicación. No porque se haya visto aún el nombre de “Víbora” —que todo se andará— sino por el “bautizo” pagano bajo apelativos como “Lobo” o “Rana”. Durante décadas, hemos asistido al progresivo y progresista abandono del Santoral. Los nuevos españoles atendían a nombres agnósticos como Libertad, Alba o Tamara. Pero las tendencias, en un mundo que se asfixia si no innova, imponen su necesidad de algo más, del más difícil todavía que epate al público asistente y reclame la atención de las cámaras. Ahora son nombres faunísticos. Algún santo de Dios canonizado o advocación mariana sí llevaba ya nombre de criatura del reino animal, como Paloma. Además, San Francisco, tan caro al Papa que abrazó su nombre, nos hablaba del hermano pájaro. O del hermano lobo, que cedió su gracia a una cáustica revista de la Santa Transición.

Debemos ir aprendiéndonos la musiquilla porque ya está aquí la charanga con su canción de moda: “Mi hijo Lobo”, otro éxito del verano.

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