Alguien dijo una vez aquello de
que el periodismo es estar en el lugar adecuado en el momento apropiado. Pocas
veces en mi vida el azar ha salido a mi encuentro limpiamente, como si quisiera
identificarse ante mí y deslumbrarme. Voy a ser muy descriptivo, para que nadie
pueda acusarme lícitamente de oportunista ni exagerado. Paseaba yo, como cada
tarde, por las calles anejas al río, o sea a la dársena del Guadalquivir,
disfrutando de la brisa prenocturna de los últimos días de mayo cuando ese azar
—que a veces se confunde con el azahar— me saludó en el quiebro de una esquina
por la que no pensaba yo desviarme de la calle Betis. Pero es que la invasión
de turistas desnortados y paisanos aferrados al vaso y al preservativo me
suelen desconcertar tanto que a menudo son ellos los que deciden mi camino.
Torrijos se llamaba la calle que tomé. Por ella apenas cabe una persona y un
coche sin que el espejo retrovisor de éste destroce la mano del viandante con
su ángulo muerto. Opté por seguir la calle Pureza, pero a la mitad me asaltó
una idea que, a buen seguro, me venía marcada por el sino. Me dirigí a la plaza
de Santa Ana, que encontré mutada en un espacio silencioso y casi monacal. De
ordinario, aquello es un hervidero de veladores, gritos y carreras infantiles,
con camareros que la surcan llevando cervezas heladas, palomas en salsa o caracoles
si es temporada. Pero hace un rato, cuando pasé por allí, los dos bares que dan
a la plaza estaban cerrados, supongo que por ser domingo y estar su personal en
la playa o por vaya usted a saber qué.
En una esquina de la plaza hay un
“establecimiento” muy particular: la agrupación trianera del PSOE, la que tiene
en nómina a Susana Díaz, que a su vez tiene en nómina a un sinfín de
socialistas, como es bien sabido y mucho mejor ignorado. El lugar es, pues,
como la mesilla de noche de la candidata que hace sólo unas horas partía como
favorita en las elecciones primarias del todavía primer partido de la oposición.
Cuando llegué al centro de la plaza percibí la misma sensación que al pisarla,
pero redoblada: el silencio era tan extraño en dicho lugar que hasta imponía un
respeto. Son esas impresiones inconscientes que te hacen temer la tempestad
tras la calma chicha. Nunca había atravesado esa plaza, que frecuento, sin que
se escuchase ni un mero crujido. Mucho menos era de esperar tal ausencia de
ruido precisamente el día de las primarias socialistas. Cuando me acercaba a la
sede del partido me sonó el móvil. Era un amigo que me informaba de la gran
noticia del día. Confieso que la política interna de los partidos nunca me ha
suscitado un especial interés. Ayer, además, parecía todo el pescado vendido:
Pedro Sánchez tenía poco que hacer. Hace meses que vaticiné un progresivo
ascenso de Díaz, que había desbrozado su futuro desde la base local. Después,
cuando todo el mundo la daba por vencedora, me acordé de un mapa: el electoral
de los últimos comicios nacionales. Era un mapa que quedó fuertemente grabado
en mi cabeza por lo insólito, es más, por lo histórico. Por primera vez, más de
media Andalucía aparecía en azul, no en rojo. Sólo Sevilla, Huelva y Jaén se
mantuvieron fieles al PSOE. Si aquello significaba algo, lo acabamos de ver con
este sorprendente resultado en el que sólo Andalucía y —por muy poco— Aragón han
dado su apoyo mayoritario a la tardonera.
Pero, ¿qué encontré además de
silencio en la agrupación de Triana-Los Remedios del Partido Socialista?
Encontré a ocho personas —¡ocho!— haciendo guardia enfrascados en sus teléfonos
o ante la pantalla de un televisor que sintonizaba La Sexta. Hernando acababa
de dimitir como portavoz parlamentario. De esas ocho personas, sólo cuatro
estaban en el interior del amplio y muy iluminado local, cuyos ventanales
estaban abiertos de par en par, por aquello de la transparencia y por el calor.
Las sillas de la presidencia estaban vacías. En el suelo, ante la mesa, una
gran caja repleta de botellas de agua que nadie bebería. Los otros cuatro militantes
estaban en la calle, desperdigados, como incrédulos, y con un semblante que
pocas veces he visto entre los socialistas (nunca jamás entre los socialistas
andaluces). No era preocupación, ni siquiera tristeza; se parecía más a un
pánico luctuoso. Asómbrense: allí solamente había una cámara. Era además, muy
modesta y discreta. Obviamente, tenía el foco apagado. Junto a ella velaba una
chica muy joven, con los brazos cruzados, en cuya actitud se vislumbraba una
mezcla de hartazgo y estupor, como preguntándose qué hacía ella allí. Y ojo: el
trípode descansaba en el pavimento de la plaza, a unos cuantos metros de la
casa del pueblo.
Durante los ocho o diez minutos
que permanecí allí, sólo se oyó el run run informativo del televisor. Nadie
habló con nadie. Abandoné el lugar por la calle Cisne (aquello parecía un canto
suyo), donde luce un azulejo que recuerda el nacimiento allí del “múo” de
Triana, sacristán de la parroquia que acaba de cumplir 750 años desde que la
fundara el rey Sabio. El lema de la efemérides ha sido “Radix ubérrima”, en
referencia a la madre de la Virgen.
Mientras volvía a mi casa, las
emociones se me agolpaban en el cerebro. Porque para colmo de casualidades,
tuve que pasar ante la que fue mi humilde morada durante años, justamente
cuando el PSOE se proclamó vencedor, por primera vez en solitario, para
gobernar España, el 28 de octubre de 1982. Recuerdo muy bien aquellos días. El
partido de Felipe González barrió, e inauguró un ciclo histórico que ahora se
venía abajo. Sí, porque 40-50 es como prolongar la agonía del PSOE, pero sobre
todo porque aquella primera victoria, a la que siguieron otras no menos
vistosas y arrolladoras, simplemente no hubieran existido sin la creación de un
régimen en Andalucía. Un régimen de anulación de la autonomía de las gentes,
que han visto, día a día, cómo se perpetuaba la conciencia de pobres para así
consolidar la gratitud a los gestores de esa pobreza. Andalucía sigue siendo,
treinta y cinco años después del subidón socialista y treinta y dos después de
que la autonomía consagrara el carácter socialista de la comunidad, la región
con más paro de Europa. ¿Redentores? Más bien creadores de voto cautivo, sobre
todo en el campo; o sea, detractores de la libertad.
Susana Díaz timonea todavía el
barco de esta Andalucía oscura, que diría un dramaturgo bien amamantado por las
subvenciones. Pero no olvidemos que está ahí porque la apadrinó un presidente
incurso en un proceso judicial, que a su vez había sido auspiciado por otro en
idénticas circunstancias. No olvidemos que tardó diez años en aprobar las
últimas asignaturas de su carrera universitaria, justo a tiempo de presentarse
para candidata a ocupar el despacho del Duque de Montpensier. Ayer, su voz se
quebró al empezar a hablar. Estaba casi tan descompuesta como sus compañeros y
compañeras de la Plaza de Santa Ana. Ayer terminaba una época, la que empezó el
28 de octubre de 1982, la que ha troquelado a la España contemporánea, la única
que mi generación ha conocido como hegemónica, al menos en esta Andalucía de
ocho millones de habitantes que ayer sostuvo en alto los jirones de la única
bandera que ha conocido la Andalucía democrática: la socialista.
¿Qué pasará ahora? Ha quedado
meridianamente claro que Susana Díaz defendió siempre el stablishment de las
regiones gobernadas por el PSOE. Es decir, la aprobación de los presupuestos,
sin los cuales no hay autonomía que valga. Por eso abogó por la abstención, que
hiciera viable la formación de Gobierno. De esos presupuestos cuelga mucha
gente. El 63 por ciento de los militantes andaluces votó ayer a Díaz. Como en “Novecento”,
el Sur ha sido siempre el semillero del socialismo que, una vez asentado en el
poder, se olvida de la revolución. Ayer había banderas republicanas en Ferraz.
Sánchez ha descubierto algo que ocurrió hace casi un siglo y le gusta. La
clave, desde luego, está en que no tiene nada que defender por la sencilla
razón de que no tiene nada. Así, los presupuestos le importan un bledo. Él
quiere ganar, gobernar y administrar… como Largo Caballero. Eso, que Dios nos
coja confesados.
Buen y, creo que acertado análisis descriptivo, con esa grácil pluma literaria que le caracteriza, nos sirve hoy el señor Pérez Guerra. Efectivamente estamos ante el final de un régimen en Andalucía y, de un ciclo de la socialdemocracia en Europa que se inició tras la II Guerra Mundial. Se abren unas inquietantes incertidumbres de cara al futuro de nuestro sistema constitucional, diseñado para sostenerse mediante la alternancia de dos grandes partidos moderados a izquierda y derecha. La izquierda está hoy fragmentada y pugna por su hegemonía un movimiento populista de signo revolucionario, en confluencia con el momento álgido del golpe de estado a "cámara lenta" --según dijo Alfonso Guerra-- del separatismo catalán. Hay quienes no quieren darse cuenta del peligro de este cóctel. La mecha está encendida y no se apagará sola por más que suba el PIB y bajen el paro, el IPC y la deuda. Concluyo sumándome a la invocación con que lo hace D. Angel.
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