“En política hay un factor
fundamental que es el tiempo. Nadie puede hacer política y tener éxito si no
tiene un cierto sentido del tiempo.”
(José Luis Rodríguez Zapatero dixit)
En este mismo blog puede
encontrar el amable lector una crónica de aquella noche de recuento de votos en
que Susana Díaz perdió, contra todo pronóstico, las primeras elecciones
primarias del PSOE ante un Pedro Sánchez —hoy “misecretariogeneralpedro”— inopinadamente
redivivo cual ave Fénix capaz, además, de hacer resurgir de las cenizas a su
partido. Aquel artículo, fruto de la mejor casualidad intuitiva del periodismo
puramente vocacional, era como una retransmisión en directo, desde la Plaza de
Santa Ana de Triana (Sevilla), pero a través de ese sombrío prisma, lo que se
transparentaba era un acontecimiento histórico, aunque no planetario.
Hay en los últimos y lóbregos
sucesos de la vida política nacional —bastante mortecina, por cierto— algo
parecido a un espejismo. Como en el “Ciudadano Kane” de Wells (por cierto, que
el título original en inglés lleva marca de reloj, “Citizen”), uno mira atrás,
sólo unas semanas, y se encuentra inmerso en un juego de espejos deformantes
cuyo único denominador común es el paso [imposible] del tiempo. Ya sabemos, al
menos desde Heráclito hasta Einstein o al revés, que el tiempo es relativo, pero
al menos creíamos que era lineal. Nada más lejos de la realidad. El tiempo,
como en Borges, o mejor aún como en Kafka, es una superposición de mundos
ajenos entre sí y colocados caprichosamente, o no, en sucesión cronológica más
o menos objetiva, según al menos lo que marca el tic tac de aquellas máquinas
antaño mecánicas hogaño digitales de medir lo inconmensurable.
Esta fanfarria pseudofilosófica
viene a cuento de las cosas que han pasado en España —y no sólo en España— durante
las fechas que, según ese otro artefacto de tasar el tiempo que es el
calendario, nos preceden hoy. Porque reconozcamos nuestra impotencia ante las
carambolas que dan con la blanca en el agujero de la mesa. El desierto político
llamado Mariano Rajoy Brey (me refiero a su etapa como primer ministro del Rey
de España) nos había acostumbrado, sin sentir, a que aquí nunca pasaba nada. La
economía iba bien (lo que iba mejor era la inversión de los especuladores
en deuda pública), ETA había puesto fin a su barbarie (falso, como se ha
demostrado en Alsasua, porque los bárbaros dejan una huella milenaria), el 155
sentaba un precedente que hacía de candado a la unidad de España (ya, como se
encargaban de recordar cada día Torra, Puigdemont y Torrent, ¿no?) y sobre todo,
la aritmética parlamentaria impedía, junto con una 6ª sembradora de miedos, que
España “se perdiera” como se perdió Cuba.
Pues anda que el registrador iba
orientado… Que estaba fuera de tiempo lo sabía el maestro de los tiempos, el
que aprovechó sus ocho años en el poder para dejarlo todo atado y bien atado,
de manera que la derecha vergonzante fuera incapaz de desarmarlo, como si se
tratara de un niño tembloroso ante un mecano que le inspira terror por no tener
ni idea de cómo se desmonta. El maestro de los tiempos enseñó muy bien al
pequeño saltamontes que ha ido de fracaso en fracaso hasta la victoria
provisional, que a buen seguro intentará sea definitiva, y a lo peor lo
consigue. No en vano, ambos son de León e hicieron carrera socialista de la
mano. “Misecretariogeneralpedro” ha recuperado el rodriguezzapaterismo como si
el tiempo no hubiera pasado. Ha dado un salto hacia atrás hasta conectar con el
momento —2011— en que la crisis había obligado a congelar la obra del gran
líder que iba a cambiar España. Y que la cambió de arriba abajo. El túnel del
tiempo es la gran aportación ideológica de los socialistas españoles. Ahora nos
sitúan en noviembre de 1975, en la explanada del Valle de Los Caídos, y le dan
la vuelta al féretro de Franco. Seguidamente, nos llevarán a la posguerra,
cuando defender ideas estaba penado con cárcel. Y, como tierra prometida del
zapaterismo, llegaremos a la II República, un poco antes del Frente Popular
(que es donde anacrónicamente estamos) y de la Ceda. Arribaremos al azañismo.
Decía Aznar, ése que hablaba catalán (con Pujol) en la intimidad, que leía las
memorias de Azaña con fruición todas las noches. De hecho, las presentó en una
gala con ribetes republicanos. Tal vez ignorase, y aún ignore, que el
presidente tuvo que salir huyendo de su adorada República cuando le comunicaron
en un cine de la Gran Vía que “los suyos” habían asesinado, acribillándolo a
tiros, a José Antonio Primo de Rivera en un oscuro patio de la prisión
alicantina.
En fin, el manejo inimitable de
los tiempos es lo que permitió a un tal “Isidoro” según la ficha policial
cruzar España sin ser molestado para salir siendo secretario general del PSOE
en un Suresnes donde Rodolfo Llopis todavía soñaba con tumbar a Franco y volver
al 36. Después, las fuerzas vivas lo fueron aupando para redondear la
transición pacífica que evitase el puerto al que su antecesor quería llevarnos.
Alguien maneja mi barca, que cantaría la de voz disonante. Los tiempos son la clave,
como muy bien sabía ZP y ha aprendido su pupilo. Ante el incuestionable
agotamiento de ideas, el PSOE de Sánchez ha decidido dar marcha atrás. Es la
única posición de la palanca del cambio que les queda. Entraña un gran peligro,
como le ha recordado su rival y subordinada: “Hay que ir hacia delante”, ha
dicho o venido a decir. Aunque sea mirando de vez en cuando al retrovisor.
Rajoy dejó las cosas en punto muerto. Él sabrá por qué. Ahora, el discípulo de
aquel estadista de la cita inicial retoma, con su peculiar “decíamos ayer” todo
lo que el otro dejó iniciado e inconcluso. Pero el otro no es imbécil. Sabía
que las ideas se habían acabado. Le dejó al de los congelados hieráticos de
corte gallego un país en ruinas pero con memoria histórica, para que en lo
sucesivo diera marcha atrás a la historia sin él ensuciarse las manos.
¿Han observado que ya nadie habla
de “cambio”? Como por arte de birlibirloque, desde la proclamación de la
República Independiente de Cataluña, todo el mundo parece haber mandado el “cambio”
al trastero. Por algo será. El dominio de los tiempos nos lleva ahora, como
primera estación, al Valle de los Caídos. Los buenos magos hacen juegos de
manos y no ves nunca lo que ha pasado, porque no te da tiempo.
Nuestro articulista se supera. Artículo para leer y releer más de una vez. ¿La ficción (la serie televisiva "El Ministerio del Tiempo") imita a la realidad o, tal vez, es al revés?. Lo que parece cierto es es que algunos políticos actuales han burlado a las patrullas del Ministerio y se disponen a viajar hacia atrás para cambiar la historia en su propio beneficio, manipulando el pasado. Son cautivos de una extraña paradoja: reescribir el pasado para conquistar el futuro; lejos de aquélla máxima tan citada de conocer el pasado (para eso está la ciencia de la Historia) para no incurrir en sus errores en el presente y futuro.
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