jueves, 15 de marzo de 2018

LA TESIS DE CARMEN


No hace mucho que escribía aquí acerca de uno de esos discursos domésticos y pasajeros, hechos para disfrutar del paisaje como desde la ventana de un tren lento, que le escuché al catedrático emérito de la Universidad de Sevilla don Enrique Valdivieso acerca de Murillo y su pintura lenitiva para las heridas muy profundas de la ciudad que padeció las gran epidemia de peste de 1649. Hoy vuelvo sobre el profesor Valdivieso, uno de los pocos personajes sólidos en este país nuestro tan aligerado de peso cultural que se está quedando en los huesos de las “postrimerías” plasmadas por Valdés Leal en la iglesia del hospital de la Santa Caridad  por encargo del venerable Miguel Mañara.

Y retorno al experto vallisoletano asentado en la luz de Velázquez y del propio Murillo porque tuve la fortuna —buscada— de asistir a un acto que sólo voces de gran categoría son capaces de convocar. El arte fue, nuevamente, culpable de que el aforo del antiguo salón de plenos de la Diputación hispalense se viera abarrotado de un público variopinto arremolinado en torno al rescate de otro artista poco valorado por las recientes corrientes “entendidas”: José Arpa Perea. De guiar a la autora se ocupó durante años don Enrique y por eso quiso estar presente y realzar su puesta de largo junto al hoy catedrático de Historia del Arte en la Hispalense, José Fernández López. Ambos intervinieron en la cita y ambos escriben en el libro, publicado por la misma Diputación en otra colección, señera, que lleva el sello de “hispalense”: Arte Hispalense.
La tesis doctoral de Carmen Rodríguez Serrano ocupa unos quinientos folios. Un extracto de cien es lo que se recoge en este libro. El director del trabajo, don José Fernández casi suplicó que algún día viera la luz el fruto íntegro de un esfuerzo de años que ha llevado a la doctoranda a seguir los pasos de Arpa no sólo por su Carmona natal y por Sevilla, sino por Roma, por Méjico y por Tejas, donde fue dejando una estela de admiración y buen hacer que hoy todavía perdura. Carmen Rodríguez ha rastreado su quehacer pictórico con paciencia de tejedora, hasta poner en pie un catálogo que desde que ella depositó la tesis hasta que la defendió se incrementó en sesenta piezas.

¿Y por qué destaco todo esto? Pues porque Carmen Rodríguez lleva ocho años de su joven existencia “opositando”. Obtuvo una beca de investigadora para llevar a cabo su tesis en 2010. Más tarde pasó a un grupo de investigación y dos años después comenzó a desempeñar labores de profesora sustituta interina en el Departamento de Historia del Arte. Pero en la Universidad también han cambiado mucho las cosas desde 2008. Lo describía Valdivieso, con ese desparpajo castellano suyo que se ha ido perfeccionando con el tiempo y que ahora alcanza cotas de cruzado: “Antes, una persona entraba en un departamento a dar clase y ya se quedaba allí. Ahora no. Ahora, tiene que salir y ponerse en cola para volver a entrar. Carmencita es hoy la primera de esa cola. Esperemos que vuelva pronto, porque sus alumnos, que son los que prestigian o no a un profesor, la quieren.” Así, lacónico y contundente, es este teórico dotado de un bagaje que ya quisieran muchos papanatas del pesebre. Por cierto, que un reputado historiador inserto en la Administración socialista de la Junta de Andalucía se me lamentaba el otro día de la “panda de ignorantes” que impera en su departamento. Y él lo debe saber bien. Las alabanzas desgranadas por los dos veteranos docentes universitarios hacia la tenacidad, honradez intelectual y sagacidad de que había hecho gala Carmen Rodríguez Serrano parecían no tener fin. Valdivieso recalcó esos valores "en un tiempo en que todo se hace recortando y pegando de Internet".

“Carmencita” nos dedicó unas palabras impecables al término de la sesión, arropada por los directores de su tesis y un “colectivo” en cuya actitud y prolongada ovación era posible palpar el aprecio de los méritos que adornan a una chica ejemplar que no acaba de poder meter cabeza en su Universidad, tal vez porque los dineros se han ido en bibliotecas fallidas y otros descalabros presupuestarios, posteriormente premiados con nombramientos de altos vuelos. Algún día, alguien con buena pluma y mejor calculadora, tendrá que resumir en un memorial de agravios los daños y perjuicios que el despilfarro de todos los gobiernos y gran parte del manto protector de mancomunidades, consorcios, agencias, empresas públicas y otros artefactos más o menos superfluos han hecho a generaciones enteras de concienzudos y responsables jóvenes laboriosos que han sacrificado su tiempo para poder vivir de lo que les gusta y saben hacer con esmero. Sólo se vive una vez, señores de la política. Ustedes han podido ocupar sus años mozos en lo que han querido. Pero otros, mucho más útiles que ustedes para el común, han consumido demasiadas horas llamando a las puertas de organismos que ustedes han dejado secos. Imperdonable.

Ah, y, obviamente, Carmen es nombre de mujer, por si lo han olvidado.

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