No hace mucho que escribía aquí acerca de
uno de esos discursos domésticos y pasajeros, hechos para disfrutar del paisaje
como desde la ventana de un tren lento, que le escuché al catedrático emérito
de la Universidad de Sevilla don Enrique Valdivieso acerca de Murillo y su
pintura lenitiva para las heridas muy profundas de la ciudad que padeció las
gran epidemia de peste de 1649. Hoy vuelvo sobre el profesor Valdivieso, uno de
los pocos personajes sólidos en este país nuestro tan aligerado de peso cultural
que se está quedando en los huesos de las “postrimerías” plasmadas por Valdés
Leal en la iglesia del hospital de la Santa Caridad por encargo del
venerable Miguel Mañara.
Y retorno al experto vallisoletano asentado en la luz
de Velázquez y del propio Murillo porque tuve la fortuna —buscada— de asistir a
un acto que sólo voces de gran categoría son capaces de convocar. El arte fue,
nuevamente, culpable de que el aforo del antiguo salón de plenos de la
Diputación hispalense se viera abarrotado de un público variopinto arremolinado
en torno al rescate de otro artista poco valorado por las recientes corrientes
“entendidas”: José Arpa Perea. De guiar a la autora se ocupó durante años don
Enrique y por eso quiso estar presente y realzar su puesta de largo junto al
hoy catedrático de Historia del Arte en la Hispalense, José Fernández López.
Ambos intervinieron en la cita y ambos escriben en el libro, publicado por la
misma Diputación en otra colección, señera, que lleva el sello de “hispalense”:
Arte Hispalense.
La tesis doctoral de Carmen Rodríguez
Serrano ocupa unos quinientos folios. Un extracto de cien es lo que se recoge
en este libro. El director del trabajo, don José Fernández casi suplicó que
algún día viera la luz el fruto íntegro de un esfuerzo de años que ha llevado a
la doctoranda a seguir los pasos de Arpa no sólo por su Carmona natal y por
Sevilla, sino por Roma, por Méjico y por Tejas, donde fue dejando una estela de
admiración y buen hacer que hoy todavía perdura. Carmen Rodríguez ha rastreado
su quehacer pictórico con paciencia de tejedora, hasta poner en pie un catálogo
que desde que ella depositó la tesis hasta que la defendió se incrementó en
sesenta piezas.
¿Y por qué destaco todo esto? Pues porque
Carmen Rodríguez lleva ocho años de su joven existencia “opositando”. Obtuvo
una beca de investigadora para llevar a cabo su tesis en 2010. Más tarde pasó a
un grupo de investigación y dos años después comenzó a desempeñar labores de
profesora sustituta interina en el Departamento de Historia del Arte. Pero en
la Universidad también han cambiado mucho las cosas desde 2008. Lo describía
Valdivieso, con ese desparpajo castellano suyo que se ha ido perfeccionando con
el tiempo y que ahora alcanza cotas de cruzado: “Antes, una persona entraba en
un departamento a dar clase y ya se quedaba allí. Ahora no. Ahora, tiene que
salir y ponerse en cola para volver a entrar. Carmencita es hoy la primera de
esa cola. Esperemos que vuelva pronto, porque sus alumnos, que son los que
prestigian o no a un profesor, la quieren.” Así, lacónico y contundente, es
este teórico dotado de un bagaje que ya quisieran muchos papanatas del pesebre.
Por cierto, que un reputado historiador inserto en la Administración socialista
de la Junta de Andalucía se me lamentaba el otro día de la “panda de
ignorantes” que impera en su departamento. Y él lo debe saber bien. Las
alabanzas desgranadas por los dos veteranos docentes universitarios hacia la
tenacidad, honradez intelectual y sagacidad de que había hecho gala Carmen
Rodríguez Serrano parecían no tener fin. Valdivieso recalcó esos valores
"en un tiempo en que todo se hace recortando y pegando de Internet".
“Carmencita” nos dedicó unas palabras
impecables al término de la sesión, arropada por los directores de su tesis y
un “colectivo” en cuya actitud y prolongada ovación era posible palpar el
aprecio de los méritos que adornan a una chica ejemplar que no acaba de poder
meter cabeza en su Universidad, tal vez porque los dineros se han ido en
bibliotecas fallidas y otros descalabros presupuestarios, posteriormente
premiados con nombramientos de altos vuelos. Algún día, alguien con buena pluma
y mejor calculadora, tendrá que resumir en un memorial de agravios los daños y
perjuicios que el despilfarro de todos los gobiernos y gran parte del manto
protector de mancomunidades, consorcios, agencias, empresas públicas y otros
artefactos más o menos superfluos han hecho a generaciones enteras de
concienzudos y responsables jóvenes laboriosos que han sacrificado su tiempo
para poder vivir de lo que les gusta y saben hacer con esmero. Sólo se vive una
vez, señores de la política. Ustedes han podido ocupar sus años mozos en lo que
han querido. Pero otros, mucho más útiles que ustedes para el común, han
consumido demasiadas horas llamando a las puertas de organismos que ustedes han
dejado secos. Imperdonable.
Ah, y, obviamente, Carmen es nombre de
mujer, por si lo han olvidado.
Lo que se dice en este artículo es la realidad de la Universidad de Sevilla, donde hemos perdido una generación y estamos a punto de perder la segunda. Y lo digo desde las Matemáticas. Me imagino que en Historia la cosa debe estar peor. Gracias Ángel. Luis M. Fernández. Facultad de Matemáticas.
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