La lectura del informe elaborado
por la Hermandad del Gran Poder —que tienen ustedes a su disposición en
Internet— y cuanto ha trascendido de los que las demás cofradías de la
Madrugada sevillana han puesto en manos del Consejo General dejan en pie todas
las dudas y en muy mal lugar a las autoridades sobre lo sucedido entre las 4 y
las 6,30 del pasado Viernes Santo en la ciudad conocida en el mundo entero
precisamente por cómo vive y celebra la Semana Santa. El pertinaz intento de
convencer a la opinión pública, para tranquilizarla, de que todo se debió al
efecto dominó de una pelea en un bar de la calle Arfe resulta, a la luz de
dichos informes, inverosímil. Quedó
atrás, imperceptiblemente, la relación entre las detenciones inmediatas y los
incidentes, vínculo que se ha revelado inexistente. Tres delincuentes habituales, en
consecuencia fichados, fueron detenidos en la calle Marqués de Paradas minutos
después de las “carreritas” por protagonizar desórdenes públicos, al tiempo que
era arrestado un inmigrante por gritar “Alá es grande” en la calle Reyes
Católicos al paso de la Hermandad de la Esperanza. Rápidamente, se estableció
desde instancias oficiales una conexión entre dichas alteraciones de la
normalidad y los tumultos que perturbaron, masivamente, la paz en todo el
centro durante más de dos horas. Después, sin embargo, nada de eso se ha
repetido. Es decir, que no eran ciertos esos toros.
La información proporcionada por
el Gran Poder y otras corporaciones deja muy claro que a la misma hora y en
puntos distantes por más de un kilómetro, con el centro de la ciudad densamente
ocupado por el público y una vez que el anillo (la famosa “pescadilla”) estaba
bien trabado en torno a la carrera oficial, alguien dio lugar —imposible que
fuera una sola persona ni un único foco— a unos hechos presididos por el pánico
colectivo y que tuvieron como desenlace numerosos heridos así como el
deslucimiento y el caos en las filas de nazarenos y costaleros.
Les recomiendo vivamente la
lectura pausada del informe del Gran Poder, confeccionado con los datos
proporcionados por los diputados de tramo y otros responsables de la estación
de penitencia como las cofradías sevillanas saben hacer la cosas: por su orden,
en tiempo y forma, con un rigor que podemos calificar de científico,
incontestable y sin atisbo de interés espurio (por ejemplo, político), sino
velando exclusivamente por el mejor desenvolvimiento de su culto central, que
es el atacado por… ¿quién?
Dejando de lado que la cruz del
guía del Gran Poder —¡nada menos!—, la que abría paso a un cortejo de 2.280
hermanos escoltando a su Señor y a su Virgen, fue sin dotación policial durante
todo el camino de vuelta (precisamente el que ha resultado dañado, igual que en
otras semanas santas desde el año 2000), lo cual representa una negligencia
gubernamental de tamaño colosal, la Hermandad reitera varias veces en el
documento que era sencillamente inimaginable el consabido efecto dominó con
origen en un punto de la calle Arfe distante sólo unos metros de donde se
registran las “carreritas”, sólo que antes éstas recorrieron un extensísimo
periplo por el lado contrario: es decir, que en vez de caer las fichas del
dominó de Arfe a Castelar (donde estaba la cruz de guía), caen hacia la parte
más difícil, el Postigo, Almirantazgo, Fray Ceferino, Plaza del Triunfo, Plaza
de la Virgen de los Reyes, Placentines, Alemanes, García de Vinuesa y esquina
con Castelar. La lógica física queda aquí seriamente comprometida y la tesis
oficial decae de suyo.
Y si en vez de la coordenada
espacial observamos la temporal, vemos que son muy pocos los minutos que
separan el principio del fin de tan luengo camino. Aquí también, algo falla en
la idea de que todo fue una reyerta y sus correspondientes detenidos. Por otra
parte, riñas siempre hubo en la Semana Santa sevillana, pero “carreritas” no. Y
por si fuera poco, tras los empujones y caídas derivados de la pendencia, los
mismos celadores y el público en general restablecieron la compostura, mientras
que la onda de huidas destrozaba el resto de la procesión.
Si cotejamos lo ocurrido en el
Gran Poder con lo que han recopilado las otras hermandades, reloj en mano, la
idea de que todo fue fruto de la psicosis producida por los atentados europeos
se esfuma ipso facto. Además, todos
los días de la Semana Santa hay cofradías en la calle de madrugada y no hay
este tipo de colapsos sino en la del Viernes Santo. Sospechoso.
La Hermandad decidió acelerar el
paso, entrando un cuarto de hora antes de lo previsto. Los monaguillos fueron
situados tras la Virgen. Treinta y cuatro nazarenos se marcharon de sus filas.
Dos de ellos fueron evacuados a hospitales. Y el Gran Poder hace dos críticas,
amén de la ya referida sobre la ausencia de “operativos policiales” en la Cruz
de Guía, que convendría no arrojar en saco roto: la insuficiencia de efectivos
de la Cruz Roja en la Catedral y sus alrededores, y sobre todo que “la
presencia de vallas se reveló más como un riesgo que como una ayuda”. También
habla de las sillitas “chinas” como elementos distorsionador y añade algo que
afecta de lleno a la devoción universal que el Gran Poder suscita: se rompió la
tradición, tal vez centenaria, de arriar los pasos en los cruces de calles para
que los Titulares puedan ser venerados y admirados por más personas. Incluso se
interrumpió en dichas encrucijadas el cortejo de nazarenos como medida de
seguridad.
En un artículo anterior proponía
el uso de un satélite para escudriñar lo que sucede a cada hora en cada lugar
del centro sevillano durante un tiempo del año tan singular que identifica a la
ciudad y sus esencias. Hoy lanzo otra idea poco convencional (los hechos
tampoco lo son). Estudiando el archicitado informe del Gran Poder y las
impresiones que circulan de otros testigos (yo mismo fui, como dejé aquí
escrito, uno de ellos la primera vez que hubo “carreritas”, el año 2000 y con
el Gran Poder también) hay un denominador común que tal vez haya pasado
inadvertido para los encargados de preservar la seguridad ciudadana: el ruido.
Todo el mundo lo señala, en realidad, como el culpable. El sonido es el caballo
de Troya de muchos males, como es también el portador de muchos beneficios para
la mente y el espíritu. La sociedad contemporánea no parece valorar la fuerza
del ruido (el cardenal prefecto de la Congregación para el Culto Divino, el
guineano Robert Sarah, ha publicado un ya muy leído libro titulado “La fuerza
del silencio”). Obligados, probablemente, por la impotencia, ya que estamos
ante un elemento sutil y volátil, no aprehensible ni fácilmente controlable,
los poderes públicos se revelan incapaces de perseguir eficazmente los tubos de
escape libre, los coches tuneados a toda potencia, y hasta los insultos o —si se lo propusieran— las blasfemias. Muchos crímenes o conflictos luctuosos
empiezan por una palabra de más o un televisor más alto de la cuenta. Por
ejemplo, la pelea de marras de la calle Arfe se produjo a raíz de un comentario
sobre la novia de uno de los contendientes: voces, palabras, gritos, rumores… y
reacciones físicas comunes, ancladas en el instinto de supervivencia que a
todos nos arrastra.
¿Qué ruido describen los que se
vieron envueltos en las “carreritas” de la Madrugá? Un rugido sordo y subterráneo.
¿Un “surround” cinematográfico? Algo así. Unas ondas de aire que hacen vibrar
el suelo bajo nuestros pies. Una resonancia hipergrave que nos acongoja como
los tambores de los ejércitos en las batallas antiguas. La palabra clave es
miedo, y éste entra en nuestro cuerpo y en nuestras emociones por el oído más
que por la imagen.
Puede que la Policía y los
políticos no lo sepan, pero las nuevas técnicas de sonido, al alcance ya de
cualquiera que pueda gastarse un puñado de euros, permiten sacar a la calle, y
meter en una mochila, por ejemplo, un pequeño equipo electrónico compacto, capaz
de reproducir los sonidos que antes había que ir a buscar a una sala de cine.
Dotados de bien equipadas baterías y con un simple móvil conectado por bluetooth inalámbrico que se activa en
la mano, estos dispositivos tienen una potencia real de muchos vatios, que adelantan
a los cuerpos sólidos y alcanzan enormes distancias. Los subwoofer portátiles ocasionan un efecto parecido a los coches
tuneados. Y lo más importante: no se ven, ni es posible determinar de qué punto
procede el ruido, porque el sonido, de frecuencia desconocida para la voz
humana e inidentificable por su oído, es tan envolvente que se convierte en una
atmósfera casi táctil. Es un timbre insólito, inclasificable, poderoso, y por
ello de cariz misteriosamente abracadabrante si se cuenta con una fuente
grabada que lo origine. Eso era lo que pretendía el “surround” de los cines,
como recurso para lograr un atractivo que ningún televisor podía facilitar,
sobre todo con películas de catástrofes. Los equipos de cine en casa ya lo
consiguen, pero al no estar pensados para espacios abiertos no poseen la
capacidad de reverberación con la que sí cuentan los otros, muy extendidos
entre cierta juventud, que busca espacios retirados para montarse sus
discotecas al aire libre.
No estoy hablando de ciencia
ficción. Con tres o cuatro dispositivos, que es posible activar a distancia, el
pánico sonoro está servido. Usted y yo también correríamos. Y una vez puesta en
marcha la bola de nieve, sólo Dios sabe cuándo y cómo cesa. Darle a un botón y
esperar. Todo viene solo, tratándose de multitudes ajenas a lo que sucede. Es
el “arte” perverso de la intimidación, tal vez el arma de mayor potencial
desbaratador de la Semana Santa (prodigio de armonía en sonido e imagen) que
pueda haber.
Naturalmente, todo lo que
antecede es una hipótesis; hoy por hoy, ningún indicio cierto la avala. Pero
creo que, como dicen los entendidos, es compatible con los síntomas. Nadie ve
lo que ocurre, pero todo el mundo lo percibe. ¿Es lo que ocurrió el pasado
Viernes Santo en Sevilla, y otros anteriores? Esta tecnología se ha
desarrollado exponencialmente durante los últimos diez o quince años. Y se ha
vulgarizado su consumo. Lo que no pertenece al terreno de lo opinable es que el
Gran Poder y la versión oficial no coinciden prácticamente en nada. Y que el
tiempo pasa, ya queda menos para que la primera esté de nuevo en la Campana, y
la amenaza sigue en pie.
Después de leer este interesante artículo, he leído también el informe que se cita de la Hermandad del Gran Poder. Es una lástima que no se haya indagado, siendo como parece un factor tan importante, con más detalle la naturaleza de los "ruidos". Una mayor precisión por parte de los testigos consultados respecto al posible mecanismo de producción y al tipo de los mismos, hubiera sido determinante para la investigación. Recuerdo que en las crónicas periodísticas de los sucesos de los días posteriores, se señaló que según algunos testigos habían utilizado barras metálicas con las que se golpeaba el suelo. Esto no tiene nada que ver con la imaginativa y bien fundamentada hipótesis del articulista. Pero claro lo que llama la atención es que aquellos testimonios sobre los que informó la prensa, no aparezcan en el informe de la Hermandad, refiriéndose a tales "ruidos" de una forma tan indeterminada, indicando sólo su carácter ascendente en la intensidad. Lo que da pie a la elaborada hipótesis del D. Angel Guerra, que no por imaginativa, tal vez algo fantástica, habría que desechar en absoluto.
ResponderEliminarMAGNÍFICO , LÓGICO Y MUY CREÍBLE.
ResponderEliminar