Si uno repasa el plantel de propuestas de los dos grandes
partidos que han protagonizado el régimen actual desde sus comienzos, no se
lleva ninguna sorpresa, porque no hay apenas nada que encontrar. De ahí que
estemos asistiendo a una guerra por la conservación o la reconquista del poder,
y nada más. Los otros, los de reciente aparición, son melones por abrir, y ya
se sabe que todos los melones prometen dulzura. Ciudadanos es más
socialdemocracia sin contaminar, luego ideas hay pocas en su ideario; son como
un begin to begin que nos devuelve al
Felipe González prístino de la calle Pez Volador, aunque con menos cara de
laboralista y más de niño guapo de primera comunión. Y Podemos (con Unidos o
sin ellos) son el típico salvoconducto a la Luna que acaba llevándonos a Marte…
si le dejamos. Los separatistas, mejor ni nombrarlos, como la bicha.
Pero de oferta con visos ilusionantes, nada de nada.
Llevamos dos convocatorias votando seguir como estábamos con Rajoy o con
Zapatero. Inmovilismo propio de estados de pavor porque el futuro económico
sigue siendo mucho peor que inquietante. Todo sistema se agota, hasta el de
Trajano. Mucho más el de la Seguridad Social. Cuanto había de innovador y por
ello sugestivo en la España de 1978 se ha ido agostando a golpe de fraudes,
corrupciones, incumplimientos, atentados, decepciones y este interminable túnel
del tiempo de la izquierda demagógica que nos retrotrae contumazmente a 1936.
Todo se ha hecho anodino y tedioso. Nadie presenta opciones explícitas para
encarar el mañana con adhesión a unos ideales movilizadores de vidas y
haciendas. Nada de nada. Nihilismo absoluto. Por eso no hay acuerdo. Ya no hay
ni tan siquiera mercancía que cambiar.
La última gran traición, la del aborto, fue como una bocanada
de muerte para la confianza en los pilotos de la nave. A partir de ahí, puede
pasar cualquier cosa en los partidos españoles, es decir en la política
española, de hecho ya irreconocible. El órdago separatista tiene enfrente esa
nada que apela patéticamente a unas reglas de juego que tampoco existen o que
de haberlas son inoperantes, como se demuestra día a día.
El pueblo español sí conserva motivos para seguir caminando
juntos y luchar por unas cuantas verdades de justicia. ¿Pero quién representa a
esa España viva y dinámica, cargada de ideas y de coraje para emprenderlas? Ahí
arriba, desde luego, nadie. Las diferencias son de nombres y las discusiones
huelen a cifras nada más. Hay unos paladines del sistema y otros que pretenden
cargárselo, eso sí. Pero la atonía, la anemia y el rompecabezas que tiene en
vilo a la Nación mientras ésta se descompone en Barcelona suponen la peor
receta para navegar en aguas turbulentas mientras un barco pirata, acompañado
de su séquito, acecha unas veces por babor y otras por estribor, unas por proa
y otras, como recientemente, por popa.
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