Dos tendencias, amén de muchas
otras, marcan rumbo en esta hora de España: la de lucir ufanamente hijos de
familias monoparentales y la de poner a los niños nombres de animales. Ambas
dicen mucho de hacia dónde nos encaminamos, o mejor dicho, de dónde nos
encontramos ya. Obsérvese que, sobre todo las mujeres, cuando viven solas con
sus hijos, se refieren a éstos sólo como “mi hijo”. Al parecer, la generación
espontánea se ha extendido ya por los hogares nacionales como una vitola de
progreso. Son hijos sin padre —en algunos casos sin madre— a los que
inevitablemente faltará la referencia del otro sexo, con las consecuencias de
todos conocidas. Revela además un sentido patrimonialista de los niños que
debería hacer recapacitar a los tratadistas de la antropología moderna acerca
de cómo la época histórica de mayor sensibilidad hacia la explotación infantil
o los abusos que tratan a los menores como mercancía es también la de mayor
cosificación de los más jóvenes.
Cada vez se oye más la expresión
“mi hijo” y por lo tanto menos “nuestro hijo”, y en línea con esa cierta
propensión al “hijo objeto” está la costumbre, cada vez menos llamativa, de
poner a los vástagos nombres de animales, como si fueran mascotas. Este verano
ha sido serpiente en algunos medios de comunicación. No porque se haya visto
aún el nombre de “Víbora” —que todo se andará— sino por el “bautizo” pagano bajo
apelativos como “Lobo” o “Rana”. Durante décadas, hemos asistido al progresivo
y progresista abandono del Santoral. Los nuevos españoles atendían a nombres
agnósticos como Libertad, Alba o Tamara. Pero las tendencias, en un mundo que
se asfixia si no innova, imponen su necesidad de algo más, del más difícil
todavía que epate al público asistente y reclame la atención de las cámaras.
Ahora son nombres faunísticos. Algún santo de Dios canonizado o advocación
mariana sí llevaba ya nombre de criatura del reino animal, como Paloma. Además,
San Francisco, tan caro al Papa que abrazó su nombre, nos hablaba del hermano
pájaro. O del hermano lobo, que cedió su gracia a una cáustica revista de la
Santa Transición.
Debemos ir aprendiéndonos la
musiquilla porque ya está aquí la charanga con su canción de moda: “Mi hijo
Lobo”, otro éxito del verano.
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