"Cuando vemos que Gabriel no vive es el momento más duro de
nuestra carrera profesional y el que no lloró allí, lo hizo en otro momento; es
que somos humanos."
José Hernández Mosquera, teniente
coronel jefe accidental de la Comandancia de la Guardia Civil de Almería
Vaya por delante de este artículo
que, tras la metamorfosis censora que está experimentando la sociedad española
en el tubo de ensayo de la izquierda, con leyes mordaza en tramitación y un
proceso inquisitorial digno de regímenes muy alejados de nuestro entorno (hasta
ahora), cuanto escriba desde este momento debe ser interpretado multiplicando
por diez su contenido. Las otras nueve partes me las callaré para no poner en
bandeja a los enemigos de la libertad mi cabeza y la de mi familia.
Dicho esto, quería referirme hoy
a la gran enfermedad que corroe los tuétanos de la Nación española, si es que
todavía existe: la hipocresía. Es la peste del siglo XXI en España; también,
por supuesto, en Sevilla, desde donde sigo rompiendo a escribir cada vez que
logro salir del muermo depresivo en el que me sumerge el paisaje político
circundante. Sí, hoy voy a por todas, y para explicarme nada mejor que
reproducir íntegro el mensaje recibido y procedente de la entidad local más
luchadora en defensa del derecho a la vida (artículo 15 de la Constitución
Española) que se ve sistemáticamente vulnerado cada día en las personas de
trescientos seres humanos concebidos en España. Lo envió el presidente de la
asociación Pro Vida de Mairena del Alcor, que, como digo, es pionera y
avanzada siempre en la defensa del no nacido y su madre. Y decía así:
“Hoy martes día 13 de marzo,
al tiempo que tenía lugar el funeral por el niño Gabriel, vilmente asesinado
por su "madrastra", y a la misma hora, asistíamos absolutamente
impotentes al asesinato de Angelito, un niño al que su padre y otros parientes
trataron de salvar pero que su "madre", aún después de oir los
latidos de su pequeño corazón y de ver su foto e incluso habiéndole
proporcionado un trabajo bueno y digno, rechazó tajantemente, con una frialdad
que extremece, ejerciendo el "derecho a decidir" sobre la vida de su
hijo.
Lo que cuento es real como la vida misma y demuestra la falsedad del "derecho a la igualdad" que impide a un padre hacer nada por su hijo y que condena a un hijo a muerte por la simple voluntad de su madre.
Los políticos se sienten horrorizados con lo sucedido a Gabriel y ven un derecho y logro social el asesinato de Angelito.
La Hipocresía no puede ser más gigantesca.”
Lo que cuento es real como la vida misma y demuestra la falsedad del "derecho a la igualdad" que impide a un padre hacer nada por su hijo y que condena a un hijo a muerte por la simple voluntad de su madre.
Los políticos se sienten horrorizados con lo sucedido a Gabriel y ven un derecho y logro social el asesinato de Angelito.
La Hipocresía no puede ser más gigantesca.”
Llegado a este punto, y sabedor de que estas líneas nunca
llegarán a ser “virales”, podría guardar silencio. Pero no les voy a dar este
gusto a los nuevos amos de España. Y voy a comentar algo de lo que se me ocurre
(insisto en que, como hacía aquel personaje de “La vida de los otros”, oculto
mi máquina de escribir lo que siento bajo el parquet por si aparece la
“Stasi”).
Los pueblos pueden derrumbarse de muchas maneras, aunque hay
muy pocas para reconstruirlos. Atacar el origen mismo de la vida humana es, sin
duda, la mejor baza de la decadencia. El aborto, como más tarde y recientemente
otras cruzadas para el desarme moral de los españoles, se planteó al principio
como una exigencia democrática, una normalización cuyos efectos inicuos se
limitaban a tres supuestos, que nunca se respetaron por cierto, lo mismo que se
ignoró y se ignora la sentencia del Tribunal Constitucional. Aquello lo sacó adelante Felipe, el
despenalizador. Era la primera fase. La segunda la puso Zapatero, el
implantador. Y, al igual que en esas otras cruzadas, lo que se disfrazó de
supresión de barreras discriminatorias, se ha convertido en el fruto podrido de
la imposición obligatoria. Y pobre del que sostenga lo contrario.
Es la verdadera faz de los movimientos inspirados en la
filosofía de Marx y en la praxis de Lenin. La manera de dar pasos irreversibles
es la propia: utilizar los puntos débiles de la burguesía. Poco, a poco, a lo
largo de cuarenta años de zapa, han ido laminando a la clase media y su
mentalidad para que sea más fácil el asalto final. Y éste se produce ahora, con
los vendavales antidemocráticos de “la calle” y “los medios” agitando la
propaganda subversiva, igualitaria y arrasadora que barre España. Es
fundamental en esta etapa definitiva darle la vuelta a la historia, y para eso
están las leyes, ni siquiera modificadas por el PP cuando podía, de lavado de
cerebro colectivo, principalmente de las generaciones que no conocieron lo que
se pretende transformar “a posteriori”.
Llegados a este punto, se ha conseguido que ocurra,
imperceptiblemente, lo que mi amigo Manolo, que se bate el cobre desde Mairena,
describía lacónica y dramáticamente en su testimonio sobre “Angelito”: que todo
un país se movilice, y hace bien, por el pobre Gabriel y su familia verdadera,
mientras que pasan los días y nadie mueve una pestaña por los otros trescientos
“gabrielitos” caídos a diario en los abortorios de España. Espero que por
señalar lo obvio —que la hipocresía más sangrante ha hecho de España un zombi a
la deriva— no me persigan, o al menos que no me caiga una multa gubernativa —¿a
qué me recuerda esto?— que le quite a mis hijos el pan de la boca, tras toda
una vida de sudores de su madre y de su padre, con sus correspondientes
impuestos pagados para que nuestro Congreso dé lecciones de lo que nunca
debería sucederle a un país.
Los guardias civiles, que tanto saben de tragar lágrimas a
causa de la violencia, nos han vuelto a dar ejemplo de todo a todos. Ellos
lamentaban no haber podido salvar a Gabriel. Nosotros deberíamos apretar los
dientes por el gran fracaso que representa dejar a sus pequeños compatriotas abandonados
en el contenedor de residuos orgánicos.
De hipocresía a hipocresía, ayer, dia del síndrome de Down, inundadas las redes de calcetines de dos colores y de muestras de apoyo, que me parece muy bien, les faltó tiempo a los políticos que firmaron la pena de muerte de estos niños en el vientre de su madre,para fotografiarse con todos ellos. Hipócritas, firmáis la ley que permite la aniquilación del 85% de ellos antes de que nazcan y después, tan campantes, os fotografiáis con los supervivientes. Que ruindad!!!
ResponderEliminarNo puede ser más elocuente el artículo es la hipocresía que nos invade en esta España de " to er mundo es gueno" una pena, desgraciadamente estamos así y por tiempo , se han perdido los valores y hemos pasado al todo vale , las niñas para hacerse un pearcing tienen que pedir permiso a sus padres , para abortar....No. esto es lo que hemos traído con la libertad mal entendida
ResponderEliminarAbsolutamente de acuerdo.
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